3.

3ER CAPÍTULO

— Su majestad, el sargento Kali está aquí —susurró el consejero del rey.

Adney Relish levantó la mano e hizo un gesto para que permitieran el pase a la mujer.

Vestida con armadura y casco, Kaliyaqcha se adentró a la sala real del palacio, junto a algunos guardias que resguardaban su seguridad.

A su lado derecho llevaba su larga y filosa espada, al estar frente al rey sacó su casco de la cabeza dejando caer su cabellera rojiza y rulosa hasta la cintura. Hizo una reverencia guiando su torso hacia abajo con la cabeza agachada, irguió su postura y dijo: Rey Adney, solicitó mi presencia.

— Así es, Freya —añadió el nombre de la muchacha con confianza—. ¿Fuiste al Nido del Búho?

— Sí, majestad. Estuve allí antes de venir.

— Bien, bien. Niquemio me ha comentado tus inquietudes, ¿por qué no me lo comentas? 

— Estoy segura de que el director le dijo sobre mis condiciones, después de ello, no tengo más que añadir.

— Entiendo —dijo el rey tocando su barba—. Prefieres condenar al reino que te acogió, por una princesa desaparecida. Entiendo, claro que entiendo.

— Rey Adney, el sarcasmo no va con usted.

— Por supuesto, si esto gano yo por darte mi confianza. 

— Majestad, usted sabe perfectamente que mis motivos tienen validez.

— Lo sé bien, Freya, pero también sé que no es mi deber buscar a una princesa de otro reino. 

— El rey de Garicia no lo hará.

— ¿Y cómo puedes saberlo? Si tanto Herald Hyde desea unirse a Litacros, ¿por qué no buscar a la muchacha que se lo garantiza? 

— Porque es hija de mi madre y sangre de mi sangre.

— Sargento, —dijo con presencia— no la mandé a llamar para hacer una lista de sus lazos sanguíneos. Quiero que me confirme su participación en esta misión.

— Vuelvo a repetirle, mi rey; yo quiero que busque a mi hermana. 

— Eso no es factible, Freya.

La mujer suspiró con pesadez.

— Entonces debe hacerlo factible, majestad —añadió—. Le hablo como una mujer perteneciente a su ejército, como la sargento Kali y agente de Corona Nocturna; si lo piensa, mi rey, encontrar a la princesa Aldara antes que el rey Herald nos garantiza la duración de sus planes, nos dará tiempo para encontrar lo que usted desea y destruir al reino enemigo desde dentro. Pero si ellos la encuentran antes, ¿usted puede garantizar que no la encontrarán mañana y su plan persistirá? No lo dude, majestad, encontrarla nos trae más que beneficios. 

— Mmm.

— ¿Qué es lo que desea el rey Adney? Seguir el plan mientras la incertidumbre nos abruma o estar seguro de que la aparición de la princesa de Garicia no será un obstáculo en el camino. 

— Dime algo, Kaliyaqcha, si no acepto tu propuesta, ¿qué es lo que harás?

La muchacha ladeó su labio formando una sonrisa de satisfacción. Su decisión ya estaba hecha. 

— Majestad, duda de mis palabras.

— Quiero saber tus intenciones antes de dar mi veredicto.

— Y yo quiero saber su respuesta ante mi sugerencia, pero no todo se puede tener en esta vida, majestad. 

— Estoy soportando tu insolencia únicamente por el aprecio que te tengo. 

— No es mi intención faltarle el respeto, majestad. 

— Pues no es lo que parece, sargento.

— Se lo puedo asegurar, mis deseos de justicia son tantos como sus deseos de poder —sonrió—. Solo he sugerido lo que a usted se le escapó de las manos… 

El rey, sentado en su trono, observó al hombre de pie al lado. Este, al notar la mirada del rey, irguió su espalda y colocó sus manos detrás; asintió la cabeza dando razón a la sugerencia de la sargento. 

Se tomó unos minutos para pensar en su decisión y finalmente lo anunció. Al momento de escuchar las palabras del rey, la sargento sonrió con satisfacción y dijo: "Admiro la valentía de mi rey". Sin más, hizo una reverencia con la cabeza agachada. 

— Ya que he aceptado tu propuesta. ¿Qué más quieres? 

— Muchas cosas, majestad, pero ahora estoy a su disposición.

— Harás todo lo que se te ordene. 

— Sí, majestad.

— Pondrás a tu pueblo antes que tu sangre —la mujer demoró en contestar—. Pasé tu falta de respeto hacia mi reino, no toleraré más alguna intención de traición.

— Majestad, me ofende. No me hago conocida por traicionera. 

— Discutiremos esto en otra ocasión, Freya. Ahora solo me interesa tu disposición y lealtad hacia tu rey.

— Dispongo de su confianza para dar una respuesta fidedigna a sus dudas: Mi lealtad hacia Nepconte me es indiscutible.

— Lo tengo claro, Freya. Lo que no quiero es que tus intereses con Garicia deje perjudicado a mi pueblo.

— Le doy mi palabra, mi rey. Si usted cumple con lo antes pactado, yo seré fiel esclava de sus órdenes.

— ¡De acuerdo! Da por hecho el inicio de la búsqueda de tu hermana. ¡Oriol! —llamó al consejero— Envía una carta a Corona Nocturna con estas palabras: Se ordena la búsqueda inmediata de la princesa Aldara de Garicia —la sonrisa de Freya se amplió— y el pronto viaje de la sargento Kali y el coronel Choules. 

— Majestad —la mujer trató de replicar.

— El carruaje marcha esta misma noche, sin objeciones ni retrasos, sargento. Oriol…

— Sí, mi rey.

— Trae ante mí aquella bandeja —el consejero hizo llegar el objeto de plata y la destapó. El soberano tomó dentro de ella, y con el sello oficial de la familia real, un sobre color verde—. Aquí están las indicaciones que debes seguir, quiero ser informado de tus movimientos y decisiones, ¿entiendes? Necesito que me informes cuando Herald te escoja.

— Así será, majestad —dijo ella al tomar la carta en sus manos.

— Bien, ve nuevamente al Nido del Búho y haz lo que tengas que hacer antes de tu partida, porque a partir de ahora solo te comunicarás conmigo o con Niquemio. 

— Lo que usted diga, majestad. Si no requiere más mi presencia, me dispongo a retirarme.

— Vaya —la sargento evidenció su respeto con una reverencia y se colocó el casco que la diferenciaba de los guardias del reino. Se dirigía hacia la gran puerta del salón, pero la voz del rey la detuvo—. Y Freya … —ella observó al rey sobre su hombro— Merezco saber tu decisión antes de haber aceptado la búsqueda. 

Kaliyaqcha sonrió.

El rey, de pie, esperaba con ansias la respuesta de la mujer.

— Aceptado o no, nunca me hubiese perdido la oportunidad de ser el verdugo de mi enemigo. 

Adney Relish, rey de Nepconte, cayó a su trono, abatido y manipulado.

— Freya, Freya … ¿Cómo es que siempre caigo ante tus palabras? 

— De la misma manera como su corona cayó en mis manos, majestad —de inmediato, la rosa del rey resonó por todo el salón principal del palacio—. Tenga buen día, mi rey.

Sin esperar más tiempo, la diosa Kaliyaqcha, sargento del ejército del rey Adney, salió del palacio resguardada por unos guardias hasta el caballo que esperaba por ella. Pasó por el pueblo mientras cabalgaba hacia el Nido del Búho, detrás de ella la seguían los mismos guardias especializados en resguardar la seguridad de la protegida de los reyes; muchos miraban a aquella persona montada en el caballo con tal brillante armadura y el murmullo no se hizo esperar.

"Qué guapo caballero", "ese hombre es del ejército del rey", "¿estará buscando esposa?"

Más y más cuestionamientos se esparcían entre las jovencitas al tiempo que la sargento continuaba su camino hacia el Nido del Búho.

— Quédense aquí, entraré solo —la mujer se dirigió a los guardias.

— Sí, sargento. 

Freya bajó de su caballo negro y dejó las riendas en manos de la servidumbre del lugar. Entró en la pequeña fortaleza, se despojó de sus ropas y su casco reemplazándolos por un bonito y simple vestido. 

— Señorita, ¿desea que le prepare una ducha?

— No, no me quedaré por mucho tiempo —respondió la mujer hacia la anciana—. ¿Todo está listo? 

— Sí, milady. La esperan en el saloncito principal.

— Ahora manda a preparar un baúl con mis mejores ropas, joyas y el perfume de rosas. Lo requiero en dos horas, ¿podrás hacerlo? 

— ¡Por supuesto señorita! Yo misma guardaré sus vestidos.

— Ya estás vieja, Irma; manda a alguien más que lo haga.

— Usted siempre tan linda, milady —dijo la anciana con burla mientras peinaba los cabellos rojizos de la joven. 

— Ay, Irma, Irma. Sabrás que me ausentaré por un tiempo, ¿verdad? 

La anciana detuvo su accionar

— ¿Qué dice, señorita? ¿Otra guerra se aproxima? 

— Sí, pero no como lo piensas. Iré a una guerra en pausa, una donde haré justicia por mis propias manos. 

— No puede ser —susurró la anciana—. ¿Llegó la hora? 

— Así es y necesito que mientras esté por esas tierras me informes todo lo que sucede aquí, Irma. Te encargo lo más preciado que poseo. 

— No se preocupe, milady; cuidaré de esta fortaleza con mi propia vida —Freya se levantó de la sillita y se dirigió hacia la puerta.

— Bien. No olvides lo que te he pedido y … Coloca en el baúl el vestido verde esmeralda. 

— ¿El de terciopelo? El de …

— Ese mismo, Irma. Ese mismo. 

Cuando Freya estaba por cerrar la puerta, la voz de la anciana la detuvo.

— Señorita Freya —nombró la mujer con voz entrecortada. Irguió su espalda y continúo—. Que la sangre de sus enemigos se derrame entre sus manos y vengue la injusticia del pasado.

Kaliyaqcha, entonces, sonrió.

(...)

Pasaron algunas horas y Freya regresó a Corona Nocturna con un baúl lleno de sus pertenencias y con su armadura puesta. Se dirigió, entonces, a la oficina del director para leer con comodidad la carta que recibió del rey. Mientras leía las palabras del rey Adney, Freya no pudo evitar pensar en lo que sucedería cuando estuviese frente al rey de Garicia y su esposa, la reina.

El monarca de Nepconte de pedía utilizar un nombre desconocido por muchos para presentarse en sociedad y un apellido conocido por todos. 

Ella observó al hombre que tenía enfrente.

— ¿Por qué? 

— No te entiendo.

— ¿Por qué mi nombre? ¿Por qué su apellido? 

— Eres mi hija, Freya.

— Es peligroso exponer verdades ante tantos demonios. 

— ¿No te gustaría que tu nombre fuese recordado por muchos? ¿No te gustaría escuchar que Freya Dagger vengó la muerte de su madre y derrotó al rey de Garicia? —Freya quedó en silencio—. Utiliza el nombre que te dio tu madre y el apellido que yo te di, es mi mayor deseo.

— No estoy segura de esto.

— Freya, úsalos, te lo pido como un favor. Representa a Nepconte, a tu madre y a la vida que te fue arrebatada. 

Ella suspiró.

"Estimada Freya: 

Ha llegado la hora. 

Hace mucho tiempo esperábamos este momento y al fin ha llegado. Es hora de tu partida y espero que nos traigas el triunfo. 

Tu deber es conseguir información sobre las alianzas y decisiones de Litacros y Garicia, buscar sus puntos débiles y apuñalarlos. Sé que será complicado, pero deberás seguir estás órdenes al pie de la letra. 

A partir de ahora te harás llamar Freya Dagger, hija de una nueva familia de comerciantes en Garicia que pasa por una delicada situación económica. Tus padres murieron y lo único que te queda es tu hermano Bronson Dagger; con quien vives en una casa en Iterbio donde la servidumbre estará esperando por su llegada.

Tendrán una semana para adaptarse y hacerse conocidos en el pueblo. Luego de ello irán al baile que organiza el rey y harás tu trabajo, llamarás su atención y serás el reemplazo de la princesa. Si tenemos suerte, debido a tu popularidad, el rey permitirá que te quedes con tu nombre y sea conocido por todos como princesa de Garicia. 

No te preocupes por las personas que conocerás en Iterbio y seguro te reconocerán cuando seas presentada como princesa, pues ese ya no es nuestro problema. 

Desde ese momento tu misión es quedarte cerca del rey de Litacros, serás su prometida.

No puedo asegurarte qué pasará luego, porque eso depende de ti. Solo espera las órdenes que se te harán llegar como cartas de tu hermano y tú harás lo mismo.

Niquemio tiene todo listo para tu partida esta noche, saldrás de este reino y harás lo que tengas que hacer por Nepconte.

Te aconsejo que lleves a algún agente de confianza y le indiques lo necesario, pues tendrás que tener aliados en territorio enemigo. Alguien que será tu doncella, tus ojos y oídos.

Que los dioses iluminen tu camino, mi querida Freya. 

Y espero que esta vez robes la corona de rey de Garicia. 

Quedó a la espera de tu pronta pronunciación.

Adney Relish.

Rey de Nepconte "

— ¿Y bien? 

— Mande llamar a la agente Tudor, tenemos mucho de qué hablar —dijo antes de lanzar la carta hacia las llamas del fuego en la chimenea. 

El tiempo se hizo corto, el coronel Choules, la agente Tudor, la sargento Kali y el director Niquemio se unieron en la oficina central del hombre a cargo. Pasaron horas planeando e informando futuros movimientos.

Katrina Tudor escuchaba todo lo que sus mayores decían, anonadada y emocionada por una nueva misión. Sin embargo, escuchó pocos comentarios sobre la vida de la sargento Kali cuando ella replicaba su postura, pocos de los cuales nunca había oído en su vida. 

El pasado de Kaliyaqcha no sé comentaba, no se sabía y no se preguntaba. Así ella lo había exigido en su cumpleaños número dieciséis.

Katrina, sorprendida por la información, observó con detenimiento a la sargento, de la cuál en ese mismo momento conocía su nombre. Caballos de color fuego, ojos fríos y postura imponente. En definitiva, Katrina empezó a entender por qué Kaliyaqcha había sido escogida para aquella tarea; porte, elegancia, belleza y, sobre todo, decisión.

Si bien todas las mujeres de ese lugar fueron entrenadas para cualquier situación, las clases de sociedad eran siempre el punto que más intensificaban para la mujer de cabellos ondulados. Ambas habían llevado clases de comportamiento, clases de oratoria, clases de bailes de salón y hasta etiqueta social.

Pero había algo en esa mujer que la hacía sobresalir.

Era de las mejores, espada, arco, flecha, caza, nado, canto, baile, música … Las dominaba sin el más mínimo signo de rendición.

Se decía entre murmullos que la sargento era hija del rey Adney, que había sido criada por el general, que era hija del director, que había sido robada, que había asesinado niños cuando era pequeña, que su madre la había abandonado… Todas aquellas habladurías se hacían bajo murmullos.

Pero sí, no todas eran ajenas a la realidad.

— ¡Me niego!

— Es tu deber, Freya.

— ¡No voy a usar esa tontería! 

— Es orden del rey.

— No lo quiero.

— Es tuyo.

— No es mío, es de mi madre.

— Llévalo, entonces, te servirá para rectificar tu posición. 

Con rencor, la sargento observó el anillo de matrimonio en la mesa, un hermoso anillo con incrustaciones de preciosas piedras valiosas de las que destacaba la piedra más significativa de Garicia.

— Es símbolo de sufrimiento y desgracia. No lo llevaré.

— ¡Dioses! —exclamó Niquemio.

— ¿Su madre? —preguntó Katrina aturdida.

— Agente Tudor, guarde silencio.

— ¡Freya! Tenemos que decirles, no pueden ir sin saber.

— No —señaló Freya—. Es mi vida, mi batalla, mi justicia. 

— Tu madre…

— ¡Mi madre está muerta! —Señaló con decisión y con la mandíbula tensa—. Garicia asesinó a mi madre. 

— Sargento Kali —habló el coronel.

— Es lo único que necesitan saber. Iremos y haremos lo que el rey ha ordenado, el resto déjenmelo a mí. Así que absténganse a conocer sus posiciones en esta tarea. ¿Entendido?

— Sí, agente —susurró Katrina. 

El director solo se dedicó a observar a la mujer y negó con la cabeza. 

— Ya está anocheciendo, vayan y alisten sus pertenencias. Estaremos en contacto.

— Como ordene, director.

— Freya, quédate.

El coronel y la agente Tudor salieron hacia sus respectivas habitaciones. En la oficina quedaron el director y Freya mirándose fijamente.

— ¿No dirá algo? 

— Tu frustración y tú odio serán tu mayor obstáculo. No me hagas arrepentir de esta decisión. 

— Padre …

— ¡A callar, Freya! ¡Entiende que todos compartimos un mismo objetivo, no es todo sobre ti! Comprendo tu odio y tu repudio, pero un solo error, Freya y no podré salvarte.

— No necesito que alguien me salve, padre.

— ¡Entonces compórtate haciendo honor a tu entrenamiento! 

— ¡Lo estoy haciendo! 

Niquemio golpeó su escritorio.

— ¡No lo parece! —Ambos quedaron en silencio por unos largos minutos—. Quiero que demuestres que el tiempo no fue perdido, quiero que demuestres la mujer fuerte que eres, pero tienes que tener paciencia y control. Cuando los veas, controla tus emociones, eso te ayudará a triunfar.

— Saldrá como lo planeado.

— Eso espero, Freya. La vida de miles de personas está en tus manos.

— Lo sé —ella suspiró.

— Cuídate, hija mía. 

— Lo haré.

Tras las cortantes palabras de la mujer, Niquemio no tuvo otra opción que dejarla partir. Fue así como en poco tiempo las cuatro personas se encontraron reunidas nuevamente a las afueras de los terrenos ocultos de Corona Nocturna.

El carruaje esperaba por ellos, los tres más jóvenes vestían ropas de pueblo, simples, sencillas y hasta rotas. Las mujeres se taparon con una capa que no dejaba ver sus rostros y el coronel tomó el puesto de cochero.

El coche no tenía asientos, era esencialmente para trasladar heno y eran usados por los agricultores. Para la situación de los jóvenes, el heno cubría las pertenencias y algún alimento para el camino; pero tendría una función más importante: esconder a las mujeres.

— Coronel, cuando lleguen a la frontera muestra tu marca y los dejarán pasar. 

— Entendido, director.

— Cuídala.

— No necesito sus cuidados —respondió Freya cuando trataba de esconderse entre el heno.

— Cuídala —volvió a repetir. 

El coronel Bronson Choules asintió.

— ¡Hasta pronto, director! —añadió la agente Tudor.

— Cuídense y no bajen la guardia.

 Bronson tomó las riendas del caballo y con una fusta en mano emprendió camino. El director Niquemio levantó el brazo y sacudió la mano hacia el carruaje, la despedida fue respondida por el entusiasmo de Katrina mas no de la agente Kali, quien solo observaba al hombre a quien llamaba padre. Ella asintió la cabeza en forma de respeto e inmediatamente se dispuso a descansar bajo la hierba. 

Sin embargo, volvió a abrir los ojos con la intención de ver a aquel hombre que había sido como su "padre" desde pequeña. Lo vio dándole la espalda, regresando hacia la fortaleza de la institución a la que perteneció por varios años.

De esa manera su cabeza la llevó hacia el primer día que pisó esas tierras que luego se convertirían en su hogar, lo único que conocía cercano a una familia.

Recordó cuando era pequeña, con toda su inocencia y siendo empujada ligeramente por el director Niquemio, sobre su hombro miró en esos años al joven que la había salvado de la sed que ella cargaba y a aquel sargento que lo observaba firmemente con sus pies a unos centímetros de la cabeza del más joven. “Lo siento” llegó a susurrar sin la intención de ser escuchada.

Recordó haber caminado unos cuantos metros, siempre resguardados con algunos otros soldados armados, hasta que llegaron a un área completamente diferente a la anterior. En esa parte, de lo que Freya podía observar, estaba mucho más callado y con “cabañas” más ordenadas.

— ¡Tropa, buenos días! —exclamó el general Galio, más joven, frente a más de veinte literas ordenadas en fila, quedando Galio a pasos por delante del director y de Freya.

— ¡Buenos días, general! —saludaron las mujeres bajando de sus respectivas camas.

Freya observó a las mujeres pararse derechas y sacando pecho tras la voz del general, con una sincronización sin igual y una postura incomparable. Realmente, aquellas mujeres con semblante serio y duro, dieron a la pequeña un sentimiento de temor.

— ¡Más fuerte, tropa!

— ¡Buenos días, general! —respondieron nuevamente.

— ¡Tropa, atención!

— ¡Sí, señor!

El general Galio, con las manos enlazadas en su espalda, caminó por el largo camino entre las literas y las mujeres de pie, firmes y formadas.

— ¡Son las cinco y media de la mañana! ¡A partir de este momento están en su entrenamiento de guerra! ¡Entendieron!

— ¡Sí, señor!

En ese momento, el general se detuvo al otro lado de la cabaña, mirando al director y a la pequeña de frente. Pasó su vista por el lugar para luego decir:

— ¡Hora de ordenar la litera!

— ¡Sí, señor! —de inmediato las mujeres emprendieron su labor, comenzaron a ordenar sus respectivas camas, una debajo de otra, bajo el conteo del general.

Freya recordó haber observado aquella acción con impacto, no pudo creer que sus ojos la hacían ver a un gran número de mujeres moverse tan sincronizadamente, de manera automatizada y, hasta se podía decir, espeluznante.

La niña de cabellos cobrizos mostró en su rostro admiración, con un singular brillo en sus ojos; no por el orden y la disciplina, sino por la presencia de camas en aquel lugar. Era de saber que de pequeña nunca había podido disfrutar de ese privilegio, su madre y su tío a penas podían taparse con algunas prendas que habían modificado como manta; además, su constante movimiento por el reino no era de mucha ayuda para establecerse en un lugar fijo, ya que, el cargar colchones se les hubiera sido mucho más difícil. Si bien Freya dormía en los brazos de su madre, no podía negar el hecho que el suelo y algunos cartones que encontraban por allí eran una manera fatal de descansar en épocas frías como aquellas.

— ¿Qué están haciendo? —preguntó ella al director.

— Ordenan sus camas, en menos de cincuenta segundos, de lo contrario recibirán un castigo.

— ¿Por qué?

— Porque es un estilo de vida, Freya. Para nosotros es fundamental ser ordenado y disciplinado.

— Ah, de acuerdo —susurró.

— ¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno … Atención!

Las mujeres, nuevamente, se colocaron al lado de las literas con la espalda firme.

— Sargento —el general Galio se dirigió al hombre que se encontraba a unos pasos detrás de él.

— ¡Sí, señor!

— El itinerario de hoy.

Mientras el sargento instructor informaba sobre todas las actividades y cambios realizados ese día, Freya no dudó ni un segundo en pasar la mirada de arriba hacia abajo por el cuerpo de aquellas mujeres; claro, para ella era un mundo totalmente diferente, un mundo nuevo y externo al que conocía, un mundo donde observaba a mujeres delgadas, desnutridas, sin aseo y con un semblante mucho, pero mucho más sumiso comparado con aquellas mujeres, fuertes mujeres.

Muchas eran corpulentas, algo delgadas, pero no reflejaban falta de comida, todo lo contrario; sus cuerpos musculados las hacían ver más poderosas y más fuertes. Desde el primer momento, esas mujeres se hacían notar por cualquier persona que las viera, sus rostros neutros, su firmeza y su poder no eran comunes en las mujeres de la sociedad, por lo que, al verlas, a Freya se le fue imposible no compararlas con su madre. Esta última carecía de musculatura, su piel era tan delicada que tenía quemaduras por el sol e inflamaciones por el intenso frío; su piel parecía pegada a los huesos mientras que estos se debilitaban con el tiempo y la falta de alimentos. Sin dejar de lado las enfermedades que no distinguían clases sociales.

— … siendo entre la una de la tarde y las dos la primera hora de descanso, de cinco a seis y once, término de la jornada. Por último, como órdenes de nuestro general Galio y el director Niquemio, ir obligatoriamente a las trece y treinta horas a la reunión general en el patio central de las instalaciones para un nuevo anuncio —informó el sargento instructor.

— ¡¿Entendieron?!

— ¡Sí, señor!

El general Galio caminó por el pasaje entre las literas hasta llegar y estar frente a frente al director de la institución, la mano derecha del rey.

— Dígame, director. ¿Qué hará con su … Nueva adquisición?

El hombre suspiró.

— Cabo Mendieta.

— Sí, director —respondió una de las mujeres en preparación.

— Lleve a la niña con la agente Pomar, que la agente se encargue de ella, que la limpie y la alimente hasta la hora de reunión en el patio central —habló el director sin despegar la mirada de los ojos del general, de manera retadora—. La quiero de vuelta sin ningún rasguño, limpia y preparada para su presentación … Es una orden, cabo Mendieta, puesto que el general y yo tenemos un asunto que discutir.

— ¡Sí, señor!

La cabo Mendieta dio un paso hacia atrás y seguidamente tomó a una pequeña Freya del brazo. Caminaron fuera del cuarto de literas y ambas sintieron la intensa brisa fría que corría por los aires; instintivamente, la pequeña se abrazó a sí misma con la intención de darse algo de calor, puesto que el desgastado, roto y sucio vestido no la refugiaba del intenso invierno. Sus pies, sin calzado, tocaron el césped mojado debido a las intensas lluvias de la noche anterior, por lo que su cuerpo se elevó unos centímetros en un pequeño salto por la extraña sensación.

Quizá por suerte o por coincidencia, la cabo Mendieta no parecía estar interesada en hacerle conversación. Todo el camino se mantuvo callada, serena y, por supuesto, con la espalda recta mostrando poder y firmeza; su andar no era ni rápido ni lento, caminaba moderadamente ante los pequeños pies de Freya, sin embargo sus pisadas eran fuertes, decididas y hasta podría decirse que llenas de sabiduría. En definitiva, aquella mujer de buen porte y buen estado físico era la personificación de disciplina y disposición.

— Señorita —habló Freya con voz leve—. ¿Ya llegamos?

— Falta poco —respondió con simpleza mientras llevaba sus hacia su espalda baja para entrelazarlas.

— ¿Qué me van a hacer? ¿Vamos a buscar a mi mami?

La cabo Mendieta se extrañó ante la pregunta.

— ¿Tienes madre?

— Sí, señorita. Un tío y una hermana también —le sonrió—. El hombre de negro me dijo que íbamos a buscar a mi mamá porque ellos se la llevaron.

— ¿Hablas del director Niquemio?

— ¡Sí! ¡Ese mismo! —Freya, en ese instante, había cambiado su semblante para sustituirla por una mirada de preocupación, terror y dolor—. Mi mamá no está muerta, ¿no? Escuché que el señor de negro dijo que … No tenía familia, pero yo sí tengo. ¡Sí tengo! Por eso vamos a buscar a mi mamá, ¿verdad?

Dos años, dos años habían pasado para la cabo Mendieta desde su primer día en aquella institución. Dos años de órdenes, reglas, disciplina, fuerza, aprendizaje … Dos años en donde le habían enseñado a alejar sus emociones, a apagarlas tan fácilmente como lo era apagar una vela por las noches; dos años fueron nada al lado de aquella pregunta que una niña, desnutrida y perdida, le decía.

En ese lugar, para los jóvenes como Mendieta, no existía el significado de la palabra familia. Allí ningún jovencito tenía madre o padre, ningún recién ingresado tenía hermanos o tíos; a resumidas cuentas, ninguna persona en preparación tenía un lazo sanguíneo con el exterior. Personas como Mendieta eran incapaces de pensar siquiera en los muertos, porque así seguían estando, muertos, cadáveres bajo tierra que dejaban un recuerdo que aquella institución era la encargada de erradicar.

— No creo que tu madre esté viva, niña. De ser así, tú no estarías aquí.

— ¿Por qué? Si el señor de negro … —Freya corrió unos centímetros para llegar a la par de la cabo Mendieta.

— No sé qué intenciones tendrán contigo los superiores, pero … ¿Cuántos años tienes? —se atrevió a preguntar.

— Diez —la pequeña de cabellos cobrizos señaló con los dedos de sus manos.

— ¿De verdad?

— Sí —Freya se encogió de hombros.

Pasaron un par de minutos en silencio hasta que llegaron a las cabañas de las agentes femeninas de la institución, un lugar parecido y hasta se podría decir que era idéntico a las cabañas de las soldados del ejército del rey de Nepconte. La cabo Mendieta mandó a llamar a la agente Pomar para darle a conocer las órdenes del director mientras que la pequeña Freya jugaba con los dedos sucios de sus manos por los nervios; la niña se preguntaba qué podrían hacerle en ese lugar, si iban a buscar a su madre o si iban a asesinarla como a los demás pobladores categorizados como escoria o simplemente pobres. Para ella todo a su alrededor era desconocido, tantas plantas, tantos colores, tantas personas aparentemente sanas y de buen andar … Nada comparado con la vida miserable del pueblo olvidado por el rey y sus ministros.

La vida fuera de la fortaleza en la que se encontraba era deplorable, miserable e infernal. El hambre estaba amenazando de manera creciente la vida de millones de niños y adultos en el mundo, quieren todos los días se acostaban con él y, cuando despertaban, el hambre seguía allí, a su lado. Tanto que si preguntasen a cada persona existente en el planeta, qué eliminarían de la tierra, la hambruna sería, definitivamente, una de sus respuestas. Además, no solo se evidenciaba la pobreza de una sociedad, sino también de la conciencia humana, una lucha por subsistir cada día transcurrido, de enfrentarse a la vida para forjar ideales aun sabiendo que la misma vida les cerraba las puertas y ponía obstáculos. De esta manera, para los ojos de una pequeña, el ser pobre era el pecado más grande que existía; aquellos miserables de una sociedad aparentemente ejemplar, la cual era, en realidad, solo una agrupación podrida con todas las deficiencias que pudo haber. Y es que, ¿el ser pobres los hacía menos humanos?

No había una respuesta sólida y contundente.

Aquellos pobres miserables, aquellos que eran hostigados, perseguidos, maltratados y manipulados seguían existiendo con más fervor. Permanecían en la sociedad como delincuentes, mendigos, prostitutas y todos aquellos que representaban la “lacra social”.

— Agente Pomar, esta niña ha sido impuesta a su cargo. El director Niquemio ordena que usted deberá …

Freya, en ese instante, se quedó sin palabras para describir lo que presenciaba. Muchas más mujeres fuertes y de miradas firmes y sombrías, sin vestidos largos y pomposos, ni cabellos amarrados en extravagantes peinados.

Y por supuesto, todo lo contrario a la vida que ella conocía.

Para Freya, por lo que había visto y sido testigo, la mujer era sometida al trabajo doméstico como un personaje pasivo dentro de una sociedad dominada por hombres, lejos de ser considerada un ente con derechos. De esta manera, la pequeña tenía otro concepto del hecho de ser mujer, puesto que en su vida cotidiana las mujeres eran abandonadas por sus parejas y despreciadas por la sociedad por tener hijos nacidos fuera del matrimonio, siendo acorraladas entre la espada y la pared, sometiéndolas a la humillación de un trabajo mal retribuido. En efecto, estas circunstancias implicaban un esfuerzo sobrehumano, por lo que muchas de las mujeres eran despedidas por no ser consideradas dignas de un empleo, siendo así obligadas a la prostitución o a mendigar por el pueblo, como era el caso de la madre de Freya.

— ¿Entendió, agente Pomar?

— Entendido, cabo.

En ese instante, la agente Pomar tomó a la niña de la mano para obligarla a andar a su lado.

Al menos, para Freya, aquella agente parecía más amigable con ella, no le apretaba ni tampoco le jalaba del brazo. Su tacto era suave y tranquilo, casi como lo era el de su madre.

Pomar le sonrió.

— ¿Tienes miedo?

— Sí —logró responder con las mejillas coloradas.

— No hay qué temer. Aquí estarás a salvo, te cuidaremos y tú cuidarás de nosotras.

Freya abrió sus ojos unos cuantos milímetros ante la sorpresa.

— ¿Qué? ¿Cómo voy a cuidarlas, señorita? Soy una niña.

— No lo serás por mucho tiempo, Freya.

 Y era verdad, el tiempo pasó y la pequeña niña que había llegado flaquita, temerosa y soñadora, no volvió a existir. 

En su lugar, la sargento Kali llegó para quedarse. De esta manera todos a su alrededor fueron testigos del cambio, pasaron de ver a una niña sonriente y correteando por el campo, a una mujer temible, fría y, algunos decían, hasta sin corazón. Su vida, su decisión y determinación la llevaron hasta ese momento, bajo la hierba y en camino hacia las tierras donde correría la sangre de sus enemigos.

Pasaron unos cuantos días entre paradas para alimentarse y alimentar a los caballos, tenían pocas horas de sueño y ya poca comida. Para su fortuna, ya estaban a pocas noches de llegar a la frontera con Garicia, faltaba muy poco para que sus planes se pusieran en marcha. 

Bronson dormía mientras Freya y Katrina observaban atentas a su alrededor. No había mucho que admirar, solo un terreno desolado y alguno que otro animal que pasaba por allí; las mujeres estaban apoyadas en el tronco de un árbol que les daba sombra y, con el movimiento de esta, anunciaba la próxima llegada de la noche. La sargento Kali, entonces, despertó al general y sugirió que siguieran el camino.

A lo lejos se divisaron unas montañas que parecían ser pequeñas, sin embargo, para llegar a Garicia, debían pasar entre ellas. Llegaron así a la falda de la montaña; subieron y bajaron, pasaron por estrechos caminos mientras miraban el vacío, bebieron agua de alguna laguna y se refugiaron en alguna cueva por las noches. Tuvieron que enfrentar lluvias, truenos y hasta pequeñas avalanchas de rocas; pero nada lograba interrumpir el propósito de aquellos tres jóvenes. De esta manera pasaron por las montañas y llegaron hasta un punto donde algunas cabañas y tiendas del ejército enemigo se hicieron notar. 

Bronson advirtió que las mujeres debían esconderse mejor entre el heno y, al asegurarse de ello, acercó el transporte mientras los hombres de Garicia tomaban sus espaldas en mano con el objetivo de intimidar. Se detuvo, entonces, escuchando que le decían: "Ey, nepcontino, qué quieres en estas tierras"; el general de Nepconte bajó del carruaje y observó detenidamente al grupo de diez hombres resguardado ese espacio de la frontera. Detalló al hombre que le había hablado, miró su cuello y sus manos buscando algún indicio de complicidad; hasta que encontró aquella pequeña cicatriz en forma de búho en la mano derecha del hombre con la que sujetaba la espalda. Bronson soltó algunas palabras para verse vulnerable al mismo tiempo que frotaba sus manos para que el hombre viese su misma cicatriz.

El muchacho levantó la mano haciendo callar a sus compañeros y se acercó al carruaje con heno. Bronson lo siguió y ambos quedaron alejados de los demás, le tendió una carta y el hombre leyó el contenido. "Déjenlo pasar, tiene el sello de Garicia"; había dicho luego de devolver la carta. 

El general Choules volvió a su papel como cochero y asintió al hombre con armadura. A unos metros de las tiendas de los guardias, Bronson volteó su rostro con burla y sonrió, de sus ropas tomó la carta y la observó.

Volvió a sonreír al ver el contenido, negó con la cabeza al no ver ni una sola palabra escrita, arrugó la carta vacía y la desechó despreocupadamente. 

— ¡No puedo ni respirar! —Katrina salió limpiando su rostro de la hierba. 

— Agáchate, aún te pueden ver —el hombre ordenó.

— Déjala, a ver si al fin le cortan la cabeza —señaló Kaliyaqcha suspirando con los ojos cerrados.

— ¡Sargento Kali! —lloriqueó la mujer con vergüenza.

— A callar, Katrina. Sé más precavida, por los dioses.

— Pero general —susurró ella—, todavía tengo que acostumbrarme.

— Acostúmbrate rápido. 

Kaliyaqcha señaló aburrida.

— ¡Ya ve! Pobre de mí que seré su esclava.

— Serás una “doncella” no una esclava. 

— ¡Es lo mismo! Por los dioses, de verdad que odio la vida fuera de la institución. 

— Todos tendremos que acostumbrarnos, —habló Bronson al intentar calmar la situación— para ello han recibido entrenamiento, ¿no? 

— Sí, pero eso no me impide odiar esa vida, general.

— Solo cállate, Tudor. 

— Sargento …

— Por los dioses —susurró la mujer de cabellos ondulados—. Mete en tu cabeza que desde ahora serás una doncella, callarás y obedecerás a todo lo que yo te diga, ¿entiendes, Katrina? 

— Sí, pero … —Freya hizo un sonido con su boca— Pero … —la mujer volvió a repetir: “sht”—. Lo que usted diga, sargento.

— Lady Dagger —interrumpió Bronson—. A partir de ahora la llamarás Lady Dagger o señorita Freya. 

— Uh.

— ¿Algo que refutar, Katrina? 

— Se me va a ser difícil no llamarla Kali.

— Tendremos que practicar y ensayar nuestro comportamiento, Bronson —señaló Freya ignorando a la que sería su doncella. 

— Es un hecho, Freya, aún tenemos unas semanas antes del baile. 

— Bien. 

— General, ¿a usted cómo debería llamarlo? 

Freya rodó los ojos.

— Con “Lord Dagger” será suficiente.

— ¿Y tendré que usar vestidos? 

— Sí.

Respondió el hombre.

— ¿Y zapatos de tacón? 

— Supongo que sí.

— ¿Y tendré que cocinar? 

— Supongo que-

— Cállate de una vez o yo misma te cortaré la cabeza. 

— Freya —advirtió Bronson con la vista en el camino.

— ¿Eres tonta, Katrina? No harás pensar que la institución sufre deficiencias en su método de elección.

— ¡Por supuesto que no, Kali! 

— ¡Silencio! Agáchense, vienen otros cocheros. 

De inmediato, las mujeres volvieron a esconderse entre el heno del carruaje. Así, nuevamente en silencio, continuaron el camino hacia el centro de Iterbio, uno de los cuatro estados de Garicia.

Fueron dos días en carruaje para que lograsen observar a lo lejos un pueblito alrededor del campo; mientras más pasaban las horas, más se acercaban a ver a la gente pasar en los carruajes cargando heno, hombres con ganado, hombres en caballos, hombres llevando bolsas de alimento y entre muchas otras cosas. No obstante, al recorrer algunos metros entre las casas distantes entre sí, se lograba notar la falta de presencia femenina. Siguieron recorriendo el pasaje de casas en precariedad, algunas casi destruidas, otras parecían estar en total abandono; la mayoría de personas caminaba sin mostrar interés a su entorno, caminaban ocupados en sus problemas y en sus labores, mientras que otro tipo de personas se acercaban a preguntar si aquel hombre vendía heno para el pueblo. Para no ser descubiertos, Bronson solo negó con la cabeza y aceleró más el andar de los caballos. 

Llegaron, así, alrededor de dos días más, hasta el pueblo más pudiente de Iterbio. 

El cambio fue radical, aquel pueblo se veía mucho más ordenado, limpio, con más vegetación y, al parecer, con más presencia femenina. Allí las mujeres caminaban acompañadas, algunas con un hombre al lado y una jovencita detrás, otras solo en compañía femenina y, algunas, iban en carruajes mucho más elegantes. De pronto, como antes no lo habían notado, los ojos que aquellas personas iban dirigidas hacia el hombre enrojecido por el sol y sudoroso por las ropas; las miradas de incomodidad fueron evidentes, la hostilidad y el egocentrismo de la gente se hizo notar en el mismo instante en el que la pezuña del caballo tocó esas tierras bautizadas como “los hijos de Iterbio”. 

Una de las mujeres dentro del carruaje lleno de heno sonrió con ironía. 

— ¡Abran las puertas! —se escuchó a un muchacho gritar. 

Freya alzó un poco la cabeza y divisó un portón que pretendía llevarlos hacia el establo de una casa. En eso la visión del exterior se le fue arrebatada para cambiarla por una vista un poco fúnebre.

Entraron, de esa manera, a la casa Dagger.

— Agente Kali —saludó, un muchacho, con el típico saludo de los agentes de Corona Nocturna—. Agente Tudor, general Choules, sean bienvenidos a su nuevo hogar. 

Mientras otras dos jovencitas ayudaban a una de las mujeres a bajar del carruaje y limpiarse de la hierba. Freya se puso de pie aún dentro del transporte y miró su entorno

La casa no era muy grande ni muy pequeña, estaba cubierta de muchas plantas y árboles, pues las raíces se lograban ver sobre las paredes que daban hacia el patio; los ventanales grandes y espaciosos estaban en lugares estratégicos para observar a las personas que merodeaban aquellos lugares, a las personas de las otras casas y, por supuesto, a quien entraba y salía de estos terrenos. Sin embargo, muchas hojas estaban secas y marchitas, los colores de las plantas no tenían vida a comparación de las de los vecinos a unos metros del lugar; el establo y la parte trasera de la casa se veía muy desolado, sin muchos animales, los cuales se les veía desnutridos. 

En definitiva, daba a entender que estaban en mala situación económica.

Bajó del carruaje sin ayuda y tomó su espada logrando que muchos se vieran sorprendidos por aquel acto imprevisto. 

Desenvainó su espada y clavó con fuerza a su lado observando nuevamente el lugar y a las personas que se convertirían en la servidumbre. 

Freya sonrió.

Era perfecto.

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