CAPÍTULO 4

—¿Cómo está la escuela?, ¿lograste inscribirte en la facultad? —interpela al chico.

Se gira hacia él, estudiando fijamente sus expresiones de alegría y plenitud, aquello de lo que él carece.

—Sí, hace unos días, señor. Al fin logré cumplir mi sueño. —Sonríe, luego retoma su trabajo.

Johnson es un chico que está a punto de cumplir sus veinte años, ha tenido un montón de trabajos donde lo maltrataban y pagaban mal. En uno de esos momentos, Salvatore casi lo arrolla una vez con su motocicleta y desde allí él le ofreció el trabajo el cual desempeña ahora. El jovencito de ojos cafés y mirada triste, busca reunir el dinero para pagar la casa hipotecada de su alcohólica madre y así no quedar en la calle junto a sus hermanos pequeños. Salvatore le paga más de lo debido, para que así él acabe pronto y no profundice en ese gremio criminal que los rodea.

—Te ayudaré con un empleo distinto —habla con voz firme.

El chico niega, sintiéndose contrariado por lo que acaba de oír.

—Señor, no hace falta..., yo...

El fornido rubio levanta la mano para que deje de hablar.

—Un joven de tu edad no debe adentrarse en un mundo como este. La decadencia es fuerte, nos vuelve déspotas... Una vez que entras es difícil salir, estás a tiempo, chico.

Toca su hombro antes verlo a los ojos y marcharse rápidamente, un tanto pensativo y lamentándose por él mismo...

Baja del auto, ahora camina hacia el pub llamado Sounds, donde ocurrió el incidente la semana pasada. Sostiene un cigarro entre sus dedos y le echa un vistazo al hombre que se encuentra fumando a un lado de la entrada del lugar.

—¿Necesitas fuego, amigo? —El tipo con una protuberante barba se dirige a él.

Se lo queda observando con interés. «El hombre parece que es un riquillo», piensa para sí mismo el barbudo.

—Te lo agradecería. —Salvatore asiente, acercando el cigarro al encendedor, con un poco de recelo.

—¿Buscas algún servicio o alguien? —De nuevo lo interpela.

El rubio se queda pensativo. Le parece haber visto al hombre por aquí a menudo, se lo ha topado ya en varias ocasiones.

—Solo me dio curiosidad saber por qué el lugar está cerrado. Vine a tomarme unos tragos y mira, me topo con que está cerrado. —Se encoge de hombros, buscando que le diga algún tipo de información, lo que sea.

El hombre tose y lo mira de reojo.

—Hace una semana hubo una matanza, también secuestraron a dos chicas. Se dice que el dueño tenía tratos con un grupo que se dedica a la trata de blancas y prostitución. A las chicas que se llevaron ya las tenían en la mira desde hace meses. Esas chiquillas venían a menudo, ya todos sabían que eran menores de edad, pero creo que al dueño le gustaba el asunto y a uno de sus socios también.

«Oh Mel, tú y tú rebeldía mira en lo que nos han metido...». Salvatore niega y se queda mirando hacia ningún lugar en específico.

—¿Todas esas cosas dicen? Entonces el asunto es terrible —suspira, experimentando un horrible sentimiento en él, una mala sensación.

—Son rumores, pueden ser ciertos, o no. Pero el dueño de este lugar estaba en negocios chuecos, eso sí que era un hecho. Ya todos lo sabían... Yo sabía que en cualquier momento habría alguna balacera. —Levanta la voz y se encoge de hombros.

Ahora siente que le hierve la sangre, los va a matar a todos apenas tenga la oportunidad de hacerlo.

—¿Cómo se llama el tipo? Este... creo que es un tal..., ¿Gabriel? Creo que una vez hablé con él.

Salvatore lo mira de reojo, buscando que diga lo que quiere oír.

—No, no... —carraspea el barbudo—. Se llama Russell Marx... En algunas ocasiones lo vi, es un tipo regordete, calvo...

Asiente levemente. Este hombre ya le ha dicho todo lo que él necesitaba saber. Ya no desea y no hay necesidad de permanecer ahí más tiempo del debido, levantaría sospechas si lo hace.

—Qué mal que exista gente tan desagradable. En fin, debo irme amigo. Cuídate. —Se despide tratando de sonar lo más amable posible, porque quizá más adelante necesite charlar con él de nuevo.

El barbudo asiente con una media sonrisa y continúa fumando su cigarrillo. Salvatore deja caer el suyo al suelo, lo pisa y se encamina hacia el auto, pensando en la valiosa información que ahora posee. Ese maldito calvo va a conocerlo pronto. Claro está, si la información es verdadera...

Ve el reflejo de su cuerpo en el agua, mientras escucha el canto de los pájaros hacer eco en el lugar y el viento helado darle de lleno en la piel desnuda. Necesitaba estar solo, pensar... Por eso ha ido al lago apenas tuvo la oportunidad.

Marca el número de uno de sus socios, y al cuarto pitido responde.

—Hola Daniel. Necesito que busques información sobre un tal Russell Marx, dueño del pub llamado Sounds; en ese lugar secuestraron a mi hermana. Si de verdad resulta existir el tipo, dile a los chicos que busquen todo de él, que lo sigan, que averigüen hasta donde vive y que me lo traigan cuanto antes. También dile a Zeus que investigue. Haz eso por mí, hermano. —Se acerca al auto para dejar el móvil allí al terminar.

—Enseguida, hermano. Seguiremos en contacto... —Cuelga.

Queda pensativo y con un atisbo de reproche en la expresión de su bello, pero serio rostro.

—Nos volvemos a ver, doctor White...

Esa voz grave y cantarina le hace desviar la mirada hacia donde proviene. Allí está ella, Regina, su sensual paciente: envuelta en una manta oscura, con la cual se cubre el cuerpo. Su cabello castaño y largo hasta la cintura se mueve un poco debido al viento. Sus ojos avellana observan a Salvatore con tal interés, una intensidad que acaba por intimidar un poco al rubio.

«¿Cuál es tu misterio, Regina?», se pregunta mentalmente aquello, más como si quisiera decírselo a ella que cuestionarse a sí mismo.

—Señorita Morgan, ¿qué hace usted aquí? —Se acerca a paso rápido, con el cuerpo goteando agua.

Mientras avanza, ve cómo Regina recorre con su mirada cada parte de su musculoso y atlético cuerpo, solo sus boxers cubren su parte más sensible. Ella sonríe levemente, con las mejillas ruborizadas de repente.

—Solo vine a aclarar mi mente, me gusta la soledad de este lugar. —Encoge sus hombros.

Regina se humedece los labios con tal sensualidad, haciendo que a él le provoque besarla, tomarla con fuerza de la cintura y ver lo que esconde bajo esa manta oscura. A ella le resulta interesante ver cómo ahora el cuerpo de su médico se insinúa inconscientemente ante ella, aunque él quiera resistirse a sus impulsos.

—Es interesante... Yo también vine a hacer lo mismo. —Salvatore se cruza de brazos.

Se pregunta el porqué de la presencia de ella allí, si a menudo a ese lago no va casi nadie.

Pero ella ahora no busca nada interesante en específico, ya obtuvo la respuesta que quería hace unos momentos al escuchar esa conversación por teléfono. Desde el principio ella ya sabía que él es hermano mayor de Melanie White, una de las chicas secuestradas por la organización criminal de Russell Marx, un gran grupo que se dedica a la trata de blancas, venta de órganos y prostitución de menores en los estados unidos. El gobierno busca desarticular la organización antes que se expanda a Europa. Estando más cerca de Salvatore, Regina lo que buscaba era saber si el hermano de la chica tenía algo que ver en su desaparición; casos se han visto donde los propios familiares venden a las chicas de su familia y luego se hacen los inocentes. Pero ya ve que el apuesto rubio busca a la joven con desespero, lo que automáticamente lo saca de su lista de sospechosos.

De nuevo Salvatore irrumpe en la claridad de sus pensamientos, provocando que ella falte a las reglas y quiera pasar más tiempo con él. Desea saber si está soltero, o si tiene novia, coquetear un rato...

—¿Me harías compañía? —Lo mira suplicante, con una expresión tan tierna como la de un ángel. 

A Salvatore aquello no le deja indiferente, pero prefiere no meterse en problemas y no involucrarse con una mujer que se está colando demasiado en su cabeza para su gusto.

—No lo creo, Regina. Creo que lo adecuado es mantener una relación médico-paciente. Nos vemos la próxima semana en el consultorio... —El rubio intenta dar la media vuelta, pero Regina sostiene su mano con delicadeza.

Una intensa calidez se apodera de la piel de ambos, como el fuego abrasador que quema.

—¿Por qué eres tan cortante? —Se pega a él, con una sonrisita pícara en sus carnosos labios.

Salvatore puede sentir la tibieza de su cuerpo a través de la tela. Se aclara la garganta y desvía la mirada de aquellos ojos avellanas que han comenzado a atraparlo en ellos e invitarlo a su juego.

«Vamos, cógetela aquí. Nadie va a saberlo...», esa necia y deliciosa voz en su cabeza le hace soltar un pesado suspiro.

—No soy cortante, Regina, es solo que trato de guardar el profesionalismo. —Evita mirarla, lo que hace que se sienta como un idiota, ya que jamás había huído de los ojos de una mujer.

Sus estaturas son casi las mismas, se sienten cuerpo a cuerpo, en la misma sintonía. Y eso, jamás les había ocurrido a ambos.

—¿Por qué no me miras cuando te hablo, Salvatore? —Toma la barbilla del rubio entre sus dedos, haciendo que él la mire.

Oh, no... Regina no sabe realmente en lo que se está metiendo.

—No te di permiso de tocarme. —Él de inmediato se tensa y su primera reacción es retirar aquella delicada mano de su rostro, sin ser brusco.

Pero es que ella no sabe que Salvatore está acostumbrado a poner las reglas, las cosas no se hacen como las chicas quieren.

—Interesante... Pido disculpas. —Ella sonríe y arquea una ceja.

Eso no la amedrenta y no la hace sentir despreciada, al contrario, le hace entender que al señor White, le gustan los juegos y eso, es como si él hubiera movido las piezas para adentrarse en el terreno de la pelicastaña. Niega mientras deja caer la manta al suelo, permitiendo ver aquella exquisitez, aquel pecado que se materializa en ella. Ve cómo la mirada lujuriosa del hombre recorre con descaro todo su bello cuerpo, del que ella es consciente que es muy llamativo. Sonríe levemente, corroborando que aquel león está hambriento por ella.

—Cúbrase. —Recoge la manta y la pone alrededor de sus hombros.

Traga en seco al ver esa nívea piel que contrasta con el color azul del sostén y las bragas. La cintura pequeña, senos redondos, caderas pronunciadas; una mirada intensa y esos carnosos labios que lo hacen volver tenso y febril. Siente la sangre bombear más fuerte en sus venas, su miembro endurecerse y volverse húmedo bajo sus pantalones. Piensa en lo delicioso que sería saborearla entera y divertirse entre la tibieza de la castaña.

—Oh... Qué amable es. Yo pensaba meterme al agua, pero mejor lo haré lejos de aquí, porque al parecer le molesta mi presencia. Hasta pronto entonces, doctor. —Suelta una disimulada e inocente risilla y se aleja hacia la vereda cercana con prisa.

Él exhala exasperado, viendo cómo sus redondas y firmes nalgas se mueven mientras camina con tal coquetería, dejándolo más duro y totalmente húmedo. Solo lo está provocando, y vaya que sabe hacerlo. De nuevo le regala una sugerente mirada, a la cual él responde con una sonrisita ladeada. Lo que no sabe Regina, es que Salvatore le va enseñar que las cosas se hacen cuando él diga, a su manera y cuando él así lo quiera...

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