Capítulo 2 – Mi débil corazón

Y nuevamente como cada tarde me perdí en mis sueños.

Imposibles y lejanos.

Esta vez corría por los jardines mientras mis cabellos se movían al compás de mis movimientos, sonreía y el aire fresco rozaba mi piel. Por un momento mis labios formaron una sonrisa hasta que al abrir mis ojos caí en la realidad amarga de mi vida.

Solo estaba soñando.

—Sol —la suave voz de mi nana resonó en mi alcoba, gire mi rostro para observarla. Ella yacía frente a mí de pie y con una sonrisa en sus labios— ¿cómo amaneciste hoy?

—Bien, —ella asintió, mi doncella ingreso al lugar sosteniendo entre sus manos una bandeja plateada. Reverencio con una dulce sonrisa— ¿cómo están las cosas?

Mi nana soltó un suspiro y sabía que pronto recriminaría a mi padre.

—Todo bien, doncellas decorando y limpiando cada centímetro de este palacio. Y ya sabes tu padre esta emocionado con todo esto… —bruscamente freno sus palabras arrepentida

Asentí en silencio, dejé de observarla para captar las cortinas blancas.

No se movían porque estaba estrictamente prohibido que aquellas ventanas fueran abiertas, según la fría voz de mi padre si alguien me veía los rumores sobre mi existencia correrían rápidamente por el reino y nadie debía saber que existo.

Antes estas cortinas eran negras, las velas eran la única luz en esta alcoba y el silencio un temeroso tormento. Pero con palabras frías un día ingreso, observo asqueado el lugar y pronuncio:

—Seré bondadoso, solo por eso tendrás cortinas blancas, pero no te atrevas a mirar cerca de ellas o la vergüenza será parte mi vida eternamente —yo aquella tarde asentí nerviosa, no espero ninguna respuesta de parte mía y salió de la alcoba apresurado. Nuevamente encerrándome en la oscuridad

Macarena, mi nana, mi padre y hermanas saben sobre mí. Los demás deben evitarse preguntas y seguir con la duda. Aunque son pocas personas que cuestionan porque mi alcoba se encuentra alejado de los pasillos y de la luz.

Mi vida debía permanecer en secreto, debo permanecer oculta en la oscuridad y soñando que algún día sentiré el sol sobre mi piel, la brisa mover mis cabellos, las aves volar los cielos y el bullicio que, aunque sea tormentoso, sería nuevo y curioso para mí.

—¿Qué piensas, mi dulce Sol? —mi nana se acercó a mí, tomo asiento a mi lado y su mano izquierda fue dejando suaves caricias sobre mis cabellos. Eran tan cálidos y reconfortantes

Con algo de melancolía acumulándose en mis ojos respondí.

—Me gustaría oler las flores del jardín, tal vez algún día deje de ser una prisionera —era el anhelo que se quedaba en mi corazón, un anhelo que yo intentaba negar y olvidar, pero era imposible

Pude sentir la mirada de mi doncella sobre mí, tantas veces intento contagiarme de aquella felicidad que consumía su cuerpo y mi ser lo rechazaba.

¿Cómo ser feliz si no soy libre, si vivo oculta?

—Algún día todo esto acabara, puedo hablar con tus hermanas… —negué rápidamente interrumpiéndola

—No, déjalas ser felices. Ellas no deben cargar conmigo

Mi nana solo pudo asentir en silencio.

Las horas fueron pasando y yo seguía con la mirada llena de melancolía. Sostuve entre mis manos el pincel rojizo y la guie por las hojas blancas trazando tal vez el cielo o un misterio ante mis ojos. La pintura azulina se marcaba con fuerza y extrañamente sentí que era el cielo.

Entonces recordé aquel cántico que surgió entre mis sueños.

—Escuche un cántico, nana —la susodicha posó sus bellos ojos en mi figura confundida

—¿Cántico? —cuestiono dejando sobre la mesa el libro que segundos antes leía en silencio

—Sí, un cántico entre mis sueños, —deje de observarla para mirar nuevamente los trazos azulinos sobre la hoja. Mis labios formaron fugazmente una sonrisa— era una voz hermosa y cálida

Me sentí en paz cuando escuché aquella voz susurrar suavemente aquel cántico y mis sueños tormentosos desaparecieron.

Por primera vez sentí que soñar era algo tan pleno y satisfactorio, aunque había algo en aquella voz que me dejaba confundida. La sentía conocida.

—Nana —la llame suavemente posando mis ojos en las cortinas blancas

—Dime, Sol —ella se acercó a mí lentamente, sus movimientos eran suaves y lentos. Cubrió por completo la vista de las tristes cortinas blancas y yo solo pude observarla fijamente

Sabía muy bien el motivo para que hiciera aquello. Ella odiaba que yo viera con tristeza aquel objeto que cubría el paisaje de mi vista y me recordara cada día que yo solo era una prisionera.

Un ser escondido en la oscuridad.

—¿Puedes traerme más pinturas? Por favor —ella asintió segundos después con una sonrisa

Giro sobre sus talones y lentamente se alejó de mí. Salió de la alcoba no sin antes mirar fijamente a mi doncella quien agacho la cabeza sumisa.

Esa era una advertencia, pero Macarena era alguien que no podía ocultar su alegría, aunque existiera en este mundo cruel.

Ella pronto se acercó colocándose de rodillas a un lado de la inmensa cama, su completa atención estaba dirigida a mí y sabía que ahora anhelaba decir algo. Solo asentí en silencio sin observarla.

—Su hermana mayor me pidió que hiciera algo para usted —confundida observe a Macarena

—¿Qué cosa? —ella sonrió aún más y se puso de pie rápidamente. De su mandil blanco saco un sobre de color verdoso, el sello real se posaba ahí sobre el color carmesí de la tinta y a un lado la inicial de Guadalupe

Mis manos temblaron cuando ella lo acerco delicadamente hasta mí esperando que yo lo tomara.

Mi corazón estaba perplejo, mis labios temblando y un nudo formándose en mi garganta.

Guadalupe escribía bellos poemas, mi padre aplaudía ante el arte de mi hermana y yo me escondía en la vergüenza al saber que él nunca me miraría así. Con un brillo especial en sus ojos.

La había visto pocas veces y en todas ella siempre se culpaba de mi desgracia.

Pero ¿por qué ahora escribía aquella carta?

Temerosa tome entre mis manos el sobre blanco, el toque frío sacudió mi piel y un aroma conocido se impregnaba en las hojas. Solo pude, bajo la atenta mirada de Macarena, abrir el sobre dejando al descubierto una hoja blanca perfectamente doblada.

Delicadamente desdoble aquel papel y mis ojos captaron la bella letra de Guadalupe. En silencio leí lo que ella plasmo.

Sol.

Lamento no poder estar junto a ti cuando tengas miedo de tus propios sueños o solo sea la mirada de nuestro padre quien cause aquel temor.

Yo también tengo miedo, miedo porque te miento y soy débil.

Lamento no cuidarte, hermana mía, lamento que nuestro padre sea tan cruel contigo y tus ojos no vean nuestro bello jardín trasero.

Sé que algún día todo eso cambiara y yo me encargare de aquello.

Cuando mi boda sea dada prometo sacarte de aquel lúgubre lugar, lo prometo.

Por favor no llores ni dejes que nuestro padre apague tu luz.

Nuestra madre decía que tu poseerías una sonrisa especial, traerías felicidad en los momentos difíciles y tu energía nos mantendría a salvo.

Te amo, hermana.

Guadalupe Wilor

Y en segundos lloraba en silencio con un extraño presentimiento instalándose en mi corazón.

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