Tan real como efímero

Cada día es una batalla más, una la cual siento que pierdo en el intento de salir victorioso y sin heridas. He tratado de reformular y construir rutinas que me permitan estar más tiempo con mi hija, pues esa conversación que escuché la otra noche con su amiga aún me sigue rondando la cabeza. Sé que ya es una mujer adulta y, que probablemente, no necesite de mí, pero ella no ha tenido una guía y una consejera en esos asuntos del corazón. Aunque Melanie me dio la leve impresión de ser esa chica que le indica lo que es correcto y lo que no.

Planee una tarde con ella, por lo que no me esperaba que fuera a salir muy arreglada para algún lugar que no quiso contarme. Estar solo en la casa, sin hacer nada mientras los recuerdos me atacan y me persiguen por cada rincón que pise de la casa, me hizo salir a la calle sin pensarlo dos veces.

Necesitaba aire, las paredes parecían aplastarme y matarme lentamente bajo esa presión. Me vi caminando por los alrededores del parque que queda muy cerca de la casa, disfrutando del radiante solo que golpeaba en mi rostro. Los niños jugaban, sus padres los cuidaban a lo lejos, parejas caminaban tomadas de la mano, jóvenes en las burbujas de sus conversaciones y sus asuntos; cada uno enfrascado en sus realidades y en sus fantasmas.

—¡Fuera de mi camino! — escuché una voz femenina gritar, pero antes de que me diera tiempo a reaccionar un golpe fuerte y seco en la espalda me hizo caer de cara al suelo—. ¿Acaso es que sordo, o qué? — refunfuñó.

—Lo siento, no sabía que me gritaba a mí — me levanté y al ayudarla me di cuenta que era Melanie.

—Sr. Keith. Discúlpeme, no lo vi — apretó los labios y desvió la mirada.

—No fue tu culpa, no te preocupes — vi su rodilla lastimada, y me agaché para cargar la bicicleta en mi hombro—. Vamos a casa, debes curarte. De paso arreglo tu bicicleta.

—No hace falta, todo está bien. Además, voy a tarde al trabajo.

—Por lo menos déjame llevarte. Igual no puedes guiar la bicicleta, así como está — la rueda se había doblado un poco, por lo que no le quedó de otra que aceptar.

—En ese caso, acepto que me acerque al trabajo — caminamos hacia la casa.

—No sabía que trabajaras.

—Trabajo en una cafetería todas las tardes.

Al llegar a la casa, dejé la bicicleta en el garaje y sin perder tiempo llevé a Melanie al lugar de su trabajo. En el camino no hablamos, pero quería preguntarle muchas cosas sobre Katie; sin embargo, me abstuve. Se supone que debo ganarme la confianza de mi hija, no preguntar a escondidas a su amiga con quien sale y con quién no.

—Es aquí — señaló la cafetería, y me detuvo frente a ella—. Gracias por traerme, Sr. Keith. Aunque no debió molestarse.

—Era lo menos que podía hacer después de haberte estrellado conmigo.

—También tuve culpa — soltó una risa contagiosa—. En todas estas, Sr. Keith; ¿se encuentra bien de su espalda? El golpe más doloroso lo recibió usted.

—Estoy perfecto, no me duele nada — sonreí ladeado—. ¿A qué hora sales de trabajar?

—¿Disculpe? — parpadeó varias veces seguidas.

—Puesto a que la bicicleta hay que arreglarla, pues no tienes como regresar a casa. Me gustaría llevarte a tu casa en cuanto salgas...

Su teléfono me interrumpió de golpe. Me sentía nervioso, lo que menos quería era sonar un aprovechado o algo por el estilo. Más por la expresión confusa de su rostro.

—¿Qué quieres? Te dije que no me llamaras más — dijo ella, frunciendo el ceño levemente—. No me interesa saber razones, Rubén. Lo único que te pedí fue confianza y sinceridad, y tú no solo fallaste en esas dos, sino también traicionaste al supuesto amor que sentías por mí.

De nuevo me sorprendo con la madurez con la que habla. Es tan joven, pero parece ser conocedora de mundo.

—¿Sabes? El amor deber ser genuino; tan real como efímero, pero verdadero, sincero y sin engaños — se quedó por unos segundos en silencio—. No me importa lo que pienses de mí. Ahora bien, no me sigas llamando porque no quiero y tampoco me interesa saber nada de ti. Tus falsos perdones me saben a hipocresía de la más pura — colgó la llamada, soltó un largo suspiro y la vi cerrar los ojos con fuerza, tal vez conteniendo las lágrimas lo más que podía.

No supe qué decir, solo nos quedamos en silencio. Preferí darle su espacio, pero parecía afectarle sus propias palabras más a ella que a esa persona al otro lado de la línea.

—Le ofrezco otra disculpa, Sr. Keith. En cuanto a cómo regreso a mi casa, no se preocupe. Tomaré un taxi para que me lleve de vuelta.

—Pero...

—Gracias, y hasta luego, Sr. Keith — bajó del auto sin siquiera permitirme decir una sola palabra más. Aunque no era para menos, las lágrimas ya decoraban sus mejillas, lo que me hizo sentir sumamente mal.

Quería decirle que aún era joven, y lo que menos debía era sentirse menos por el amor no correspondido de un hombre que no la supo valorar, pero mis palabras se estrellaron en mis dientes. No sé si sea atrevido de mi parte quedarme esperándola hasta que salga del trabajo, pero una parte de mí me dijo que no podía dejarla sola. Menos cuando tan afectada se encontraba.

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