Capítulo 3

Rachel Trells:

Era momento de viajar a Viena. Llegué al aeropuerto y mientras ubicaba la puerta de embarque, Andrea me llamó:

―Sabes que no voy a Viena para conocer a alguien —respondí con molestia, mientras acomodaba mi maleta para subir al avión; tras escuchar su largo discurso del amor.

―Lo sé, pero sabes que no pierdo las esperanzas.

Resoplé y arqueé mis ojos deseando que se callara. El amor era un tema que no me agradaba.

―Yo las perdí; aunque en realidad, nunca las he tenido. No puedo ni quiero ser feliz al lado de un hombre. Estoy bien así.

—Solo quiero que vivas, que salgas de ese caparazón.

—Aquí estoy segura. Este caparazón que dices­—Alcé mis manos dibujando la silueta de mi cuerpo, aunque no pudiera verme—, es lo único que me mantiene de pie. Tengo mucho en que pensar y una gran carga sobre mis hombros.

—Debes superar todo ese pasado. No vas a encontrar de nuevo a un Iván…

—Seguramente tienes razón, pero no quiero averiguarlo. Además, no se trata solo de él y lo sabes.

Iván era mi mejor amigo de locuras y de no tan locuras; el de los mejores consejos, el confidente; pero también el de los más acertados regaños. Él significaba mucho para mí.

 Pasaron los años, mi hermano murió; y como todo fue tan rápido y fuerte, solo recuerdo que él estuvo para mí, nadie más. Llorar en su hombro era lo único que podía hacer y simplemente un día decidió que quería conocer el mundo, y eso hizo. Más nunca lo vi.

—Solo quiero que seas feliz, pero, olvídate del amor por ahora y prométeme que harás un paseo por Viena —exclamó feliz—. ¡Un tour! Disfruta de esas mini vacaciones. Te lo mereces.

—No voy a Viena de paseo y mucho menos para conocer a alguien. Voy a intentar salvar la empresa y mi casa.

Me despedí de ella muy ansiosa. Era momento de embarcar.

****

Mientras el avión se acercaba al aeropuerto de Viena, vi la ciudad que cada segundo se hacía más grande. Se veía mucha gente caminando como diminutas hormigas, calles angostas; y colores alegres que se unificaban.

Al bajar del avión, compré un chip con Internet para mi teléfono. Quería estar en contacto con Andrea para saber de mamá en todo momento.

Al llegar al hotel que el Sr. Dugés había reservado, una señora baja de cabello negro muy elegante me dio la bienvenida y me llevó hasta la habitación. Estaba muy agotada y me dormí inmediatamente.

A la mañana siguiente, mientras acomodaba mi ropa, me senté al borde de la cama y vi en una de las mesas de noche un folleto: “Bienvenido(a)... ¿Quieres vivir la fabulosa experiencia de conocer, Viena?” (Escrito en inglés, español y alemán). El folleto tenía una lista muy larga de Agencias de Viajes y fue inevitable no pensar en Andrea. Al terminar de arreglar todo, guardé el folleto en mi bolso y salí a dar un paseo para conocer un poco.

 A solo tres calles del hotel vi una agencia de viajes. Me detuve curiosa frente a la puerta, observé un poco a través de los cristales, parecía ser costosa, pero, aun así, entré.

A mi derecha había una pequeña sala de color blanco perlado con una mesa redonda central, y un lindo florero con rosas blancas; mis favoritas.

Al final, había un gran mostrador plateado con el nombre de la agencia en letras muy grandes, doradas y brillantes: “Agencia de viajes, Gold”. Fui directo al mostrador, le pedí información a una de las encargadas, y me entregó varios folletos.

Con los folletos en mis manos, me senté en un gran sillón al final en una pequeña tarima de tres escalones junto a una de las ventanas de la agencia. Quería leerlos, pero el sol no me dejaba ver bien. Me levanté para mover un poco el sillón; pero al intentarlo, se escuchó un ruido fuerte y escandaloso. Sentí mucha vergüenza. Me senté de nuevo y traté de olvidar el incómodo momento.

No era fácil escoger el tour, pero: un paseo de tres días por la ciudad parecía ser una buena opción; además, no interferiría con la reunión. Decidí levantarme para hacer el pago, pero había olvidado por completo que el sillón estaba sobre una tarima. Me puse de pie, di un paso, y perdí el equilibrio.

―¡Ay! –dije al tocar mi tobillo.

Varias personas se acercaron para ayudarme, y un hombre alto de piel blanca colocó su mano en mi pie. Vi su mano y ubiqué su mirada. Me avergoncé un poco al ver sus ojos verdes que me miraron fijamente.

—¿Estás bien? ―Me preguntó preocupado

—Sí, creo que estoy bien, gracias.

―Déjame ayudarte―Colocó su mano alrededor de mi cintura―. No apoyes el pie, apóyate en mí.

Le obedecí y llegamos a una gran oficina al final del pasillo. Me ayudó a sentarme en un sofá, y se sentó en una silla detrás de un gran escritorio que estaba frente a mí.

Era un hombre alto, de cabello negro corto, y con suaves ondas que caían por su frente. Parecía el tipo de hombre seductor de las novelas de romance, o el antagonista, podía ser cualquiera. Su rostro era fuerte, muy masculino; y tenía una barba que se asomaba delineando sus rasgos.

―Gracias por tu ayuda, pero mejor me voy― Me puse de pie, y logré su atención.

—¿A dónde vas? Espera un poco y mi chofer te lleva.

Al parecer era un hombre importante de la agencia, quizás el dueño.

—No hace falta.

—Así no puedes caminar. Además, me siento culpable por lo que te pasó.

—No es culpa de nadie, fue un accidente.

—No me harás cambiar de opinión —Sonrió—. Quiero compensarte—Y me entregó un sobre—. El tour que querías.

—Pero, ¿cómo puedo aceptar esto? No es necesario ―insistí con el sobre en mi mano.

—Por favor, acéptalo. Es lo mínimo que puedo hacer después de lo ocurrido.

—No es correcto. Este tour cuesta dinero y me lo estás regalando.

—Ponte en mi lugar…

No tuve palabras y luego de un silencio incómodo, acepté.

Era momento de irme y salí de su despacho dando algunos saltos tomada de su brazo. Me sentía mal por toda la situación y molestias que había causado. Salimos despacio hasta un auto negro donde me esperaba su chofer, le di las gracias por todo y me despedí con una tímida sonrisa.

­Estaba de regreso al hotel y esa misma tarde era la reunión. Se acercaba la hora del encuentro con el dueño de los terrenos. Revisé el correo de Connor y mencionaba el Restaurante “Miele” a las cuatro de la tarde mesa 14, para encontrarme con: Robert White. Afortunadamente mi pie estaba un poco mejor.

Me cambié rápido, me coloqué un vestido sencillo, zapatos cómodos y mi collar favorito: una cadena plateada con un pequeño piano dorado.

Me sentía muy nerviosa y pensé que sería buena idea llegar antes al restaurante para tener un poco más de confianza y relajarme. Mientras esperaba, ordené una copa de vino blanco y me senté a observar y respirar despacio. Necesitaba estar tranquila.

—Espero no haberla hecho esperar mucho—añadió una voz masculina a mis espaldas.

—No se preocupe—Me puse de pie de inmediato y cuando vi de quién se trataba mi pulso se aceleró. Era el mismo hombre de la agencia de viajes.

—¡Qué pequeño es el mundo! —dijo con una sonrisa perfecta.

—¿Eres el dueño de los terrenos? —Le pregunté sin poder creerlo.

Asintió y sentí que mis mejillas se pusieron de todos los colores. Ambos nos sentamos.

—Y tú eres la arquitecta… —De nuevo su sonrisa aparecía—. ¿Cómo sigue tu pie?

—Estoy mejor.

—¡Me alegra saberlo…! —Hizo una breve pausa y arqueo un poco sus cejas, esperando conocer mi nombre.

—Rachel Trells…  ¿Empezamos? —agregué de inmediato. Me estaba sintiendo nerviosa con su presencia.

Le entregué un plano de lo que será el centro comercial, y él colocó tres carpetas sobre la mesa con fotografías y una breve descripción de cada terreno.

—Tengo estos tres terrenos en la ciudad, espero que sea alguno perfecto para el centro comercial. Va a ser el mejor —dijo al sostener el plano unos segundos—.  Es maravilloso.

—Gracias, espero superar sus expectativas. Mi equipo de trabajo está listo para empezar cuanto antes.

Robert White no solo es el dueño del terreno, sino que el proyecto es una sociedad; los Dugés ponen su capital; y el Sr. White, el lugar para construir.

—¿Qué te parecen? —preguntó señalando las imágenes.

—Los tres están muy bien a simple vista, pero es importante tomar en cuenta algunos factores… ¿Podemos ir a verlos? — Le dije mientras observaba las fotos sobre la mesa intentando no tener contacto visual con él. Robert era un hombre realmente atractivo; y aunque quería concentrarme en la reunión, era un poco difícil no sentirme extraña. Además, el aroma de su perfume era hipnotizante.

Salimos del restaurante y fuimos a ver los terrenos. El último que visitamos era el perfecto para el diseño circular del centro comercial que tenía planeado. Ahora debía comunicárselo a la secretaria de Connor Dugés, tal como indica en el correo, y enviarle algunas fotografías.

—Mañana es el tour. Espero que lo disfrutes —expresó Robert, mientras íbamos en su auto de regreso, luego de ofrecerse a llevarme con insistencia.

—Sí, seguro que será maravilloso. Viena es una ciudad hermosa.

—Lo es… —agregó, se estacionó frente al hotel, giró su rostro para verme unos segundos y ambos permanecimos en silenció—. Fue un enorme placer verla otra vez—extendió su mano.

—Igualmente —Y mi mano se juntó con la suya.

Ya en el hotel, aunque estaba feliz por el avance proyecto, no podía olvidar a Robert, su sonrisa; y su mirada de ojos verdes retumbaba en mis pensamientos. Sin embargo, pensar en alguien repetidas veces no era algo a lo que estaba acostumbrada ni quería acostumbrarme. Además, era un completo desconocido, pero; la situación de la tarima, el regalo del tour, la reunión; todo me hacía sonreír de una manera que no esperaba y que realmente tampoco quería.

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