Capítulo 5

—La del bar de hace unas noches, eres tú— desvío la mirada hacia el recipiente con agua. Que acento tan más extraño, su voz sonaba muy… sexy.

—No sé de qué habla señor— noto su confusión y  siento la mano de Orestes en mi cintura.

—Vanessa, necesitan un poco de agua— ni siquiera miro al hombre de intensos ojos y me dirijo hacia Orestes.

—Ya voy Doctor—lleno un par de vasos y trato de pasar por dónde está aquel hombre—. Con permiso.

Levanto la vista y en su rostro puedo leer… ¿molestia?, le entrego un par de vasos con agua al Director Técnico y otros jugadores más.

—¿Tienes mucho tiempo trabajando aquí?— me sorprende la pregunta del hombre canoso.

—Soy voluntaria, cumpliré ya casi un año— él asiente interesado.

—Es muy admirable que estés aquí voluntariamente, te felicito— dice con una sonrisa. Al alzar la mirada me percato que todos nos habían escuchado, incluso Dihmes y su acompañante. Carraspeo y le dedico una sonrisa para después retirarme un tanto incomoda. Llego de nuevo hacía donde las enfermeras y Ramona me abordan de inmediato.

—No pareces muy interesada, Vane— lleva una galleta a su boca.

—Lo estoy, me parece muy buen gesto de ellos— me ofrece una galleta y recuerdo que no he desayunado nada, así que la acepto

—Y son muy atractivos— dice con mirada picarona y golpeando levemente mi hombro, yo solo sonrío—. ¿Me vas a decir que te paso en la cara?

—Ya te lo he dicho, tuve un accidente en el trabajo— sonrío con nerviosismo y tomo mis costillas que duelen cada vez que mastico.

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Después de varias horas de trabajo me dirijo hacia el lugar donde quedo mi ropa. Los futbolistas aún siguen con los niños pero yo ya me he despedido. Los medicamentos por fin hicieron lo suyo así que vestirme no representa un trabajo tan difícil. Vuelvo hacia mi casillero cuando me encuentro con Orestes.

—¿Ya te vas Vane? —asiento—. Espero que a la próxima tengas más cuidado en el trabajo…

Su tono no es muy convincente, la verdad es que prefiero engañarme y decir que me ha creído. Vuelvo a asentir y él me abraza tomándome por sorpresa, siento dolor pero no puedo quejarme. Me reincorporo lo más rápido que puedo para irme.

—Nos vemos el próximo Domingo— digo saliendo del lugar y al cruzar las puertas del hospital me encuentro con el Director Técnico del equipo de nuevo. El clima es frío afuera y parece que en poco tiempo comenzará a llover.

—Un gusto conocerla señorita Carballo —sonrío y estrecho su mano.

—Igualmente —doy media vuelta, y justo me encuentro frente a frente con Dihmes de nuevo, solo que con menos porcentaje de alcohol en su sangre. Y claro su extraño acompañante. Los esquivo por completo y continuó mi camino.

—¿No quieres que te lleve?—escuchar su voz me hace estremecer.

—No, gracias— digo sin volverme y sigo caminando lo más rápido que puedo. Agradezco que no hayan seguido insistiendo. Pronto llego a la estación del metro y después de un largo viaje por fin camino hacía casa. Mis piernas ya no pueden más, estoy muy cansada.

Abro la puerta y arrastro mis cosas, camino lo más rápido que puedo a la ducha y abro la llave del agua caliente.

Necesito relajarme, así que tomo un largo baño hasta que todas mis ansiedades se evaporan.

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Mis ojos se abren como platos, no sé en que momento he llegado a la cama pero he dormido muy bien, debe de ser los medicamentos. De hecho he dormido tan bien que no he escuchado la alarma y hoy tengo que ir a trabajar.

Me apresuro a colocarme el uniforme con trabajo, maquillo un poco mi rostro y desgraciadamente el morete es aun más visible. Hago mi mejor trabajo para difuminarlo y termino desayunando algo rápido.

Tomo mis cosas y me encamino al lugar. Son las 6:00 am y me toca abrir el café. El sol apenas comienza a salir. Camino un par de calles y llego al lugar, me pongo en cuclillas y quito el seguro para después arrastro la puerta de metal que cubre los cristales y hago lo mismo en las otras dos paredes.

—Buen día… —mi jefe llega minutos después que yo, me mira pero no dice nada sobre el morete que invade mi rostro y se lo agradezco, le contesto el saludo y continúo sacando mesas y sillas del establecimiento.

Seco una de las mesas mojadas que están fuera del local y siento una extraña sensación, levantando la mirada, no sé porque tengo la sensación de que soy vigilada. Niego varias veces, solo de pensarlo me estremezco.

El primer cliente llega y tengo que acostumbrarme al hecho de que todos me miraran con cara de horror por la marca, qué más da. Escucho la puerta de nuevo y dejo la máquina de café a un lado, acomodo uno par de vasos y limpio mis manos en el delantal para atender al cliente.

—Buenos días ¿Qué desea?— miro al cliente y pestañeo varias veces al darme cuenta de que es Bruno.

—Quiero un americano con azúcar y tres donas de chocolate por favor— tecleo casi por inercia y trato de concentrarme en lo que hago, nunca lo había visto aquí.

—¿Sería para comer aquí? —asiente y veo que no viene con nadie más—. ¿Me dijo 3 donas de chocolate?

Vuelve a asentir con una pequeña sonrisa, creo que tiene hambre. Le cobro y digo con una falsa sonrisa que en un momento le llevo su pedido. Dándole la espalda me permito tomar aire y componerme antes de preparar el café.

Todo está listo, solo hace falta entregarlo pero no hay nadie más que se lo lleve, mis compañeros no han llegado, así que tendré que ir yo. Me armo de valor y tomo los platos en mis manos.

—Aquí tiene, provecho— dejo el pedido con cuidado y doy media vuelta cuando me detiene.

—Vanessa, ¿verdad?— tengo que volverme hacia él.

—Si— digo tratando de parecer natural.

—Eres tú, ya lo sé— ruedo los ojos y niego.

—Buen provecho señor— pero esta vez se pone de pie para detenerme

—¿Por qué me tratas así?, ¿no te intereso? — lo miro con cara extrañada.

—¿A qué se refiere con eso?— pregunto de mala gana  

—¿Por qué me tratas mal?, ¿Hice algo aquella noche? —niego—. Entonces, ¿Qué es?, ¿Por qué me rechazas?

—No entiendo lo que quiere decir, y ahora si me disculpa, tengo trabajo que hacer— pero ahora me toma del brazo haciendo que me queje.

—No me vuelvas a hablar así ¿entendiste?— hago una mueca de dolor y me libera—. Lo siento yo… ¿te lastime?

Por su voz parece que se ha asustado, lo miro molesta y casi corro detrás del mostrador. Desde lejos puedo ver su frustración, como se toma el cabello y pasa sus manos una y otra vez en señal de desesperación.

Arrebata las tres donas como si fueran un pequeño bocadillo y tiempo después me dedica una mirada para después salir del local, fue hasta entonces que me sentí más tranquila.

●●●●●

El día en el trabajo se ha terminado, estoy muerta de cansancio, hemos tenido muchos pedidos y gente llegando por montones. Ahora voy camino a mi casa, son las 4 pm y mi móvil se ilumina anunciando una llamada de Lucía.

—¿Cómo estás?— suspiro

—Mi padre vino— ella maldice un par de veces

—¿Te hizo daño? —no contesto—. Te golpeo ¿verdad Vanessa?,  ¿Por qué no me llamaste?, no debes de estar sola con ese loco suelto.

Trato de tranquilizarla, ya habíamos tenido esta conversación antes, pero yo insistí en quedarme en casa, pero mi amiga sigue sermoneándome de la mala decisión que he tomado. Tomo las llaves y libero el seguro de la puerta.

—Está bien, te hablare cualquier cosa—termino la llamada y me dispongo a preparar algo de cena, algo de fruta tal vez. El club sándwich que he comido en el trabajo me ha llenado demasiado.

La noche estaba muy tranquila, hojeo un par de revistas de arte que ya me las sé de memoria, hasta que un golpe en la puerta me pone alerta y vuelven a golpear ligeramente. Voy de puntitas a asomarme por la mirilla y veo un ramo de rosas rojas, abro la puerta de inmediato y un repartidor me dice amablemente.

—¿Señorita Vanessa Carballo? —asiento sin responder—. Son para usted.

Me quedo sorprendida, nunca, nadie me había mandado flores. El hombre me entrega el ramo y extiende un papel pidiendo que lo firme, se retira y yo aún no puedo aceptar lo que estoy viendo. Y tiene una tarjeta escrita a mano:

Lo siento por lo de hoy.

-Bruno

Mi boca cae al piso, ¿y este loco qué?...

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