Goomah

Brianna

 Cerré la puerta tras de mí y vi a Cavalli sentado en un sillón en medio de la estancia con más claridad.  La tenue luz que me iluminaba no me dejó ver su cara, sin embargo podía imaginarla a la perfección. 

Me acerqué hasta él lentamente, caminando de manera sinuosa. Levantó la vista y me miró. 

—Hola –dije con mi mejor voz de buscona—, ¿alguien ha pedido un baile especial? 

—Yo fui –respondió con voz cortante.

Bueno, parecía mas bien un caso de anti-stripper que había sido arrastrado hasta allí a la fuerza por alguien más. Sonreí. Aunque en este caso, él lo había pedido ¿por qué? 

—Pero querrás que baile para ti, ¿verdad?

Me acerqué más a él para poder mirarle de cerca. Levantó la vista y sus ojos grises se clavaron en los míos. Eran fríos y hermosos. Los ojos más hermosos que he visto nunca.

¿Qué es lo que quería en realidad? Era la pregunta más adecuada en aquel momento en el que me hundía en la confusión más absoluta y mi tanga evidenciaba aquello. 

Me miró fijamente, casi traspasándome.

Parpadeé confusa, presa de esa mirada tan penetrante. Me di la vuelta para hacerle una señal a Bruno de que pulsara el botón que ponía la música en marcha y así poder centrarme tras el ligero descoloque que habían provocado en mí sus ojos claros.

Caminé hacia el escenario. 

Permanecí de espaldas a él escuchando las primeras notas de Fever saliendo de los altavoces y llenando la habitación con su insinuante melodía. 

Me moví despacio y provocativamente hasta el centro del escenario. 

Me agarré a la barra metálica que se erguía orgullosa en el centro del escenario y me dejé caer para girar sobre mí misma mientras doblaba una pierna. Me incorporé arqueando mi cuerpo al ritmo de la música y avancé hasta el borde del escenario.

Comencé a moverme despacio, agachándome poco a poco mientras me tocaba con ensayada lentitud. Giré la cara para mirarle. Sus ojos habían adquirido la oscuridad lánguida habitual que el deseo solía provocar. Observé que sus labios formaban una perfecta línea en su inescrutable rostro. Me acerqué contoneándome para detenerme justo frente a él. Levantó la mirada y la situó en mis pechos. Estiré la mano para acariciar su mejilla. Fue como tocar un cable de alta tensión. Una corriente eléctrica me recorrió desde las yemas de los dedos hasta la punta de los pies. Seguí adelante con mi baile, ignorando esa sensación y el nerviosismo que me provocaba su mirada recorriendo mi cuerpo.

Mierd@, Brianna, eres bailarina. Todos te miran así. ¿Qué pasa con él?

Casi no lograba controlarlo, se imponía con alevosía sobre mí, aprovechando su posición para marcarme con deseo, ese que febril y pecaminoso quemaba mi piel con solo una mirada. 

Me senté sobre sus rodillas quedando frente a él con las piernas abiertas. Así me habían instruido con esmero. 

Como hacían todas siempre, igual que en todos los bailes privados. Él llevó las manos a los muslos sin dejar de mirarme a los ojos. Empecé a ponerme nerviosa. Observé su rostro. Piel clara, mandíbula marcada, barba de un par de días, labios carnosos. Era demasiado atractivo y tentador. 

Quizás le gustaba ver lo que provocaba en el sexo opuesto sin más. El poder que le otorgaba ser obscenamente irresistible, puede que simplemente jugará con todas. Sin embargo también estaba consciente de lo que provocaba en él, del brillo vehemente en sus ojos, su respiración agitada, sus dedos clavándose en mis muslos, su mirada de hielo volviéndose ardiente. La forma en la que se mordía el labio inferior intentando contener el deseo que lo devoraba, como si supiese lo que podía hacerme y la anticipación lo desbordara por completo. 

Me incorporé sin prisa, acercándome más a él, y la cercanía se volvió insoportable cuando pegó su pecho al mío. 

Sus manos pasearon por mi cuerpo desde la cintura hasta asir con fuerza mis glúteos y cayeron pesadas sobre sus rodillas. Me apretó contra su cuerpo, tensando la mandíbula como si intentara resistir, pero aún así podía sentir su virilidad próxima a mi zona más sensible. 

 Me di la vuelta para empezar a desnudarme y su mano sostuvo la mía para detenerme. Di un respingo de sorpresa, nadie me había advertido lo difícil que sería. Su mano subió rozando mi piel hasta la mitad de mi espalda y sus labios rozaron mi oreja cuando los abrió para hablar. 

—Estoy aquí por ti…solo por ti—susurró logrando que me estremeciera. 

Su mirada comenzó a vagar sobre mí cuerpo y suave tremor recorrió mi piel cuando sus manos se escurrieron suavemente sobre ella. 

Deslizó sus manos por mis brazos como si esperase que le dijese que parara, sus dedos llegaron a mí cuello, lo tocó lentamente hasta llegar a mi clavícula y mi pecho, levantando las palmas para rozar apenas con las yemas de sus dedos anhelantes hasta llegar al inicio del corpiño del vestido y mis senos. Se detuvo buscando aprobación y yo solo pude tragar saliva, por lo que sus dedos se enredaron en las finas tiras, dándole un suave jalón, que me hizo soltar un gemido que a acalle cuando sus ojos cayeron sobre mí como una tempestad. 

Mi corazón latía excesivamente rápido en mi pecho. ¿Qué c@rajo estaba pasándome? Intenté tomar el control nuevamente y llevé las manos hasta la cremallera. 

Al bajar la cremallera del vestido volví la cara para afrontar su mirada de nuevo. Él seguía ahí, serio, observándome. Me sentí desnuda ante su intensidad.

Menuda idiot*z, porque después de todo estaba quitándome la ropa para él, era strípper, ya estaba casi desnuda, solo tenía puesto ese diminuto conjunto de ropa interior y el vestido cayendo sobre la mitad de mi cuerpo. Pero me embargó una sensación extraña. 

Deslicé el vestido por mi cuerpo al ritmo de la canción, quedándome con el tanga de encaje negro y el sostén casi transparente como únicas prendas sobre mi piel. Me giré despacio para acercarme a él sin dejar de moverme sensual, intentando que no se notara el estúpido nerviosismo que me había invadido. Pasé una pierna a cada lado de las suyas mientras apoyaba una mano en su hombro. Él levantó la cabeza para mirarme a la cara mientras alargaba una mano para acariciarme el muslo. 

Casi tuve que sentarme en el suelo del estremecimiento que me sacudió. 

Si antes me había recorrido una corriente al tocarle lo de entonces fue como un tsunami.

Abrí la boca presa del placer más absoluto ante sus incesantes caricias en mi muslo. Casi gemía. Agaché el rostro para mirarle. En ese momento su seriedad desapareció dando paso a una sonrisa ladeada que jamás olvidaría. Sus ojos grises chispearon llenos de lujuria mientras sus labios dibujaban esa sonrisa torcida, tan peligrosa. 

Mi cara debía ser una mezcla de confusión y deseo. Por no hablar de la situación.

Ahí estaba yo, la strípper, por si lo había olvidado, medio desnuda  delante de ese pedazo de hombre que irradiaba sensualidad por todos los poros de su piel, presa por completo de esa mirada seductora que me estaba dedicando. 

¿No solía ser yo la que tenía el control sobre los hombres? Intenté justificarme pensando que no era un hombre cualquiera, exudaba peligro e intensidad. 

—La canción ya ha terminado —dijo muy despacio. 

Aparté la mirada de la suya, turbada. Ni me había dado cuenta.

¿Cuánto tiempo llevaba ahí parada con semejante cara de tonta?

Perfecto. 

Di un paso atrás dispuesta a recoger mi vestido del suelo y salir corriendo de ese cuarto, cuando su mano agarró con más fuerza mi muslo. Volví la mirada para afrontar de nuevo sus ojos. Seguía sonriendo de esa manera. En ese momento supe que la tela de mis braguitas se había mojado y me aterraba la idea de que él lo notara. 

Se incorporó de la silla lentamente, sin apartar sus dedos de mi piel.

Muévete, apártate de él y sal corriendo.

Sí, sí, cerebro, entiendo tu lógica, pero no quiero hacerte caso. Me gusta, me atrae como una luz brillante a una polilla tonta. 

Se puso de pie, moviendo despacio su mano sobre mi cuerpo hasta terminar apoyada en mi trasero. Mi respiración se aceleró de manera notoria. 

—¿Tu verdadero nombre es Artemisa?

Su voz aterciopelada me envolvió colapsando mi sistema nervioso. Negué con la cabeza, imposibilitada por completo a articular palabra. Si por lo menos apartara la mano… Un momento.

Mi cerebro pareció reaccionar por fin.

—¿Te importaría apartar tu manaza? O Bruno vendrá aquí a pararte los pies en cualquier instante, si quieres un extra debes pagarlo, pero te advierto que yo debo aceptar…—solté eso con mucha más entereza de la que esperaba.

Sonrió abiertamente dejándome obnubilada con esa maravilla de dentadura.

—¿Qué crees pasaría si no lo hago? ¿Sí me niego a dejarte ir? — preguntó con tono seductor.

—¿Qué pasaría si el segurata te rompiera las piernas por más importante que seas? Los monos que trajiste, te deberían llevar en dos partes. Esta es zona neutral y no tienes poder aquí. 

Eso sí que surtió efecto. Apartó la mano como si le acabara de echar aceite hirviendo por encima.

Pero yo seguía clavada al suelo sin poder moverme ni un milímetro. Él se dio cuenta de ese detalle y me obsequió con la sonrisa torcida de nuevo.

—Parece que te sientes cómoda estando casi desnuda delante de un desconocido—murmuró mirándome de arriba abajo.

Llevé las manos de forma instintiva a mis pechos. 

—Es mi trabajo.

Sacudió la cabeza afirmativamente, sin dejar de mirarme.

—Me preguntaba si sería posible algo más que un baile contigo, aunque no es  para lo que crees.

Noté mi corazón detenerse un par de segundos. El Capo quería acostarse conmigo. Algo dentro de mí comenzó a hacer un bailecito ridículo, pero otra parte se sintió ofendida. No quería eso, o si que lo quería, pero no de esa forma. 

—N-no… —contesté como pude porque la garganta se me había secado por completo.

Chasqueó la lengua.

—Este no es lugar para alguien como tú… 

Céntrate, Brianna. ¿Por qué le importaba si era o no un lugar para mí? No puedes acostarte con este cliente, ni por todo el dinero del mundo. Él era un lobo con una atractiva mascara, la seguridad primero. Aunque te pagara mil dólares… Por mil dólares podría…¡No! Estaba loca, ¿qué podría hacerme un hombre como él? Ese no era del tipo que me quitaría la flor delicadamente, ese hombre talaría completamente el bosque. 

—¿Y a usted qué le importa? 

Gracias a Dios que una parte de mi cerebro solía ayudarme cuando me perdía dentro de un bucle mental.

—Me importa más de lo que crees —.  Acercó una mano a mi hombro y lo recorrió despacio hasta el codo, provocándome un escalofrío por todo el cuerpo—. ¿No te gustaría salir de este sitio…? 

Se acercó a mí despacio. Mis ojos le miraban desenfocados. Noté su aliento en mi rostro, suave, fresco. No olía a alcohol. Ese hombre no había bebido nada.

Olía a menta y a tabaco. Me encantó. Cerré los ojos mientras me deleitaba en ese aroma.

Un momento. No, no, no.

Abrí los ojos inmediatamente. ¿Qué me estaba pasando?

Me miraba fijamente. Se mordió el labio, como si estuviera dando vueltas a algo. Por un segundo me quedé inmóvil, muerta de curiosidad. El señor Cavalli me agarró las muñecas con sus manos y se inclinó para susurrarme al oído...

—Tengo que proponerte algo.

—¿Me está haciendo una proposición, como si fuera una fulana? ¡No seré su goomah*! —de pronto me sentí humillada y confundida. Me había quedado pálida. Le di un rodillazo en la ingle, el segundo de esa noche—. Puede que no sea rica, que no maneje los códigos de este mundo, pero ¡esa no es razón para que me trate como a una prostituta! ¡Yo sé que dije que aceptaría dar un extra,  pero no puedo! ¡No con usted! ¡Yo sé como terminan todas ellas! 

—No es lo que quería decir —jadeó.

Di un paso atrás de manera brusca. Él me miró frunciendo el ceño. Sin pronunciar palabra me agaché para recoger el vestido del suelo, dar media vuelta y salir a toda velocidad de esa habitación que se había tornado claustrofóbica.

Eché a correr, con Cavalli siguiéndome de cerca. De vez en cuando, renqueaba y hacía muecas de dolor. Me sentí como Cenicienta, saliendo del baile a toda prisa. Era hora de ponerme otra vez mis harapos.

—¡Por favor! ¡Ni siquiera me has dejado hablar! ¡Escúchame! No era eso lo que quería insinuar…déjame explicarte… 

Me sentía acalorada, respiraba con esfuerzo, mi corazón latía a un ritmo vertiginoso en mi pecho. ¿Qué había pasado ahí dentro?

Fui al camerino, me vestí todo lo rápido que pude y dejando caer mi armadura,  comencé a llorar. 

*Goomah: amante de un capo mafioso a cambio de dinero y regalos.  

 

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