¡Sombrero chismoso!

Capítulo 4

¡Sombrero chismoso!

Después de otra noche sin dormir, salí temprano para encontrarme con mi amiga Aiora. Caminaba despacio hacia la estación más cercana. Me coloqué el sombrero que llevaba en la mano.  Hacía un día cálido y soleado. De  repente sentí que un auto se acercaba a la acera y seguía despacio detrás de mí,  de reojo vi que alguien asomó su cabeza ladeada por la ventanilla para llamarme.

–¡Señorita Smith! –aquella voz paralizó mi corazón al instante. Esa era la señal de quien era, no tuve necesidad de verle el rostro, sabía perfectamente que Harry Winter estaba justo ahí,  en el carro que se detuvo a mi lado.

Me volví a él y levantando mi mentón retador le saludé sin darle mucha importancia, al menos eso traté de  hacerle ver.

–Buenos días señor Winter. ¿Va a mi casa?

–Sí, quiero conversar con sus padres –dijo, mientras intentaba mirarme a la cara, pero el sol le daba justo en sus ojos, y tenía que entrecerrarlos arrugando su frente.

Instintivamente me coloqué entre el sol y él haciéndole sombra. Sus ojos sonrieron y mostraron nuevamente ese extraño brillo que de forma fugaz apareció  y desapareció casi al instante.

–Voy a reunirme con una amiga, puede seguir, ellos ya están levantados  en casa –le dije.

La brisa movió la falda de  mi vestido que se pegó a mi cuerpo, y mi sombrero se alzó amenazando con caerse. Puse mi mano para sostenerlo en mi cabeza y en ese instante el sol avivó aquél brillo deslumbrante del diamante que mi dedo lucía.

         Su sonrisa fue total y espléndida, sus ojos se hicieron más azules.

–¡Pero si ya estamos comprometidos! –Exclamó–. ¿No debía ser yo quien le colocara ese anillo en su dedo? –preguntó mientras me miraba sonreído.

Fue en ese instante que recordé que no había logrado quitarme aquel costoso anillo de mi dedo. Comencé a sentir mi cara arder mientras que él mostraba su blanca y perfecta dentadura en una esplendida sonrisa. Se notaba cuanto estaba disfrutando viendo mis mejillas arder a punto de brotar  la sangre escarlata que la piel translucía.

– ¡Sombrero chismoso!  –Dije entre dientes –. Es que mi amiga me lo estaba probando y se quedó atorado –expliqué  mientras simulaba una sonrisa.  Mientras él seguía con sus ojos pícaros y su sonrisa burlona. Entonces con rabia y orgullo herido agregué –: Precisamente a eso iba con mi amiga,  a buscar un joyero para que lo corte, porque me está molestando y ha ido hinchando mi dedo.

Volví a levantar mi altivo mentón y a sonreírle irónicamente.

–Bueno, ése ya es suyo –Dijo él sin darle importancia –. Pero yo le recomendaría que no lo haga, pues dañará la originalidad de su creación, ya que debe ser reparado después. También su  precio caerá enseguida, y eso no creo que le gusté mucho. ¿No lo sabía señorita Smith?

¡Juro que quería matarlo! ¡Era odioso, arrogante, creído! Me estaba ofendiendo y además se estaba burlando de mi. Tenía que ponerlo en su lugar. Entonces le dije:

–¡Eso no importa!  Sólo tengo que ir a una de las mejores joyerías del país y obtener dos o tres de éstos, si quisiera. Y si no ¿para que esta usted? ¿No es para eso que tiene dinero, para comprar lo que quiera y a quien quiera? ¿Acaso si le pido que me compre otro no lo hará? Seguro que sí, pues será para usted una mínima inversión más. ¡Es un monstruo, solo se aprovecha de las personas inocentes e ingenuas como su abuela y ahora yo!

Le vi apretar su mandíbula y sus ojos destellaban fuego. Le oí crujir sus dientes, su respiración se hizo agitada. Fijó su mirada a la pequeña plaza,  aspiró profundo por unos minutos, no llegó a pronunciar palabra alguna, entonces se volvió para mirarme, su rostro se había vuelto frío y distante, y sus ojos estaban apagados nuevamente. Me sentí triunfante. Y levanté de nuevo mi mentón.

En un tono frio e impersonal dijo en voz baja.

–Aunque se haya puesto ya el anillo, mi visita a sus padres es para pedir su mano, anunciar nuestro compromiso y de una vez fijar la fecha de la boda.

Terminó aquellas palabras empujándolas y sonrió de nuevo, sólo que esta vez fue su mueca de media luna horizontal, su expresión era indescifrable.

–Suba, vamos a su casa ahora mismo. ¡Vamos a formalizar lo nuestro!

–¿Lo nuestro? –Salieron esas dos palabras con fuerza por la ira.

Mirándome con inquietud, escudriñando de nuevo en mis ojos,  abrió la puerta del carro empujándola desde adentro.

–¡Vamos!  Antes de que el sol caliente  de nuevo sus mejillas y le ponga  ese vibrante rojo escarlata que la hace lucir aún más hermosa, mi querida señorita Smith –me dijo mientras sus ojos sonreían más que sus labios.

¡Maldito inglés! Me repetí entre dientes mientras volví mi rostro antes de que notara que mis mejillas estaban otra vez ardiendo.

Mis padres estaban encantados. Sobre todo mi madre, que al verme llegar con él se sintió feliz.

–¡Buenos días señor Winter. Encantados de recibirle en casa –dijo mi padre al tiempo que le extendía la mano –un verdadero gusto conocerle.

–Buenos días. El placer es mío. Señor Smith, Señora Smith –y como todo un gentleman (caballero) hizo sus ademanes bajando la cabeza. “¡¿Dios era eso real, en estos tiempos tan apresurados!? ¡Hoy día la gente sólo tiene tiempo de saludar y pasar de largo! Ah, pero claro, lo olvidaba, aquél hombre no tenía que trabajar, tenía todo el dinero del mundo”

Pensaba, abstracta y molesta en aquél extraño personaje.

De  repente sentí que me tocaban una mano con inquietante insistencia.

–¡Ah!  –exclamé sobresaltada.

–Señorita Smith, le decía a sus padres que hoy vamos a firmar el contrato para después casarnos –me decía muy sonreído y amable el señor Harry Winter.

–Ah, sí. Disculpen, me distraje un poco –pasé mis manos por el cabello y lo llevé todo hacia atrás.

Me levanté nerviosa y me ofrecí a preparar  café. Me recosté de la mesa en la cocina y tomé aire un rato.

 “¿Respetará realmente ese hombre esos acuerdos? ¿Cómo saber si realmente lo hará?” Eso daba vueltas en mi cabeza.

Tomé la bandeja  con el café servido y cuando iba camino a la sala me detuve en la salida de la cocina al oír lo que el señor Winter le decía a mi padre:

–Espero le hayan tratado bien durante las pocas horas que estuvo en prisión. Me encargué de que le dieran el mejor trato. El mismo día que conocí a su hija di instrucciones a mis abogados e inmediatamente cancelaron la fianza y las deudas pendientes, y se canceló a cabalidad la hipoteca de la casa. Ya está a su nombre nuevamente. El doctor Sutherland cumplió  a cabalidad con los requerimientos de su esposa.  Espero que usted haya tenido una excelente estadía durante los tres días que  tuvo que quedarse en el hotel.

–¿En el hotel? –entré de una vez preguntando. Como de costumbre, sin pensármelo antes.

–Señorita Smith, estaba conversando con su padre sobre eso –sonó como siempre, tranquilo, amable y seguro de lo que estaba diciendo.

–¿Usted pagó la fianza y canceló la hipoteca de la casa antes de que yo le firmara el contrato y no me lo dijo?  ¿Lo hizo para evitar que me negara a firmar el contrato, verdad? –ataqué enseguida a Harry Winter y volví a hablar nuevamente impulsada por la ira ante el engaño del que había sido víctima.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente, y luego bajó su cabeza. Guardó silencio por un momento. Sin embargo no tenía ni un ápice de nervios o de preocupación. Volvió a mirarme con aquella chispa de brillo en sus ojos.

Yo tenía ganas de llorar y de salir corriendo de allí. Sin embargo con todo el odio que me podía salir en esos momentos arremetí de nuevo con desprecio:

–Pues déjeme decirle que sí, que de haber sabido que usted había hecho todo eso ya, jamás hubiese firmado ese contrato. Hubiese asumido la deuda, claro que sí, porque no soy una irresponsable. Pero le hubiese pagado con trabajo o hasta reunir todo el dinero, pero nunca habría firmado ese horrible contrato con usted –le dije, después de tragarme el nudo que engullía en mi garganta y conteniendo las lágrimas.

–Nunca le he engañado señorita Smith –dijo el señor Winter mirándome fijamente a los ojos –. La señora Smith habló con el doctor Sutherland y le pidió que dejara a su padre unos días más en la prisión, dijo que la vida del señor Smith estaba en peligro afuera,  no creí prudente que se quedara en prisión, podrían hacerle daño allí, le ordené al abogado que lo sacara de inmediato y lo llevara a un hotel. Llamé a la señora Smith para saber en qué podía colaborarle, preocupado, pues temí por la vida de su padre, entonces ella me contó que había inventado todo eso para que usted aceptara el matrimonio. A mí no me pareció honesto y le pedí que se lo contara todo a usted.  Por eso cuando la vi en el restaurante y me entregó el contrato firmado, asumí que ya lo sabía y que su decisión había sido tomada porque usted así lo quería.

Bajé mi cabeza ante la mirada enigmática del señor Winter.

Al levantar la cara, una lágrima corría por mi mejilla, entonces él se levantó y quitó la bandeja de mis manos.

–Siéntese señorita Smith. Creo que este café ya se enfrió. Señora Smith usted le debe una explicación y una disculpa a su hija –dijo muy serio y después –, señor Smith muéstreme su cocina para recalentar el café y tomarlo. ¡No me gusta el café frio!

Mi padre se levantó y el señor Winter lo siguió con la bandeja en la mano. Yo estaba cabizbaja.

–María Eugenia  –comenzó mi madre –, yo no esperaba que tu tomaras la decisión que tomaste, estabas tan decidida a no aceptar la proposición del inglés, que me sentí muy preocupada por todo lo que estaba pasando. Estaba desesperada por la situación de tu padre. La prisión no es cualquier cosa, y tu padre no es un hombre para estar en esos sitios…

–Mamá, no tienes ni idea de lo que todo esto me está afectando. ¿Cómo pudiste dejar a papá en presión para presionarme? 

Mi madre se  sonrió como si no le importaran mis sentimientos.

–¡Una madre sabe lo que le conviene a su hija! –se atrevió a decir.

Esta vez fui yo la que solté la carcajada.

–Por favor mamá no me salgas con que estas pensando en mi bienestar. Ni siquiera por un instante pensaste en mí. Si eso es estar procurando el bienestar para mí, no quiero ni pensar cuando no sea así –le dije con tristeza.

–Además he tratado muy mal a ese hombre y él sólo nos ayudó, incluso sin importarle en ese momento si después de saber eso, yo decidía no casarme con él. ¿Sabes lo que eso significa? Para mí en estos momentos los malvados somos nosotros… Sobre todo yo. Que le he estado juzgando tan mal.

–¿Qué quieres decir?  ¡Eres tú la le está ayudando, la que le está haciendo un favor!  –refutó.

–¡No mamá, él nos lo está haciendo a nosotros!  ¡Eres tan inconsciente! –Exclamé

Mi corazón estaba encogido. Mi madre era más interesada  de lo que yo imagine. De mis ojos caían lágrimas de dolor y de impotencia.

Secaba mis lágrimas cuando entraron al salón nuevamente mi padre y el señor Winter.

–Tómalo–el  señor Winter puso el tazón de café en mis manos –,  calentara tu cuerpo y animara tu corazón en estos momentos.

Tomé el café a sorbos. Pensativa.

–Señor Winter, quiero que nos casemos mañana mismo –le dije y agregué –: Mientras más pronto iniciamos los seis meses  más pronto se terminan.

Se volvió a mí y sus ojos brillaron tanto o más que aquella piedra que pesaba en mi dedo.

i dedo.

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