Capítulo 2

Entro a la casa lo más rápido que puedo para poner distancia entre  Aleksei y yo. Mi idea es, como todos los días, pasar directo a las escaleras  y subir a la única parte de la casa que no está vigilada por mi padre: mi  habitación. O bueno, las habitaciones principales. Sin embargo, mi  misión es completamente frustrada por el hombre que me ha dado la vida. 

—Lana, hija mía, que bueno que llegas. —Freno en seco ante su voz  y maldigo el tener que pasar frente a la sala de estar para ir al segundo  piso—. ¿No saludas, cariño? 

Fuerzo una falsa sonrisa antes de darme la vuelta y ser consciente de todos los pares de ojos que me observan. M****a. ¿Acaso hoy hay reunión de la Organización?

—Hola y adiós. —Me vuelvo sobre mi eje para seguir mi camino, mas  no logro dar ni un paso cuando mi padre me habla de nuevo. —No tan rápido, jovencita. Ven aquí. —Ruedo los ojos y blasfemo en  español, consciente de que nadie me va a entender. Me acerco a la  reunión de personas que se está dando, extrañamente, en la sala de mi  casa. 

Mientras me acerco distingo bien quiénes perturban el silencio que  siempre caracteriza a la casona. Por alguna razón cada uno de los cabezas  de las cinco familias que manejan la Organización, están aquí. Mi padre,  por supuesto, es el principal. El gran jefe. El segundo a cargo, Artur  Kórsacov, en compañía de su insufrible hijo. Y los tres restantes y no tan  importantes: Dobrovolski, Lavrov y Popov. Este último me da una  asquerosa mirada para nada amigable. Es como si me devorara con el  pensamiento. Qué asco. 

—Deja de mirarme, cerdo —le recrimino cuando llego al lado de papá  y le muestro mi perfecto dedo medio. Todos se ríen, incluido él. —Es tu culpa, querida, te he dicho que esa falda está muy corta.  —Miro a mi padre con indignación. 

—¿Mi culpa? Yo puedo vestir como me dé la gana, eso no significa  que este imbécil tenga el derecho de verme como un trozo de carne fresca.  —Le brindo mi mejor expresión de desprecio.

—No seas grosera, Svetlana. 

Niego con la cabeza hastiada del machismo que vivo a diario en esta  casa. 

—Déjala. Slava tiene el temperamento de una tigresa… y eso la hace  perfecta —añade Popov con un tono de voz que me causa repelús. —¿Y bien? ¿Para qué soy buena? —Me cruzo de brazos y mantengo  distancia de todos los hombres bien acomodados en los sofás frente al  sillón señorial de mi padre. 

—Estábamos hablando de tu fiesta. Quiero que conozcas a alguien.  —Le hace una seña a Lavrov, quien asiente con rapidez. —Alisa, ven aquí —llama en voz alta el aludido. 

De la puerta que da a la sala de reuniones de mi padre, ubicada al  fondo del salón y con una puerta muy discreta, sale una mujer.  Tiene algunos veinticinco años, es de tez pálida, cabello negro y ojos  almendrados. Muy linda. 

Pero no tengo idea qué tiene que ver su presencia conmigo.  Frunzo el ceño. 

—Ella es Alisa Lavrova. Hija de mi buen amigo Ruslan. Ella es  decoradora de eventos en la Organización y se ha ofrecido a hacerte una  fiesta de ensueño —mi padre la presenta con tan extraña admiración que  me hace arquear una ceja. 

—Te prometo, Lana, que haré de tu cumpleaños una fiesta digna de  la realeza —comenta ella con orgullo. 

—¿Gracias? —digo algo abrumada por toda la atención que recibo  ahora. 

Sinceramente me da igual eso de la decoración. Sin embargo, ella  demuestra un gran talento en el arte de aburrir, pues comienza a hablar  de rosas, globos, luces, comida, pastel; todo bien hasta que llega a los  colores. ¿Lila? Ni en broma. 

—Con blanco quedaría genial... 

—No —espeto fuerte y claro para que todos me escuchen. Alisa  levanta la mirada, confundida, y mi padre me observa con interés. —¿Perdón? 

La noto… ¿ofendida? Lo lamento, belleza, pero es mi fiesta, no la  tuya. 

—No quiero colores pasteles, los odio. 

—Son los perfectos para la fiesta de una chica —replica ella, pero yo  soy testaruda y cuando digo no, es no. 

—Azul rey, dorado y blanco. Apáñatelas con esos. —Me cruzo de  brazos en una postura de lo más caprichosa. 

Sus mejillas se sonrojan. Está enojada y me da igual. Mientras  nuestras miradas están en un duelo sin fin, siento otra quemarme. De  reojo puedo entrever al hijo de Kórsacov con la vista fija en mí. —Pero...

—Alisa, Svetlana ha hablado, y que no se te olvide quién es ella —le  dice su padre con severidad y ella respira hondo. 

—Lo que desees, dulzura. —Me da una falsa sonrisa. 

—¿Dulzura? —La voz burlona de Konstantin Kórsacov me hace  querer bufar—. Si casi te saca los ojos cuando mencionaste la palabra lila. Ambas lo ignoramos. 

—¿Me puedo ir? —le pregunto a mi padre que está más pendiente de  las piernas desnudas de Alisa, que en mí. 

—Sí, retírate. 

Al fin. 

Sin despedirme salgo de la sala de estar en dirección a las escaleras.  Subo estas con rapidez y justo cuando llego a la planta dos, una voz me  detiene. 

—Estás hecha toda una mujer. ¿Desde cuando no nos vemos? M****a.

Aprieto los ojos antes de continuar mi camino. 

—¿Me ignoras? Eso me duele, pequeña Lana. 

—¿Qué diablos quieres, Konstantin? 

Freno en seco y me doy la vuelta, lo he hecho tan rápido que el alto y  ya moldeado cuerpo del idiota colisiona con el mío. Lo empujo. Él da dos pasos atrás y sonríe como el imbécil seductor que cree que  es. Mete las manos en sus bolsillos. 

—Saludar a mi futura esposa. 

Me río. ¿Esposa? 

—Ni en tus mejores sueños, Kórsacov. 

Doy media vuelta y continúo con mi camino a mi aposento. —Serás mi esposa algún día. Lo verás, pequeña Záitseva. La Bratva necesita un hombre al mando. 

Vuelvo a frenar en seco. ¿Qué ha dicho? 

—Porque soy mujer creen que no soy capaz. Les daré una sorpresa a  todos ustedes —lo enfrento y clavo mi dedo en su pecho. Él vuelve a  sonreír. 

—Me gusta cuando te enojas. 

—Vete al demonio. —Lo miro con todo el odio que puedo reunir. ¿De verdad cree que necesito un hombre para llevar la Organización  algún día? ¿Acaso cree que lo necesitaré a él? 

Konstantin Kórsacov, más conocido por ser un inútil incapaz  protegido por su padre, se inició en la Organización con quince años solo  porque es el hijo de la segunda familia al mando. Pero no tiene ni la  preparación ni el entrenamiento al que yo soy sometida día a día.  

Él no es mi igual, nunca lo será y jamás va a ser mejor opción que yo. —Aunque no lo quieras, vas a ser mía. 

—Yo no soy de nadie —gruño entre dientes, mas algo hace clic en mi  cerebro. Entrecierro los ojos—. ¿Sabes algo que yo no?

—Sé muchas cosas que tú no, pequeña princesita caprichosa —se  burla y alborota mi pelo rubio. Me alejo de él. 

—Será mejor que te alejes de mí si no quieres perder una mano. Le doy la espalda y retomo el paso hacia mi cueva. 

—¡Me gustan rudas! —grita y niego con la cabeza. 

—¡No me gustan idiotas! —digo en respuesta y su risa me hace irritar. Llego a la privacidad y seguridad de mi habitación. Pongo seguro a la  puerta y me tiro en la cama para luego soltar un suspiro. Al fin donde  quiero estar. 

Cierro los ojos por un segundo y pierdo el conocimiento.

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