¡Primera Cláusula!

Capítulo 3

¡Primera Cláusula!

A la mañana siguiente, como ya lo había decidido, ni siquiera le hice mención a mi madre de lo que estaba pasando entre el señor Winter y yo.

Le pedí a mi amiga Aiora que me acompañara a visitar al abogado que me había designado el señor Winter.

–¡Buenos días, señoritas! –Saludó el licenciado Sutherland, el abogado del señor  Winter–. Tan pronto llegué a España, me puse a revisar los términos legales y aligeré todos los trámites necesarios. Ahora mismo podrá disponer del dinero que el señor Winter hizo llegar a esta cuenta en dinero de curso legal aquí en España –estiró su brazo para entregarme un comprobante bancario, casi caigo al piso cuando vi el estado financiero.

Era la constancia de que Harry Winter ya me había entregado la exuberante cantidad que le pedí en la primera cláusula del contrato.

–¿Dónde está el señor Winter? –pregunté con voz temblorosa. Con esto estaba sellando mi sentencia de muerte. Nunca imaginé que aquel hombre de ojos enigmáticos,  me daría, con tanta facilidad esa cantidad de dinero.

–Está en Londres en estos momentos, pero yo soy su representante legal así que esto es lo que él quiso hacer –nos dijo y luego puso un sobre acartonado en mis manos–. Por favor señorita. Este paquete es para usted. El señor Winter lo preparó personalmente.

–¿Puedo abrirlo ahora?–pregunté, más  por preocupación de lo que pudiera contener ese paquete,  que por curiosidad.

–Por solicitud del señor Winter debe hacerlo a solas. Ni siquiera yo sé lo que contiene –dijo el abogado.

Aiora, me hizo señas con las manos para que me arrimara a ella.

–Es mejor que nos vayamos, cuando llegues a tu casa lo abrimos y vemos que contiene.

Me sentí abrumada. Ya no sabía ni qué hacer con todo aquello. Las cosas se habían salido de control.

–Mariú, ¿has hablado con el señor Winter? – preguntó mi madre apenas entré al salón –. Le estuve llamando, pero no me contesta su teléfono.

Mi madre me estaba esperando y yo no quería que se enterara de lo que estaba pasando.

–Mamá no lo esté molestando. El señor Winter esta con su familia en Londres.

– ¿Has estado en comunicación con él? –me preguntó muy interesada en saber todo.

–Mamá, ¿crees que tienes derecho meterte en mi vida?  Pues no. Ya no quiero que interfieras más en esto. –Entendía que ella estaba preocupada por mi padre,  pero también era la única culpable de todo lo que pasaba en mi vida con aquél hombre, pues ella lo trajo a mí.

Aiora y yo seguimos al cuarto, mi madre no se merecía mis explicaciones.

–¡María Eugenia Smith! –gritó al ver que nos encerramos en la habitación.

Sin esperar más abrí aquél sobre. Mis manos temblaban y mi respiración se paró al ver dentro del sobre una cajita pequeña, hermosamente decorada con un diminuto lazo dorado. Aiora abrió sus ojos al verla en mi mano. De inmediato volví a lanzarla dentro del sobre y entonces ella lo arrancó de mí rápidamente. Con sus ojos muy abiertos y arqueando las cejas sacó la cajita y la abrió. En su interior había un hermoso anillo con un refulgente y enceguecedor diamante.  Saltó para ponérmelo en mi dedo con tanta rapidez que no tuve tiempo para impedírselo.

–¡Mariú míralo! ¡Es hermoso! ¡Genuino, exquisito!  ¡Y además debe valer una fortuna! –Exclamó levantando mi mano para admirar aquella joya que, con gran facilidad, encajó perfecto a la medida de mi dedo. Su diseño era totalmente  delicado, bello. Me llenó de ternura y emoción.

–Aiora, ¿puedes darte cuenta de lo que esto significa? –pero ella seguía maravillada viendo dentro del sobre, ni siquiera oía lo que le decía. Metió la mano en él y sacó una caja larga y ancha, forrada en un aterciopelado azul brillante. Me lo entregó mientras con emoción chocaba sus manos silenciosamente, para no atraer la atención de mi madre. Lo abrí con los ojos cerrados, rogando no fuese lo que estaba imaginando.

Y… ¡Ta Tan! Mis ojos se encontraron con un collar cuyo brillo encandilaba. Era espectacular, muy delicado su diseño.

Aiora lo sacó inmediatamente y trató de ponerlo en  mi cuello, pero me alejé instintivamente, y corrí  alejándome de ella. Tapé mi rostro con ambas manos mientras llorando acepté lo que gritaba:

– ¡Aaaaaaay,  caí en mi propia  trampa!

Después de mi largo llanto, me levanté y le dije a Aiora:

–Me ha estado cumpliendo cada una de mis locas peticiones una tras otra. Ahora ya no tengo escapatoria. Tendré que casarme con ese hombre.

Le di rienda suelta a mi ira con llanto y rebeldía retorciéndome  en la cama. Respirando hondo recuperé mis fuerzas.

–¿Crees que es así? ¿Crees que tengo que hacerlo? –le pregunté, esperando una solución que lo evitara.

–Amiga, no tienes otra salida – decía Aiora moviendo repetidamente la cabeza en un gesto desesperado de negación.

Solté el llanto nuevamente.

–¡No me digas eso!

–Mariú, lamento ser  yo  quién te lo diga. Pero es que siempre te dejas llevar por esa ira, y actúas precipitada, con la cabeza en caliente. Ya no puedes hacer  nada. Tienes que aceptarlo o esperar que él regrese y convencerlo para que eche todo atrás.

–No, Aiora la última demanda de mi contrato es esa. Después de firmado ninguna de las partes puede dar marcha atrás.  

–¡Mariú, No sé cómo se te ocurrieron tantas locuras juntas! –me recriminó Aiora y volvió a tomar el sobre.

–Oye –dijo mirando dentro de él–, aquí queda algo todavía.

Metió su mano y sacó una tarjeta de crédito a mi nombre. Ilimitada.  También una nota manuscrita. Aiora la leyó.

“Mi querida señorita Smith;

Sé que no le agrado en absoluto, pero como ya tenemos un contrato firmado… Entonces hagamos de esto algo llevadero. Las primeras  condiciones están cumplidas. Le aseguró que durante el tiempo estipulado en el contrato, todas las cláusulas se irán efectuando según el orden de su pedido, mi única intención  es procurarle el que sea feliz mientras estemos juntos, de la forma en que usted quiera… De mi parte pondré todo a su disposición.  Le entregó esta tarjeta, no hay límites para ella ni para usted.  A partir de ahora es suya y podrá cubrir todos sus gastos, gustos y necesidades a su placer y agrado, desde ahora y donde quiera hacerlo.

Le agradezco agilice la compra del ajuar y decida si quiere una celebración. De mi parte sólo estarán mi abuela, mis dos hermanos y dos primos.  No se intimide con mi familia. Sea usted como la he conocido hasta ahora. Sincera y directa.

Mi abuela y yo  lo apreciaremos.

Cordialmente.

Harry Winter.

Cuando Aiora terminó de leer aquella nota, vi cuanto brillaba ese diamante en mi mano, se veía realmente espectacular y hasta sentí que mi corazón latía emocionado.

“Es realmente bello y cautivador, –pensé–, pero yo nunca he sido  interesada en estas cosas, entonces ¿por qué me emociona tanto el verlo puesto en mi mano?”

Me levanté de la cama con rabia y con temor y empecé a sacarlo de mi dedo, trataba desesperada de que saliera pero nada que el condenado se aflojaba, intenté de todas las formas  y a pesar de enjabonarlo,  ponerle cremas y hasta aceites, el hermoso anillo no salió, al contrario con cada intento se apretaba más. Ya después caí en cuenta que se estaba hinchando mi dedo. Sonreí con pesar y continué sollozando mi tristeza. Me cansé de luchar contra mi ya trazado destino mientras oía a mi amiga pronunciar unas palabras muy acertadas.

–¡Parece un bello cuento de hadas! Todo es tan increíble y tan maravilloso. Sin embargo, basta verte para saber que no es nada de lo que parece.

Me abrazo consolándome en mi tristeza.

A la mañana siguiente el señor Winter me llamó por teléfono. A través del hilo de la tecnología oí su voz,  una voz grave, diría que imponente como él, pero raramente agradable.

Fue amable en su trato para conmigo, sin embargo sus palabras denotaban decisión y sobre todo dominio total de la situación. La seguridad de aquél hombre no dejaba lugar a dudas de que siempre conseguía lo que se proponía.

–Buenos días señorita Smith, esta misma tarde estaré en España, me reuniré con mis abogados. Ya ellos  tienen todo listo, sólo falta que nos encontremos en el bufete para firmar los documentos ya visados por ellos–parecía tener prisa–. Mañana a las 3 de la tarde nos veremos allí.

–Está bien –le respondí.

Mi cabeza no estaba como para pensar mucho en lo decidido, yo misma subí al tobogán y me deslice directo al pantano. Nadie me obligó a nada. Ahora sólo me restaba asumir mi destino.

A penas colgué el auricular, oí a mi madre gritando en la sala de la casa, corrí asustada a ver qué sucedía y mi sorpresa me terminó de confirmar lo que la noche pasada me grité a mí misma.

–¡Hija, mira quien está aquí!–me decía señalando a mi padre, quien risueño y feliz corrió a abrazarme.

–Hija tengo tanto que agradecerte –fueron sus palabras.

Me sentí feliz de verlo regresar, se veía desencajado. Fueron sólo 3 días pero suficientes para que se sintiera tan mal por lo que estaba pasando, mi padre no se lo merecía.

–Papá cuan feliz me hace verte de regreso ¿Estás bien? –le pregunté.

–Sí, estoy bien. Pero y tú. A ver cuéntame, ¿cómo es eso que aceptaste casarte con el inglés? –Enarcó sus cejas y señaló a mi madre con el mentón–. ¿Es tu madre que te está obligando?

Los miré a los dos, estaban intrigados. Sobre todo mi madre, quién hasta ahora no sabía nada.

–Lo importante es que estas aquí… – le dije y sin terminar la frase me levanté, mi padre sonrió con pesar, mientras que mi madre me interrogaba con la mirada.

No dije nada del dinero ni del contrato que firmé personalmente, pues sé que inmediatamente comenzaría una nueva caza detrás de mi hasta obtener para ellos algún beneficio  y no pienso gastar un solo centavo porque no era esa la intención de esas peticiones tan ridículas.

–Papá debes conseguir un empleo, porque no hay otra forma de que salgas adelante –tenía que ponerlo en tierra para que solucione por sus propios medios.

–Quédate tranquila veré como soluciono esa situación –dijo convencido. Pero yo mejor que nadie sé que para él es muy difícil trabajar bajo las órdenes de otro jefe que no sea el mismo.

         –Debes hacerlo, debes superar esta situación –le dije para comprometerlo aún más–. Todo pasa papá.  Yo terminaré mi carrera. Trabajaré y les estaré ayudando.  ¿Prométeme que buscaras un buen empleo?

Sabía que con la promesa en mi corazón me iba un poco más tranquila, pues seguramente no la cumpliría del todo, pero al menos lo intentará. Estoy segura.

–Te lo prometo hija –me dijo.

–¡Descansa papá, ya estás en tu casa!

Antes de irme a dormir llamé a mi amiga Aiora, le pedí que me acompañara a la cita con Harry Winter y los abogados. Le dije que después iríamos de tiendas y que le compraría todo lo que quisiera. Aceptó encantada.

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