La Marca Del Mafioso
La Marca Del Mafioso
Por: Ravette Bennett
Prólogo

Los murmullos de la gente hacen eco en el lugar y logro escuchar con nítido enojo los susurros intencionados de las mujeres, soltando cosas hirientes hacia mi persona.

Mujerzuela.

Zorra.

¡Ojalá te mueras por mentirosa!

Todas esas exclamaciones provenían de las personas que estaban ciegamente defendiendo a un jodido acosador sexual, el tipo que fue mi jefe cuando trabajaba en su restaurante de comida rápida, y que al verme no tardó ni dos semanas en acosarme, hasta que un día, mientras revisaba el itinerario en la bodega de carnes frías, intentó abusar de mi. Ahora me encuentro bajo las miradas inquisidoras de mis vecinos y de gente del pueblo, de ser una chica invisible por la que nadie daba un duro, pasé a ser la escoria de la sociedad, la gente huía de mí como si tuviera lepra. ¿Cómo pude haber sido tan estúpida al pensar que ganaría esto? 

La suerte no estaba a mi favor tampoco, nadie me iba a creer, después de todo era el producto de la relación inmoral entre una prostituta y un sacerdote que al nacer, me abandonaron con mi tía Nora, hermana mayor de mi madre y con quien viví en Alaska hasta los quince años de edad. En cambio el cretino se hacía pasar como un buen vecino que apoyaba a todo el mundo, y a las chicas que como yo sufríamos de sus perversos planes, tenían demasiado miedo para hablar.

Al salir de los tribunales subimos al auto y me dediqué a lamentarme en silencio y revolcarme en mi miseria, al tiempo que mi abogado decía puras pavadas sin sentido y que no alcanzaba a comprender en estos momentos.

—¿Me estás escuchando Natasha? —insistió el tipo de traje oscuro y sonrisa cargada de la seguridad que a mí me faltaba—. Es importante que comiences de nuevo, esto no va con mi ética profesional y nunca lo recomiendo pero este pueblo está bajo la influencia de viejas costumbres recatadas, ahora eres un blanco perfecto y su odio hacia ti podría llegar a consecuencias fatales, tal vez un cambio de aires no te vendría tan mal.

Eso me llamó la atención, por lo que en silencio, mordiéndome la lengua para no lanzarle algún comentario viperino al no haber sido capaz de ganar mi caso, le clavo mi fría mirada.

—¿Qué quieres decir? —frunzo el ceño.

El tipo se acomoda la corbata como si esta le estuviera asfixiando, se toma el tiempo para bajar la ventanilla del auto y enseguida me dice:

—Lo mejor es que te cambies de ciudad, tu caso ha salido en los periódicos, tu reputación si antes era dudosa debido a tus orígenes, ahora mismo te ven como una bruja que quieren quemar en la hoguera, a más… ¿crees que alguien quiera contratarte pensando que eres una mentirosa y salvaje? —dice tras sonreírme a modo tranquilizador—. Solo te estoy dando una opción, piénsatelo, es lo mejor.

(…)

Después de un largo día y de encontrar la puerta de mi departamento pintarrajeada con la leyenda “BOBA” lo que más anhelaba era dormir y despertar de esta horrible pesadilla, pero a los pocos minutos de haber cerrado los ojos, el ruido estruendoso de algo rompiéndose hace que me ponga en alerta, mi corazón palpita frenético y tengo espasmos emocionales. Me incorporo con agilidad y agarro el bate que descansaba al lado de mi cama.

Abro la puerta de mi alcoba con sigilo rogando porque solo sea un gato o un ladrón cualquiera que hubiera tomado algo y se fuese, pero el mundo se me viene abajo nuevamente cuando al alzar la mirada, noto que han roto mi ventana con una piedra envuelta en una hoja blanca, bajo el bate y con cuidado de no pisar algún vidrio roto y hacerme daño, llego hasta la piedra y le arranco la hoja.

“Si no te marchas en tres días, te atacaré por tonta mentirosa y rastrera”

Siento cómo el ácido estomacal sube y baja de mi garganta, tengo náuseas y las arcadas no tardan en obligarme a salir corriendo al baño para devolver la bilis que me atacaba. Al terminar de devolver, me hago un exhaustivo aseo bucal y vuelvo a la cama dejándome caer en un ligero sueño, abrazando el bate como si fuera mi amante o un oso de felpa. Teniendo en mente una sola cosa; llamar mañana a medio día a mi tía Nora e irme de este sitio, estábamos entrando en plena época navideña y no era tan mala idea pasar una largas vacaciones en Alaska, incluso tal vez pueda invitar a pasar las fiestas a Karlo, mi novio y la única persona en este pueblo de m****a que me quería de verdad.

Y quien por cierto no me había buscado en todo el día, ni una sola llamada, mensaje o algo, alcanzo mi teléfono móvil y le escribo para luego borrarlo, pensándomelo mejor, sonriendo para mañana a verlo y darle la sorpresa personalmente. Sonriendo ante la idea de presentárselo a mi tía, me quedo dormida

A la mañana siguiente, sorpresa fue lo que me encontré cuando decidí ver a Karlo, fui a su departamento y lo encontré totalmente vacío, la casera ya me lo había advertido en cuanto llegué pero necesitaba verlo con mis propios ojos, recorro el sitio con mirada cautelosa, las paredes parecen tristes y mi corazón termina de romperse.

—Así que es cierto —musito descendiendo mi tono de voz con el paso de los minutos.

La casera me regala una mirada llena de lástima.

—El inquilino se marchó ayer con una chica rubia, comentaron que estaba en planes de casarse y por eso era necesario un cambio de vivienda, incluso me enseñaron el anillo de compromiso —me explica en un carraspeo.

—Ya veo.

Trago duro, no me permito llorar frente a nadie, asiento con la cabeza y decido marcharme antes de derrumbarme en aquel sitio que me llenaba la cabeza de recuerdos que en estos momentos deseaba olvidar.

Una vez fuera de aquel edificio, me permito respirar profundamente, llenando mis pulmones de aire y tratando de retenerlo dentro, me dirijo a mi carro que no es más que una chatarra vieja y con manos temblorosas entro. El hecho de que Karlo me hubiera estado engañando todo este tiempo solo hace más notorio mi dolor en el pecho, estoy llena de rabia por mi ingenuidad ¿cómo es que no lo vi?

Sollozo en silencio y saco mi celular, marco el número que ya me sé de memoria y espero solo tres jodidos timbres para escuchar la voz cantarina de Karyne, mi mejor amiga, la única que tenía en este pueblo de m****a.

—¡Ese hijo de mil...! —grita cuando termino de explicarle todo lo sucedido.

—Lo sé —sorbo mi nariz, intentando retener el mar de lágrimas que estaba a punto de derramarse por mis ojos—. Anoche recibí una amenaza, tengo que marcharme.

—¡Ni de coña! —Exclama y puedo sentir como el aire contenido en mis pulmones, los comprime y el dolor llega a mi pecho—. ¿Adónde piensas ir? Tienes que cambiarte de sitio pero… no de lugar, no les des gusto Natasha, son unos hipócritas.

—¿Y qué más puedo hacer?  —frunzo el ceño cuando veo que cerca de mí, pasa un chico y al verme voltea a todos lados, se baja la bragueta y comienza a masturbarse, tengo que apartar la mirada y encender el carro, intentando no deshacer el nudo que se atora en mi garganta, pongo la llamada en altavoz y conduzco lejos.

—Podemos quemar sus casas por las noches, ya sabes, a la vieja escuela como lo hacían en Salem —bromea con decisión.

Suelto un largo suspiro.

—Ya no puedo más, Karyne, en el pueblo me odian, estoy desempleada, nadie va a querer contratarme, el que creía mi novio me ha estado engañando todo este tiempo, se ha marchado con una rubia y va a casarse, el dinero que estuve ahorrando todos estos años desde que me independicé, lo gasté casi todo en el juicio y ahora ya me queda poco —aprieto con fuerza el volante mientras espero al alto del semáforo—. Eso sin contar que llevo más de tres rentas atrasadas.

Detengo mi vomito verbal mientras le permito a mi mejor amiga absorber mis penas y retener toda la información que le acabo de soltar.

—Bueno, si lo pones de ese modo, sí, estás más que jodida.

Giro los ojos y acelero al ver que el color verde parpadea del semáforo.

—No estás siendo de mucha ayuda, Karyne —agrego sin ánimos de seguir el hilo de aquella conversación.

—Lo sé, soy una puta egoísta, pero así me quieres.

—En estos momentos odio a todo el mundo —susurro.

—¿Entonces piensas volver al lugar del que has estado escapando todos estos años?

—No tengo opción, es eso o terminar quemada en la hoguera como en el pasado —me limito a fruncir el ceño y a frenar de golpe cuando pasa un grupo de chicas en otro auto y me avientan una malteada sobre el parabrisas—. ¡Joder!

—¿Qué m****a ha sido eso? —me pregunta en tono preocupado mi mejor amiga por el otro lado de la línea.

—Nada, tengo que colgar —respondo rápidamente sin darle tiempo de lanzarme algún comentario para retenerme—. Te llamo por la noche.

Cuelgo y me doy un par de minutos para respirar. Seguir aquí era la muerte segura, las leyes estaban en mi contra porque todos eran corruptos, no tenía nada que me atara a este lugar, así que sin pensármelo más, como el perro con la cola entre las patas, marco el número de mi tía Nora y espero solo dos timbres para que atienda.

—¡Cariño, pero que sorpresa! —exclama y su exceso de entusiasmo hace en mi rostro se dibuje una sonrisa de media luna.

—Hola tía Nora, ¿cómo va todo por allá? —trago duro y aprieto los puños.

—¿Qué te sucede cariño? Tú nunca llamas a menos que sea algo demasiado importante —dice y mis ojos se llenan de agua—. ¿Te encuentras bien? Desde acá puedo escuchar tu llanto.

Joder

—Sí, todo va bien tía, lo siento, no sé porque llamé, te quiero —cuelgo y golpeo con la palma de la mano el centro del volante—. Cobarde, cobarde.

Dejo caer mi cabeza sobre el respaldo del asiento y tomo una larga bocanada de aire, doy un respingo al escuchar el timbre de mi teléfono móvil y respondo sin chistar.

—¿Hola?

—Cariño, te quiero mañana mismo en el primer vuelo a Alaska, sin excusas, es tiempo de que regreses a casa —demanda mi tía en un tono tan dulce que su timbre suena melódico en mi cabeza.

—Pero…

—Sin excusas, dije, nos veremos mañana cariño, te quiero —finaliza y corta la llamada.

Siento que de mi pecho se libera una enorme carga que me consumía con cada día, regresar al sitio en donde todos me conocían y me querían no pintaba tan mal, de no ser porque en aquel sitio se encontraba una persona a la que herí de la manera más cruel cuando dejé todo por venir aquí, persiguiendo un sueño que al final no se logró.

Espabilo y enciendo nuevamente el motor, sabiendo que una vez pisando Alaska, mi vida daría un giro estrepitoso e inesperado.

—Bien Alaska, allá vamos.

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