Capítulo Dos: Soy una Camarera

KIARA

«No puede ser»

«No puede ser»

«No puede ser»

Me quede dormida, que salto de la cama y piso algunos tubos de pinturas al óleo, mi piel se mancha y maldigo por lo alto, pero después tendré tiempo de ordenar y limpiar el desastre que he dejado.

Me meto a la ducha bañándome con agua fría para regañarme por la imprudencia.

Anoche fue un caos para mí. Me llamaron del hospital y me toco partir directo a urgencias, que solo pensarlo el corazón se me arruga.

Gracias a Dios pudieron estabilizar a mi hermana Kelly, quien lleva un mes hospitalizada por su tratamiento y después que estuve con ella un rato. Llegue a mi departamento a las mismas tres de la mañana.  

No podía dormir, por la angustiada que se había anidado en el fondo de mi alma, así que me puse a pintar, pero me quedé dormida con todos los utensilios de mi hobby desparramados por todos lados.

Salgo de la ducha y busco de inmediato la lencería roja. Me coloco los vaqueros negros, los botines altos del mismo color y la blusa negra con el logo de la cafetería que tiene en el costado derecho. El cabello me lo seco con la toalla y ni me maquillo, porque no alcanzo a más.

Las ojeras de mapache no las disimulo, pero ya tendré tiempo. Entro a las siete de la mañana y son las seis treinta de la mañana, que me apuro en cerrar la puerta con llave.

Corro por las escaleras de emergencias, porque el ascensor se parece a un tren a carbón de lo lento que es. Llego al primer piso y mientras camino a la salida me coloco el abrigo rojo.

Por fin está comenzando la anhelada primavera, pero no para mí que sufro de alergias con las florecillas de campo y que me hacen estornudar con cero glamour pareciendo una abuelita que arruga todo su rostro.

—Buenos días señorita Kiara —me saluda el señor Smith, amable que le devuelvo el saludo con la misma efusividad.

El cielo nublado y la ligera lluvia que cayó esta madrugada, hacen el ambiente más húmedo de lo normal. Meto mis manos en los bolsillos y apuro el paso. Tomaría un taxi, pero con el tráfico de esta ciudad, es como para atrasarte mil horas más.

Corro cuando el semáforo siguiente va a cambiar de color rojo a verde. Esquivo a las personas y pongo un pie en la calle, pero me llevo un susto que casi me amenaza con hacerme pis ahí mismo. Las ruedas chirrían y a mí el corazón me galopa cuando veo que casi me atropella en plena vía peatonal.

—¡Hey Idiota! —mascullo furiosa golpeando el capo del auto elegante de último modelo que ha quedado a un centímetro de mi cuerpo—. Ten cuidado por donde manejas ¿no ves que está en verde? —señalo el semáforo y sacudo la cabeza.

Hay gente tan imprudente, que quizás que pajaritos lleva en su mente para casi arrollar a un montón de personas, sin embargo, no me detengo a espera unas disculpas y sigo corriendo por las atestadas calles de Manhattan.

El tráfico está en su peor punto y todo mundo hoy salió más temprano de lo normal, que sigo eludiendo a los transeúntes que obstaculizan mi camino para llegar a la cafetería-restaurante en la cual trabajo. Doblo en la avenida West 72 y el nerviosismo se apodera de mi cuerpo al ver el panorama que me espera.

«Mi jefe malhumorado me va a regañar otra vez»

La fila de personas que está en la puerta de la cafetería trasciende toda la cuadra para pedir su café matutino. Todos están con caras de pocos amigos, por lo que me imagino que mis compañeros también se han atrasado.

Me salto la fila que recibo algunos comentarios inapropiados y entro notando la cara angustiada de Abril, que atiende a un cliente temblorosa, porque ella es nueva aquí. Solo lleva una semana.

—¡Este es el tercer café que derramas! —le grita un señor de alrededor de unos cuarenta años—. No puedo creer que contraten a gente tan incompetente.

Abril se le llenan los ojos de lágrimas y respiro hondo para no decirle un improperio por la poca empatía que tiene, pero un cliente es un cliente. Y odio esta política, porque si fallas con uno de ellos, Jackson te descuenta aquel pedido, el cual debes pagar con tu propio sueldo o propinas.

—Señor —musito con respeto—. Dígame que va a llevar.

—Estoy esperando mi latte caramelo con crema batida —mira su reloj—. Pero ya he perdido quince minutos aquí por gente que…

—Se lo preparo enseguida, solo deme unos minutos —Lo interrumpo para que no siga diciendo sandeces y miro a Abril con ternura—. Por favor encárgate de recibir los pagos y yo preparo los pedidos de todos.

La pelirroja de cabello ondulado y pecas adorables asiente cabizbaja y el señor déspota le paga el café. Me saco el abrigo que cuelgo en el perchero de atrás y me pongo el delantal.

Salgo a la barra y comienzo hacer maravilla como barista.

Saco un vaso grande y pongo una cucharada abundante de caramelo. Luego bato la leche que el sonido retumba en mis oídos, pongo el café el expreso y vuelvo a llenar el vaso de leche, y por último la crema batida que adorno con salsa de caramelo, el olor a café recién hecho me hace salivar la boca.

Y de la vitrina saco un trocito de pastel de chocolate, esos que son ideales para clientes difíciles y lo empaco junto a las servilletas y la bombilla reciclable.

—Señor su café y una disculpa de la casa —El rostro le cambia cuando ve lo que ha conseguido dándome una sonrisa y yo finjo otra aludiendo a la cortesía que debo mantener—. ¡Que disfrute su café y espero que vuelva pronto!

«Ojalá no lo vea más por acá»

Así se nos va la mañana, preparando cafés y empacando pasteles de diferentes sabores que piden los clientes. El estómago me gruñe porque no tome desayuno.

El reloj marca las diez treinta y por fin se ha desocupado dejándonos sin ningún cliente que atender, que me acerco a Abril quien intenta no llorar.

—Rojita sé que esto puede ser difícil —le doy animo poniendo una mano en su hombro—. Pero créeme… todos al principio nos ponemos nerviosos y nos cuesta tomarle el ritmo a un nuevo trabajo, pero con un poco más de practica todo saldrá bien.

—No puedo darme el lujo de perder este empleo —las lágrimas le recorren el rostro poniéndose roja—. Mi abuela necesita sus medicinas y yo…

Un sollozo la abarca y la abrazo, porque yo más que nadie se lo que es trabajar para darle el bienestar que tu familia tanto necesita. Ella es una chica joven apenas tiene veinte años y se ha quedado al cuidado de su abuela que tiene un montón de enfermedades y esta postrada.

—No dejare que lo pierdas ¿De acuerdo? —acaricio su cabello y ella asiente.

—Gracias Kiara, eres mi sol.

Sonrío a su gesto amable y beso su frente.

—Ahora a trabajar.

Jackson llega y ni nos dirige el saludo. Sino que se va directo a la caja registradora para contar el dinero que ha ganado esta mañana.

Lo ignoro enfocándome en mis labores matutinas.

La cafetería- restaurante “Dulce tentación” su modalidad de trabajo es sencilla.

En las mañanas de siete a doce del día solo se sirve café y pasteles frescos para llevar. Y a las doce y cuarto del mediodía se abren las puertas del restaurante para atender a todo aquel que quiera almorzar.

El fuerte de este local son sus almuerzos caseros y contundentes que prepara el chef Denis. Los cuales te hacen volver una y otra vez por más.  

Siempre he pensado que le echan algún ingrediente adictivo, porque la selección de clientes siempre se repite. Y cuando llegan caras nuevas, estas se vuelven frecuentes, por eso de doce y cuarto hasta las mismas cuatro de la tarde es un caos atender aquí que tienes que convertirte prácticamente en pulpo, ya que camareros solo somos siete.

Y luego se cierra a las cinco, pero como hay que dejar limpio y listo para el otro día, nos terminamos de ir a las mismas seis de la tarde. Es agotador, el sueldo no es muy bueno, pero las propinas es lo que te hace quedarte, porque lo compensan todo.

Algunos días son mejores que otro, pero en comparación a un camarero promedio, nosotros ganamos mucho más y por eso ya llevo tres años trabajando aquí. Entre con dieciocho años, desde que salí de la preparatoria.

Lo otro bueno es que nos dan el almuerzo y el desayuno, por lo que me ahorro en comprar comida de más, cosa que agradezco porque cada dólar cuenta para el tratamiento de mi hermana y poder mantener mi departamento.

Barro el piso y trapeo dejándolo reluciente, en tanto Abril y Ethan bajan las sillas que estaban dadas vueltas sobre las mesas. Ponen los manteles blancos, adornan con servilletas y floreros la superficie dejando listo para pedir las ordenes de los comensales.

Termino de arreglar todo y me voy al camarín de atrás.

Abro el casillero para dejar mi mochila que antes había dejado en el perchero y saco el estuche de maquillaje para disimular con el corrector las ojeras que tengo. Peino mi cabello largo azabache en una cola alta y me pongo máscara de pestañas para lucir mis ojos grises que contrastan con mi piel bronceada. 

Plancho mi delantal con las manos y me arreglo la blusa que queda dentro de mis pantalones negros. El reloj marca las doce y todos se preparan para recibir al mar de personas que se aglomeran. Lunes a viernes es el mismo dilema. Los sábados son más flojos y el domingo está cerrado, que es mi único día libre.

—Kiara —me llama Jackson y me acerco a él que sigue en la caja registradora—. Hoy viene un cliente importante. Quiero que lo atiendas personalmente, ya que no puede haber errores.

Soy su empleada más fiel. Creo que por eso es de los que ni me molesta cuando trabajo.

—¿Quién es? —pregunto curiosa. Saber el nombre es importante para poder dirigirme con más respeto hacia el cliente.

—Julián Davis, es abogado del Holding Armstrong.

—Está bien. Entonces les preparare el privado.

—Yo los recibiré personalmente.

Quedamos en eso y me voy al segundo piso en donde está el privado.

Es un sector en donde a veces se arrienda para hacer algunas reuniones privadas, cumpleaños o simplemente hablar de algún negocio nuevo que requieran un ambiente tranquilo, lejos del bullicio y murmullos de los comensales.

La vista es hermosa porque los ventanales traseros son de completo vidrio que dan al Central Park, justo frente a la laguna natural. Un lugar verde y armonioso que solo te trae paz, pero que últimamente se ha puesto peligroso con los asaltos de mano armada.

Pongo el mantel blanco en la mesa. Lo plancho con mis manos para que quede centrado y del mueble de roble de los costados, saco la vajilla de plata junto a la loza azul de porcelana. Adorno con los tulipanes amarillos y me preparo para esperar.

La libreta y el lápiz azul los mantengo en mis manos y me muerdo los labios. Aunque llevo trabajando bastante, igualmente me pongo nerviosa.

La cabeza canosa de Jackson aparece y detrás de él vienen dos jóvenes de trajes que por un segundo dejo de respirar al ver lo imponente que son.

El primero es demasiado guapo, quien me tapa la vista del segundo, quien se queda a medias escaleras revisando su celular. 

El primero es un chico castaño de ojos color miel, quien lleva un traje beige con corbata roja. El abrigo negro lo mantiene doblado en su brazo y su sonrisa es perfecta que da esa sensación amigable y bromista.

—Ella es Kiara White —me presenta Jackson—. Quien se encargará de sus pedidos, Señor Davis. Espero que disfruten la comida.

—Mucho gusto señor Davis —sonrío haciendo una leve inclinación de cabeza.

—¡Vaya, vaya! —dice en tono seductor—. Si me decían que mujeres tan lindas atendían, hubiera venido mucho antes.

Intento sonreír, pero me sale más una mueca. No me gusta cuando empiezan en ese tono que me hace sentir incomoda. Su mirada se pasea por mi cuerpo que me tenso más.

—No seas imbécil —esa voz ronca y golpeada me eriza los vellos de la nuca—. La estas incomodando con tus comentarios inoportunos. Discúlpalo él rara vez tiene cerebro…

Sus ojos se clavan en los míos y guarda silencio de golpe cuando me contempla, que un cosquilleo aparece en mi estómago. Aprieto la libreta sin poder apartar esa mirada de hielo y cielo que me dedica, tornándome inquieta. Ese color azul claro es precioso sin contar las pestañas largas que tiene.

El cabello rubio lo lleva peinado hacia un lado como un auténtico caballero y su mandíbula cuadrada esta recién rasurada, dándole ese toque de suavidad, pero sin perder el estilo varonil, que me permito observarlo de pie a cabeza.

Su traje azul junto a la camisa blanca con la corbata de rayas azules le hace juego a su piel cremosa. Los brazos se le marcan a través de la chaqueta del traje que me hacen tragar duro, para llegar a esas manos grandes y venosas que encuentro tan atractivas y que la presión se me dispara por las nubes.

«¡Santa m****a!»

«¿Qué se sentirá gemir debajo de ese cuerpo fornido?»

«¡Diablos! Me regaño por ese pensamiento impertinente»

Pero no puedo negar que el hombre misterioso tiene un aura bastante imponente y peligrosa que es imposible de que pase desapercibido.

Su belleza esta fuera de este planeta. Sin embargo, siento que algo me atropella cuando me doy cuenta que él también me observa de cuerpo completo, fijándose en cada detalle de mi anatomía, que las mejillas se me enrojecen y el corazón se me acelera.

Salgo de esa ensoñación, carraspeando.

—Por favor tomen asiento —susurro y me doy vuelta para tomar del mesón las cartas de menú.

La espalda me quema con las miradas que seguramente me están dando, que siento un escalofrío por toda mi medula espinal.

Jackson se despide y me quedo a merced de estos hombres que solo me hacen ponerme la piel chinita.

«Por favor que no sean de esos clientes difíciles»

Solo eso pido.

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