CAPÍTULO CINCO: SUEÑOS CALIENTES

Capítulo cinco

Sueños calientes

Desde que mi tía murió jamás había entrado aquí, ella no era de usar esta habitación, solo era para cuando venía de visita o mamá se iba de viaje y debía quedarse con Fany a cuidarme. 

Solo de entrar en este cuarto la tristeza me inunda. Pienso por un momento que Tony me seguirá para intentar arreglar todo, pero me vuelvo a equivocar. Tal vez sea lo mejor, darnos un tiempo a solas para reflexionar y pensar en todo lo sucedido. Por lo menos yo lo necesito. Agradezco que mi madre esté en un viaje de negocios como casi siempre y que se llevó a mi prima con ella, así ambas no tienen que pasar por este desagradable momento. 

Voy camino al baño observando todo a mi alrededor y recordando cada momento que pasé a su lado, las veces que dormí en esta habitación junto a ella. Cuando llego al baño, me quito toda la ropa que ya está húmeda y no empapada como antes. Preparo la tina con agua tibia, le hecho sales y gel de rosas que todavía están en los estantes. No sé cómo después de tantos años, todavía hay este tipo de cosas aquí.

Me introduzco en la bañera y empiezo a pensar en todo lo que me sucedió en el día: mi despertador no sonó, la cafetería cerrada, un imbécil me empapó de lodo, llegué tarde, me encuentro con la víbora que tiene mi jefe por esposa, el incidente en el baño con el rusito, la discusión con Hannah y Agatha, mi día en el cementerio, me cae una fuerte lluvia arriba, el estúpido rusito me vuelve a llenar de lodo…

Es estúpido, bruto y engreído…, pero muy atractivo. ¡Dios, qué ojos!

<< ¿Pero qué me está sucediendo? Otra vez el ruso en mis pensamientos>>

Mejor ni sigo pensandoe n todo lo que sucedió. Al final, está comprobado que hoy no es mi día y que el karma se la desquitó conmigo. Termino de darme mi baño de consuelo, me envuelvo en una toalla y me dirijo a la habitación. Allí me termino de secar. Al abrir el armario, veo que no hay una sola pieza de ropa por lo que decido dormir desnuda esta noche. 

Retiro los cobertores y me acurruco entre las sábanas. Hace mucho tiempo que no dormía sola, pero creo que por hoy lo necesito. Trato de no pensar en las cosas que me dijo Tony, pero es imposible. Jamás se ha comportado de esta manera conmigo y que esté ebrio no lo justifica. Soy noble, mas no boba. Si está ebrio, es que estuvo bebiendo otra vez con sus amigos, a quienes no soporto, ni ellos me soportan a mí. Parece que nuestros amigos ven cosas que nosotros dos no somos capaces de ver.

Intento olvidar —por lo menos esta noche— mis problemas además de lo sucedido para poder conciliar el sueño. Pongo la alarma en el reloj despertador que está en la mesita de noche, ya que el móvil lo dejé junto con el bolso en...en… en… 

— ¡Joder! —exclamo sin querer en voz alta.

¡Dejé el bolso en el auto del neandertal! No lo puedo creer, sigo yo con mi mala suerte.


¿Pero sabes qué, Vanessa? No te vas a seguir estresando. Duerme esta noche y ya mañana intentarás localizarlo. 

Con último pensamiento, caigo rendida en los brazos de Morfeo. 

Después de unos minutos u horas, no puedo definirlo con claridad, siento unas caricias en mi rostro. Son besos, besos que empiezan en mi frente, luego se trasladan a mi nariz, a los pómulos; pasan por mis labios con un mínimo roce, roce que me deja con ganas de más, pero no recibo lo que mi cuerpo tanto ansía. 

Los besos siguen bajando y ahora son un poco mojados. Rodean mi cuello, me hace un poco de cosquilla por lo que me remuevo en la cama, cuando termina de besarme y lamerme el cuello, sube otra vez, pero esta vez se desvían hacia mi oído y ahí sí reacciono.

— Tony, sabes que ese lugar es mi punto débil y que cuando llegas ahí no hay marcha atrás —murmuro con los ojos aun cerrados, aunque mi nivel de excitación ya es bastante alto—. ¡Para! Aún sigo enojada contigo.

Me siento rara, enojada y caliente a la vez.

— Así que ese imbécil te hizo enojar —su voz ronca penetra en mis oídos dejándome aturdida por unos instantes—. Entonces, déjame quitarte esa molestia y sustituirla por una mejor.

No puedo creer lo que estoy escuchando. ¿Cómo llegó aquí? ¿Cómo entró y llegó a la habitación sin que Tony lo viera?

—¿Pero cómo… cómo entras…? 

—Chist —me interrumpe con uno de sus dedos sobre mis labios—, no hables, solo disfruta.

Ataca mi boca una vez más. Sus besos poco a poco van bajando hasta llegar a mi vientre plano. Cuando llega ahí, este ruge y no debido a la excitación. ¿Cómo no va a rugir si no pude comerme esa deliciosa pizza por culpa del par de alcahuetas? Para rematar, discutí con Tony y me perdí el pollo a la milanesa.

— Parece que alguien tiene hambre —murmura en mi oído mientras su aliento golpea mi piel.

Solo soy capaz de asentir sin abrir los ojos y con la piel sensible.

>> ¿Quieres comer y saciar esa hambre? Si eso es lo que deseas, puedes hacerlo. Es fácil, solo tienes que despertar. Porque sí, Vanessa, estás soñando conmigo, con el rusito de pacotilla —su tono envolvente me hipnotiza cada vez más—. O puedes olvidar esa hambre y saciarte de otra cosa, aunque sea en sueños —susurra pegado a mis labios antes de levantarse. 

No quiero abrir los ojos por miedo a despertar, siento el sonido del pantalón junto con el del cinturón al caer y chocar con el suelo.

<< ¡Joder, que se está desnudando! >>   

  Vuelve a colocarse sobre mí, abrirme las piernas y colocarse entre ellas. No sé si maldecir o agradecer mi repentino impuso sobre dormir desnuda. 

>> Dime, bragas de zanahoria, ¿qué hambre deseas saciar? ¿La de tu suplicante sexo o la de tu estómago? —su aliento golpea mi punto débil mientras siento a mi cuerpo caer en picada por un abismo.

Estoy a punto de contestarle que deseo que sacie mi hambre de sexo, porque sí, deseo al ruso. Está buenísimo, sabe como subir mi lívido en cuestión de un nanosegundo; logra lo que nunca nadie ha hecho y lo peor, en un sueño. ¿Porque es un sueño, verdad? Solo así puedo hacerlo sin sentirme culpable por mi prometido. A cada momento, el ruso sigue subiendo mi grado de excitación y creo estar a punto de explotar. Ya no puedo soportar más esta agonía, quiero ver su cara cuando le de mi veredicto.

Desesperada, abro los ojos, sin embargo solo puedo decir—: ¡Joder y mil veces joder!  

    

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