3

Desearía ser lo suficientemente fuerte para levantar a nadie excepto a nosotros dos,

algún día, seré lo suficientemente fuerte para levantar a nadie excepto a nosotros dos.

—B.oB ft. Taylor Swift, Both of us.

K E E G A N

Después de un intenso y gran silencio me miró seria y luego intentó dedicarme una sonrisa, pero la cosa se quedó en mueca. Acto seguido miró a Lou como si fuese un alien para volver su mirada a mi. Y pensar que esa mujer, era mi enemiga letal...

Parecía demasiado inocente e inofensiva como para ser la enemiga de alguien. Menos la enemiga de los Ross.

—¿Dónde está el baño? —su voz me alerta de que lo necesita con urgencia, así que decidí disfrutar un poco más de ella en este estado, escuchar su voz necesitada era un deleite para mis oídos.

Me acerqué a ella, después de tantos años, seguía siendo hermosa, pelo castaño y ojos claros, labios carnosos y boca tentadora.

Ella retrocedió después de mirar a mi hija en mis brazos y luego a mi. Tenía dos opciones, decirle que había un baño en nuestra habitación o que tuviera que bajar dos plantas para ir al general. Creo que le vendrá bien bajar escaleras.

—Abajo del todo, en el salón de reuniones, cerca hay un baño... —hablé con una sonrisa triunfal en el rostro, sabiendo que no sabría encontrarlo.

Ella me dedicó una mueca soltando un «gracias».

Me preguntaba si no me reconocía, sino había reconocido mi apellido...Me preguntaba tantas cosas. Finalmente, decidí dejar eso de lado para poner a salvo a Lou en su cuna portátil.

—Buenos días princesa, ¿Has visto a esa estúpida hormonada? Esa es tu madrastra, al menos hasta que se me ocurra algo para convencer a padre y sus ayudantes para dejarla ir. Nos traerá muchos dolores de cabeza por lo visto—le hablé a mi pequeña, con una sonrisa mientras le beso la frente.

Ella tan solo movió la cabeza de un lado hacia otro triste, como si supiera que esto fuese a acabar mal, seguramente tuviese razón.

—Veo que has salido a tú madre —la puerta de la habitación se abre, sé que es ella, ha vuelto. Como era de esperarse.

—¿Me puedes acompañar? Esta casa tiene tres pisos... Y luego un inmenso jardín con otras casas contiguas prácticamente. Oye, sé que eres mi secuestrador, y que mi novio no tardará en poner el rastreador de moviles en marcha, pero... ¿No crees que antes de ir a la cárcel, podrías hacer una buena obra y llevarme a mear por favor? —pronunció ella sonriendo de forma inocente como si supiese con exactitud que alguien fuese a venir a salvarla, pobre desgraciada, es lo único que puedo pensar, si supiese la mitad de lo que yo sabía...

La miré de abajo arriba. Blanquee los ojos exasperado. ¿Cuándo se le meterá en la cabeza que en mi terreno mando yo? Que soy Keegan Ross, el bastardo. El demonio. El maldito. El último nombre que susurran mis enemigos antes de pedir clemencia.

Que no había ley que estuviese por encima de mi palabra. Que incluso, las otras mafias me pagaban para que les dejara trabajar, nadie hacía nada sin mi permiso.

En definitiva, no sabe con quién estaba hablando y definitivamente, no debería de haber acatado la petición de Tessa.

¿Des de cuando tenía yo consciencia?

M*****a sea, ella era mi enemiga por defecto. Es una Rosemonde. Una m*****a Rosemonde.

Y aquí estaba, casado y riéndome con ella, cuando hacía tan solo un día del funeral de mi mujer. Joder, Keegan...

Me quiero golpear hasta saciarme y por desgracia no puedo. ¿En qué estaba pensando? Tenerla aquí en frente solo sería reabrir heridas del pasado. Solo traería miseria a nuestras vidas.

La observé callado sin darme cuenta de que podría hacerlo por mil segundos más. Seguía habiendo rastro de la niña luchadora que me liberó después de que yo la salvará. Lastima que la segunda vez que nos encontramos... M*****a sea. ¿Me podré perdonar algún día? Odiaba esto de verdad que sí. Odiaba que ella despertara estos sentimientos de culpa que nunca creí tener y lo bien que había estado sin ellos.

Ví de reojo como Lou se reía, achinando sus ojazos azules, como si de repente se estuviese divirtiendo a costa de nosotros.

—¡Oye o me llevas al baño o te parto los huevos! ¡¿Lo captas?! —hizo una pausa para hacer su mejor intento de intimidación, parece hablar en serio. —¿¡No me digas que eres uno de esos frikis que les gusta que les meen en su habitación?! —añadió preguntando entre gritos horrorizada ante esa idea. No tardé en coger sus brazos y unirlos a mi cuerpo de manera aún más agresiva que la suya hablando.

—Delante de mi hija no grita nadie, ¿Lo entiendes? —hago una pausa, ella tragó saliva—Mira, bonita, hasta ahora he tenido paciencia, pero a partir de ahora, te juro por la vida de mi hija, que si no te muestras más sumisa, conocerás mi otra faceta menos caritativa y tranquila... —añadí sin darme cuenta de la poca distancia que nos separaba, prácticamente había susurrado encima de sus labios, noto como ella sigue petrificada ante mi, como si se hubiese quedado en trance al verme.

Ella tiene sus ojos puestos en los míos, debería repelerme tenerla así de cerca pero no lo hace por lo que la empujo lejos de mí en contra incluso de mis propios deseos.

—El baño está aquí mismo—hice una pausa señalándole el camino con el dedo—¿Ves ese pasillo? Lleva a una habitación armario, ahí tienes tus cosas, y el otro hacia el baño —añadí de mala forma.

Ella, después de tomarse dos segundos para asimilar todo lo que estaba pasando, corre hacia el baño.

—¡Capullo, no hemos terminado! —oí como gritaba des del baño provocando en mí un blanqueamiento de ojos que muy a mi pesar acabó en una sonrisa sincera, pero eso ella no lo sabrá.—¡Si crees que por ir de mafioso supremo puedes hacer que una mujer como yo sea sumisa, andas muy equivocado, cariño! — añadió ella dando un portazo. Dios... Me llevé una mano al pelo negando. Esta tonta decisión de hacerme el bueno, heroe, o como fuese, me iba a traer muchos, muchísimos, dolores de cabeza.

—¿Tú que opinas Lou, debería dejarla marchar e ir al club a por una cualquiera? —pregunté volviendo cerca de mi hija con el fin de acariciar su mano. Ella se pone a llorar como si la vida le dependiera de ello. Cuando levanto la mirada de nuevo la tengo a ella, en frente seria.

—Hombres... —siseó Aliyah apareciendo de nuevo mientras cogió en brazos a Lou. La miré boquiabierto sin poder evitarlo si quiera—Idiota, no ves que llora porque tal vez, solo tal vez, tiene hambre. O es que los mafiosos pensáis con la —tapa las orejas de Lou—polla. —concluye mirándome de mala manera.

—¿Puedo saber que regalo me has dejado en el baño, es para saber si debo llamar al fontanero? —pregunté con sorna intentando tomar las riendas de la situación, ignorando completamente que me hubiese llevado la delantera con temas relacionados con mi propia hija.

—Eres un cabrón infantil—declara ella negando seria.

No entiendo a esta mujer, en serio. Sabiendo que soy un maldito criminal tiene la suficiente valentía como para plantarme cara como nadie en años se había atrevido a hacer...

A L I Y A H  

—¿Podrías decirme dónde puedo encontrar un teléfono? o si quieres incluso dejarme el tuyo...—termino mirándolo con una sonrisa angelical. El caso es que debo marcharme de este lugar cuanto antes.

Ja, como si repetir la frase fuese a tener un poder sobrenatural y sacarme de aquí.

—¿Para qué quieres un teléfono? —preguntó con una sonrisa llena de burla.

Le dedico una mueca llena de asco y amargura. Parece surgir efecto.

—Para ver porno, no te jode. O para jugar al candy crush mejor —le hago una de mis mejores caras sarcásticas mientras voy alejándole de mi.

Él blanquea los ojos divertido, volviendo a acercarse. Aprovecha su altura para pasar su mano por mi pelo, despeinándome en el acto. Podría decir que sentí molestia o repulsión al sentir su tacto, pero ya he dicho que no me gusta mentir.

—No sabía que a las mujeres también les gustara ver buen porno a una hora tan temprana—habló irónico, hace una pausa, su expresión cambia de la diversión a la firmeza—Vuelvo a avisarte biscochito, si intentas algo raro, saldrás perdiendo tú —me advierte finalmente, después decide meterse en el baño, dejándome con la palabra en la boca.

—¡No me llamo biscochito, idiota! —declaro con rabia golpeando una de las almohadas que tengo cerca contra la puerta del baño. Iba a ducharse.

Por su parte tan solo oigo el sonido de un cántico mal hecho. Encima de idiota no sabe cantar.

Genial. Tiro mi cuerpo hacia atrás haciendo que mi mirada se pasee por todo el lugar intentando explorarlo. La mansión de los Ross era inmensa, y la habitación de Keegan no era la excepción.

Entrecierro los ojos tomando aire. De fondo oigo la risa de un bebé. Fantástico, bebés en mi vida, justo lo que necesito.

Desbloqueo el iPhone de última generación, ni siquiera tiene contraseña, encontrándome con la foto de una hermosa joven, pelirroja de buen cuerpo, ojos azules, parecía una super modelo, Keegan se encuentra a su lado cargando a Lou, parecen felices. Es más, Keegan no... No parece el capullo que se está duchando y que ha insinuado que me gusta el porno.

Voy a marcación rápida y me doy cuenta de que no sé a quien llamar. Necesito ayuda urgente. Entonces mis dedos no se lo piensan ni dos veces y marcan a mi superior, bueno no era mi superior, el superior de los superiores del superior, el capitán Bulldog, quiero decir, Bullock Rosemonde. Ex sargento de la marina, con un humor y un rostro tal como bien dice su apodo de Bulldog. Mentira, el apodo no era por su falta de atractivo físico sino su falta de atractivo social. Jamás de los jamases lo había visto sonreír a secas.

—Diga...

—¿Jefe?

—No, tu madre en tanga... ¿Dónde estás? Tienes a los infantiles de tus amigos vagueando con la excusa de tu desaparición.

—Estoy en la casa Ross.

—¡¿QUÉ!?

—Sí jefe, él dice que soy su esposa, tiene el certificado...

—¡NIÑA!

—Déjeme terminar... El caso es que necesito su ayuda, tengo miedo, tío... —finjo un sollozo.

¿He dicho que el bulldog de mi jefe, de los jefes, es mi tío?

Pues sí, este amargado es como un padre para mí. Después de un largo silencio mi tío por fin reacciona.

—¡Es perfecto!

—¿¡Qué?!

Ahora soy yo la que grita. No se si por la sorpresa o el horror.

—¿No lo ves? Puede ser la mejor tapadera para una policía, eres la esposa del don de la mafia, del príncipe del delito. Tienes acceso a todos los ficheros, pruebas, todo está a tu alcance. Todo.

—Tío... Es Keegan Ross...No creo que pueda conseguir nada.

—Cuídate, esto acaba de empezar—tras decir eso cuelga.

Me llevé una mano al pelo, la puerta del baño se abre y deja ver a un mojado Keegan, recién duchado, atento a mi comportamiento. Le dediqué el dedo del medio mientras me recomponía ante la nueva noticia. De momento debería quedarme en este lugar.

—¿Siempre eres tan grosera con todo el mundo? —preguntó él mientras flexionaba levemente los músculos a posta. Sabe que a cualquier mujer se le caería la baba al ver su torso al descubierto, mojado y tatuado.

Blanqueo los ojos exasperada.

—Solo con la gente que me cae mal—declaro evitando el contacto de mis ojos con su cuerpo, juraría sentir arder cada pedazo de mi piel.

Él se acercó a mí cogiéndome por la barbilla. Yo seguía sentada encima de su cama.

—¿Qué escondes? —su voz suena grave, imponente, como si tan solo con mirarme los ojos pudiese leer todos mis pensamientos.

—¿Qué escondes tú?—le respondo mientras intento recobrar fuerza en mis palabras, poniéndome de pie, rompiendo esa barrera de cinco centímetros entre nuestros cuerpos.

Nuestros ojos entran en una batalla eterna para ver quién es el que tenía poder en esa «relación» y quién por lo contrario se presentaba como el perdedor.

«Genial, victoria», pienso cuando el aparta la mirada primero para mirar a su bebé, quien no para de dar palmadas con las manos y reír.

—¿Qué pasa, princesa? ¿Te hace gracia la nueva payasa de papá? —para ser sincera no sabía si molestarme con él por llamarme su payasa o soltar un «aw...» porque el momento lo requería. Se ve realmente tierno hablando con su hija, es como si se convirtiera en otro Keegan.

Ante la duda decido darle un golpe en el hombro.

—¿Siempre eres tan violenta? —inquiere divertido mientras sujeta mi mano.

—¿Por qué no te vistes ya de una vez? —le lanzo una mirada llena de hostilidad.

—¿Te intimida mi desnudez? —pregunta él. Acaba colocando como gesto final sus manos en su cintura. Sonrió triunfal para negar incrédula.

—Tienes el ego muy grande tú...

—¿Por qué no pruebas tu misma el porqué? —pronunció acortando de nuevo la distancia entre nuestros rostros.

Sentí como sus labios cada vez estaban más cerca de rozar los míos y no quiero precisamente que se alejen, pero y ya no sabría decir si por suerte o no, no llegaron a juntarse, le deleitaba tenerme así de cerca.

—Soy muy tradicional. Sin boda oficial y vestido de novia no hay beso y menos aún otras cosas. —aclaró con diversión, en sus ojos ámbar a parte de perderme, aprecié que Keegan Ross guardaba muchas más cosas que rebeldía, infantilismo y burla. Tenía un auténtico caos lleno de dolor y oscuridad, y no sabría si yo podría resistirlo. Si los míos era duros no quería imaginarme prisionera de otros demonios.

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