HANS (Un Amor Caótico)
HANS (Un Amor Caótico)
Por: Ravette Bennett
Epígrafe

—¿No hay nada que se pueda hacer, doctor? —pregunté removiendo mis manos nerviosa.

—Lo siento —niega destrozándome por completo—. Lo recomendable es iniciar con las quimioterapias cuanto antes.

—Pero es tan pequeño —la voz me tiende de un hilo y el dolor en mi pecho se transforma en filosas dagas que me rebanan el alma.

—El cáncer no distingue edades señora Watson.

—Está bien —musito mirando a mi hijo.

Meto los dedos de mi mano entre las hebras color caramelo de su cabello, solo tiene tres años y verlo postrado en una cama del Hospital comunitario, me hace temblar de miedo.

—¿Está usted bien? —pregunta el doctor viéndome de arriba abajo con preocupación.

Sé lo que debe estar pensando, traigo hecha tirones el uniforme que suelo usar en la taberna, mi cabello está enredado, tengo golpes en el rostro y me duele todo el cuerpo, mi blusa está manchada de sangre y tengo arañazos por todo el rostro y parte del cuello, sin contar que mi sexo ha sido lastimado.

Hace cinco horas que acababa de salir del trabajo, había doblado turno para poder acumular completar el dinero de la renta, la semana pasada fue el cumpleaños de Oliver, mi pequeño, y quería comprarle algo digno, comimos helado y pasamos la tarde juntos, la triste realidad llegó después, cuando su papá no me depositó dinero, no responde mis llamadas y me ha bloqueado de todo.

Mi idea era llegar a tiempo para mañana ir a una entrevista de trabajo, tener dos empleos sería una locura, en uno laboraría por la mañana y en otro por la noche. Pero quería que mi bebé estuviera orgulloso de su mamá. Lástima que todo no siempre sale como uno quiere, fui abordada por cinco hombres ebrios que me violaron y me aventaron en un callejón como costal de b****a, no reconocí el rostro de ninguno, era muy noche y había poca luz.

Se llevaron mi dinero y solo dejaron mi móvil porque era un modelo muy viejo al que ni la cámara le funcionaba, fue ese momento en el que recibí la llamada de Prim, mi mejor amiga y niñera de Oliver diciendo alarmada que mi hijo había escupido sangre y que lo había llevado al hospital. Lo demás es historia, lo cierto es que a mis veintitrés años he pasado por tanto que incluso el ser violada y golpeada no es importante cuando de la vida de mi hijo se trata.

—Estoy bien —los ojos se me llenan de lágrimas por el dolor físico—. Voy a estar bien.

—Mandaré a que la revisen por si acaso —añade el doctor de sonrisa amable.

—Gracias —respondo en un tono apenas audible.

Sale de la pequeña y deteriorada habitación, sin poder contener un minuto más el tumulto de emociones que se acumulan en mi pecho y hace doler el nudo que se atora en mi garganta, sollozo.

—Vas a estar bien, cariño, lo prometo —acaricio su mejilla.

La puerta se abre enseguida, entra Prim con cara de pocos amigos, es una pelirroja hermosa de ojos grises a la que le pago por cuidar a mi hijo mientras trabajo, nos conocimos en la Universidad, cuando estudiábamos juntas un taller de repostería.

—Son unos malditos, ¿puedes creerlo? —resopla—. Me cobraron hasta las gasas, los hijos de perra.

—Te voy a pagar todo, en cuanto...

—¡Dios! —se horroriza al verme.

Prim no me había visto porque cuando llegué al hospital ella estaba en el área de caja, pagando, porque aunque sea un hospital comunitario, lo cierto es que te cobran hasta el agua.

—¿Pero qué te ha pasado? —se acerca y me toca los golpes del rostro.

—¿Me creerías si te digo que solo me asaltaron? —sonrío con ojos llorosos.

—No.

—Entonces no hagas preguntas, solo diré eso. Es lo que necesitas saber.

—Somos amigas, puedes contarme lo que sea —toma mis manos entre las suyas.

—Me violaron cinco hombres cuando salía del trabajo, no les vi el rostro, así que…

—No puede ser —me envuelve entre sus brazos y agradezco el que Oliver esté dormido. No quiero que vea a su mamá derrumbada—. Tienes que denunciar…

Niego con la cabeza.

—No tengo tiempo ni dinero, apoyo o energías para eso, ahora lo importante es Oliver, es lo único que me importa —me tiembla la voz.

Y es que es imposible no derrumbarme, mis padres me echaron cuando me enamorada como una ilusa, me casé con un chico tres años mayor que yo, Dylan Hans, alguien de quien no sabía hasta que me reveló su verdadera identidad, luego de eso lo obligaron a hacerse responsable y asumir las consecuencias, pero nunca imaginé que se trataba de un famoso cantante de pop, y que era billonario.

Los primeros meses fuimos felices, hasta que un día hizo las maletas argumentando que se iría de gira, jamás regresó, no lo volví a ver, luego me enteré que estaba embarazada y mandó a sus abogados para que desalojara su lujosa mansión, así que aún casada con él, regresé a Manhattan, cuando pedí el apoyo de mi familia, quienes tenían dinero y una posición acomodada, me dieron la puerta, argumentando que el dinero que tenían era para costear la carrera de modelo de Isabell, mi hermana mayor de veintiocho años.

Así que sola, embarazada y sin un centavo, tuve que apañármelas para salir adelante sola. Hasta que un día me encontré con Prim y ella fue mi salvación. Me ayudó. Y lo sigue haciendo. Intenté muchas veces contactar al padre de Oliver, lo logré apenas el año pasado, no habló conmigo, fueron sus abogados, y es como llegamos a un acuerdo en el que me depositaria cierta cantidad para Oliver, los primeros cuatro meses fueron bien, pero después, de la noche a la mañana dejó de depositar, me contacté con los abogados y nunca me respondieron.

"Interrumpimos la transmisión especial para avisarles que los boletos para el concierto de Hans, están agotados"

Dice el conductor del programa televisivo. Alzo la mirada oara ver la imagen del viejo televisor, detrás del hombre aparecen muchas chicas gritando eufóricas.

—Tienes que decirle, es su padre, tiene que hacerse responsable —dice Prim apagando el televisor.

—No tengo idea de dónde buscarlo o cómo hacer para que me ayude.

Oliver ni siquiera tiene su apellido, no se lo quiso dar, está registrado con el mío y no lo conoce, pero él a su padre sí, sea lo que sea, no dejo que nuestros problemas influyan en él, es su fan, y pese a tener solo tres años, habla bien y entiende que el hombre que sale en la tele es su papá.

—Yo sí.

La voz de mi mejor amiga me hace salir de mi ensimismamiento.

—Prim…

—Tranquila, tú déjamelo a mí.

—¿Qué piensas hacer? —pregunto con temor.

Entonces me mira y llena de rabia me dice:

—Creo que ya es momento de que conozca a su hijo, ese maldito de Hans.

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