“Un mal trato”

Capítulo 6

“Un mal trato”

Sentí la necesidad de estar a solas para llamarle. Mi corazón comenzó a palpitar ruidosamente. Sólo iba a oírle su voz, no lo tenía al frente y sin embargo ya mis mejillas eran color escarlata y mis ojos buscaban en mi mente su recuerdo. Eso no era normal. 

–¡Diga! –Se oyó la voz fuerte e imponente desde el otro extremo del teléfono.

–Buenas noches señor Winter, es María Eugenia Smith. Antes que nada por favor disculpé, no pude llegar a la reunión con el doctor Sutherland, estoy muy apenada por ello –le dije.

Buenas noches, ya sabía que era usted –su voz se hizo tan personal, varonil, tan seguro de cada palabra que decía, pero a la vez transmitía calidez y ternura –. No tienes que disculparte, quedaste muy afligida después de lo que te enteraste esta mañana. No te preocupes –me dijo, pareciendo más bien él quien pedía disculpas.

–¡Era eso lo que quería hablar conmigo?

–Bueno, realmente quería saber cómo estaba, si ya se sentía mejor. Eso en principio y también para decirle que mi abuela llegará pasado mañana. Recuerde, por favor, que ella está delicada de salud y sus viajes no pueden ser repentinos. Hay que prepararla antes y llevar el personal apropiado que le atienda. ¿Entiende? –Dijo él.

–Sí, más bien disculpe por haberle pedido casarnos así tan pronto y de esa forma tan imprevista.  Si está bien para usted, podemos esperar un poco más. No hay problemas de mi parte–le dije.

–¿Ya se está arrepintiendo señorita Smith? –al decirlo su tono de voz me hizo evocarlo. 

Imaginé su alta figura, sus ojos henchidos de aquel azul profundo y en sus labios una risa contenida, mientras le pasa brevemente ese brillo fugaz en su mirada picara y risueña.

Sonreí complacida, su recuerdo se me hacía algo… ¿Gracioso? ¿Grato? ¿Agradable? Realmente el concepto era impreciso para mí.

–¡No! –le respondí, tímida y apenada porque era yo la que le había puesto en ese aprieto.

Yo quiero que sea pronto señorita Smith, tengo compromisos en Londres que requieren de mi presencia. Además mi tiempo ya no será mío, después de que se cierre este trato. Habrá una serie de cambios a los que debo adaptarme en tan poco tiempo–agregó. 

–¿Si eso tiene que ver conmigo? Dígame y podemos resolverlo señor Winter, aún estamos a tiempo de cambiar nuestros destinos. Quizás podríamos cambiar alguna cosa –le dije con preocupación, pensando si era capaz de ceder un poco.

No se preocupe señorita Smith. Con respecto a usted nada cambiara. Yo me encargaré de que todo sea como usted lo ha pedido.

“Nada va a cambiar–pensé con tristeza–es que nada puede cambiar, porque él sabe que perderá más dinero de su fortuna debido a las cláusulas. Prefiere andar al son de mis manos, que perder algo más de su fortuna. Es sólo por eso que nada cambiara”

–¿Sus abogados ya tienen el documento legal? –pregunté con preocupación, no quería que nada quedará al descuido y resultara desfavorable.

Sí, ya todo está listo, sólo falta que firmemos los documentos mañana y pasado mañana nos casamos. Son sólo meros formalismos. Ya verá como  seis meses pasan volando, si tomamos en cuenta que vamos a estar todo ese tiempo ocupados,  ni lo notará. Todo estará bien.

–Señor Winter, si por casualidad pasara algo imprevisto, algo fuera de lo normal y no pudiéramos realizar el matrimonio ¿que pasara con el contrato firmado?

¿Algo cómo qué?

–No lo sé exactamente, pero a veces suceden cosas repentinas, inesperadas y tenemos que dejar algo que ha sido pautado con anterioridad.  ¿No cree?

Nada extraño va a pasar. Quédate tranquila.

El siempre estaba muy seguro de todo.  El siempre tenía todo controlado. ¿Será así en Londres?

 “¿Cómo será todo allá? ¿Cómo me llevaré con su familia? ¿Con quién más, además de su abuela, estaremos conviviendo en esa mansión familiar?”– pensé por un breve instante internándome en mis propios pensamientos.

 –¡Señorita Smith, ¿me oye? ¿Aún sigue allí? –me preguntaba.

 –Disculpe señor Winter, me aislé por un momento. Disculpe –le dije apenada.

 –No se preocupe, debe estar cansada y ya es muy tarde. Seguramente tiene sueño –me dijo presuroso por cortar la llamada telefónica –. Vaya a descansar y mañana hablamos con calma. 

 Agradecí el gesto convencida de que era por mi cansancio que estaba tan aturdida.

 –Hasta mañana señor Winter, gracias por entender.

 Al llegar al cuarto mi amiga Aiora ya estaba dormida en el sofá cama. Le puse una cobija por encima y me recosté en mi cama. 

Mis pensamientos estaban en todo lo acontecido y en lo que vendría en los próximos días. La ansiedad hizo presa de mí. Ya nada podría tener marcha atrás.

Desperté esa mañana sobresaltada, sólo se oían pasos recurrentes y alguien que hablaba y repetía algo que no era una canción.

Aiora corría por todo la habitación, mientras que agitaba sus manos en forma preocupada, abrí mis ojos a medio arco. 

–¡Tienes que levantarte, Mariú! ¡Por favor, levántate! El Inglés está en la sala, llegó hace rato y esta habla que habla con tu mamá –me decía mi amiga casi que a gritos –. Sabes que eso no es bueno. Tú mamá es capaz de pedirle una mansión en el desierto de Sahara, y ese tipo loco, capaz y se la da.

Alcé mi cabeza y puse doblada la almohada para poderme mantener despierta.

–Cálmate Aiora, que cuando hablas precipitadamente yo no entiendo nada de lo que dices –le dije –. Es que aturdes con su lengua enredada.

–¿Dices que el señor Winter esta aquí y que está hablando con mi madre?

–Sí, pero lo que no te va a gustar es lo que hizo –se rascó nerviosa la cabeza–. Es que se vino con el doctor Sutherland y dos abogados más, y unas personas desconocidas y dijo que vinieron a levantar un Tribunal aquí mismo para que se firme el contrato que tendrá validez legal. 

 –¡Bueno, al menos con esto me demuestra el por qué lleva pantalones! –Me desperté del todo y me atrapó la ira y el desencanto–. Ya lo estaba poniendo en dudas viendo que solo hace lo que yo digo –grité molesta. 

En realidad sentí ira al encontrarme con aquello en mi propia casa. Pensé toda la noche que él era tan buena persona, pero entendí ahora que no era así. 

Entendí con su actitud que su único interés era el dinero de la abuela. ¡Que bajo eran los sentimientos de Harry Winter! Sé que sintió temor por lo que hablamos anoche, por lo que yo le dije. Y vino con todo hasta mi casa porque ayer me escabullí con una excusa y no pasé a firmar nada, sin embargo ahora no podría escapar. Es un ave de rapiña, esperó a que su presa, o sea yo, estuviese desprevenida para zas, atraparme antes de que saliera el sol, antes de que su propia sombra me advirtiera que lo tenía encima de mí.

Entré en la ducha bajo la presión de mis propios pensamientos.

“Es capaz de traer a la abuela a como dé lugar, sin importarle si con ello lo único que haría sería adelantar su muerte. No querer a su abuela sino por interés, eso es suficiente para saber qué tipo de persona es él. Y yo, que creí en él, incluso confié en él, pero solo jugó conmigo haciendo que sin darme cuenta siquiera, cediera a lo que él realmente quería”

–Aiora, ese hombre es un ave de rapiña… –Grité desde el baño– Amiga soy sólo un pequeño roedor que fue atrapado en esta madrugada por un águila rapaz –seguí al baño y desde adentro grité: 

–¡Hasta los condenados tienen derecho a una comida digna antes de su muerte, y yo ni siquiera he tomado mi cafecito mañanero para salir a firmar mi sentencia! ¡Ay Harry Winter, no sabes lo que te espera! 

Tomé una ducha rápida ante la insistencia de mi madre porque me presentara pronto en el salón. 

Me vestí con un vestidito largo pero ceñido totalmente a mi cuerpo en una tonalidad verde manzana y altas sandalias en color blanco, maquillé mis ojos en forma delicada pero acentuando sus rasgos y resaltando su color, terminé con un toque en mis labios en un tono melocotón suave.  

 –Guao, amiga ¡que bella estas! –gritó Aiora al verme salir del vestier de mi cuarto. 

–¿No es exagerado para el momento?–le pregunté.

–¡No amiga! Estas… ¡Delicadamente hermosa y exageradamente bella! –exclamó sonriente.

–¡Esa es la idea! –a partir de ahora hay alguien que se va a arrepentir de haberme usado para obtener su propio beneficio, aprovechando mi confianza en él y mi ingenuidad. 

Salí de detrás de las altas cortinas  y al dar los buenos días me tambalee al ver al hombre que estaba en el salón, de pié esperándome. 

Sus ojos se clavaron en los míos, sentí de nuevo ese escalofrió recorrer mi cuerpo, no pude evitar que mis mejillas se encendieran, pues la mirada que aquél hombre me daba era tan maravillosa que me temblaron las piernas.

Me armé de valor para mostrar mi mentón orgulloso y caminé con mi cabeza en alto y me senté al lado de mi padre.

–Buenos días. ¿Ya estamos todos, señor Winter o tenemos que esperar a alguien más? –le dije restándole importancia a su presencia.

–Buenos días señorita Smith. ¡No! ¡No es necesario esperar más! –Me respondió en su acostumbrado tono grave e imperativo.

–Entonces podemos empezar. –Dije, imponiendo autoridad.

–Señora y señor Smith, la señorita María Eugenia y yo vamos a firmar el contrato y lo guardaremos –dijo Harry–. Para ambos hay una cláusula de confidencialidad por lo tanto no se podrá leer en voz alta. De todas formas ya la señorita María Eugenia y yo lo hemos leído y firmado en el manuscrito presentado, por lo tanto conocemos todas sus partes y estamos de acuerdo con ellas y con cada una de sus cláusulas. Pero ¿si lo quieres leer para ti nuevamente, no hay inconvenientes, María Eugenia.

En ese momento me levanté y con elegancia me acerqué al escritorio de mi padre en la sala, y sin leer nada absolutamente, tal y como él lo hizo en el restaurante, firmé las tres páginas que contenía aquél contrato, ya visado y sellado por los abogados.

Sentí el calor de la mirada de Harry Winter en mi cuello, en mis mejillas, en mis manos. Sus ojos recorrían todo mi cuerpo. Me di la vuelta y él estaba llegando al escritorio, justo detrás de mí. Le tropecé torpemente y me tambaleé a punto de caerme hacía atrás. Él puso sus manos enseguida y me sostuvo colocándolas estratégica y convenientemente en mi espalda y mi cintura. Subió el odiado color escarlata a mis mejillas y mis labios se abrieron en un quejido bajo tras el tropiezo, pero lo hicieron muy cerca de los suyos. Me encontré mirándole cerquita a sus sonrientes ojos. Aquel brillo casi fugaz volvió, esta vez quedándose más tiempo de lo usual y sus labios me obsequiaron una sonrisa deslumbrante, libre y relajada mostrando casi por completo todos sus dientes blancos y perfectos. Sentí tan cerca de mí su aliento, su respiración agitada y luego terminó sacando brevemente su lengua picaresca a un lado. Soltó con delicadeza mi cintura y me alejé de su mano en mi espalda, el se hizo a un lado con lentitud, mientras su mirada socarrona seguía fija en mis labios, provocando que volviera a sonrojarme.

Me alejé de su presencia y lo vi firmar de manera fría y determinante aquél odiado documento. Ni siquiera lo miró.

El doctor Sutherland y los otros dos abogados, entre ellos el fiscal respectivo y dos personas como testigos. Todos firmaron y se marcharon enseguida.

Al fin se había terminado de firmar aquél mal llamado contrato. Para mí solo representaba un “mal trato” hecho por mi rebeldía y firmado por mi ingenuidad. 

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