Rachel Trells:
Llegué al último piso para ir a mi despacho en la constructora, y estaba mi mejor amiga y asistente, Andrea, sentada en su escritorio. Pasé a su lado, la saludé con un gran abrazo, tomé el café de su mesa que siempre preparaba para mí, algunos papeles; y entramos juntas a la oficina.
―¿Alguna llamada importante? ―dije con miedo de escuchar su respuesta y me senté detrás el escritorio, mientras ella se sentaba al frente.
―Ninguna ―Acompañó su respuesta con leves movimientos de su cabeza de un lado a otro―. ¡Estás muy nerviosa! ―añadió, ante mi evidente preocupación.
―¡Como nunca! ¡Necesitamos la llamada del Sr. Dugés! ―Suspiré y bebí un poco de mi café.
―Tranquila, ya llamará ―respondió para intentar calmarme, pero no era tan fácil.
Soy arquitecta; y desde hace algunos años manejo la constructora que era de mi padre: “Constructora Trells”. Mientras mis pensamientos negativos intentaban apoderarse de mí tranquilidad, Andrea me anunció su llegada. Connor Dugés estaba entrando a mi despacho.
Me limpié con mi pantalón mis manos que no paraban de sudar, y lo invité a pasar como si se tratara del presidente.
―Señor, Dugés... ―Me acerqué y estreché su mano un poco nerviosa.
―Señorita, Trells, que gusto conocerla. Perdone que venga a verla sin avisar.
―No se preocupe. Esperaba su llamada, siéntese, por favor ―Le señalé la silla.
Connor Dugés es también arquitecto, pero experto en rascacielos. Nos contactó para llevar a cabo un proyecto muy ambicioso en Viena, Austria. Quiere, junto a su padre el Sr. Trid Dugés, juntar nuestro talento con su capital para llevar a cabo un gran centro comercial.
―El proyecto no puede esperar un día más, necesito que viaje a Viena cuanto antes para que pueda ver los terrenos, tener las medidas y lo que necesite para iniciar con todo.
―Claro, el terreno es lo más importante. ¿Cuándo quiere que viaje?
―Mañana mismo si es posible. Serán pocos días, o quizás máximo una semana.
―¡¿Una semana?! ―dije, pensando en mi madre.
―Puede aprovechar para conocer Viena. Es una ciudad encantadora.
―De eso no tengo dudas, Sr. Dugés. Pero no es un viaje por vacaciones, son negocios.
―Lo sé. Le prometo que no será más de una semana. Tendrá la reunión con el dueño de los terrenos, y nos veremos acá de nuevo para hacer la firma.
―Puede confiar en mi criterio, sé exactamente lo que desean.
―Muchas gracias. Le haré llegar todos los detalles del viaje.
Le entregué una copia de mi documentación y pasaporte para coordinar el viaje; y nos despedimos con una amable sonrisa. Necesitaba firmar el contrato cuanto antes.
El Sr. Dugés tenía una voz convincente y a la vez muy agradable, era un hombre muy elegante, con brillante sonrisa y, al parecer, un carácter un poco fuerte. Quizás no era el mejor socio que podía encontrar para un proyecto de tal magnitud, no sabía casi nada de él ni de los Dugés, pero no tenía a nadie más, debía confiar: el tiempo estaba en mi contra.
Después de recibir su visita sentí una enorme paz que mi corazón desconocía; ese proyecto era muy importante para pagar las deudas que dejó mi padre.Me senté más relajada en mi silla, pero la llamada del banco alteró mi día.
―Su padre nos debe mucho dinero, y la deuda sigue creciendo cada día.
―¿Podemos negociar algunos pagos mensuales? ―dije, temiendo su respuesta.
―No puedo aceptarlos. Lo lamento.
―¡Por favor! Solo necesito un poco más de tiempo, ¡quiero pagar!
―… Sumando los intereses, más la hipoteca de la casa; no puedo hacer ninguna excepción… Al menos que pueda pagar el 60% de la deuda de contado. De ser así, podríamos evaluar un pago restante.
―Tendré el dinero.
―Está bien Srta. Rachel. Tiene dos meses, o de lo contrario procederemos con el embargo de su casa.
―¿Y el edificio de la empresa?
―En este caso sí tiene un poco más de tiempo; seis meses para pagar completo.
Finalizó la llamada y me levanté sin fuerzas de mi silla apretando mis dientes odiando a mi padre más que nunca. Él abandonó la constructora acá en Argentina, todo lo que en un principio soñó, todo su esfuerzo, su trabajo de años; todo por la muerte de mi hermano. Ahora no sé dónde está, tengo años sin verlo, lo único que me dejó fueron sus deudas. He dado lo mejor de mí para salir de ellas, pero mis fuerzas se están desgastando cada día; ya no puedo más.
Intenté contener mis lágrimas y di algunos pasos hacia atrás; pero al sentir la pared fría en mi espalda me deslicé despacio hasta llegar al piso. Lloré por varios minutos; los recuerdos de mi hermano, Dylan, estaban en toda la casa, no quería perderla; además, tampoco teníamos a donde ir. Necesitaba urgente recibir el dinero del proyecto con Connor Dugés.
***
Volví a casa, y mi madre estaba frente a la chimenea, envuelta en su cobija de colores favorita, sosteniendo una taza con té de menta. Su rostro parecía triste como siempre, pero de vez en cuando esbozaba alguna sonrisa sin ningún motivo. Me acerqué despacio y me senté frente a ella en el sofá grande verde que siempre estaba en el mismo lugar.
―Hola, mamá ―Me incliné y acaricié un poco su rodilla. Ella se limitó a sonreír. Desde que mi hermano murió; ella se desconectó del mundo.
―Mamá, debo viajar en cualquier momento ―Le dije, aun sabiendo que no tendría una respuesta―. Es un buen negocio para la constructora, para nosotros ―Tomé su mano con ligeras arrugas, acaricié sus dedos, y los besé ―. Quisiera que estuvieras aquí.
Limpié una lagrima con mi dedo pulgar antes de que tocara mi mejilla.
Me quedé unos minutos más sentada sintiendo el calor de la chimenea y el olor a menta de su taza; pero era hora de dormir.
Acompañé a mi madre a su habitación, la ayudé a acostarse, y besé su frente como cada noche. Acomodé su ropa un poco y me senté junto a ella a contemplar su sueño unos segundos.
Me levanté despacio para no despertarla, y una llamada de Andrea me hizo salir apurada de la habitación:
―¿Qué sucede?
―Perdona que te llame a esta hora, pero, la secretaria del Sr. Dugés envió un correo. Todo está listo para que viajes mañana a Viena; el hotel y dinero para lo que necesites durante tu estadía.
Respiré nerviosa, pero a la vez feliz por avanzar en este gran proyecto que puede salvar mi casa y la empresa.
―¿A qué hora es el vuelo? ¿Y la reunión para los terrenos?
―El vuelo es a las 10 am. Son muchas horas, será un largo camino. Al día siguiente está pautada la reunión. Te enviaré todos los detalles a tu correo. Y por tu mamá no te preocupes, estaré pendiente de ella.
―Gracias, eres la mejor.
Colgué la llamada y busqué mi maleta. Elegí algunos trajes elegantes, un par de zapatos cómodos y otros de tacón, algo de maquillaje, y un bolso pequeño con todo lo de aseo personal. También mi documentación. Ya solo quedaban horas para viajar a Viena, un viaje que tanto estaba esperando.
Robert White:Pasaban las dos de la mañana y me levanté de la cama para despejar la mente e intentar dormir, no lograba conciliar el sueño. Estaba preocupado por mi papá.Volví a la cama, conseguí dormir; y al despertar, sentí que había cerrado los ojos por cinco segundos. Me esperaba un día difícil.Viena era una ciudad tranquila, pero encontrar las calles despejadas era parte de mi rutina diaria y por eso siempre salía temprano de casa. Al llegar a mi despacho en la Agencia de Viajes que fundó mi padre, me preparé la primera taza de café del día. Tenía una reunión importante en la mañana con gran parte del personal.—¿Se puede? —Interrumpió mi mejor amigo y compañero de trabajo, Miguel, tras darme los buenos días. Él es el abogado de la agencia.—Claro,
Rachel Trells:Era momento de viajar a Viena. Llegué al aeropuerto y mientras ubicaba la puerta de embarque, Andrea me llamó:―Sabes que no voy a Viena para conocer a alguien —respondí con molestia, mientras acomodaba mi maleta para subir al avión; tras escuchar su largo discurso del amor.―Lo sé, pero sabes que no pierdo las esperanzas.Resoplé y arqueé mis ojos deseando que se callara. El amor era un tema que no me agradaba.―Yo las perdí; aunque en realidad, nunca las he tenido. No puedo ni quiero ser feliz al lado de un hombre. Estoy bien así.—Solo quiero que vivas, que salgas de ese caparazón.—Aquí estoy segura. Este caparazón que dices—Alcé mis manos dibujando la silueta de mi cuerpo, aunque no pudiera verme—, es lo único que me mantiene de pie. Tengo mucho en que pensar y una gr
RachelEl día del tour había llegado y me sentía emocionada por conocer Viena. Un auto lujoso de la agencia de viajes pasó por mí y por otras tres personas en diferentes hoteles. Recorrimos algunos minutos por la ciudad, y llegamos a la famosa plaza de los Héroes o Heldenplatz, ubicada en todo el centro de la ciudad.En la plaza, una señora muy amable intentó conversar conmigo. Traté de decirle que no hablaba alemán, pero no me entendió. Luego, una señora más joven se acercó sonriendo.—La señora intentaba decirte que debemos esperar algunos minutos a la persona que nos va a dar la bienvenida, el dueño de la agencia; el Sr. Robert White. He viajado varias veces a esta ciudad y siempre hago tours con la Agencia Gold.Al escuchar ese nombre sentí que el corazón me latía muy fuerte. Esperamos un poco, per
Robert:Esa noche, volví a casa de mis padres. Entré despacio para no despertarlos, y mi hermana, Alicia, estaba sentada en el jardín tomando una copa de vino.Tomé una para mí de la cocina y me acerqué a ella.—¿Bebiendo sola?Le mostré mi copa, sonrió, y me sirvió un poco.—No es malo estar sola…—Claro que no —Me senté a su lado y observé el cielo. Todo estaba negro y algunas estrellas brillaban—. ¿Cómo estás?—Todo bien —Suspiró y bebió un poco de vino—, ¿y tú?—Muy buena pregunta —Recordé a Rachel y no pude evitar sonreír.Alicia me miró extrañada.—¿Qué te sucede? —Se acercó a mi silla.—No sé —Sonreí d
Rachel: Era mi última noche en Viena y quería despedirme de la ciudad. Me coloqué ropa cómoda, y salí a caminar un poco. Recorrí las calles de Viena y vi un restaurante. El lugar era pequeño y muchas personas disfrutaban de la música en vivo. Todos bailaban y parecían estar pasándola muy bien, igual decidí entrar.Sin embargo, lo que se supone sería una noche normal, cambió radicalmente al ver de nuevo a Robert. Encontrármelo en ese lugar mi último día en Viena, parecía algo totalmente irreal.Al verlo, mi corazón se aceleró, me negaba a toda felicidad y a esos recuerdos que, por más que quería, no podía borrar. ¿Cómo podía sentir tanto por alguien tan rápido? Se supone que iba a olvidarlo al evitar los paseos del tour, no a revivir esa sensación ext
Todo había terminado, estaba de regreso en casa; y la rutina pronto iniciaría. Pero algo me faltaba y eso no podía evitarlo: Robert.Entré a casa y el aroma a menta me hizo suspirar. Mi madre estaba sentada en el mismo sofá, con su taza de té y su cobija. Aunque sabía que no me respondería, me senté frente a ella y le conté todos los detalles de mi viaje. De vez en cuando me miraba, sonreía; pero de nuevo se iba su mirada.Verla tan frágil me hizo recordar la madre que solía ser. Era muy difícil olvidar esos recuerdos felices que me dio de niña, y sus constantes sacrificios para darnos a mi hermano y a mí una sonrisa. Esas noches interminables cuando nos enfermábamos; o cuando tenía miedo de quedarme sola en mí cuarto. Mi madre siempre estaba ahí, sonriente y paciente. Ella amaba tanto reír, que daría lo que fuera por
Robert: La corbata de seda negra parecía ser el accesorio perfecto que faltaba para mi traje gris claro. Mientras terminaba de vestirme, escuché el sonido de unas llaves. Me quedé inmóvil por unos segundos, y caminé despacio hasta la sala de mí apartamento.Era Perla.—¿Qué haces aquí?—Disculpa… Quería devolverte las llaves —dijo, sosteniéndolas en la palma de su mano.—No recordaba que tenías las llaves; podías haber llamado antes. No puedes entrar así a mi apartamento—Terminé de acomodar mi corbata—. Colócalas en la mesa de la cocina —Añadí y volví a mi habitación ignorándola por completo.—¿Estás muy apurado? —dijo caminando detrás de mí y se inclinó en el marco de la puerta de mi
RachelLlegué a casa y esperaba encontrar a mi madre en su sofá como cada día, pero esta vez vi que estaba en el piso y salí corriendo hacia ella.Mi padre estaba ahí.―¡Mamá! ―Me arrodillé junto a ella para levantarla―. ¡¿Qué le hiciste?! ―Miré con odio a mi padre que permanecía de pie a pocos metros de nosotras. Hace mucho que no lo veía.―¡No le hice nada! ―gritó ante mi acusación con su voz entrecortada, sosteniendo una botella de whisky entre sus manos―. ¡No la lastimé! ¡Ni siquiera la toqué!—¡Mejor cállate! —Le grité.Mi teléfono no paraba de sonar. Era Robert llamando.―¡No me voy a callar! ¡Es mi casa! ―dijo alzando la voz, pero con su mirada perdida.―¡Ésta dejó de ser tu casa desde que no pa