Capítulo 4

—Sí, no me gusta para nada tu mirada —vuelve a decir Aleksei antes  de levantarse del piso y tenderme una mano—. Ven, vamos a ver cómo  están tus movimientos. 

Acepto su ayuda y me paro de un salto. Nos acercamos a la lona de  combate cuerpo a cuerpo y nos ponemos cada uno a un extremo. —Sabes que no hay cámaras que den a la entrada de los vestidores  —comienzo a explicar mi plan mientras nos estiramos un poco. Él me  mira con ojos entrecerrados—. No me mires como si estuviera loca,  simplemente vamos a entrenar como cada tarde para darle un espectáculo  a los espectadores de la sala de seguridad, luego fingiremos ir a las duchas  por separado, nos encontramos en la de mujeres y nos divertimos un rato. Es simple y fácil, pero a mi escolta no le hace gracia debido a su  expresión incrédula. 

—¿Y si entra alguien? 

—No me importa. 

—A mí sí. 

De repente suelta un puñetazo en mi dirección que apenas logro  esquivar al agacharme. 

—¡Hey! ¿Y eso? 

—Buenos reflejos. —Lanza otro golpe y lo vuelvo a esquivar, esta vez  moviéndome a un lado—. Nunca te distraigas de tu objetivo, Svetlana. —Pero si apenas estábamos calentando —replico. Otro golpe.  Bloqueo su puño con mi mano y le doy una patada en el abdomen. —Joder. Buen golpe. —Sonríe Aleksei sobando la zona afectada. Yo  también sonrío, pero con soberbia. 

No muestro preocupación, es una lección importante. Todo lo contrario, espero un nuevo ataque que no tarda en llegar. Mi guardaespaldas se me abalanza con una m*****a navaja en la mano. Reacciono moviéndome fuera de su alcance cuando está lo bastante cerca, esto para despistarlo y luego patear su puño para que suelte el arma.

—Eso es trampa.

—Eso es juego sucio —espeta y acaricia su muñeca—. Todos lo hacen  y debes tenerlo siempre presente. —Miro la rojez en la piel golpeada y  muerdo mi labio, apenada—. Sí, cada día te haces más fuerte y más  brusca. Debo admitir que me duele. 

Trato de reír, pero no logro hacerlo porque, sin esperarlo, soy  derribada por cien kilos de piel y músculos.  

M****a. Se me ha salido el aire.

¡Hijo de p**a!

—Mi m*****a espalda —digo sin aliento tirada en la lona. Aleksei me ve desde arriba. Está muy sonriente el endemoniado—. ¿Me quieres matar? —lo regaño al sentarme con una mueca de dolor.

—Yo no, pero otros sí y lo habrían conseguido por tu distracción. Lo miro con odio y sin que se lo espere, y usando sus mismas técnicas  de despiste, abrazo sus piernas con fuerza y lo tiro de espaldas al suelo.  Su cuerpo impacta en el piso, provoca un sonido seco. 

—Maldición. 

—¿Qué decías de la distracción? —pregunto con una sonrisa  triunfante y me pongo de pie. Joder, que me duele todo. —Eso es trampa —masculla y me cruzo de brazos con arrogancia. —Eso es juego sucio —imito su voz. 

Él niega con la cabeza, así demuestra diversión. Yo me alejo hacia los  vestidores. Suficiente por hoy. 

No sé si Aleksei me sigue, pero yo entro al área que supuestamente es  para las mujeres. Solo uso yo por obvias razones. Allí tengo varios  cambios de ropa. Creo que los hombres tienen mudas en sus casilleros  también; es normal que luego de pasar un rato aquí, sigan con sus labores,  y como la casa de servicio está un poco retirada como para ir allá a  bañarse, se les es más fácil venir aquí. 

Me dirijo al fondo del pequeño salón donde están las duchas. Como  estoy sola, tengo toda la confianza de sacarme la ropa, y cuando lo hago,  me introduzco en uno de los cubículos. Abro la llave y al instante el agua  fría golpea mi cabeza y baja por mi cuerpo arrastrando con ella el sudor. 

Paso mis manos por mi cuerpo para limpiar la suciedad, tomo el jabón  líquido y con un poco lavo toda mi piel. El chorro de agua aclara la poca  espuma que se ha creado y toda la sensación resbalosa desaparece. 

Unas manos grandes y callosas se posan en mi cintura. Un cuerpo  grande y duro, especialmente duro, se pega a mi espalda. —Tardaste en venir. —Tomo sus brazos y hago que me abrace. —Se toma su tiempo luchar contigo mismo. —Aleksei comienza a  dejar pequeños besos en mi cuello—. ¿De verdad es erótico ver cómo una  persona se baña? Porque a mí me ha gustado verte. 

Sonrío antes de darme la vuelta. 

Nos observamos unos segundos uno al otro. Las manos de mi  guardaespaldas acarician mi cintura y cadera.

No soy bajita, para nada. Mido un metro setenta y cinco. Sin embargo,  me tengo que poner de puntillas para alcanzar los labios del hombre que  tanto me gusta. Él responde al beso de inmediato. Lo hace intenso y rudo,  cargado de frustración. 

Mis manos viajan a su espalda y arañan la piel de allí en respuesta a  las emociones que despierta Aleksei cuando me besa. Las suyas aprietan  mi trasero y me hacen pegar más a él, a su cuerpo, a aquello que siempre  me deja saber cuánto él me desea. 

—Mmm —dejo salir un gemido cuando nos separamos por falta de  aire y Aleksei muerde mi labio inferior. 

Con sus fuertes brazos me levanta y me pega a una de las paredes del  cubículo. Jadeo cuando su erección roza mi vagina y las ya conocidas  cosquillas se propagan por toda mi piel. Mi chico mueve las caderas para  crear más fricción, lo que provoca que ambos dejemos salir un gemido en  conjunto. 

Oh, Dios. Me encanta sentirlo duro y caliente pegado a mí. Cuando  Aleksei repite la acción, una oleada de placer me recorre. Muerdo su  mandíbula. 

—Mierda, Svety. No sabes cuánto deseo perderme en ti en este  momento —dice con la respiración algo agitada y dejando cortos besos  en mi cuello. 

—Hazlo —le pido—. No te detengas, no te frenes. Solo hazlo. Él levanta su mirada y me observa con ojos sorprendidos. Dejo un  beso en su boca. 

—No puedo, tu padre me mataría si se entera. Además, no tengo  protección, no me gustaría que perdieras tu virginidad en un... Lo interrumpo: 

—Es el momento perfecto —susurro sobre sus labios—. Hazlo,  Aleksei. No te preocupes por nada. Solo hazme tuya, mi amor. Me besa rudo y desesperado. Le correspondo de la misma forma y me  estremezco cuando siento su glande presionando mi entrada. Él empuja  un poco e intenta entrar en mí con suavidad, mas no lo consigue. Separa  nuestros labios y pega nuestras frentes. 

—Joder. Estás muy cerrada y no quiero hacerte daño. 

—No me harás daño —afirmo, mas no estoy muy segura de ello. Cuando va a hacer un segundo intento, un ruido nos hace tensar. —¡Aleksei, Svetlana! 

M****a.

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