Capítulo 28

El gélido aire golpea mi rostro y se clava en mi piel como diminutas dagas filosas que buscan llegar hasta mis huesos. Estamos en medio de un bosque que ahora me parece enorme, el viento sopla con fuerza anunciando la llegada de algo.

—Tranquila —me dice Kronos sin soltar mi mano.

Volteo a verlo y frunzo el ceño.

—Aún pienso que eres mi estúpido vecino —farfullo.

—Me conformo con eso ahora —encoje sus hombros—. Pero ¿cómo era eso de…?

—Olvídalo.

Le doy un codazo en las costillas.

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