Capítulo 4 – Besando los labios de la bestia

Sus dedos acariciaron mis mejillas, no vi en sus ojos asco ni pena, vi felicidad y el miedo desapareció cuando una sonrisa se plasmó en sus labios.

—Mi pequeña Sol, tus lágrimas lastiman mi frío corazón —su voz era ronca y cálida, tan distinta a las demás

Poseía cabellos grisáceos, largos y brillantes. Sus ojos teñidos color carmesí, sus labios rosados y delgados. Su piel deslumbraba bajo el sol, mis ojos hipnotizados recorrieron su rostro con detenimiento, algunas marcas se podían notar sobre su piel.

Marcas de guerra.

En su raza las marcas de guerra eran algo valioso, demostraban su valentía y ferocidad al pelear.

En mi raza eran signo de vergüenza, signo de que tu belleza es nula.

¿Por qué no podía dejar de mirarlo?

¿Por qué me sentía en paz ante su toque?

De pronto sus bellos ojos dejaron de observarme para posarlos en la persona que yacía detrás de mí, mi padre y como el enojo se reflejaba en ellos. El rojo intenso incremento como si fueran llamas ardiendo en el interior de sus iris.

—¿Por qué lastimaste a tu propia hija? —pregunto con enojo

El silencio se hizo presente.

Los murmullos habían cesado y ahora en cada persona el miedo estaba presente.

Pero ¿por qué? —me cuestione ante aquella duda

¿Quién era aquel hombre de mirada atemorizante?

Entonces mi padre con voz trémula contesto.

—Su majestad, ella no es mi hija —aquella respuesta penetro mi corazón, me lo imagine sosteniendo entre sus manos mi corazón y con una sonrisa en sus labios lo apretaba. Gritaba y gritaba frías palabras, eran un tormento, eran crueles, desgarraban mi corazón y yo en voz baja pedía silencio

Mi padre se burlaba de mí.

¿Cómo es que un padre puede ser tan cruel?

Burlarse sin sentir remordimiento, sin ser capaces de comprender la soledad y dolor que sus hijos pueden sentir. Mi padre era uno de aquellos hombres que prefería el poder antes que la vida de sus hijos, porque para ellos solo eran juguetes, sin sentimientos y sin vida.

Las ganas de llorar aumentaron, mis ojos se nublaron y solo fui capaz de agachar la cabeza.

Mi cuerpo tembló cuando aquel hombre alejo sus dedos de mi mejilla.

Él de seguro se burlaría de mí.

—¿No es tu hija?, —pregunto con voz serena el hombre desconocido, pero hubo un silencio ante su pregunta— ¿tienes algo que decir?

—Su majestad —la suave voz de mi hermana mayor interrumpió aquel incómodo momento— ella es Sol, tercera princesa de Wilor… —la voz de mi padre detuvo sus palabras

—¡Guarda silencio, Guadalupe!

—No, padre. Lo lamento, pero Sol no merece esto. Aunque ahora arriesgue mi compromiso mi hermana es primero, —sentí la voz de mi hermana romperse en cada palabra, ella quería llorar— lo lamento, padre —murmuro con tristeza

—No lamentes nada, señorita Guadalupe, prosiga —pronuncio firmemente el hombre de cabellos grisáceos

—Ella es la tercera princesa de Wilor, su cicatriz la hizo permanecer en la oscuridad y espero que usted como futuro gobernante comprenda que ella no merece aquello, —vi a mi hermana arrodillarse a mi lado, su cabeza agachada y sus manos sobre su regazo. Sin pensarlo nuevas lágrimas ya surcaban mis mejillas— si debo perder mi compromiso con el segundo príncipe lo aceptare, pero no permitiré que mi padre siga condenando a mi hermana. Exijo justicia, majestad

Guadalupe agacho por completo la cabeza.

Mi hermana estaba dispuesta a perder algo importante en su vida y la del pueblo para salvarme.

—Guadalupe —mi voz entristecida la llamo, pero ella se mantuvo en silencio

—Así que ¿está dispuesta usted a perder su compromiso por su hermana? —Guadalupe asintió segundos después— Entiendo

El hombre giro sobre sus talones, pero no avanzo ningún paso.

Se detuvo.

Tal vez observaba algo o solo esperaba el momento indicado para abrir sus labios y decir algo que destruyera por completo mi corazón.

—¿Por eso, señor Cameleo, comprometió a sus hijas mayores? —pregunto el hombre

Mi padre respondió.

—Sí, este pueblo está sufriendo. Nuestras riquezas no nos mantendrán por siempre, al ser un reino pequeño sufrimos. Espero que comprenda aquella necesidad

Y ahora sabía que mi pueblo me culparía.

Desde tiempo atrás saber que el reino de Wilor era rico y a la vez desdichado alarmaba a mi padre. Wilor poseía cuatro minas, pero las riquezas se iban acabando y solo el matrimonio de mis hermanas los salvarían. Ahora por culpa mía la condena estaba sobre gente inocente.

No quería ver sus rostros, sentir su lástima y odio. Quería encerrarme en medio de la oscura alcoba que poseía y llorar en silencio.

—Entonces hagamos un trato, Cameleo —escucharlo pronunciar aquello causo que mi cuerpo temblara

—¿Ese trato salvaría a mi reino? —pregunto mi padre

—Salvaría a todos de usted

Mordí mis labios asustada y decidida hablé.

—Por favor todo es mi culpa, no lastime a este reino. Se lo ruego —mis labios temblaron mientras mi voz estaba por quebrarse

Vi sus piernas girar sin embargo no alce mi rostro. Aquel hombre que yacía frente a mí era temido por todos, se podía notar en el incómodo y nervioso silencio de las personas. Hasta en la voz titubeante de mi padre.

Y solo existían dos personas temidas en todos los reinos.

Jason, próximo rey felino y Caleb, quien en pocos días será coronado como rey de los lobos.

Pero ¿quién de ellos dos estaba frente a mí?

¿Quién con su voz intimidante callaba a los demás y provocaba que mi corazón palpitara?

—Sol —pronuncio mi nombre con anhelo— no lastimaría a tu reino, nunca sería capaz de aquello, pero tu hermana rogo por ayuda ¿acaso debo ignorarla?

Guarde silencio.

—Yo soy la culpable —mis lágrimas brotaron reflejando mi dolor, entonces mi padre fríamente hablo

—Siempre fue tu culpa, este reino sufre por ti, Sol. Mereces morir —lo último lo pronuncio entre dientes con el asco y repudio impregnados en cada palabra

Deseé seguir en la oscuridad de mi alcoba, refugiada de las miradas curiosas, de las frías palabras de mi padre y del dolor que mi corazón sentía. Prefería nuevamente la oscuridad, nuevamente ser escondida o tal vez que la muerte se halla llevado mi vida y no la de mi madre.

Mi madre, pensar en ella causaba melancolía en mis pensamientos. Solo su cuadro era mi único consuelo y algunas veces los murmullos de mi nana describiéndola.

Tan bella y dulce.

¡Oh cuanto daría por verla y acurrucarme entre sus brazos!

Sentí sus manos rozar mis mejillas para luego tomar mi mentón y alzar mi rostro suavemente. Sus bellos ojos conectaron con los míos, brillantes y misteriosos, y una sonrisa se plasmó en su rostro.

—Mi bello Sol, ya no sufrirás. Te lo prometo

Sus palabras fueron inesperadas y el remolino de emociones en mi corazón no se hizo esperar. Mi corazón palpitaba con fuerza, mis manos sudaban y yo seguía anonadada ante su mirada.

Pronto sus manos sostuvieron mi cintura acercándome más a él, su aroma invadió mis fosas nasales y mi piel tembló ante su toque. Y lentamente acerco su rostro al mío, nuestras narices rozaron, él cerro sus ojos y al final junto sus labios con los míos, suavemente y disfrutando de aquel beso.

Como si tuviera miedo a romperme.

Algo extraño sucumbió mi corazón.

¿Qué era aquella sensación?

Era algo desconocido y nuevo. Tantos años encerrada en la oscuridad alejada de sensaciones nuevas y perfectas. Porque este beso podría describirlo como perfecto, suave, delicado y lento. Los segundos no importaban, tampoco las miradas, apreté mis manos en puños ante mi torpeza y timidez.

Extrañamente no sentí miedo, me sentí a salvo.

Porque ahora besaba los labios de la bestia, una bestia desconocida para mí.

Una bestia que podría cambiar mi vida para siempre.

Cerré mis ojos sintiendo mi cuerpo débil, mi corazón latía con fuerza y lentamente me dejé caer en la oscuridad no sin antes escuchar mi nombre ser pronunciado por él.

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