CAPÍTULO 4

Todos los días, Gwyneviere reportaba al Concejo el progreso de Nimh con un cuervo. Nimh avanzaba rápidamente en su aprendizaje. Ya había llenado unas cuantas páginas de su propio grimorio y estaba aprendiendo a hacer algunas pociones curativas, que, si bien cualquiera podría procurárselas de un alquimista, era un conocimiento básico importante en caso de una urgencia. Toda hechicera debía tener un conocimiento básico de hierbas.

Se habían desarrollado cierta rutina. Desayuno, clases de magia, almuerzo, poner en práctica lo aprendido y luego pasear. Durante algunas de las clases teóricas, Gwyneviere descubría a Nimh observándola detenidamente, pero lo atribuía a alguna distracción por el aburrimiento de los temas que estudiaban, sobre todo el élfico antiguo. A Gwyneviere también le gustaba observar a Nimh, ella era realmente hermosa. Le gustaba mirar su rostro redondeado y perfecto, su cabello cayendo sobre sus pechos, que asomaban por el escote de sus vestidos, su piel blanca y tersa…

Gwyneviere seguía tomando trabajos para el reino y algunos nobles, aunque cada vez eran más esporádicos, Adoraba su independencia y tranquilidad, pero no podía quejarse de la nueva compañía de Nimh. Había pasado tanto tiempo sola, que no recordaba lo que era convivir con alguien, y esta chica ciertamente la alegraba mucho.

Nimh amaba la Ciudadela. Nunca había visto algo así en su vida al haberse criado en el Templo, y cada mínima cosa llamaba su atención y la distraía. Por suerte era capaz de asimilar rápidamente nuevos conceptos, sino hubiese tardado una eternidad en enseñarle.

Esa tarde compraron pan, pasteles y ropas nuevas. Finalmente, pasaron por la tienda de Vandrell y Gwyneviere invitó a Nimh a entrar.

- Vandrell es un viejo amigo mío. Proviene de una familia de alquimistas muy reconocidos aquí. Entra -le dijo, sosteniendo la puerta para que pasara.

- Hola, Gwyn, te ves radiante hoy.

- Vandrell. ¿Cómo estás? Ella es Nimh, mi aprendiz.

- ¡Hola!

- Hola Nimh.

- Nimh viene del Templo de la Luna, en Vaahldar.

- Interesante… ¿y vas a cambiar de carrera y por eso quieres que Gwyn te enseñe?

- No tenía a nadie que me enseñara, por eso Gwyn me está ayudando.

- ¿Así que así le dices a tu maestra?

Vandrell se estaba tornando muy amistoso demasiado rápido, y Gwyneviere se puso incómoda, sin entender muy bien por qué. Temía que Vandrell descubriera algo, pero no había nada que descubrir, por lo que decidió salir de allí.

- Bueno, deberíamos irnos a estudiar un poco.

- Pero ya hemos estudiado hoy.

- ¿Quién es la maestra hechicera aquí, joven?

- Ups, creo que hoy no la tendrás fácil, Nimh - dijo Vandrell, riendo.

Ambos se saludaron, y Gwyneviere y Nimh salieron de allí, en dirección a la casa. Gwyneviere caminaba rápidamente y Nimh la seguía.

- Espera - dijo Nimh, y la tomó de la mano, para que aminorara un poco el paso.

Gwyneviere frenó de golpe, pero no retiró su mano, y comenzó a caminar nuevamente, tomando la mano de Nimh. Cruzaron el umbral de la puerta y se dispusieron a preparar la cena, en silencio.

Luego de cenar Gwyneviere le dijo que iría a aprovechar la energía de la luna, y le preguntó a Nimh si quería acompañarla. Salieron a caminar al bosquecillo donde acostumbraban, y, nuevamente, Nimh tomó la mano de Gwyneviere.

Caminaron en silencio por un buen rato, hasta que Nimh habló primero.

- Me pareces completa y extremadamente bella, Gwyn - le dijo, mirándola a los ojos.

Gwyneviere no supo qué decir, estaba muy tensa. La miró, desconcertada, y acarició su suave mejilla. Observó cada una de sus pecas, que brillaban a la luz de la luna, y cubrían el puente de su nariz. Nimh se acercó y apretó fuertemente su mano y depositó la otra en sus caderas, atrayéndola hacia ella, hasta que estuvieron muy cerca y sus rostros se tocaron.

Observó sus ojos verdes brillantes acercarse y Nimh la besó. Un hormigueo recorrió todo su cuerpo. Sus labios eran suaves y cómodos. Gwyneviere cerró los ojos y se dejó llevar. Sus labios se amoldaron, y Nimh los separó, pidiendo acceso, e introdujo su lengua en la boca de Gwyneviere. Era delicioso. Probó cada centímetro.

Gwyneviere no se había dado cuenta, pero estaba deseosa de este momento hacía tiempo y sintió que finalmente podría relajarse.

Gwyneviere, gentilmente, se separó de Nimh y la miró a los ojos.

- Tu también me pareces bellísima, Nimh -le dijo-. Pero vayamos un poco más despacio. Tenemos todo el tiempo del mundo.

Tomó su mano y caminaron despacio, devuelta a la casa.

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