Capítulo 2

—No te preocupes, suele pasar, creo que dejaré mi maleta, no tardo —me acerco, le doy un beso en la mejilla y le regalo mi mejor sonrisa a su amigo.

—Pero no tardes demasiado —me detiene del brazo—. Quiero decir… apenas te tengo de vuelta y no quiero dejar pasar ni un solo segundo separada de ti.

Actuaba raro.

—Solo iré al baño un segundo, tranquila tía.

—Bueno, confiaré en ti —no parecía muy convencida y no sabía por qué.

Sin decir algo más, caminé hasta la puerta y respiré hondo y profundo una vez estando en el corredor. No hacía falta pedir indicaciones, conocía aquel hospital como la palma de mi mano, en especial porque hace años ocurrió aquel suceso que aún me duele.

Cuando entro al servicio y me enjuago el rostro con agua fría, la voz chillona de una mujer llega a mis espaldas, a través del espejo noto que es una pelirroja con curvas de infarto, sus ojos oscuros eran idénticos a los de dos enormes hoyos negros que en cualquier momento te tragarían, sus pechos eran exuberantes pero se notaban aun en las distancias, falsos. De hecho todo su cuerpo se notaba operado, pero eso no le restaba belleza.

Pasa junto a mí y me ignora por completo, cosa que agradezco, el tener que entablar algún tipo de conversación con las personas, no estaba entre mis hobbies favoritos. Pero seguí de soslayo sus acciones a detalle, aburrida y con la intención de hacer tiempo para no tener que volver pronto a la habitación del amigo de mi tía. Dejó su bolso caro sobre el lavabo y comenzó a ponerse la bata blanca que la delataba como doctora. Iba al teléfono hablando acaloradamente con alguien, cuando tuvo la grandiosa idea de ponerlo en alta voz sin importarle que alguien la escuchara.

—Te lo digo en serio, esa zorra no tiene oportunidad con él —dijo la pelirroja con tanta seguridad que daba miedo.

“Ojalá yo tuviera tanta seguridad”

—Pues lo siento amiga, pero si no te das prisa a que te de el anillo, me temo que otra arpía te lo quitará —dice otra voz femenina al otro lado de la línea.

—Esa no me llega a los talones, a más está gorda —añade la pelirroja con voz desdeñosa.

—Mentirosa, esa ni te la crees tú, está buena la perra y no tiene nada operado.

—Bueno ¿de qué lado estás?

—Del tuyo, por supuesto.

—Me da igual, Abel Pemberton es mío, y así tenga que eliminar a todas las zorras del mundo, lo haré.

Me congelo al escuchar aquel nombre, siento como si me hubieran echado encima un enorme cubo de agua fría en la cabeza, de pronto comienzo a sudar y los nervios afloran haciendo añicos mi sistema.

—¿Y qué pasa si él se enamora de otra? —pregunta la amiga soltando una risita idiota.

—¿Abel? Por favor, ese tío es un mujeriego de primera, pero eso acabará cuando caiga en mis redes, yo seré la futura esposa y dueña de su gran fortuna, a más de que su apellido me dará muchos beneficios…  

La voz chillona de la pelirroja exuberante se desvanece conforme se aleja con el sonido de sus tacones de aguja.

Abel…

No puede ser…

Respira profundo…

Lo último que supe de él fue que estaba en la universidad, nada más. Pero algo me decía que era doctor por la manera en la que habló la pelirroja, así que…

—Joder  —tenía que salir de ahí.

Abro la puerta abruptamente y sin darme cuenta, termino chocando contra alguien que vierte sin querer, su café hirviendo sobre mi mano. El impacto me arde, resbalo y caigo de bruces contra el suelo.

—¡Mierda! —me quejo al sentir mi mano caliente.

—¿Te encuentras bien?

Una voz masculina y demasiado varonil llama mi atención, alzo la mirada y me encuentro con un par de hermosos ojos color azul cielo. Se trataba de un doctor joven, apuesto, con la ligera aparición de una barba, como si llevara días de no pasar la afeitadora sobre su piel clara, su cabello oscuro y penosamente alborotado me hace querer tocarlo.

—Lo siento, lo siento… —el tipo ignora mi deplorable, pobre y falsa disculpa, colocando toda su atención sobre mi mano, toca mi piel y me quejo al instante de su tacto—. Auch.

—No es nada grave, pero lo mejor será que vengas conmigo, te echaré un ungüento y limpiaré tú herida —demanda ayudándome a poner de pie.

Abro la boca para declinar su oferta, cuando él observa algo detrás de mí y sin darme tiempo de girar y saber qué era eso de lo que estaba segura se estaba escindiendo, me toma del brazo ejerciendo la suficiente fuerza como para arrastrarme a donde él quiera pero sin hacerme daño realmente.

—Oye…

No me presta atención alguna, caminamos por un pasillo largo, giramos a la derecha para luego abrir una de las puertas que llevaba a las escaleras de emergencia. Subimos y pronto comencé a sentir los estragos de no haber hecho suficiente ejercicio durante estos últimos años, mi corazón latía frenético y solo podía intentar seguirle el paso a aquel extraño hombre.

—Cretino —susurro para mis adentros.

Cuando por fin decidió parar su frenética carrera, abrió una nueva puerta y llegamos a un nuevo pasillo blanco.

—Lo siento —ladeo una sonrisa agitada.

Lo fulminé con la mirada mientras me recuperaba y estabilizaba mi respiración.

—Bueno, tal vez deberías soltarme —dirijo mi mirada hacia su agarre.

Él parece darse cuenta de que me dejará marcas en la piel, me deja en libertad como si mi tacto le quemara y enseguida me guiña un ojo.

—Te debo una…

—Natasha —tiende una mano en mi dirección y con el ceño fruncido se la estrecho—. Natasha Clover.

—Soy el doctor Zed Jefferson.

—Bueno doc, me largo —giro sobre mis talones con la intención de marcharme, pero vuelve a tomarme del brazo y detener mi urgente paso.

—Espera —me indica con la mirada el ligero tono rojo de mi mano—. Deja que te cure, es mi culpa que te pasara eso.

—No es necesario…

—Andando.

Resignada a que mi día no podía empeorar más, decido seguirlo, mientras caminábamos me doy cuenta de que parece ser el doctor estrella, porque muchas enfermeras y compañeras de trabajo pasaban y lo saludaban con miradas llenas de lujuria y deseo, mis ojos no pudieron evitar viajar hasta su perfil y comprobar que el tipo era apuesto a más no poder, comencé a sentirme pequeña.

—Por aquí.

Entramos a una habitación enorme, cubierta con varios muebles blancos repletos de medicamentos y muchas vendas. Observo como se dirige hacia un botiquín de emergencia, yo tomo asiento sobre una de las camillas blancas y espero a que haga su trabajo para poderme ir a casa de mi tía Nora.

—No eres de aquí ¿cierto? —me cuestiona con voz grave.

—No y sí —hago una mueca que deja ver el dolor que siento cuando me aplica un ungüento frío.

—¿Qué quieres decir con eso? —enarca una ceja con incredulidad, sus ojos brillan con diversión y me remuevo incómoda en mi lugar.

—Viví aquí con mi tía Nora hasta los quince años, luego me marché y ahora estoy de vuelta —confieso sin apartar la mirada del perfecto vendaje que me hace.

—¿Nora? —Abre los ojos como platos—. ¿Nora Clover?

—Sí, la misma.

—¡Claro! —Chasquea los dedos—. Eres la rubia que me robó el corazón cuando era niño.

Su confesión me descoloca un poco, no recuerdo haber tenido amigos como él en el pasado, en especial porque Abel era celoso y no me permitía acercarme a nadie que no fuera amigo de él o que por lo menos aprobara.

—No te recuerdo, lo siento —intento sonreír a modo tranquilizador.

—Dudo que lo hagas, nunca fuimos amigos —las comisuras de sus labios se elevan en dirección al cielo y creo que su sonrisa es la más sexy que he visto—. Yo era de los que observaba de lejos, no quería meterme con Abel, después de todo ese gordo se la pasaba amenazando a todo el mundo si se atrevían a tocarte un solo cabello.

Escuchar sobre Abel me causaba malestar, pesar y lástima, en especial porque en el pasado me comporté como toda una perra con él, al haberlo dejado por perseguir mí sueño, tratarlo de mediocre fue lo peor. El karma existía, y ahora estaba segura de que se había convertido en un importante doctor, quien lo diría, la ruleta se invirtió y era yo la que se encontraba abajo. No podía cambiar lo que fui, pero si lo que era es ese momento.

—De hecho trabaja aquí, es médico y…

La puerta se abre abruptamente interrumpiendo la explicación de Zed, y enseguida bajo el umbral aparece otro doctor, cabello castaño oscuro, tez clara, ojos tan oscuros que parecen dos enormes hoyos negros, su mirada es penetrante y todo en él emana peligro.

—¡Hablando del rey de Roma! —exclama Zed y rezo porque Abel no me reconozca, su mirada me fulmina y sé que sabe que soy yo—. ¡Adivina a quien me encontré!

Sus ojos oscuros reparan en mí, recorre mi cuerpo y tensa el cuerpo, la mandíbula y creo que está a punto de lastimarse, ya no está obeso, de hecho, su cuerpo es delgado pero escultural, el ancho de su espalda me hace pensar que debe ser un animal en la cama.

“Pero en que m****a estás pensando”

La hostilidad que se respira es tan densa, que me pongo de pie abruptamente y me dirijo a Zed.

—Gracias, fue un placer conocerte —espeto con brusquedad.

—Pero…

—Tengo que irme —lo interrumpo sin darle la oportunidad de que suelte otro comentario.

—Bueno, ahora que has regresado supongo que nos veremos por ahí —hace un intento deplorable por coquetear.

Trago duro e intento pasar de Abel cuando me impide el paso, alzo la mirada y sus ojos me lanzan dagas de fuego.

—¿Y a mí no piensas saludarme? —aprieta los dientes como si estuviera reteniendo sus deseos de matarme—. Natasha Clover.

Se tira mi nombre con la boca y entonces confirmo lo que más temía, él no había olvidado, él me iba a destruir si me acercaba demasiado a él.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo