5. Ángel

22 años atrás.

Una niña camina entre las sucias calles de Nueva York, descalza y con el pelo sucio, carga una recién nacida en brazos, a penas es capaz de cargarla y caminar al mismo tiempo. Camina sin parar de voltearse hacia todos los lados como si tuviese miedo de que alguien la estuviese siguiendo, primero mira hacia su derecha, luego a su izquierda, atrás y delante de forma sigilosa. En altas horas de la madrugada pocas personas se pasean, prostitutas, borrachos y algún que otro obrero son lo único que le hace compañía junto a un amanecer que está por nacer.

Finalmente llega a su destino, el orfanato, una sonrisa victoriosa se forma en el rostro de la pelirroja al saber que su sacrificio había valido la pena.

Para ella no había salvación pero para su hermana sí, pensó.

Ella probablemente volvería a Rusia o tal vez a Alemania pero su apreciada Meredith debía tener otro destino. Era una recién nacida no había hecho nada por nacer en ese mundo tan cruel y despiadado, nadie se merecía un destino así y ella no iba a permitir que su pobre hermanita acabara en el agujero donde estaba sabía que pagaría caro con Asilah Klein lo que estaba a punto de hacer pero valdría la pena. Valdría la pena por darle una oportunidad a Meredith de vivir. Haría el sacrificio que la madre de ambas, Asilah era incapaz de hacer.

Besó la frente de su hermana por última vez, tal vez para siempre. Meredith se aferró al dedo de su hermana con fuerza.

— Wir sehen uns bald wieder, das verspreche ich—susurró con dolor sabiendo que tal vez su promesa sería difícil de cumplir, en el fondo así lo deseaba, quería mantenerla lejos de ese mundo.

Dejó a la bebé en la puerta para poco después llamar con un par de golpes a la puerta para desvanecerse antes de que la luz del sol se apodere de la ciudad.

En la parte oscura de esa misma calle, esperándola estaban los hombres de Asilah y ella misma, no dudan en tomar el cuerpo de la niña con fuerza recibiéndola con puñetazos que la dejan inmediatamente inconsciente.

—Maldita mocosa—la voz de Asilah se hace latente, suena asqueada y profundamente enfadada—Hoy vas a aprender las normas del juego—susurra ella terminando con una sonrisa llena de maldad.

Meredith empieza a llorar como si la vida le fuera en ello pero su hermana ya no volvería a por ella, pronto es atendida por una señora rechoncha que la toma en brazos acunándola para poco después llevarla dentro lo suficientemente rápido para que los hombres de Asilah no la vean.

Pronto un coche negro se los lleva al darse por vencidos en la búsqueda de Meredith mientras una prácticamente moribunda Malak sonríe en medio de los golpes sintiendo que había hecho lo correcto.

Pronto el coche pasa de conducir por las largas y finas autopistas de Nueva York a ir por una carretera abandonada que les lleva al nuevo nicho de los Klein. Asilah aprovecha el trayecto para llevarse una botella de vodka a la boca y bebérsela en cuatro tragos mientras los hombres cargan a la niña para tirarla como si fuese un saco de patatas en el motel.

Malak traga saliva con fuerza al reconocer las otras niñas y chicas que habían traído nuevas los hombres de los Kaiser.

—Desnudate—afirma contundente poco después Asilah, a penas es capaz de mantenerse de pie. Se pasa una mano por el pelo perfectamente liso para acabar colocándola en su desnuda cintura, lleva su clásico conjunto de cuero, camiseta de tirantes, mini falda y botas altas.

—No—la voz de Malak sonó contundente y las otras niñas la miraron con caras de horror, ellas ya llevaban trajes de encaje demasiado cortos.

—Malak, obedece a tu madre—sonríe con diversión mirando de reojo a los hombres que pronto se ríen junto a su jefa.

—Una madre no abandona a sus hijas y menos aún las prostituye—afirma entre dientes la pelirroja, a pesar de no levantar ni dos palmos del suelo, a sus diez años Malak era mucho más espavilada que muchas niñas de su edad. La vida que le había tocado le había obligado a serlo. Aunque en este caso le hubiese proporcionado una bofetada por parte de Asilah.

—Eres una insolente. Nuestro mejor cliente está por venir, pagarás por haberle dejado sin su plato estrella—responde asqueada la mayor sin sentimiento alguno.

—¿Una bebé? ¡Ese degenerado…—no es capaz de terminar, Asilah le da un puño que deja su nariz sangrando.

—Desnudate para nosotros—afirma ella con una sonrisa.

Malak con lagrimas en los ojos mira a su alrededor en busca de alguna respuesta pero lo único que obtiene son las risas de los incompetentes y miserables de los ayudantes de su madre. Habían organizado un prostíbulo en un motel en cuestión de días, aunque sabía que no durarían mucho en Estados Unidos. Su madre se aburría rápidamente de los sitios igual que de las personas.

Se limpió las lagrimas y la sangre con la manga de la camiseta.

—No delante de ellos, quiero intimidad—respondió resignándose a la idea de recibir su castigo. Las otras niñas empiezan a abandonar la entrada para empezar a colocarse según las ordenes que les van dando, uno de los hombres de Asilah entra y con él un sequito de mujeres jóvenes que miran horrorizadas a las niñas. Llevan vestidos cortos y maquillaje digno de las Jenner, también esa expresión de haber perdido toda esperanza.

Pronto las niñas y las adultas se empiezan a colocar siguiendo las ordenes de los hombres de Asilah Klein, algunas suben a las habitaciones, otras se quedan encima de las mesas y otras en los sofás.

Malak sabía muy bien lo que significaba eso, los clientes estarían a punto de llegar. En los ojos azules de su madre observa rabia que pronto se convertiría en ira.

—Está bien niñita a Vittorio Ricci no le gusta que le hagan esperar—afirma ella con una sonrisa torcida—Le encantan las pequeñas—añade mientras la niña sube las escaleras en busca de una habitación libre.

Su corazón va rompiéndose al sentir cada vez más ajetreo a bajo, y el horror de los gritos de algunas niñas ser silenciado por la música suena, las luces se apagan, se encienden los focos de neón, el show empieza. El burdel de Asilah Klein ha llegado a Estados Unidos…

Malak no recordaba con exactitud a sus diez años cuando había empezado a darse cuenta de todo esto pero poco le importaba. Empezó a desnudarse y se colocó el traje de encaje que le había asignado Asilah, sabía que una relación sexual a su edad era mortal pero lo era mucho más para una recién nacida.

Se colocó en la habitación esperando a que Vittorio Ricci, la bestia que quería poseer su hermana entrara a por ella. Probablemente moriría esa misma noche ya fuese de forma literal o figurada, su madre lo sabía bien. La había vendido por un par de miles de dólares porque los hombres que vienen al burdel de Asilah no son hombres comunes, son hombres poderosos, capaces de hacer temblar países, borsas enteras por eso eran intocables. Cuando se tiene dinero se puede hacer lo que se les venga en gana.

Los gritos y sollozos de las habitaciones que estaban a un lado y al otro hicieron que el estomago de Malak se encogiera. Tomó aire con fuerza cuando vio la puerta abrirse y aparecerse el que sería el monstruo de sus pesadillas, Vittorio Ricci.

—Hola corderito—esa apodo que más tarde se grabaría a fuego en Malak, Vittorio a sus treinta años se mantenía joven y atlético, tenía la mirada propio del zorro y desalmado que era. Caminó dentro con la niña a pesar de que en los ojos de Malak el miedo y el asco eran tangibles.

Tomó el cuerpo de la niña y sin piedad se apoderó de ella, ambos sabían que probablemente no sobreviviría y probablemente de hacerlo no sería ya la misma niña que fue. Ahora los gritos y sollozos de Malak acompañaron los de sus semejantes, el burdel de Asilah era la casa de los horrores.

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