Capítulo 5

Si de situaciones extrañas se hablaba, la que se presentaba frente a mi, se llevaba todos los galardonados, mi padre estaba aún dormido y agradecía el hecho de que tuviera el sueño pesado, igual que yo, o de lo contrario los echaría de nuestro departamento con una escopeta apuntando a sus traseros, y por supuesto sin importarle que se tratara del presidente.

Mi mente no dejaba de divagar sobre los posibles escenarios y sobre el posible tema de conversación que tendría mi novio con él. Estaba fuera de mi departamento cruzada de brazos, recargando mi espalda sobre la pared, y acompañada de los guaruras disfrazados del presidente. Movía los dedos de mis manos con impaciencia, ¿por qué querían tanta privacidad? Al final Jonathan me contaría todo… ¿cierto? ¿Por qué habrá dicho el presidente que me quería a mí?

—Joder… —musite por lo bajo.

—¡Hola, Anelys!

Aquella voz la conocía muy bien, levanté la mirada lentamente y los recuerdos de mi época adolescente reviven en mi memoria. Un cuerpo masculino y bien definido canaliza todas mis angustias y como imán ancla toda mi atención, mi campo de visión se ve afectado por unos enormes y hermosos ojos oliva, mismos que en el pasado me miraban solo a mi.

—Hola Alan —lo saludo con cordialidad.

Alan era mi ex, habíamos salido cuando yo tenía catorce años y como era de esperarse, las cosas no funcionaron del todo bien entre nosotros, en especial porque en esa época sus padres habían muerto en un accidente automovilístico, lo que dio como resultado que se convirtiera en un chico muy distinto del que me enamoré. Era mi vecino, y lo que yo llamo; un nuevo rico. Pues al parecer su padre le dejó una exorbitante suma de dinero en el banco. Misma que se negaba a usar porque era dinero ganado mediante negocios turbios.

—¿Tan temprano y aquí parada frente a tu apartamento? —enarca una ceja con gesto divertido—. ¿Y tu chicle?

Alan le llamaba así a Jonathan, de hecho no se soportaban y cada que cruzaban una mirada, era para lanzarse indirectas muy directas.

—Dentro —aseguro.

Sus ojos oliva rápidamente se fijan en los guardaespaldas disfrazados del presidente y comienzo a removerme nerviosa.

«Maldición»

—¿Necesitas una mano con algo? —esta vez endurece el gesto de su perfecto y bien cincelado rostro masculino.

—Estoy bien —niego con la cabeza apartando mi mirada de él, no quería que tuviera ideas equivocadas—. Ya te explicaré luego…

Siento un hormigueo en la nariz, mi estómago hace un estruendoso sonido provocando que un rosado intenso aflore de mis mejillas.

—¿Por qué no entras a tu casa y desayunas algo? —frunce el ceño y da dos pasos más hacia mi, acortando la distancia que nos mantenía al margen—. Puedes venir a mi apartamento…

La voz de Alan se hace lejana y el piso parece estar más cerca de mi rostro, me siento mareada y estoy a punto de caer al suelo cuando un par de brazos me sostienen, rodeando mi cintura con fuerza, atrayéndome al mismo tiempo hacia su pecho sólido, su aroma de pronto me parece familiar y al sentirme mejor me obligo a alzar la mirada.

—Alan… —susurro notando que nuestros rostros están demasiado cerca—. Lo… Siento, que vergüenza contigo.

—Shhhh —su aliento a menta fresca me envuelve en una vorágine de fantasías exóticas—. Seguramente no has probado alimento.

—Yo… es mejor que te vayas —digo sintiendo como mis palabras se tropiezan al brotar de mi garganta.

—El pasillo es de todos Anelys, pero si te hace sentir mejor…

—Sí —me apresuro a responder.

Alan enarca ambas cejas con diversión pero decide no hacer o decir nada más, asiente con la cabeza y pasa de mi, alborotando mi cabello como si fuera una niña pequeña.

—De igual forma supongo que ya no es mi asunto —murmura.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto observando como se aleja por el pasillo.

Alan se detiene pero no me da la cara, lo que me hace dudar un poco. Su espalda se tensa y de pronto un silencio casi sepulcral invade el pasillo. ¿En dónde m****a estaban las personas imprudentes que interrumpían estos momentos incómodos en la vida de otra persona?

—Porque ya no eres mía, Anelys —dice con voz ruda.

Se va, desaparece de mi campo de visión y pese a saber lo que quiso decir, intento no pensar en ello los próximo quince minutos.

***

—¿Entonces, qué dices?

Lenin se encontraba de pie, observando con detenimiento los retratos esparcidos por las paredes del pequeño departamento.

—¿Y por qué el presidente de los Estados Unidos quiere que mi novia sea su asistente personal? —gruñó Jonathan cruzándose de brazos y optando una actitud poco amable.

Cuando se trataba de Anelys; su novia, se transformaba en un posesivo a punto de matar a todo aquel que ponga sus miras en ella. Y el presidente no era precisamente alguien con quien quisiera que trabajara su novia. No era idiota, y era perfectamente capaz de reconocer cuando otro hombre era mucho más apuesto y rico. Después de todo, ella por lo general no se dejaba deslumbrar tan fácil, pero era una mujer, y la carne llama, el deseo es parte del ser humano, y si alguien la iba a follar, era él.

—Ya te lo he repetido —Lenin había investigado a ese tipo, estaba enterado de que estuvo hace cuatro años en la cárcel por robo de alcohol, y por ende, él decidía toda la vida de Anelys, según las palabras de Albert—. Me parece que de todas las candidatas que se presentaron en la oficina porque así lo pedí, es la mejor capacitada.

—Ya… —Jonathan entrecerró los ojos—. Creo que usted debe ser muy idiota para mentir, o muy inocente como para creer que yo me tragaría ese cuento, ¿por qué el presidente se arriesgaría a venir hasta acá; uno de los barrios más peligrosos, únicamente para convencer a una chica para que sea su asistente personal?

—Chico listo —Lenin sonrió.

—Lo soy cuando se trata de Anelys, soy un jodido radar de perros, sé cuando alguien se la quiere tirar —Jonathan tensó la mandíbula—. No quise hacer más revuelo delante de ella, pero supe sus intenciones en cuanto vi como la estrechaba contra su cuerpo.

—Y según tú… ¿cuáles son mis intenciones? —Lenin resistió el impulso de golpearlo.

—La quiere follar —la respuesta de Jonathan le causó nauseas—. Pero no lo va a lograr, el único que la desflorará, soy yo.

Lenin dejó escapar su risa interna al escuchar lo que ya sospechaba con anterioridad, Anelys era virgen, lo que le llevó a pensar que el chico que estaba delante de él, era un imbécil, tantos años juntos y nunca pudo metérsela. Ahora la jugada cambiaba. Le daría una lección al chico.

—No, te equivocas, si la estreché hacia mí, fue un mero impulso —se dirigió a la puerta—. ¿Crees qué alguien como yo, se fijaría en alguien como ella para tomarla en serio? Necesito una primera dama, no una puta personal. Si he venido hasta acá es por respeto y cariño a Albert; su tío.

Jonathan apretó los puños. No le creía.

—Serás mi chófer, y ella mi asistente personal, ambos vendrán a vivir a la casa blanca unos meses —finalizó Lenin—. O aceptan el trabajo, o se mueren de hambre.

—Rechazamos la oferta —Jonathan se dirigió a la puerta y ante la sorpresa del presidente, este la abrió de par en par—. Anelys y yo no aceptamos trabajar para usted.

Lenin tensó la mandíbula al ver cómo los ojos cristalinos de Anelys se anclaban sobre los suyos como un frío y muy filoso puñal. Jonathan en cambio, no apartaba la mirada de él, odiaba que viera a su chica de ese modo, era solo suya. Así que armándose de valor, y sabiendo que se estaba arriesgando, se acercó hasta su oído y le dijo:

—Olvídelo señor presidente, ella nunca será suya, ya tiene un dueño, y ese soy yo.

¿Acaso lo estaba invitando a jugar? ¿No sabía que fuera de la fachada de un presidente integro, en realidad era un hijo de puta? ¿Qué no sería suya? ¡Ya lo veremos!

—El lunes entrarán a trabajar… ya lo verás —Lenin sonrió al tiempo que se colocaba los lentes con movimientos lentos y bien calculados.

Al ver a Anelys con la ropa del día anterior le había cabreado, pensar que estuvo toda la noche gimiendo y gozando de su cuerpo desnudo con aquel cobarde que tenía como novio, de pronto le heló la sangre, estaba encaprichado con ella, lo sabía, pero algo cambió cuando Jonathan le confirmó la sospecha sobre su virginidad, eso lo ponía al mil.

«Joder, solo la necesito en mi cama una puta noche» pensó.

Y lo sería, haría todo lo que estuviera en sus manos por lograrlo, ella vendría a él y le suplicaría por el empleo.

—Hasta pronto… señorita Sotonell —su sonrisa se atenuó—. Nos veremos el Lunes.

Giró sobre sus talones y sus guardaespaldas le siguieron el paso. Una vez dentro del vehículo, tomó su celular y le marcó a la única persona que lo ayudaría sin rechistar, el hombre que siempre estaba a su entera disposición, el mismo que le había entregado toda la información de Anelys.

—Señor presidente —contestó una voz armoniosa.

—Albert, necesito que me ayudes con tu sobrina.

—¿Qué ha pasado? —cuestionó el tío de Anelys.

—Creo que es una mujer muy capacitada para el empleo, es solo que necesito saber todo sobre sus deudas económicas, conocer a mis empleados a fondo, es una prioridad, y más si se tratará de mi asistente personal —mintió.

—Como usted diga señor presidente, enseguida le mando un archivo en donde viene todo lo que me pide —respondió el tío de Anelys con preocupación—. ¿Sucede algo malo con mi sobrina?

«Claro, que me la quiero follar y al parecer no me la pondrá fácil» pensó en decirle pero se contuvo.

—Para nada, gracias por la información.

—A sus órdenes señor presidente.

Ambos colgaron y su celular no tardó en emitir un pequeño pitido que anunciaba la llegada de alguna notificación de su correo electrónico presidencial. Abrió el archivo conjunto que extraía otros documentos y sonrió.

—Te tengo.

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