Soledad

Los años fueron pasando rápido, pero muy lentamente para mí. Cada día me pierdo en el pasado, en los recuerdos de la vida que tenía con mi Elena; en lo felices que éramos y en lo poco que duramos uno en brazos del otro. Son cinco años los cuales aún creo estar en un sueño; pienso que en cualquier momento despertaré y ella estará de nuevo con nosotros; dándonos el amor y la felicidad con tan solo una sonrisa y una mirada. Ella tenía ese don de arreglar los días grises con su mera presencia, en cambio, ahora todo se ha vuelto negro. Mi amor por ella sigue intacto, tan intacto como desde el primer día que mi corazón empezó a amarla.

Mi hija ya es una mujer, hecha y derecha, pero con el dolor aún vivo en su corazón y en su mente. Hemos aprendido a sobrevivir con la ausencia de ella, pero no soportamos y tampoco aceptamos la decisión que tomó el cruel destino. Nos arrebató lo que tanto amábamos, y ese hecho nos hace morir cada día de forma lenta y agonizante.

«Seremos tú, mama y yo para siempre, papá». Recordar las palabras de mi hija, tienen un poder desgarrador y destrozador que nadie más, a excepción de mí puede sentir ese dolor que me carcome día tras día. Si pudiera pedir un deseo; ese sería traerla de vuelta, dar mi propia vida por salvar la suya. No obstante, la realidad nos golpea, nos lleva al abismo de la resiliencia; una la cual parece no querer llegarnos. Incluso la casa perdió el brillo, la paz y el color tan armonioso que sentía con ella cuidando de ella. Elena era una mujer que transmita paz y felicidad, aunque por dentro ella se tragaba en silencio todo el dolor.

Tomé su fotografía entre mis manos; aquella donde su cabello largo, ondulado y castaño jugaba en el viento, mientras sonreía ampliamente, el corazón deja de latir cada que los recuerdos me atacan con fuerza. Lo único que siento por dentro de mi piel, es un enorme vacío. Jamás me había sentido tan solo en la vida, ni la fortaleza que debo tener con mi hija me hace sentir vivo.

Ella, por su parte, ya no necesita más de mí. Incluso puedo contar los días en que se vaya de casa y forme su vida. El hecho de pensar que, lo único que me ha mantenido de pie todo este tipo se vaya de mi lado, más muerto y miserable me siento. Aunque tengo que tener claro que los hijos no son eternos, y que tarde que temprano ellos deben construir su propio camino. Además, no soy quién para negarle la felicidad a mi hija. Ella merece conocer el mundo, enamorarse, sufrir un poco y volver a levantarse con la cabeza en lo alto. Katie es mi mayor orgullo...

—Es nuestro orgullo, mi amor. No tienes idea de lo mucho que nuestra bebé ha crecido; ya no es más la pequeña traviesa que hacía de tus días felices. Ahora es igual de hermosa e inteligente como lo eras tú — el nudo que se formó en mi garganta me quemó el pecho y destrozó los latidos de mi corazón—. Nos hace mucha falta. Te necesito tanto. Daria mi vida para que regresaras así sea unos pocos segundos.

Besé la fotografía con las manos temblorosas, permitiendo liberar ese dolor que hay guardado en mi corazón, pero entre más trato de salir adelante, más me hundo en un pozo sin fondo. En la soledad y frialdad de nuestra cama me abracé a los enormes recuerdos que me brindada la calidez de sus brazos. Las lágrimas que brotan de mis ojos, son ácido y veneno para mi alma.

—Despiértate pequeño dormilón — sentí una leve y suave caricia en mi cabello, la cual me hizo remover en la cama e ir despertando poco a poco—. Ya amaneció, papito.

—Me quedé hasta tarde trabajando — le mentí a mi propia hija, pero ella no objetó a nada—. ¿Qué hora es, mi amor?

—Son las: 7 AM., aún estás a tiempo de arreglarte e ir a la oficina — dejó un beso en mi mejilla, se levantó de la cama y antes de salir de la habitación me dio una mirada por encima de su hombro—. Preparé el desayuno; lo que más te gusta y lo único que sé cocinar, desde luego. No tardes.

Entre risas salió de la habitación. ¿Qué sería de mi vida si no tu viera ese pequeño rayo de luz entre tanta oscuridad?

Me organicé lo más rápido que pude, tengo los minutos contados y no quiero perder la costumbre de desayunar con mi hija. Es el vínculo más sagrado entre ella y yo.

—Está noche Mel se quedará en la casa — avisó, una vez estábamos en la mesa comiendo del desayuno que había preparado—. No te molesta, ¿verdad?

—Sabes que no me molesta. Melanie es una buena chica.

—También saldremos a bailar un rato — se encogió de hombros—. Te prometo que nos cuidaremos.

—Confío en ti, mi amor. Solo no regresen tan tarde... pero diviértete — me levanté de la mesa, tomé mi maletín y dejé un beso en su frente—. Regresaré tarde, tengo mucho trabajo. Cuídate, y si me necesitas no dudes en avisarme.

—Regresaremos temprano.

Caminé hacia la puerta, pero antes de abrirla sus palabras me detuvieron.

—Tú tampoco regreses tan tarde, papito. Últimamente llegas a la madrugada.

—He tenido mucho trabajo, mi amor.

—Lo sé, pero también debes cuidarte — suspiró—. No quiero que enfermes por exceso de trabajo. Papá, de verdad considera lo que te dije hace poco; unos días de vacaciones te sentaría de maravilla.

—Lo pensaré, mi amor — sonreí—. Prometo llegar temprano. Ten un bonito día en la universidad. Te quiero — salí de la casa con el corazón estallándome en el pecho.

¿Cómo le explico que, muero en la soledad que hay en la casa? Por ello, es que ella y mi trabajo es lo único que me hace olvidar por pocos segundos el dolor de mi corazón.

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