Mientras estemos juntos
Mientras estemos juntos
Por: M. Díaz
Harry Winter  y su Negocio de engaño.

Capítulo 1 

Harry Winter  y su Negocio de engaño.

–¡Mariu, Mariú, ven un momento por favor! –gritaba mi madre desde el salón.

Asomé mis ojos tras la alta cortina antes de salir y desde allí observé a mi madre, quien conversaba con un hombre que se encontraba de espalda a mí.  Solté la cortina y medí con mis manos su ancha espalda, era un hombre alto.  Seguí el recorrido y alcé mi cabeza para ver sus dorados cabellos en un corte bastante formal. Deduje que sería un hombre mayor. Tenía las piernas abiertas y sus brazos parecían estar cruzados.

Solté bruscamente la cortina, se volvió al instante y sus ojos se clavaron en los míos.

Como de costumbre,  reaccioné al instante, molesta, furiosa y salí a dejar en claro mi posición.

–¿Es éste el hombre con el que me estas negociando? –le dije a mi madre y miré al hombre de arriba abajo, con mi mentón retador levantado –. ¿Es que no entiendes mamá? Nunca me prestaré para este tipo de manipulación. Soluciona de otra forma, busca alternativas, pero a mí no me tomen de trampolín para salir de sus problemas.

A pesar de la grave situación en la que estábamos, me resistía a hacer ese tipo de tratos, no era eso lo que quería para mí.

–Buenas tardes señorita, veo que le ha molestado que me haya presentado así, yo...

Como si él no estuviera presente continué:

–¡Olvídalo mamá, no quiero esto! –me volví al señor Harry Winter y le miré directo a los ojos.

– Y a usted señor Winter, le aconsejo que vaya buscando a otra chica para que le acompañe en su negocio de engaño. ¡Yo no soy ese tipo de persona!

Me miró sorprendido. Sus ojos parecían muy azules. Sus brazos siguieron cruzados y no apartó su mirada de mí.

Di media vuelta y me perdí entre las altas cortinas, mientras oía a mi madre decir:

–Disculpe, señor Winter, espere un momento por favor.

Unos meses atrás, mi madre fue citada al banco por la hipoteca de nuestra casa, el empleado le informó que tenía que pagar urgente antes de que venciera el plazo o de lo contrario perderíamos el inmueble. Mi madre entró en  discusión por los altos intereses cobrados y se ofuscó un poco, y al salir tropezó con el señor Harry Winter, él fue muy amable con ella y se sentaron a conversar. Desde entonces mi madre me ha estado orillando para que acepte la proposición de matrimonio de aquél  hombre que casi me doblaba la edad.

Entré en la habitación y mi madre detrás.

–¡Niña salvaje! ¡¿No puedes comportarte de manera apropiada ni por una vez en tu vida?! –Me gritaba.

–Mamá,  tengo 18 años. ¿No puedes obligarme a hacer eso? Tengo suficiente edad para hacer de mi vida lo que me plazca –me defendía.

– ¡Mariú, tu padre está tras las rejas de esa prisión! ¡Tenemos que pagar la deuda que contrajo.  ¿No puedes entenderlo?  ¡Nunca imaginamos pasar por una situación así!  Necesitamos de tu ayuda, de lo contrario mañana no tendremos ni donde pasar la noche. Ya no es por casarte con un hombre de dinero. ¡Es por tu padre, por nosotros!

–¡Mamá no quiero hacerlo!  –le dije a gritos–. ¡Nadie me va a obligar a hacerlo!

Yo nunca le objetaba sus decisiones, ni a mi padre tampoco, pero esta vez me resistía con fuerza. Estaba decidida a no casarme con alguien sólo por conveniencia. Ya antes lo habían intentado hacer, metiéndome por los ojos al árabe de las tiendas y fue en vano.

¿Acaso mis padres no entienden que ya estamos emancipados en este país? ¿Qué aquí no puede imponérseme un matrimonio forzado?  Esto es un error. Mis padres sencillamente piensan solo en ellos… concluí  con tristeza.

–No lo haré. Papá y tú saben perfectamente cuál es mi forma de pensar. No me casaré nunca por interés –mis palabras salían con fuerza, con ira y con dolor–,  el día  que sienta amar a un hombre y soy correspondida entonces tomaré mi propia decisión. No lo haré de esta forma. No pienso hacerlo y es mi última palabra.

En ese momento la puerta se abrió y la imponente figura de aquél hombre se colocó bajo el alto marco de la puerta.  Mis ojos sólo podían reflejar ira y odio, levanté el mentón y miré al inglés que con tranquilidad  fijaba sus ojos en los míos, mientras sus labios se apretaban en una mueca  que disimulaba una sonrisa.  Apartó su mirada y se dirigió a mi madre:

–Permiso señora Smith, disculpe por pasar hasta aquí, pero creo que la señorita María Eugenia está un poco confundida por la forma en que se le han expuesto las cosas.  Le ruego por favor, me deje hablar con ella –mi madre se movió para salir de la habitación pero el inglés la detuvo.

–No es apropiado que deje a la señorita sola con un hombre –le dijo de una forma que no dejaba dudas de su caballerosidad.

–¡Ah disculpe, en España no es ningún problema hacerlo! ¡Y ya ella no es una niña! –dijo mi madre, de forma irónica.

Aquella aseveración era realmente para mí aunque la dirigió a él.

–No es mi costumbre y eso es suficiente, por favor quédese y oiga lo que  quiero decir a la señorita María Eugenia –dijo el inglés y le dirigió una fugaz pero determinada mirada a mi madre y luego, con un rostro calmado y una expresión amable se dirigió a mí:

–Señorita Smith, su madre no le está vendiendo, ni yo le estoy comprando, nosotros estamos estableciendo un negocio que, en caso de hacerse efectivo usted lo firmará. Mi propuesta es que se case conmigo aquí mismo, en España y nos vayamos a Londres, con mi familia y mi abuela.  Allí tenemos que permanecer un mes con ellos. La abuela quiere conocer a mi esposa y compartir con nosotros juntos durante el primer mes de matrimonio.

–¡Seguramente también es la misma que usted está engañando para heredarse su fortuna! –le solté sin pensármelo.

Sonrió y continuó hablándome, mientras me observaba inquisidor.

–Mi abuela es una dama muy perspicaz y me conoce, por eso hizo todas estas peticiones. Por otra parte su médico de cabecera dice que le queda muy poco tiempo de vida –apretó sus labios  en una línea vertical–,  a lo sumo unos seis meses. Sin embargo, en el testamento,  ella estableció que debo estar casado medio año para tomar posesión de los bienes y para que los demás herederos puedan hacer lo mismo. Transcurrido ese tiempo mis abogados se encargarán de disolver legalmente la unión matrimonial y así usted podrá regresar con sus padres o quizás a hacer su vida independiente. Eso ya es decisión suya –concluyó.

A pesar del momento no dejé de admirar la forma de hablar de ese hombre, su tono era con total seguridad y a la vez tan cálido. Sus ademanes eran delicados pero él les daba un toque señorial y muy varonil. Detallé sus manos bien cuidadas y en su rostro, a pesar de que casi me doblaba la edad, no había vestigios de desgaste, al contrario era atractivo y bastante joven.

Cuando terminó de hablar, yo estaba totalmente conectada con él y entendía perfectamente lo que me estaba explicando, sin embargo me incomodaron  mis propios pensamientos. Reaccioné de inmediato:

–¿Señor Winter, usted se casa con una desconocida solo para obtener ese beneficio? ¿Es tanta su ambición o es que odia a su propia familia?

Sólo podía  pensar que era un hombre sin escrúpulos, capaz de hacer lo que sea por mantenerse como el rey de su imperio.

Levantó un poco su mentón y sus ojos brillaron fugazmente y volvió a apretar sus labios conteniendo una sonrisa.

–Literalmente, Sí. Esa es la verdad. Sólo que mi preocupación no soy yo precisamente. Pero eso ahora no importa. Sólo tiene que revisar las condiciones del contrato y firmarlo –lo dijo sin siquiera buscar aprobación en mi madre, quien se preocupó de inmediato. 

–Pero señor Winter, habíamos acordado otra cosa –le dijo levantando un poco sus manos y con visible alteración por el cambio que dio con relación a quien firmaría  el contrato, temiendo que yo jamás lo aprobara.

–Perdón, Señora Smith, pero es la señorita María Eugenia quién debe tomar la decisión y la que debe firmar ese documento–le dijo el señor Winter,  ya en tono autoritario y decisivo–. Usted misma lo acaba de decir: “Ella ya no es una niña”–mi madre se tragó sus propias palabras y bajando la cabeza sólo pudo seguir escuchando en silencio –, por lo tanto está suficientemente apta para asumir las consecuencias de sus decisiones.

Se volvió a mí y un escalofrió recorrió mi cuerpo, dejando erizado todo a su paso,  el azul de sus ojos estaba tan intenso que tuve que bajar mi cara y mirar a mis manos ya nerviosa.

–Está bien –susurré–. Lo pensaré y le daré respuesta.

Fue lo único que atiné a responder, era tan convincente que no tuve fuerzas para seguir discutiendo en ese momento.

Mañana le llamaré para reunirnos. ¡Descanse! –me dijo con naturalidad.

         Al levantarse, mi cabeza también giró para poder mirarlo a la cara, me pareció mucho más alto desde mi posición en la cama. Sus dorados cabellos estaban muy bien peinados hacía atrás, dejando al descuido un ligero mechón junto a las sien. Sonrió agachando un poco su cabeza y tocó delicadamente mi mano con la suya al tiempo que me decía, en un tono audible sólo para nosotros dos:

–Aceptaré,  respetaré y cumpliré cada una de las condiciones que, usted misma colocará en un contrato que elaborará, firmará y,  me llevará mañana para entregar a mi abogado aquí en Madrid –carraspeó un poco su garganta  y luego en voz alta agregó –. ¡Que descanse, señorita Smith!

Al alejarse me quedé mirando su espalda, mis mejillas volvieron a encenderse al voltearse repentinamente y mirarme fugazmente antes de salir de la habitación.

Caminé  despacio por la habitación y me vi tal cual estaba, tenía mi bata blanca a la rodilla y mi cabellera despeinada totalmente, mientras que mis pies iban descalzos como siempre que estoy en mi casa. No pensé que aquel hombre  se atrevería a llegar hasta mi habitación. Alcé mis hombros, total no me importaba como me hubiese visto.

Mi madre le acompañó hasta la puerta.  Me encerré enseguida. No quería volver a conversar con ella. Así que apagué las luces y no le contesté cuando intentó que le dejara entrar.

–Esperé ansiosa la llamada de aquél hombre. Tenía miedo y a la vez muchas expectativas y emociones distintas. Mi corazón no dejó de acelerarse durante aquella noche repasando cada palabra que él pronunció.

A la  mañana siguiente iba camino a la calle, tratando de disimular mi desespero, me tropecé con la mirada de mi madre.

–¿A dónde vas así vestida? –mi madre estaba sentada en la sala, seguramente esperaba a que yo saliera de la habitación para insistir nuevamente.

–Voy a desayunar con unas amigas, ¿acaso me lo vas a prohibir? –le provoqué por mi molestia latente.

–¿Qué has decidido? ¡No puedes ser egoísta Mariú, piensa en nosotros somos tú única familia! –. “¡Vaya,  que familia!”,  pensé.

–Nos vemos más tarde –salí feliz, no quería oírle más. Sólo quería alejarme de allí, de aquél tormento continuo en el que se había convertido mi madre, desde el día que conoció a Harry Winter.

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