Capítulo 1

Cierro los ojos e intento pensar con la cabeza fría, bajo la mirada y anclo fría y calculadoramente mis ojos azules sobre mi atuendo, me doy una regañina mental por no vestir adecuadamente, y es que... unos shorts cortos, una blusa blanca de manga larga, con un escote que aunque decente no le quitaba el mérito de ser algo provocador, acompañada de mis zapatillas converse negras, y el cabello suelto, rebelde y con un toque fresco y revuelto, no era precisamente la imagen que una chica decente le daría al presidente de nuestro país.

Vamos, que el tipo era un hombre de treinta años, hasta donde yo sabía, pero antes de subir y ganar la presidencia, se hablaba mucho de él, y no precisamente por ser un ejemplo a seguir, sino por sus escándalos, en mi opinión era como presenciar la versión masculina de la etapa de rebeldía de Lindsay Lohan. Sumando que yo no voté por él, y si ganó fue por las miles de mujeres que se derriten por ese espécimen varonil de un metro noventa.

Pero no tenía opción, tampoco es como que fuera a hacer de todo para agradarle a ese tipo arrogante, por muy presidente que fuera, mi respeto tenía que ganárselo.

—Hemos llegado, señorita —me indica el taxista después de veinte minutos.

—Gracias —le pago y bajo del auto.

Mis ojos viajan hasta la enorme estructura de mármol blanco, y por toda la seguridad que la rodea, su construcción era una mera belleza digna de la admiración de un buen ojo crítico. En cuanto llegué, un hombre vestido totalmente de negro, venía corriendo a toda velocidad hacia mi dirección, les dio a orden a los vigilantes y fue como me permitieron el acceso.

—¿Señorita Sotonell?

—Sí, esa soy yo —asiento con la cabeza.

El tipo me observa de pies a cabeza y hace una mueca, desaprueba mi atuendo pero decide no aventarme algún mordaz comentario.

—El señor presidente la está esperando en su despacho —me informa y en ese momento deseé que la oscuridad me arguyera.

—¿Quién? —pregunto lo obvio con voz vacilante.

El tipo enarca una ceja y resopla.

—Nuestro presidente, andando, no es bueno hacerlo esperar, eso lo pone de muy mal humor —me comenta sin darme más explicaciones, comienza a caminar a grandes zanjadas y yo me obligo a seguir su paso.

Entramos y no me dio tiempo siquiera de husmear con la mirada el interior, caminamos por varios pasillos en donde el color blanco era el protagonista principal de toda la casa, cuando nos detuvimos frente a una puerta de roble barnizado, sentí un espasmo en el estómago y pensé que estaba a punto de vomitar. ¿Por qué carajo me quería ver el presidente? ¿En dónde estaba mi tío? ¿Acaso se habrá enterado lo que pienso de él y quiere exiliarme del país?

Saco mi celular y me encuentro a punto de llamar a mi tío Albert cuando el otro tipo me lo quita de las manos.

—Lo siento, me temo que me quedaré con esto, es por la seguridad del presidente, ¿lo entiendes, verdad? —Los ojos esmeralda del tipo me causan escalofríos, no digo nada y vuelvo a asentir con un ligero movimiento de cabeza—. Bien, espera aquí, que está atendiendo a otra chica que viene a lo mismo que tú.

¿Lo mismo que yo? Las cosas se estaban tornando cada vez más extrañas, y mi mente ya estaba maquinando las mil y un maneras que existían para vengarme de mi querido tío. Esperé a que el tipo de negro saliera y mientras me quedé como estatua sobre el mismo eje. Después de unos cuantos minutos la puerta se abrió pero de ella no salió el tipo, o el imbécil del presidente, no, lo primero que se asomó bajo el umbral de la puerta, fue una cabellera rubia, era una chica muy hermosa, vestida con un vestido demasiado vulgar y muy entallado color rojo, su escote le permitía exhibir su voluptuoso pecho, a diferencia mía, que mis ojos azules, mi cabello oscuro y las pecas que adornaban mi rostro, no eran claramente competencia contra esa belleza exótica que la muy perra se cargaba.

Ella me miró del mismo modo que hizo el tipo de negro, y después su sonrisa se intensifico, con orgullo se acomodó bien el vestido dándome a entender que algo más había pasado dentro de aquella oficina. Cuando pasó junto a mí, el olor a su perfume barato inundó mis fosas nasales provocándome nauseas, pensé en echarme a correr y salir de la casa blanca, pero si lo hacía corría el riesgo de que pensaran que era una especie de terrorista y no quería morir virgen y sin dinero, así que me obligué a permanecer quieta, hasta respirar me causaba una sensación de ser algo prohibido.

—El presidente se tomará un descanso de cinco minutos, pero puede pasar y esperarlo —salió el tipo de negro y me abrió paso para que entrara al infierno.

Tragué duro e hice lo que me pidió.

—Disculpe... ¿dónde se encuentra el Secretario de Estado Albert?...

El muy hijo de su madre me dejó sola cuando le hice la pregunta. La puerta se cerró y al ver que no había nadie, observé con detenimiento el lugar, hasta que mis ojos se detuvieron en algo rojo que estaba en el suelo, cerca del escritorio, me acerqué con cautela y con repugnancia vi que se trataba de una tanga; que seguramente pertenecía a la zorra de rojo que salió.

—Vaya, y este es nuestro presidente —resoplo cruzándome de brazos—. No es más que un inmaduro, arrogante, folla todo, preferiría que hubiese ganado Ronald.

—¿Así que eso es lo que piensa usted de mí?

M****a, y más m****a.

Me giro lentamente y cuando lo hago, el alma se me cae a los pies al ver al presidente parado justo a unos pocos metros de mí, sonríe y cuando lo hace mi sexo se contrae, sus penetrantes ojos chocan contra los míos y se me hace un nudo en el estómago. Es entonces cuando solo se me ocurre decir una palabra:

—Joder... 

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