Visita al penal

Los cabellos cubiertos por un pañuelo azul, los ojos protegidos por los anteojos ahumados, fumando un cigarrillo nerviosamente, Matilde aguardaba en la sala de espera del penal de Dolores. Había recorrido, a bordo de la camioneta conducida por Catita, los doscientos veinte kilómetros que separaban esa ciudad de Tandil con el alma en un hilo. Una vez en el penal, chocó con la negativa rotunda de las autoridades carcelarias. No les podían permitir ver a un preso, menos a un preso político, menos no siendo familiar. Pero el carnet del Partido Peronista Femenino, más la invocación del apellido Alcázar, una carta firmada de puño y letra por la señora Eva Perón que Matilde llevaba siempre consigo, hicieron las veces de salvoconducto.  Pero aun Matilde debió insistir para que le permitieran que la entrevista se realizara a solas. El alcaide vacilaba, temeroso de cargar con semejante responsabili

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