Capítulo 2

—¿Quién eres tú? —volvió a preguntar Giovanni irritado cuando no recibió la respuesta que esperaba. Aún estaba considerando si la mujer representaba una amenaza, no es que lo pareciera, pero si algo había aprendido por experiencia es que las apariencias engañaban.

La mujer era de contextura delgada, o eso parecía detrás de la sudadera y los pantalones holgados que llevaba puesto. Su cabello estaba atado en una cola de caballo de la que algunos mechones escapaban. No llevaba nada de maquillaje sobre el rostro y sus ojos brillaban con culpabilidad.

La evaluó en busca de algún arma. Su mirada se detuvo más tiempo del debido en sus pies. Ella estaba usando unas pantuflas rosas con forma de conejo. Si estaba allí para robarle, había elegido el peor atuendo. Solo por eso no estiró su mano en busca de su arma.

Un maullido interrumpió sus pensamientos. Cierto, ¿cómo se había podido olvidar de la bola de pelusa en sus brazos? Era poco probable que ese animal fuera un arma mortal. Menos por la forma como se acurrucaba contra su dueña mientras parecía indiferente a todo. Giovanni era una persona de perros, al menos ellos podían protegerte ante situaciones de peligro, no como ese insulso animal que parecía más un accesorio.

—Oh, lo siento —habló la mujer por fin—. Soy Mia y esta es Lulú. —Su voz era dulce, muy acorde a su inocente apariencia—. Ella es un poco traviesa y de alguna manera se las arregló para entrar a tu departamento. Cuando la escuché maullar desde aquí, yo…

—¿Cómo entraste? —preguntó cruzándose de brazos y enderezando la espalda aún más.

Se sintió satisfecho cuando Mia tragó de saliva. No le había pasado desapercibido como sus ojos lo habían observado antes; cual fuera la conclusión a la que llegó, un brillo de miedo se había posado por un instante sobre su mirada. Ella hacía muy bien en temer, así se mantendría lejos la próxima vez.

—¿La puerta estaba abierta?

Admiró su capacidad para continuar sonriendo, aun cuando parecía querer salir huyendo. No es que pudiera hacerlo, tendría que derribarlo para llegar a la puerta y esa pequeña mujer tenía muy pocas, casi nulas, probabilidades de hacerlo.

—Llamaré a la policía —amenazó sin inmutarse ante la expresión de pánico de ella.

Ella no sabía que no había manera de que dejara que alguien más metiera sus narices en sus asuntos, menos cuando él podía hacerse cargo.

—Está bien… —Ella dejó el espacio para que le dijera su nombre, pero cuando vio que no iba a hablar continuó—. Yo quizás forcé la cerradura —la miró incrédulo—. Bueno, bueno. Yo la forcé. —Eso fue demasiado fácil, pensó. Muchas personas aguantaban un poco más antes de confesar la verdad. Le sorprendió que ella hubiera logrado entrar a su departamento, no tenía la apariencia de alguien que supiera forzar cerraduras. Debía revisarlo para asegurarse de que estaba funcionando bien—.  No sabía que nadie viviera aquí. Me mudé en frente hace poco y nunca vi a nadie entrar en este departamento. Obviamente estaba equivocada y lo siento por eso. —Mía no dejaba de parlotear a una velocidad increíble.

Alzó una mano al aire para silenciarla y ella lo miró extrañada.

>>¿Estás callándome? Porque si es así, déjame decirte que el gesto que acabas de hacer es muy grosero. No te costaba nada pedirlo.

—Para alguien en tu posición, tienes demasiadas agallas —dijo dando un par de pasos hacia adelante. Como esperaba que lo hiciera, Mia retrocedió.

—Lo siento por entrar, no volverá a suceder.

—Por supuesto que no lo hará —dijo con la amenaza implícita en su voz.

—¿Eso quiere decir que me puedo ir o que me vas a matar y tirarme al acantilado más cercano?

Si alguien iba terminar muerto, sería él, gracias al incesante parloteo de Mia. Había tres cosas que apreciaba en esta vida: El silencio, el orden y la tranquilidad. Ella parecía la antítesis de todo eso. La necesitaba fuera de su departamento cuanto antes para volver a su rutina. Por esta vez iba a creer su versión y dejarla ir, no sin antes asegurarse de que entendía que no podía volver.

Se arremangó la chaqueta hasta los codos. Ella miró con atención los tatuajes que adornaban sus brazos, luego su atención se desvió más abajo. Sabía lo que estaba viendo. Sus nudillos estaban algo dañados por su reciente entrenamiento. Jamás sería capaz de pegar a una mujer, había visto bastante de esa b****a cuando era niño; pero ella podía pensar lo que se le apeteciera.

—Si vuelves a entrar a mi departamento me inclinaré por la segunda opción —musitó antes de empezar a caminar. Ella se tensó como si esperara que la fuera a atacar. Pasó por su costado, pero se detuvo cerca del pasadizo que daba a las habitaciones—. Cierra la puerta al salir.

Escuchó sus pasos alejarse, demasiados lentos para su gusto. No se movió hasta que el seguro de la puerta sonó. Sacudió la cabeza y una sonrisa se formó en su boca, eso había sido extraño.

Había escuchado que alguien se había mudado, pero no había conocido a su nueva vecina hasta ese momento, no le habría importado no hacerlo por un largo tiempo… o quizás nunca. Ella parecía una mujer demasiado tonta para sentir el peligro y demasiado impulsiva. Nadie en su sano juicio se infiltraba en un departamento que no era el suyo, incluso si estaba vacío. Él lo había hecho, pero solo en las ocasiones que su trabajo lo requería.

Estiró los brazos, sus músculos estaban tensos después de la sesión de entrenamiento intenso al que se había sometido. Había pasados los últimos días bajo mucho estrés y no había encontrado mejor manera para que golpear un saco de box para relajarse. Le había ayudado a despejar la mente, pero su cuerpo estaba pagando las consecuencias.

Entró al baño y encendió la ducha. Se desvistió mientras el agua calentaba y luego se metió debajo del agua. Se sintió como un calmante que alivio un poco su dolor. Pero con demasiado tiempo para pensar recordó lo que lo había llevado a ese estado para comenzar. Su progenitor había muerto días atrás y no había habido nadie más para encargarse de arreglar su entierro y saldar su deuda con el hospital. Podía haberse hecho el desentendido, pero quería creer que era mucho mejor que eso. Los dos nunca habían sido cercanos, pero su muerte había traído viejos recuerdos que estaban atosigándolo.

Apagó la ducha antes de que siguiera por el carril de los recuerdos y sintiera la necesidad de descargarse otra vez. Salió del baño y sacó del armario un pantalón de franela. Después caminó rumbo cocina para preparase algo de comer. Estaba pasando por la sala cuando algo llamó su atención.

Retrocedió un par de pasos hasta quedar a lado de su mesa alta. El jarrón inglés –lo de inglés no tenía que ver con su lugar de procedencia– no estaba allí. Miró hacia la pared que daba al pasillo, como si pudiera ver a través de ella y de la de su vecina. Ella era la única que podía haberla tomado, pero no había manera de que pudiera haberla sacado sin que lo notara, a menos que su ropa hubiera sido más grande de lo que parecía.

Se sintió tentado de ir a recuperarlo, pero no estaba de humor para un enfrentamiento verbal con esa mujer. Una vez había bastado para un periodo muy largo. De todas formas, ese jarrón ni siquiera le gustaba. Solo lo había tenido por muestra de cortesía con la persona que se lo regaló. Mia le había hecho un favor al llevárselo. Podía decir que alguien lo había robado y no estaría mintiendo… aunque que pésimo gusto el de su vecina.

Mientras preparaba su cena, no pudo evitar pensar en Mia y su engañosa sonrisa. Había conocido muchas personas a lo largo de su vida, pero la mujer de en frente era diferente a la mayoría de ellas. Una sola mirada había bastado para identificar que ella vivía en su propio mundo, con sus propias reglas, indiferente a lo peligrosa que era la vida allí afuera. Él, por otro lado, había visto las partes más crueles del ser humano. Había conocido la traición y el dolor.

Sacudió su cabeza y se concentró en lo que estaba haciendo. Cuando terminó fue hasta la sala y encendió la televisión. Escogió un canal al azar, estaba dando un documental sobre leones.

Cogió su plató y cenó en tranquilidad. Dejó el incidente en el olvido y su tranquilidad volvió. 

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