Capítulo 3

La gélida ráfaga del viento golpea con brutalidad mi rostro, el cielo estaba cubierto por nubes y pese a que estábamos en plena época de invierno, lo cierto era que esperaba ver un poco de sol. Abel me mira como si yo fuera un bicho al que quisiera aplastar en cualquier momento y lo acepto, luego de aquella extraña presentación frente a Zed, el capullo me arrastró hasta la terraza del hospital. Y ahora estábamos aquí, frente a frente, sin nadie que nos interrumpa.

—Si no me vas a decir nada, tengo que…

—¿Por qué m****a estás aquí, Nat? —Masculla entre dientes—. ¿Has venido por más? ¿En verdad quieres joderme la vida a estas alturas?

Me irrita la manera en la que me habla, o sea, lo que pasó entre los dos tan solo fue cuando teníamos quince años, éramos un par de críos inmaduros, pero por lo visto siempre me odiará. El que piense que estoy aquí solo por él, deja en claro que tal vez su cuerpo adelgazó, pero su ego era demasiado obseso para mi gusto.

—No veo por qué todo deba seguir girando a tu alrededor —frunzo el ceño—. Siento decepcionarte, pero no regresé por ti.

Abel suelta una sonora, tétrica y muy arrogante carcajada, luego de que mis palabras no ocasionaran el efecto deseado en él, ¿en dónde m****a quedo el chico dulce y tierno?

—¿Qué es tan gracioso? —le pregunto sintiendo como mi paciencia se agotaba poco a poco.

—Lo gracioso es que me has decepcionado desde hace años, dudo que exista algo más que me pueda decepcionar de ti, Nat —de dos zancadas se acerca hasta mí, acortando toda barrera invisible que nos separa, y aun en las distancias cortas, el olor de su colonia inunda mis fosas nasales, extrañaba a mi amigo, porque antes de haber sido novios, fue mi mejor amigo, uno al que traicioné—. Espero que no te quedes por mucho tiempo.

Crispo ante su comentario llena de advertencia y amenaza.

—No sabía que eras dueño del pueblo —le lanzo una mirada llena de veneno—. Lo siento por ti, pero me quedaré por mucho tiempo, creo que echaré raíces aquí, no lo sé.

Emite un extraño y ronco sonido desde el fondo de su garganta.

—No hablarás en serio.

—No tengo porque mentir, escucha…

—¡Y una m****a! —exclama y me jala del brazo.

Me acorrala cerca de la orilla de la terraza y me obliga a doblarme, ahora sí que tengo miedo, el capullo estaba a punto de lanzarme desde el último piso.

—¡Qué haces! —exclamo al tiempo que enrolla su mano alrededor de mi cuello y aprieta.

—No voy a dejar que me jodas la vida esta vez, Natasha —su rostro está demasiado cerca, nuestros labios casi se rozan y nuestras respiraciones se mezclan.

—Yo no…

—No te quiero cerca de mí, si lo haces, juro que me vengaré por todo lo que me hiciste en el pasado —brama y sus ojos centellean.

Ok, no lo ha olvidado.

Mis pulmones exigen aire, pero él parece no tener la intención de soltarme, tengo miedo, este Abel no es el mismo, este tiene una mirada inquisidora, perturbadora, sus pupilas están dilatadas y su manzana de Adán sube y baja como si estuviera a punto de prepararse para una lucha cuerpo a cuerpo.

—Nat —susurra y joder, tal vez sea mi imaginación pero siento su erección golpeando mi vientre—. No te quiero cerca de mi mundo y mis mierdas.

Me suelta y por fin puedo tomar una larga bocanada de aire. Acto seguido se da la media vuelta y sale sin decir nada más, las lágrimas se acumulan en mis ojos y la garganta me arde, Abel estuvo a punto de asfixiarme, en definitiva ya no es el mismo chico que dejé en Alaska hace nueve años atrás, la oscuridad de su mirada me eriza la piel y comienzo a sentir arcadas.

Intento recuperarme pero me es imposible, necesitaba salir del estúpido hospital, tenía que escapar de aquí. Salgo y me dirijo a la habitación en donde mi tía está riendo con su amigo, dentro, parece que el tiempo no ha pasado, aparto todo y tomo mi maleta.

—¡Oh, cariño, qué te ha sucedido! —Se acerca hasta mí, su rostro se convierte en todo un poema y toma mis mejillas con ambas manos—. ¿Has llorado?

—No, solo —carraspeo—. Tengo que irme, ¿te veré en casa?

A mi tía no parece agradarle la respuesta, porque enseguida frunce los labios.

—Pero si todavía no llega el doctor que…

La puerta se abre y para joderme más la mala suerte, es Abel quien entra junto con un enfermero, quien no pierde tiempo en recorrerme mediante una mirada discreta.

—Abel, mira quien ha venido para quedarse —mi tía sonríe como toda una posesa tomándolo del brazo—. ¿Recuerdas a mi sobrina Nat?

No quiero mirarlo, estoy furiosa con él, dolida ¿y por qué no? Temerosa.

—Vaya, hace mucho tiempo que no nos vemos Nat —enfatiza mi nombre con un tono de voz sensual y tierno.

Levanto la mirada y mis ojos azules se conectan con sus ya oscuros ojos, sonríe y entiendo su maldito juego al instante, el capullo intenta parecer buena persona frente a todos y ser un completo cretino conmigo.

—¿Cómo has estado? —estira la mano en mi dirección y yo doy un paso hacia atrás.

—¿Cariño?

—Tengo que irme, tía, nos veremos en casa —susurro tomando con fuerza mi maleta y dirigiéndome hacia la puerta.

—Pero…

No espero más, estar dentro de la misma habitación con el imbécil que estuvo a punto de asfixiarme hace unos cuantos minutos, era peligroso. Mientras tomo el ascensor saco mi teléfono móvil y le marco a mi mejor amiga, quien no tarda en responder al tercer timbre.

—¡Perra, no me has llamado! —exclama Karyne.

—Casi me mata —suelto al entrar al ascensor desocupado.

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