Capítulo Cinco: Dulce, Perverso y Adictivo

KIARA

La mañana comienza con una fila de clientes malhumorados que solo quieren su café matutino y largarse para iniciar sus actividades diarias. Los brazos se me cansan, pero mantengo el ritmo acelerado de un pedido bien hecho dando un excelente servicio. 

Y al cabo de las once treinta de la mañana, Jackson me permite ir a la tienda que esta unas calles más arriba para comprarle todos los utensilios de manualidades para mi Kelly, y cuando vuelvo, el panorama ha cambiado.

Otra fila de personas espera ansiosas por el almuerzo.

El chef Denis no debe dar abasto con tantos y suspiro, porque en serio estoy agotada. Creo que necesito vacaciones urgentes.

Siento que estos días no he dormido bien ni tampoco he comido lo suficiente, que todo me está pasando factura. Los músculos los tengo tensos y el dolor de cabeza amenaza con volver. Me masajeo la siento con una mano, mientras que con la otra llevo la bolsa de papel marrón. Me apuro en regresar casi trotando.

Voy a poner un pie dentro del restaurante, pero antes de que puede realizar mi cometido, una mano grande y fuerte me toma del brazo y me jala hacia un costado de la calle, que termino rebotando contra un pecho duro.

Dé la impresión chillo histérica tratando de soltarme de ese desconocido.

—¡Hey loca baja el volumen! —El hombre de traje negro sin corbata me tapa la boca y me tranquilizo al ver quien es—. O la gente pensara que quiero secuestrarte para fines perversos.

Arrugo mi frente y miro de reojos como las personas aglomeradas nos tienen en la mira siendo su foco de atención. Bajo su mano despacio que el toque de su piel helada me hace temblar contrarrestando con mi calidez, sin embargo, su perfume amaderado inunda mis fosas nasales que me hace flotar al mismo tiempo.

«¿Qué tipo de encanto tendrá?»

Y termino perdiéndome en esa mirada azul cielo que tiene.  

—¿Qué te sucede, Reagan? —musito solo para nosotros soltándome de su toque. El rubio se apoya en el capo de su vehículo negro estacionado en la calle y se cruza de brazos, que noto lo marcado que esta—. Segunda vez que casi me matas del susto.

—Mejor —dice triunfante dándome una sonrisa tan depredadora que me empequeñece—. Así tengo una segunda excusa para recompensarte y para volver a verte... por supuesto.

—¿Tú recompensas a medio mundo o qué?

Él arruga las cejas y se pasa la lengua por el labio inferior pensando. Una risa sale de mis labios al darme cuenta que he dado en el punto exacto y sigo hablando ante su silencio.

—Reagan la gente normal no siempre necesita premios ni estímulos para poder perdonar.

 —Toda la gente siempre busca un interés —me rebate—. Puede ser económico, emocional, material etc. Pero las personas no siempre hacen cosas desinteresadas por otros. Todo tiene un precio en esta vida hasta el perdón.

—¿Y crees que mis sustos también lo tienen? —lo molesto dándole una sonrisa.

—Podría ponerle algún valor al igual que al amor.

—Me ofendes Reagan. Me ofende tu descaro —sigo en son de broma.

Sacudo la cabeza risueña y él no deja de mirarme el rostro, que la intensidad me hace apretar las cintas de la bolsa que llevo. Y ese cosquilleo aparece de la nada en mi vientre y le doy una inclinación de cabeza despidiéndome de él para volver al restaurante.

Esta vez no me detiene y corro por entremedio de las mesas. Me meto detrás de la barra y me voy a la sala en donde están los casilleros.

Jackson aparece por la puerta.

—¿Otro cliente importante? —Me adelanto a su orden, en tanto guardo la bolsa de los utensilios de manualidades en el casillero.

—Si —confirma contento, porque es más dinero para su restaurante—. Es el alto ejecutivo que vino ayer. Prepárale el privado, porque esta vez viene solo.

Bufo, porque por esa descripción ya me imagino quien es. Me pongo el delantal negro en la cintura y me apuro en subir las escaleras para dejar todo limpio y pulcro para esperarlo. No me demoro más de diez minutos cuando el chico de la mirada azul sube las escaleras.

—Retírate Jackson —demanda Reagan sin dejar de contemplarme de pies a cabeza—. Que aquí la señorita me va a atender.

Jackson me da una mirada, buscando las respuestas a esa confianza que tiene conmigo. Yo me mantengo inalterable, pero Reagan no, porque se impacienta cuando ve que el hombre no se va esperando alguna contestación por parte de nosotros. 

—Te dije que te retiraras o ¿no me escuchaste? —repite con mayor fuerza, que el dueño se disculpa y sale cabizbajo devolviéndose al primer piso.

A él podrá intimidar con esa voz ronca y golpeada, pero no a mí, que lo miro mal.

—¿Qué haces aquí? —me cruzo de brazos.

—¿Así recibes a un cliente premium? —pregunta burlón, acercándose peligrosamente a mí.

Trastabillo algunos pasos quedando con mi espalda pegada en el mueble donde guardo las vajillas. Me muerdo los labios y niego cuando lo tengo a centímetros de mi cuerpo que incluso puedo percibir ese calor corporal emanando de sus músculos.

—Pensé que nos veríamos en la tarde.

—Si. Eso es correcto muñeca. Ahora solo vine almorzar como un comensal más.

Su sonrisa torcida no la disimula y no sé porque me siento inquieta estando a su lado. Lo veo como una amenaza, pero a la vez no. Es rara la mezcla de emociones que me provoca, vuelvo a observar esos azules y tiemblo cuando recuerdo mi pintura al óleo.

«¡Diablos! si me inspire en él, pero eso nunca lo sabrá»

—Está bien —me muevo a un lado rodeándolo—. Tome asiento.

Reagan se da vuelta mirándome curioso, pero luego cambia a un tono serio que antes no había escuchado.

—Deja de tratarme de usted —me regaña—. Que ya te di permiso para tutearme. Además, vas a ser mi esposa, que aún mas confianza vamos a tener y quien sabe tú y yo nos volvamos mucho más íntimos.

Se desabrocha con tanta seguridad los dos botones de su chaqueta de traje y se sienta en los sillones de cuero como si fuera un mismísimo rey, su confianza es de temer. 

 —¿Tan seguro estas de mi decisión, que piensas que voy aceptar?

—Si. No tengo ninguna duda de eso. Y estoy ansioso por comenzar nuestra aventura.

Entreabro mis labios y alzo mis cejas.

Reagan es la personificación de la arrogancia, seguridad y dominación. Te persuade hasta que no te das cuenta y ya te encuentras de rodillas ante su merced.

Lástima que conmigo no funciona que le respondo igual de altanera poniéndome a su altura.

—¿Comenzar qué? —lo desafío con el mentón en alto—. ¿Nuestra relación falsa? ¿o estas ansioso por llevarme a la cama?

Una risa brota de su garganta y me parece un sonido muy lindo que podría estar escuchándola siempre y estoy segura que jamás me aburriría. El tono que ocupa es armonioso. Se rasca el mentón y esos azules se clavan en mis grises.

—Eres una chica directa.

—Y tu un chico que se va en rodeos —respondo a la par.

—¡Vaya! Julián tiene razón.

—¿En qué? —pregunto curiosa.

—En que eres una fiera, disfrazada de gacela.

—Te dije que las apariencias podrían engañar.

—Eso estoy viendo.

Se queda quieto en esa pose de hombre galán, con un brazo sobre la superficie, mirándome a los ojos, que tanta intensidad me hace galopar a mi corazón, muevo mi pie izquierdo. Niego con la cabeza para alejar esos pensamientos que vuelve aparecer como una ráfaga de viento y vuelvo a mi actitud profesional, para preguntarle que va a pedir.

Reagan esta vez me señala que quiere vino, filete y papas bravas. Lo atiendo con toda esa dedicación que se me exige, pero el muy idiota me hace quedarme en un rincón para verlo comer.

De vez en cuando me mira de soslayo y luego vuelve la vista al ventanal. Teclea cosas en su celular y se vuelve a meter un bocado, su movimiento sexy me hace seguirlo con la mirada, que me acalora todo con esa elegancia que destila por los poros de su cuerpo.

—¿Puedes traerme un babero? —pregunta de la nada sacándome del trance y riéndose.

—¿Un qué? —Cuestiono perdida y parpadeo varias veces.

—Necesito un babero para ti, porque te vas a manchar esa blusa tan bonita que llevas con la baba que estas soltando por mí.

Ruedo los ojos e igual me rio, porque en si tiene razón. Lo estaba mirando con total descaro, pero aún no lo acepto del todo. No pienso dejar que él gane. 

—Que egocéntrico eres Reagan. No eres el único hombre guapo de esta tierra.

—¡Vaya! Lo estas aceptando, pero parece que soy el único hombre que te pone a tiritar las piernas.

—Claro. Claro. Sigue pensando cosas que no son, cariño.

—¿Segura muñeca? Porque no te has dejado de moverte desde que subí esas escaleras. ¿Acaso te pongo nerviosa?

Junto mis cejas y lo miro mal, pero ese apodo ha comenzado hacer estragos en mi sistema. Los cables de mi cerebro se cruzan haciendo corto circuito y como no tengo nada bueno que decir me frustro.

—¡Joder eres exasperante! —exclamo—. Mejor me voy.

Tomo la maquinita del mueble en la cual sale automáticamente la boleta de consumo, corto con furia el papel y la dejo encima de una bandeja plateada para que pague. Ya luego vendré por el dinero.

—Oye debes atender a tu cliente favorito. Todavía quiero pedir algo más —se queja como niño chiquito—. ¿Por ejemplo que postre tienes para ofrecerme, Kiara?

—Hay una alta variedad, mejor dime qué postre quieres tú —respondo más golpeado de lo que quería sonar.

—Algo dulce, perverso y adictivo —el tono de malicia me eriza la piel, junto al calor que se acumula en mi rostro. Estoy segura que estoy como un tomate de rojo, porque sus palabras activan esa humedad que me hace apretar las piernas—. Sugiéreme un postre así.

Tengo tantas ganas de que se vaya y me deje trabajar en paz, pero su sonrisa oscura, juguetona y fresca me desestabiliza. Ladea la cabeza esperando, que me tomo unos segundos para contestar.

Su postura retadora me incita a seguir este juego de seducción que no sabía que podía existir. No con el apuesto, soltero codiciado, serio y gran empresario Reagan Armstrong del holding más importante de EE.UU.

—¿Quieres algo como yo? —susurro un poco avergonzada.

—Ves que eres inteligente, muñeca —halaga riéndose—. Nos vamos a entender bastante bien.

—Si, pero no en una cama, así que deja de pensar en sexo Reagan, que eso es uno de los puntos que no transare en nuestro acuerdo. Y ya me aburrí —digo dándome vuelta y mirándolo por sobre mi hombro—. Ve a quejarte a la administración por mi mala atención.

Voy a bajar las escaleras, pero no alcanzo a dar otro paso, porque una mano me presiona el vientre y mi espalda se pega al pecho de Reagan, que puedo sentir sus músculos firmes bajo esa camisa entallada. La respiración se me agita y más cuando su boca se pasea por mi cuello. El aliento cálido a vino me eriza la piel.

—¿Qué... que haces? —tartamudeo.

—Demostrarte cuál es tu lugar —susurra demasiado seductor que a mis las piernas me han comenzado a temblar.

—¿Y cuál es mi lugar según tú?

—Estar entre mis brazos. Y hay que empezar a practicar para que sea creíble nuestra pequeña mentira.

Me da un beso en la mejilla, que mi sistema se ralentiza y el corazón se me queda quieto, dejándome sumida en un encanto que no sabía que tenía. Su mano baja por mi espalda dándome escalofríos, cuando me toca las caderas y me observa el trasero.

—Reagan… —susurro agitada al notar la mirada de fuego que me da. Siento que me incendio viva.

—Paso a las cinco por ti, muñeca. Espérame lista y dispuesta para recibir a tu futuro esposo. 

Vuelve a dejar un beso en mi hombro, me guiña el ojo y yo trago saliva cuando lo veo bajar por las escalares como todo un adonis. Sin miedos, ni nerviosismo, sino que siendo él, dueño de todo lo que le rodea. 

Reagan es de los hombres que se comen el mundo y se llevan a quien sea por conseguir sus aspiraciones, y para mi desgracia siento que me ficho como a una presa indefensa.

—¡Carajo! eso es lo último que quiero —susurro para mí, poniendo mi mano en mi pecho. Las pulsaciones se me han vuelto erráticas, después de aquel acercamiento tan invasivo.

«¡Por favor no!» Ruego en mi interior.

Porque tener un corazón roto por una ilusión que ha empezado como un vil y perverso juego de seducción y tensión, es lo que he estado evitando todo este tiempo y ahora no puedo permitirme otro problema más a mi vida.

Suficiente tengo con intentar sobrevivir en este mundo cruel y despiadado en el cual me toco vivir.

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