Parte 2 - ¿Caliente?

Por otro lado, Lía y Molly, las incondicionales. Si bien es cierto, yo era hija única, pero ellas siempre me hicieron sentir que nunca estuve sola; eran de esas hermanas favoritas con las que compartía tanto, las que me conocían a la perfección —creo que todos tenemos algunas así—. Sí, mis mejores amigas del colegio. Me dirigí a sus mesas y las saludé con un enorme abrazo a cada una, sabían lo que significaba este día para mí, y me alegraba verlas allí. Empezamos a platicar de todo. Conversábamos de qué tal les había parecido la fiesta, de cómo estaban sus trabajos, parejas y familia en general.

Mientras tanto, observaba de vez en cuando a Valentino, quien bailaba con su hermana menor. Se lo veía tan guapo y apuesto con su traje negro, su porte, su cabello lacio y fino. Su contextura era tan perfecta, tan masculina. Me robaba suspiros.

Tomé una servilleta de tela que estaba sobre la mesa, de manera sutil para agitarla hacia mí y darme más viento. Por alguna extraña razón, empecé a sentir más calor de lo habitual. De reojo, noté que mis amigas se codeaban con disimulo.

—¡Vaya, vaya, alguien no le quita la mirada a su esposo! —bromeaban, y aducían con ideas algo pícaras al ver mi reacción con Valentino.

—¡Yo creo que alguien está muy acalorada, eh! —insinuó Molly con una mirada que logró sonrojarme.

—Seguro es el baile. Después de todo, no he parado; no hasta hace un rato, eh. Así que no me vengan con sus pillerías —respondí con astucia y las miré con picardía.

—Oh sí, digamos que es solo el baile.  

—Mmm, no creo. Además, no le has quitado la mirada a tu querido Valen —intervino Lía, y suspiró imitando la voz de una mujer enamorada.

—¡Caramba, chicas! ¡Ya basta! —Reímos todas al mismo tiempo.  

Luego de algunos minutos, me despedí de ellas, pues debía atender a los demás invitados. Hasta el momento en que me dirigí al tocador de mujeres, que estaba frente al baño de varones. Fui a darme algunos retoques en el maquillaje, me miré frente al espejo mientras me intentaba tranquilizar con palabras las ganas intensas de... Esto era algo nuevo para mí, porque lo que había ocurrido aquella vez fue...

—¡No, Eunice! Todo será distinto. ¡Valentino es diferente! —me respondí con firmeza, antes de completar la idea que estaba formándose en mi mente.

Acomodé mi cabello a un lado, sin dañar el peinado, y di unas leves palmadas a mi vestido para disimular un poco lo que se había ajado de tanto bailar. Luego, caminé hacia la salida, giré la perilla de la puerta del baño y, para mi sorpresa, vi a Valentino parado frente a mí. Entró con sigilo, me movió de mi sitio con cuidado y me pidió en señas que no dijera nada. Cerró la puerta con seguro.

—Amor, ¡¿qué estás haciendo aquí?! —musité algo curiosa.                               

—Quería verte y... —Lo soltó con tanta naturalidad que me vi tentada a responder lo mismo, pero me detuve.

Entonces escuché una voz salir de uno de los baños, que nos interrumpió. Al parecer era la de mi tía política; su acento cubano era fácil de reconocer en cualquier lugar.

—¡¿Qué es esto, chica?! ¿Acaso hay un hombre aquí? —cuestionó mientras se acercaba al espejo del tocador un poco confundida. Escondí rápido a Valentino en uno de los baños. Él subió sus piernas al filo del inodoro para que no se notase su pantalón por debajo de la puerta. Caminé con disimulo en dirección al espejo donde ella se encontraba.

—No creo, tía. Seguro es la voz de alguno de los chicos de afuera —dije mientras llevaba mis manos a una oreja y fingía acomodar mis pendientes.

—Mmm, ¡qué raro, hija! ¡A mí me pareció escuchar a un hombre aquí dentro! Pero bueno, de seguro es la edad la que no me deja oír bien. —Sonreímos. En ese rato, mi tía aprovechó para darme un par de tips matrimoniales.

—¡Muy lindo el detalle del mushasho con esa canción en inglés! —Asentí, con una amplia sonrisa.

—Dímelo a mí, tía. La verdad, no me lo esperaba. Pero eso definitivamente me encantó.

—Me imagino. Por cierto, hija, estás bellísima, ese vestido resalta perfectamente tu silueta.

—Gracias tía. ¡Tú no te quedas atrás eh! —Afirmó con su rostro muy segura a mi halago.

—Radiantes siempre; ya luego me cuentas si se porta bien el jovencito, si no me avisas para jalarle las orejas y mandarlo con Fidel. —Frunció el ceño y luego soltó una carcajada.

—Descuida, tía. Todo estará bien. —Negué y sonreí guiñando un ojo. Abrió su cartera de mano, al parecer la estaban llamando a su celular; pidió disculpas y se retiró del sitio. Asentí con la tranquilidad de que al fin Valentino podría salir de allí.

Revisé los cuatro cuartos de baño, por si alguien más se asomaba, y me dirigí a la puerta para poner el seguro de inmediato.

—Amor, ya puedes salir —avisé mientras me paraba fuera del cubículo en el que estaba.

—Mmm… ¿Así que te gustó la canción? —Abrió la puerta a la espera de mi respuesta. Negué.

—¿Cómo que no? Al menos eso no escuché que le dijeras a tu tía hace un momento.

—No me gustó cariño, ¡me encantó! —exclamé con ternura y acaricié con mis manos sus suaves mejillas. Ambos sonreímos. Al rato lo volteé para retirarnos del baño, y lo empujé despacio en dirección a la puerta de salida. Yo iba detrás de él, un poco preocupada de que nos vieran aquí.

—Amor, camina más rápido. No estaría bien que nos encuentren juntos en el baño de damas. Tú sabes que cualquiera puede pensar que... —Aún no completaba la frase, y enseguida detuvo su andar. Se giró hacia mí, mostrando una mirada insinuante y coqueta que hacía que su ceja se enarcara tanto como me gustaba. Yo, un tanto nerviosa, me detuve, pero sus pasos firmes en mi dirección hicieron que yo retrocediera a su cercanía, al punto de tropezar con el límite de la pared del tocador sin darme cuenta.

—¡Valentino, aquí no! ¡Mira que alguien nos puede descubrir! —Reaccioné mirando a todos lados.

—¿Aquí no qué? ¿Acaso sabes lo que haré contigo, señora de Almeida? —advirtió con un susurro demasiado provocativo cerca de mi oído, lo que me hizo erizar la piel. Después de todo su pregunta tenía lógica, entonces... 

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