Capítulo 5

Robert:

Esa noche, volví a casa de mis padres. Entré despacio para no despertarlos, y mi hermana, Alicia, estaba sentada en el jardín tomando una copa de vino.

Tomé una para mí de la cocina y me acerqué a ella.

—¿Bebiendo sola?

Le mostré mi copa, sonrió, y me sirvió un poco.

—No es malo estar sola…

—Claro que no —Me senté a su lado y observé el cielo. Todo estaba negro y algunas estrellas brillaban—. ¿Cómo estás?

—Todo bien —Suspiró y bebió un poco de vino—, ¿y tú?

—Muy buena pregunta —Recordé a Rachel y no pude evitar sonreír.

Alicia me miró extrañada.

—¿Qué te sucede? —Se acercó a mi silla.

—No sé —Sonreí de nuevo recordándola.

—No se sonríe por ningún motivo… ¿¡Estás feliz!?

Reí ante su asombro.

—Supongo que sí—Me puse de pie—. Es extraño sentirme así después de tanto tiempo.

—¿Conociste a alguien? —Se levantó emocionada y curiosa.

—¿Es tan evidente?

Asintió repetidas veces abriendo sus ojos de par en par.

—¿Quién es? ¡Cuéntame!

—Se llama, Rachel...

Alicia suspiró.

—¿Dónde vive? ¿Qué hace? ¡Quiero detalles!

Dejé de sonreír.

—En Argentina —Bebí todo el vino de mi copa—. Es casualmente la arquitecta del proyecto del centro comercial. Volverá a su país en cualquier momento. También le hablé del tour.

—Eso es un problema, pero igual es muy romántico el tour —dijo Alicia, bajó su mirada y se sirvió más vino.

—Es tan diferente, tan única, tan hermosa. Tiene algo que me inspira querer estar a su lado.

—Robert, no quiero que esa felicidad se convierta en una tristeza, deberías alejarte. Saldrás lastimado. No quiero que sufras de nuevo. Eres un hombre maravilloso y no quiero que tengas otra decepción.

—Gracias por preocuparte… Elena es mi pasado. Pensé que no existía la mujer perfecta para mí, pero creo que la encontré.

—Vas muy rápido, no la conoces; y ¡no vive aquí!

­—¿Por qué no ir rápido? ¡No puedo sacarla de mi cabeza! Por el proyecto quizás la veré con frecuencia, no lo sé…

—O quizás no la vuelvas a ver —dijo con sus ojos a punto de llorar.

Alicia tenía razón, pero cómo evitarlo, si en solo horas me di cuenta de que Rachel era especial, diferente. Quería volver a verla, de eso no tenía dudas.

—¿Estás bien? —Observé a Alicia, preocupado.

—Sí, estoy bien —Sonrió y con su mano derecha limpió un par de gotas que se escaparon de sus ojos.

—Si estás llorando es que algo pasa. Siempre nos hemos contado todo.

—No insistas, no quiero hablar.

Nos quedamos un par de minutos en silencio y escuchamos que alguien se acercaba, era mi padre:

—Los escuché conversar. No puedo dormir.

—Siéntate con nosotros —Alicia le colocó una silla y besó su mejilla—. Robert conoció a alguien—dijo mi hermana y sonrió con picardía.

—¿Es especial?

—La acaba de conocer, papá.

—Si te hace feliz no importa el tiempo—agregó papá observándome a los ojos—. Que te rompan el corazón es parte de la vida, de amar, de vivir, pero si no lo intentas, nunca sabrás si es amor de verdad.

—Siempre tienes las palabras exactas para todo—dijo Alicia y sonreímos.

―Estoy dispuesto a averiguarlo.

Volví a mi apartamento y me sentía me sentía diferente, alegre; no era fácil describir el sentimiento, pero a la mañana siguiente, cuando pensé que viviría un nuevo día con su compañía, Rachel se alejó sin decir una sola palabra. La esperé para un nuevo día del tour y no llegó. No he podido localizarla. 

Su compañía me estaba haciendo falta de una manera que no entendía.

***

Volví a la oficina y el día fue entre papeles y reuniones rutinarias, pero casi al volver a casa y aún sin señales de Rachel, Miguel entró a mi despacho. 

—Tenemos que irnos… es tarde —dijo viendo su reloj repetidas veces.

—¿A dónde? —respondí sin entender.

—Desde hace varias semanas te dije que hoy llega la prima de Lucía, Paola.

Seguía sin entender, mi mente estaba en otro lugar, con Rachel.

—¿Qué te sucede? La cena de bienvenida es esta noche. Te la queremos presentar. Eso no se olvida.

—¡Cierto! —exclamé y coloqué ambas manos sobre mi cabeza al recordar la cita que se había programado hace algunos meses con una completa desconocida.

La prima de Lucía, esposa de Miguel, llegaba de México para trabajar en Viena algunos meses. Su nombre era Paola, una modelo. Ambos tenían programado el encuentro entre nosotros desde hace tiempo y no podía defraudarlos. Sin embargo, no quería conocerla. Antes quizás sí quería, pero desde Rachel, todo era muy diferente; ella verdaderamente era especial y necesitaba volver a verla.

Llegué a casa de Miguel, y Lucía me recibió con un gran abrazo. Era una mujer adorable y una gran amiga.

—¡Me alegra tanto verte! —Sonrió y nos abrazamos.

—¡A mí también! —respondí y le entregué una botella de vino blanco, con un chocolate negro, su favorito. Teníamos un par de meses sin vernos.

—¡Gracias! —dijo emocionada colocando el chocolate muy cerca de su nariz.

—¿Cómo has estado? —Le pregunté.

—Estoy bien, pero extrañando mucho nuestras noches de vino.

—He estado muy ocupado.

—Tienes que guardarnos un espacio en tu agenda.

—Te lo prometo —añadí y la abracé.

Desde que nos conocimos compartíamos casi todos los meses una botella de vino y pasábamos horas conversando los tres; ella, Miguel y yo; y muchas veces Alicia. Ambas también son buenas amigas. Cuando estaba con Elena, ella también compartía con nosotros, pero esos momentos desaparecieron con el tiempo; y más cuando Elena se fue. 

Acompañé a Lucía a la cocina y coloqué la botella de vino sobre la mesa.

—Gracias por aceptar conocer a mi prima, pero sabes muy bien que te conozco; y sé que no quieres estar aquí en este momento, pero te lo agradezco. ¿Me vas a contar qué te sucede?

Lucía siempre ha tenido una especie de sexto sentido conmigo. Lo mismo pasó con Elena; ella se dio cuenta mucho antes que la relación no estaba bien, que Elena estaba diferente, pero yo no quería ver la realidad que tenía frente a mis ojos. El amor que sentía por Elena no me dejaba ver las cosas con claridad; y cuando todo pasó, ya era muy tarde. En ese momento entendí que Elena no era la misma, y que todo se había acabado para siempre.

—Es que…

Y sin poder prácticamente iniciar la frase, escuché una voz de mujer a mis espaldas. Era Paola.

Lucía nos presentó.

No puedo negar que su prima era una mujer hermosa; alta, blanca, de cabello negro brillante hasta sus hombros; con unas leves ondas en las puntas. Su look era algo juvenil; con jeans verdes y una camisa blanca. En su mano izquierda sostenía una foto de Miguel y Lucía el día de su boda; y con la otra, un cigarro apagado.

—Es hermosa esta foto—dijo observando a Lucía.

—Sí, lo es —respondió ella.

—Se veían tan… enamorados.

—Nos vemos enamorados —corrigió Lucía, acercándose a Miguel que también se había unido a nuestra pequeña reunión en la cocina; y ante las palabras de ambas, permaneció en silencio.

—Sí, prima, claro que sí… —Hizo una breve pausa y me observó—. ¿Fumas?  —preguntó Paola enseñándome el cigarro.

—No —respondí y giré mi cabeza al mismo tiempo.

—Igual puedes acompañarme, si quieres… —Se alejó a la terraza, sonreí y la seguí, dejando a Miguel y Lucía solos en la cocina—. Me gusta fumar de vez en cuando —dijo ella encendiendo su cigarro.

—No me gusta fumar, pero respeto a quien lo hace.

—Eso está muy bien. No te metes en la vida y decisiones de nadie —Sonrió observándome de arriba abajo.

—¿Están bien por aquí? —dijo Miguel al entrar a la terraza—. Es linda, ¿no? —Me dijo acercándose a mi espalda, pero no respondí—. ¿Qué sucede? Pensé que te alegraría conocerla. Hace poco me lo dijiste.

Lo miré sin saber qué responder por un par de segundos.

—Estoy interesado en otra mujer.

—¿De qué hablas? ¿Perla?

—No… claro que no —Bebí un poco de vino—. Creo que estoy enamorado.

—¡¿Enamorado?!—respondió efusivo, pero sin alzar la voz para que Paola no escuchara.

—¿Cómo es posible? ¿Quién es?

Le conté todos los detalles de Rachel.

—Esa mujer no vive acá, se va a ir de nuevo a su país en pocos días —cuestionó Miguel un poco alterado luego de escuchar mi historia—Y hoy te dejó embarcado. ¡No te entiendo!

—Lo sé, pero la tengo aquí dentro de mi cabeza. ¿Dime cómo la saco?

—No lo sé… No debiste involucrarte con ella.

—Nada ha pasado entre nosotros.

—¿Entonces qué te impide conocer a Paola y olvidarte de Rachel, si no ha pasado nada entre ustedes? —Me reclamó.

—Yo no entiendo tu actitud, pero igual es algo muy difícil de explicar.

Paola se retiró y nos dejó solos.

—Esos no eran los planes. ¿Qué le digo a Paola?

—No exageres, Miguel. No tengo que explicarle nada.

—¿Están discutiendo? —dijo Lucía, al acercarse a nosotros un poco preocupada.

—No pasa nada— dijo Miguel—. Robert se tiene que ir.

—Sí, me tengo que ir —Acepté de inmediato no quedarme.

—¿En serio? Acabas de llegar ¿Qué pasa? —Nos miró a ambos.

—Después hablamos. Te lo prometo. Perdóname.

Me acerqué a Paola para despedirme y disculparme, necesitaba irme de ahí, despejar la mente, ir a otro lugar y pensar en otra cosa. Quizás ir a beber algo solo, o a caminar, me ayudaría.

—Me tengo que retirar…

—Qué lástima, tenía tanto que hablar contigo.

Sonrió y dejó salir un poco de humo por su boca.

—Puede ser en otro momento.

—Claro que sí… Sabrás de mí muy pronto. Te lo aseguro— Y se acercó a mi oído y susurró—Por cierto, saludos a tu hermana.

—¿Conoces a Alicia?

—Lo suficiente—Se acercó a besar mi mejilla, se retiró e hice lo mismo, pero muy pensativo por la extraña actitud de Paola al nombrar a mi hermana.

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