Capítulo 4

Mi correo estaba colapsado por tantas tareas encomendadas por mi jefe. Realmente no entiendo como no descansa, el no paraba y a mí ya me estresaba, aunque admito como es que se lanza a fondo en sus responsabilidades.

Dalbert nunca descansaba. Siempre tenía algo que hacer y a quién molestar, ese caso era yo, mi papel de asistente personal me obligaba a cumplir sus órdenes.

Eran las once de la noche y yo seguía en su m*****a habitación trabajando, en serio, a veces quería renunciar, pero todos los días me repetía que la paga era buena, y por ello aguantaba.

Pasaron los minutos y decido parar, me recuesto por la reposera de la silla mientras restregaba los ojos con las manos y bostezaba.

-Puedes ir a descansar. – esas cuatro palabras eran música para mis oídos. Sin dudar ni un solo segundo, me puse de pie sin decir nada y empecé a guardas mis cosas. – Mañana temprano continuaremos. – sentencia cuando me estoy dirigiendo a la salida, lo miro sobre mis hombros y asiento.

Lo último que recuerdo es que llegue, tire mis cosas en el enorme sillón de la entrada y me tiré en la cama, y ya. Estaba exhausta y caí.

Cuando sentí la luz del Sol, me incorporé rápidamente y pude notar que ya eran las ocho y media de la mañana.

-M****a, m****a, m****a. – repito varias veces, mientras corro hacia el baño para darme una ducha exprés. Salgo a los pocos minutos y cuando me dispongo a vestirme, la puerta suena.

Sé que es mi jefe, por lo que intento ignorarlo, pero su insistencia me abruma, salgo corriendo a abrirle la puerta después de ponerme mi ropa interior y cubrirme con la bata.

Como era de esperarse, mi gran jefe se encontraba del otro lado, y su rostro demostraba todo, menos felicidad de verme. Debería estar acostumbrada a eso y es por ello que decido ignorarlo, y restándole la debida importancia a mis fachas. Sus ojos me miraban un tanto sorprendidos, del mismo modo que examinaba de pies a cabeza.

-Sé que me vas a regañar, así que puedes empezar mientras me voy a vestirme. – digo, y luego corro a mi habitación para poder vestirme sin perder tiempo.

Cuando al fin estaba lista y me disponía a salir, freno en el proceso al verlo recostado por el marco con los brazos cruzados observándome.

-Señor Brown. – susurro. Sin embargo, el guarda silencio y se dispone a caminar hacia mí. Literal parecía un depredador acechando a su presa, en este nivel del juego, yo soy la presa.

Me sentía pequeña e indefensa. Sus ojos no se alejaban de los míos, me estudiaba y estudiaba mis gestos.

Baja su rostro hasta mi oído, sintiendo su respiración sobre mi piel, erizándolo a su paso, y por inercia cierro mis ojos creyendo que sus labios tocaran esa parte sensible de mi cuerpo.

-No vuelvas a hacer eso. – susurra, alejándose, sin embargo, mis ojos aún seguían cerrados. – porque si me provocas ya no podrás escapar. – sentencia, finalizándo de ese modo su advertencia. Se aleja de mí, con su peculiar sonrisa de autosuficiencia y yo me quedo helada ante tal insinuación de su parte.

Segundos después reacciono al darme cuenta que baje la guardia y el aprovecho ese pequeño instante para engatusarme.

Cuando salí al salón, ya lo vi sumido en trabajo nuevamente y me mentalice en eso, pues decido dejar atrás lo que pasó y me dispongo a trabajar, y aunque parezca infantil, prefiero hacerlo en otra mesa para mayor concentración.

Soy consciente que está molesto, porque la que debería ir a su habitación a trabajar soy yo, sin embargo, lo hice venir por el simple hecho de que me quede dormida.

Me sumergí en un mar de trabajo, mientras bebía de mi café pausadamente. Deje todo en orden para la hora de la reunión, la misma a la que asistiríamos en este mismo momento junto al Señor Richard.

Parecíamos dos seres poderosos caminando entre los mortales, o creo que solo él. Yo más bien era su perrito faldero con mi atuendo aburrido corriendo detrás de él.

-Quiero algo pequeño, más familiar. – comenta el señor Richard. – Pero, mi hijo quiere algo rentable como un hotel, por lo que estoy en un laberinto.

Entiendo perfectamente. Desde un principio él quería una mansión, bajo el seudónimo de –pequeño- porque sabemos que las personas con dinero lo pequeño se refiere a una mansión de cinco cuadras. Quiere algo familiar, pero, necesita complacer a su hijo, por lo que necesita que sea rentable.

-Debes decidir Richard. – sentencia un impaciente Dalbert y nuestro cliente se mueve incómodo por el tono seco y frío con el que le hablo.

-Podemos hacer ambos en el mismo terreno. – Ambos me miran. – Su hijo quiere un hotel, pues construyamos un hotel, y se entiende, es muy buena la zona lo que las ganancias serian inmensas. Tú quieres un lugar para vacacionar y por la zona que elegiste es porque realmente te gusta la ciudad.

-¿A qué quieres llegar?

-Construimos el hotel lujoso que su hijo desea, y en los últimos dos pisos construimos el ambiente familiar que usted quiere, con alberca, pastos sintéticos y todo lo que desees. La única diferencia es que tendrá una entrada exclusiva que será solo de la familia de modo a que los clientes no tendrán acceso a esa parte, y una vista estupenda de los atardeces de la ciudad. – finalizo con una sonrisa en el rostro.

El silencio en el lugar es raro de modo a que se vuelve tenso e incómodo. Galbert tiene un rostro de enojo, como siempre.

-Es la idea más - habla mi jefe, pero se ve interrumpido por el viejo este.

-Estupenda. – lo miro asombrada. – Quiero eso que tu magnifica asistente dijo. – sonrío, de verdad sonrío.

Luego de ponernos todos de acuerdo, sin mediar palabras me retiro del lugar, para adentrarme a mi habitación y dormir, pero como nada tiene un final feliz, mi celular suena y puedo ver que es mi jefe.

¿Y ahora que quiere?

-Señor Brown. – respondo cortante.

-¿Quiere acompañarme a un bar? – mis ojos se abren por la sorpresa que me generas sus palabras. Miro nuevamente la pantalla de mi celular y efectivamente es mi jefe. ¿Qué han hecho con mi jefe? – Es un modo de celebrar el logro del contrato de hoy, en parte es gracias a usted. – confiesa, lo que me deja más sorprendida. Estoy en silencio, no digo nada, asimilando sus palabras y antes que decida redimirse, le digo que acepto.

Quedamos que a las siete pasará a buscarme, puntual. Miro la hora y aún falta para que llegue así que me lanzo a la cama a reír de la nada. Tendré un poco de diversión al fin.

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