Capítulo 5

 

Pronto sobrevino el amanecer. Tocaron la puerta. Era el transporte que llevaría mi cuerpo inmóvil a la morgue.

Pude ver sus puños cerrados con frustración y llenos de ira. Su mirada me confirmaba que sus pensamientos se centraban en un único deseo… la venganza.

Levantó la vista en mi dirección, dándome la última ojeada. Sería un “hasta nunca”. Pero se limitó a secar sus lágrimas, claro que sin éxito. Tomó su mochila y su maleta, y simplemente me vio partir, siendo apartada de su lado sin poder hacer nada por evitarlo. Siendo arrancada de su vida para siempre…

Una vez dentro de la camioneta, perdí la noción del tiempo. Perdí mi único remedio contra mi repentina amnesia. Y el hecho de oír las voces de unos extraños tan próximos a mí, me llenó de pánico. Estaba aterrada. La imagen de aquella muchacha con su mochila me inquietaba, pero por más que trataba me resultaba cada vez más difícil reconocerla, hasta el punto que olvidé su rostro. Luego su presencia y por último su mismísima existencia.

— Era tan joven. Es increíble que haya sido entregada a esos inmundos. — dijo uno de los hombres que iban dentro de la camioneta. Mientras seguía estudiando cada una de mis facciones sin perder la noción de la pérdida. Sus ojos acaramelados se tornaron melancólicos. Recuerdo que me pregunté: “¿Por qué me ve de esa forma?”

— Es una verdadera pena. — añadió el conductor.

El primero se asomó un poco más. Entonces contemple sus brillantes y profundos ojos acaramelados. Aprecié la dulce esencia de su existencia en completo silencio. No tendría más que un par de años más que yo. Su mirada penetró mi alma. No sabría cómo explicarlo correctamente, sólo sabía que pudo hacerme sentir la misma tristeza y melancolía que tenía incrustado en su rostro.

Luego, acercó su mano a mi cara y tras tocar mis párpados, me sumergí en la más profunda oscuridad.

— ¡No me dejes ir! No quiero irme… ¡¿No me oyes?! ¡Ayuda! ¡Ayuda! Tengo tanto miedo… ¿Dónde estoy? ¡Alguien! ¡Ayúdeme! — mi voz no era más que un leve grito ahogado.

De algo estaba muy segura, nadie podía oírme ni socorrerme.

No tenía noción del tiempo que había transcurrido desde la última vez que había escuchado la voz de alguna persona en mis cercanías. Pero mis gritos de auxilio no habían cedido ni por un instante y ya estaba agotada de pensar en que realmente en algún momento llegaría la ayuda. Era frustrante y ya no podía darme el lujo de ahogar mis pocas esperanzas…. Fue entonces cuando me entregué al silencio. Entonces descubrí que era menos desagradable a diferencia de estar como una loca gritando para que la rescataran.

Comencé a meditar acerca de mí misma. Y descubrí que no podía recordar mi nombre. No podía ver más allá de la rotunda oscuridad que me mostraban mis ojos. Decidí que lo mejor sería explorar el lugar. Estiré mis dedos y percibí que tocaba una especie de bolsa. Entonces me percaté de que estaba recostada y aquella cosa me cubría por completo.

Decidí aventurarme y comprobar si lo que en verdad estaba viendo no era más que lo que mi mente podía imaginarse. Así, con todas mis fuerzas fui forcejeando contra la resistencia que ofrecían mis propios ojos para abrirse. Así, logré abrirlos pero en mi pecho no sentí más que la decepción de mi alma al contemplar que en realidad no había más nada. Estaba sola. Y para colmo de males, adentro de una bolsa.

Cuando comenzaba a asfixiarme en la penumbra, vi que alguien se asomaba, alguien a quien no había oído llegar.

Entonces, vi cómo abrió con cuidado el saco negro que me aprisionaba.

Por primera vez, contemplé con un cariño incalculable a aquel muchacho de ojos azulados, expectantes, como si hubiese esperado siglos para verme. Sus cabellos castaños claro lucían un corte sencillo que lo favorecían gratamente, corto y despeinado, meticulosamente arreglado, pero sin perder su toque casual.

En mi rostro demacrado por la fiebre se surcó una sonrisa. Y de algún lugar del que no estaba segura de que existiera, encontré la fuerza para abalanzarme hacia él, terminando en sus brazos decidida a ya no soltarlo jamás.

Un abrazo que fue correspondido.

— No sabía que reaccionarías tan bien…— acotó dulcemente mientras rodeaba mi cintura con sus brazos.

— Eres el único que me ha oído. — advertí mientras apoyaba mi cabeza sobre su pecho.

— Lo sé… Aunque de veras creí que me odiarías por haberte metido en esta “situación”. Jamás había mordido a alguien para convertirlo, eres la primera y la única. Eres a quien estaba esperando. — aseguró armonioso.

— No sé de qué hablas. — musité dubitativa al no comprender sus palabras.

Me apartó de él unos centímetros, los suficientes como para observarme detenidamente como quien quiere comprobar sus sospechas.

— Hm… Veamos. ¿No recuerdas ninguna plaza? — indagó con curiosidad.

— ¿Por qué habría de hacerlo? — respondí extrañada.

— Limítate a contestarme. — dijo mientras se asomaba una sonrisa de picardía entre sus labios, deleitando por demás a mis ojos.

— No. — respondí a su pregunta.

— Digamos que tampoco recuerdas a ninguna mujer. ¿No? — aventuró a suponer.

— No hay registro de ella, de hecho, de ninguna en particular. — contesté asombrada por el hecho de que así fuera.

— Efectos secundarios no previstos. Jamás había sucedido eso. Sólo hay un problema. — me dirigió una mirada cómplice.

— ¿Qué ocurre? — indagué curiosa por la incógnita.

— Pues, ya no sabré cuál es tu nombre. — confesó avergonzado.

— Puedes llamarme Janice. — concluí divertida por la idea de autobautizarme.

Sin embargo, el muchacho frente a mis ojos, permaneció estupefacto. Parecía una estatua, perfectamente inmóvil. Ninguna de sus facciones se modificó ni por un segundo. Sólo permaneció allí completamente perplejo.

— ¿Qué te ocurre? — inquirí ciertamente preocupada por su falta de reacción.

— No es nada. Disculpa mis modales. Es sólo que me sorprendí un poco. No es nada, de veras. — su voz serena calmó mis inquietudes, ahogándome en un mar de tranquilidad donde ya no importaba el qué ni el cómo ni cuándo. No, señor. Nada de eso.

Saboreé el hecho de poder contemplar sus ojos brillantes. Eran en verdad hermosos, verdaderamente alucinantes. Además, podía estar segura de que sólo me veían a mí de ese modo tan especial que hacía que mi corazón quisiera funcionar de nuevo. Cuando nos estábamos viendo frente a frente de esa manera, no podía pensar en nada. Absolutamente en nada más. Mi mente estaba en blanco, pero el solo estar cerca de él… aquel escenario tétrico se volvía sorprendentemente agradable, casi soportable.

En medio de aquel estremecedor encuentro, sentí que dentro de mí me advertían que algo andaba mal. Todo era demasiado perfecto para mis ojos cuando sólo lo estaba viendo a él. Pero… ¿qué sucedería si me alejaba de él? ¿Qué vería si desviaba mis ojos de lo más bello que he visto en mi inexorable existencia? ¿Qué sería de mí sin él a mi lado…?

Sentí la necedad de aferrarme a sus brazos para no soltarme jamás. Pero hubiera sido demasiado romántico para mi gusto. Mis sentimientos siempre habían sido fríos. Era lo único que sí recordaba… y eso lo sabía porque era lo único que sentía y me impedía hacer lo que más deseaba hacer: hacerlo mío, solamente mío.

Rematé aquella alocada idea dentro de un sótano que ideé mentalmente para así encerrar a todas las nuevas y locas ideas que tuviera. Entonces puse las cartas sobre la mesa y traté de ser lo más cordial que pude, sólo para evitarme el bochorno del abrazo desaforado que tenía planeado y casi descartado a la vez.

— ¿Y tu nombre es…?— ¡Un gran triunfo para mí! Logré hablarle sin pasar por el bochorno. Una vez alcanzado ése éxito de poder controlarme, decidí que lo mejor sería descartar todas las ideas impulsivas que se me ocurrieran de ahora en más. No podía permitirme caer tan bajo, ¿o sí?

— Perdón por no presentarme antes. ¿Dónde quedaron mis modales? Me llamo Luciano, y es un enorme placer conocerte, Janice. —sonrió endulzando aún más mi mundo.

— Eres muy amable. —le devolví la sonrisa, complacida por su cumplido.

— Te he traído algo para el desayudo. Sé que el primer día es bastante difícil saciar el apetito, pero será un plato de entrada. — tomó mis manos y las sostuvo delicadamente sobre las suyas, atesorándolas como si fuesen diamantes en bruto.

Fue agradable sentir su contacto, pero era demasiado para mí. Su presencia era una llama de vida que me quemaba como si fuese una especie de sol. No soportaría estar tan cerca de él por mucho más tiempo. Era cuestión de segundos para que yo saliera corriendo… pero tampoco podía hacer eso. Sus manos me contenían, sus rayos me retenían como cadenas de oro. Su voz y su mirada me habían hechizado y no había forma de revertirlo. Era de lo único que podía estar segura.

Jamás podría dejarlo. No soportaría estar alejada a más de tres pasos de él. Aunque dudaba que lograra pasar de los dos pasos de distancia. Tampoco lograría revertir ésa situación…

Luego de llevar todo éste debate en mi foro interno, me decidí por mirar en dirección a donde Luciano me indicaba.

Entonces, sucedió que aquella sensación de que algo andaba mal, se triplicó. Ahora, algo marchaba tremendamente mal. Sentí que mis colmillos crecían unos cuantos milímetros. La sensación de malestar me envolvió con su frazada más barata y me hizo dar cuenta de lo incorrecta que estaba la situación. 

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