4.

El rey dio una última mirada a la muchacha y a sus padres. Le habían dado todo el derecho a él de decidir el futuro de su hija, ellos ya no querían a la princesa con ellos.

— Damos inicio al juicio — dijo el juez con firmeza.

Reino de Garicia

Nombre: Eva de Mitros

Edad: 25

Rango: Princesa.

Acusada de: Adulterio.

El pueblo aclama: Muerte.

— Frente a nosotros tenemos a la que una vez fue princesa, futura reina de Garicia, Eva de Mitros, condenada por adulterio junto al príncipe Jone Pride. Acusada de traicionar a la realeza al confabular con el príncipe, no solo por adulterio, sino también a favor de un posible atentado contra el rey. 

— Eso es mentira, yo no hice nada por-

— ¡Silenció! — ordenó el rey haciéndola callar.

— Según la ley — el juez leyó — A todo aquel que traicione al rey y al reino de Garicia será sentenciado a muerte al instante de proclamar la condena, sin embargo, frente a las modificaciones hechas años atrás por los reyes, a todo aquel que traiciones al rey será sentenciado a voluntad del pueblo siendo así llevado por dos posibles caminos: El calabozo o el destierro.

— Piedad — susurró la princesa de rodillas.

— No hay compasión por una adultera traicionera — soltó el príncipe al lado de su padre.

El bebé al fin se movía, por lo menos un rayito de esperanza se sembró en el corazón de Eva.

— Es así, como la primera sentencia deberá llevarse a acabo por los representantes del pueblo. Mi rey, si así lo ordena, le pido permiso para proceder con la condena.

El rey observó por última vez a la joven frente a él. Era una lástima que una chica como ella fuese una pecadora. Gusteau se dirigió a los padres de la anteriormente princesa. Ellos le dieron el permiso necesario para continuar, se veían decididos y avergonzados por su hija.

— Permiso concedido.

EL juez dio inicio a l juicio por el primer delito: Traición.

Los representantes del pueblo comenzaban a cuchichear entre ellos, mujeres y hombres iban a juzgarla, aquellos que alguna vez había ayudado.

— Declaro la destitución de Eva de Mitros como princesa y futura reina de Garicia. Todos sus derechos y privilegios han sido revocados a favor del juicio. De ser así, abogado, le cedo la palabra.

El abogado de la realeza tomó su portafolio y se dirigió hacia la enorme mesa sonde estaban los pobladores.

— Su alteza real, su majestad, juez presente y todos. Hoy estamos aquí denunciando traición al rey y al reino. Esta chica que aquí — la señaló — Es causante de las notables revelaciones reales para con nuestros enemigos, se revelaron estrategias y posibles alianzas que son una daga oxidada para el reino de Garicia. Dichas revelaciones traerán caos al pueblo, sus hijos no tendrán comida, volveremos a la época de muerte y sangre por los pasillos de sus casas. Seremos esclavos de reinos extranjeros a causa de una mujer, de esta mujer.

— Eso no es cierto — susurró sollozando.

— ¿Dejaremos a una mujer peligrosa en las calles? ¿Dejaremos que el reino se vea afectado por esta mujer?

— No, claro que no — susurraban.

— ¿Dejarán a sus hijos sin hogar? — habló llamando la atención de las mujeres quienes veían a Eva como una asquerosidad.

— Nunca.

A Eva nadie la defendía, le negaron cualquier defensa, era ella enfrentándose a un crimen que no había cometido, era ella sola contra su familia.

— Queremos pruebas — dijo un hombre sabio.

— Eso tendrán — respondió el abogado bajo la atenta mirada del rey quien asintió con la cabeza.

Las pruebas eran simples y concisas, había testigos que afirmaban hacer escuchado a Eva de Mitros confabular con sus enemigos.

— Requiero al primer testigo.

El primer, sungo, tercer testigo afirmaron la acusación, todos trabajadores del palacio. Uno por uno daba su versión de los hechos.

Habían visto a la princesa junto al enemigo de Garicia a las afueras del castillo, iban por las cosechas de arroz cuando vieron por el rabillo de una madera a la princesa conversar amenamente con uno de los guardias del reino enemigo. Dijeron que la escucharon hablar de los secretos del rey y sus puntos débiles.

Por su parta, Eva no daba crédito a lo escuchaba, le habían puesto una especie de soguilla en la boca para que no hablase. ¿Ella confabulando con el enemigo? Era sumamente absurdo sabiendo el peligro que le causaría a su bebé.

Todos contaban la misma historia con el más lujo de detalles ganándose la confianza de los representantes del pueblo quienes la creían culpable.

— Dada la participación de los testigos, procedemos con la segunda sentencia. El delito cometido por la Eva de Mitros, según la ley se decreta la potestad del demandante a decidir por la vida del bebé en camino y de la madre, quien cometió el pecado de adulterio contra el príncipe de Garicia. Procedemos con la respuesta del reino.

— Señores — continuó el abogado — El príncipe Herald Hyde de Garicia, aclama por la muerte del bebé y el destierro de la joven.

Las señoras, madres, del pueblo se sorprendieron por la decisión del príncipe, jamás habían escuchado tal sentencia hacia una princesa. La muerte del bebé era insólita, en cambio los hombres pensaban en el futuro de Garicia y en la desgracia y deshonra que el bebé significaba.

No, no, no por favor. Pedía Eva bajo la soguilla, llorando y deseando desatarse. Era solo un bebé inocente, era su bebé.

Con mi bebé no. Lloraba desesperada.

— Las pruebas son contundentes, en cada carpeta frente a ustedes tienen las evidencias del engaño, la fecha y el lugar. Se ve claramente a Eva de Mitros, fornicando con el príncipe Jone Pride. Hemos hecho las verificaciones concretas de la veracidad de las imágenes. Allí también podrán ver los resultados — habló el abogado caminando alrededor de Eva poniéndola muy nerviosa.

Los susurros y exclamaciones no se hicieron esperar. Los jadeos de Eva aclamando compasión por su bebé no se dejaban de escuchar en todo el salón real; se sentía derrotada, destruida por quienes amaba, se sentía miserable y desprotegida, sin embargo, se sintió morir al ver a su hermana colocarse al lado del abogado.

— La testigo de la familia real, la princesa Catherine de Mitros, hermana de Eva de Mitros.

— Princesa, jura decir toda la verdad y nada más que la verdad frente a Dios y al rey de Garicia. — dijo el juez.

— Lo juro — respondió sin mirar a su hermana.

Cat, no, tú no.

— ¿Por qué está declarando en contra de su hermana? — preguntó del juez.

— Me veo en la necesidad de hacerlo, señor juez, por mi familia, por mis padres. Su adulterio ha dejado en el ojo de la tormenta a mis padres y eso no lo puedo permitir.

— Cuéntenos, princesa. ¿Dónde estaba usted la noche de los hechos?

Catherine suspiró — Iba a ver a mi hermana, tenía algunas ideas que comentarle para el día de su boda. Estaba feliz por ella, iba a tener un bebé y un esposo que la amaba; es entonces cuando pasaba por su habitación, la puerta se encontraba entre abierta. Oí jadeos provenientes de la habitación y es allí donde vi a mi hermana con un hombre.

— ¿Está usted segura que no era el príncipe Herald?

— Sí, completamente segura. Lo distinguí por el color de cabello, era un hombre de cabellos rojizos, no castaño como el del príncipe.

— Esas fotos, ¿las tomó usted?

Se exaltó — Claro que no. Según lo que sé, esas fotos fueron tomadas un tiempo después del día en que vi a mi hermana con el príncipe Jone.

— ¿Quiere decir que no fue la primera vez que Eva de Mitros fornica con el príncipe Jone Pride?

Catherine observó a su hermana con cautela. La vio llorar y suplicar. Eva no podía creer que su propia hermana, su sangre, la persona que era su modelo a seguir la estaba apuñalando por la espalda. No daba crédito a lo que escuchaba. La estaban quemando, su propia familia estaba condenándola.

— Así es.

El barulló comenzó, las mujeres la tildaban de mala madre, me mujerzuela, de adúltera.

Herald tenía la mirada perdida, el odio se apoderó de él. Quería que la mujer cagase por su traición, por su engaño. Había sido un tonto todo ese tiempo, no se había dado cuenta del tipo de mujer que dormía con él todas las noches, la odiaba y aborrecía, a ella y al hijo de la mujer.

— El niño — habló por primera vez en el juicio el príncipe Herald — Es un peligro para el reino — pausó —aclamo la muerte del hijo de la acusada.

¡No! Gritaba debajo de la soguilla. ¡No! Por favor. Lloraba. Mi bebé no.

Eva sentía su alma romperse, no quería perder a su bebé. Le dolía que el propio padre de su hijo pidiera su muerte, le partía el corazón ver como las personas que amaba la juzgaban sin detenerse, sin compasión por una mujer embarazada, sin piedad hacia un bebé que aún no nacía. Un bebé hijo de la realeza que tenía que ver la luz del sol.

— Me disculpo su alteza, mi rey, mi reina. El avanzado embarazo de prin- … Eva de Mitros impide aplicarle un aborto. — espetó el doctor del pueblo.

— ¿Estás completamente seguro? — preguntó el rey desde su trono.

— Sí, su majestad. No es posible acabar con la vida de un bebé en ese estado.

El doctor trataba en todo lo posible de evitar la muerte del bebé. Estaba del lado de la princesa bajo las sombras, algunas personas lo estaban, como Livene; quien lo había llamado por ayuda hacia la princesa. Era lo único que podía hacer por la princesa Eva, Livene no podía hacer nada más.

— ¡Destierro! ¡Destierro! — Aclamaron los representantes del pueblo.

— Orden. — apresuró el juez tomando en sus manos la decisión final — Su majestad, mi rey, le pido me conceda el permiso de proclamar la condena hacia Eva de Mitros.

— Por favor, Dios mío, ayuda a mi princesa — susurraba Regina desde una esquina del salón. No la dejaban acercarse a su señora.

— Adelante — concedió el rey.

— Por el poder que se me ha otorgado. Hoy, se sentencia a Eva de Mitros, destituida de su cargo de princesa, condenada por traición y adulterio en contra de la realeza y reino de Garicia. El pueblo ha decidido, se condena a Eva de Mitros y a su hijo a muerte inmediata. — sentenció antes de que los jadeos de Regina y algunas personas que apreciaban a Eva se escucharan.

Los gemidos de dolor de Eva no se hicieron esperar. Lloraba intentado zafarse de las soguillas que ole impedían exclamar por justicia, lloraba por su hijo quien no vería crecer, quien no vería su carita pequeña, a quien no criaría con amor y bondad. No lloraba por ella, ya poco le importaba su vida, su bebé era lo más preciado que poseía en ese momento.

— ¡Piedad, por favor!

 ¡Mujerzuela! ¡Adúltera! ¡Destierro! ¡Destierro! Muerte a la princesa.

Logró zafarse de las sogas.

— Sin embargo — continuó el juez — La pena de muerte ha sido erradicada, por lo que es mi deber sentenciar a Eva de Mitos el destierro absoluto de las tierras de Garicia.

El corazón de Eva volvió a su lugar.

Lloró, lloró por la esperanza que su bebé de irradiaba.

Sería desterrada, pero tendría a su bebé al lado.

— He dicho.

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