El Gran Engaño
El Gran Engaño
Por: AnaMartinez
¡Renuncio!

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¡Cómo te atreves a traerme esto!

Se escuchó el grito de Sara dentro de la habitación del hotel donde se hospedaba.

―¿De qué me estás hablando? ― preguntó Sira mientras la veía a los ojos asustada ― es un latte alto, con leche vegetal de soya y sin azúcar. Llevas años pidiéndolo.

―Discúlpame Sira, pero si Sara dice que no es un Latte con leche vegetal de soya, yo le creo― respondió el hombre de al lado.

―¡Cállate Gustav!, a ti nadie te preguntó― habló Sira moleta mientras veía al hombre de cabello rubio falsamente puro en frente de ella.

Sara arrojó el latte sobre la alfombra mientras toca fingiendo que le había hecho mal. Gustav corrió hacia ella y la abrazó mientras Sira sorprendida veía la escena, ¿qué demonios le pasaba a Sara?, tenía casi diez años de su asistente y jamás se había puesto de esta manera.

Veía como ella seguía tosiendo mientras Gustav, el nuevo del grupo, la consolaba. Sara de pronto volteó a ver a Sira y fingiendo que se le había lastimado la garganta le dijo.

―No puedo permitir más errores Sira, ¡estás despedida!

―¿Qué?― preguntó Sira abriendo los ojos sorprendida ¿cómo que despedida?

―Sí, no puedo estar aguantando errores como este, es demasiado. Yo soy una actriz de clase, estatus, calidad, no puedo tener a una asistente que no vaya con mis necesidades.

Sira no podía creer lo que Sara, esa mujer que conocía desde hace tiempo atrás, le estaba diciendo. Sí, era verdad que últimamente había tenido uno que otro mínimo error pero se debía a que estaba exhausta porque trabajaba sin parar, dormía poco y apenas le daba tiempo de comer.

―No puedes estar hablando en serio― volvió a preguntar la mujer de ojos claros.

―Lo digo muy en serio Sira, jamás en mi vida había estado tan segura de esta situación. Así que deja mis cosas sobre la mesa y lárgate.

―¡Qué!― volvió a gritar ― ¡Tú no me puedes despedir!, me debes mucho, ¡todo! ― le reclamó.

Sara levantó la mirada y se la clavó con furia ― ¿qué estás insinuando?

―Qué todo lo que tienes es por mí, ¡por mí! ― le reclamó.

Sara caminó hacia Sira y sin importarle que Gustav o uno de los maquilladores le estuviera viendo le lanzó una bofetada fuerte sobre la mejilla haciendo que la cabeza de Sira se moviera y tambaleara un poco. Después, ella se llevó la mano hacia el rostro y la vio.

―No vuelvas a dirigirme la palabra Sira, no quiero volver a verte en toda mi vida. Eres descuidad, débil y tonta y en este momento y el en futuro no necesito a alguien como tú en mi vida.

―Pero Sara…― murmuró la mujer mientras sentía como se le hacía un nudo en la garganta. No quería llorar, no debía para la situación y lo que le había hecho le caló hondo.

―Ya escuchaste a Sara, Sira, ¡no te queremos aquí!― remató Gustav con ese acento francés fingido.

―Ya mejor cállate Gustavo, no tienes idea de lo que está sucediendo― respondió Sira defendiéndose.

―Tal vez, pero al menos no soy yo ella persona que se está yendo de aquí― respondió.

Sira volvió a ver a Sara que ya se había volteado hacia el espejó y se revisaba el labial que tenía sobre los labios. El reflejo de Sira, con el cabello despeinado, la blusa a medio fajar y el pantalón con espuma del latte, le obligo a verla y sonreírle.

―¿Qué estás esperando? ― le preguntó en un tono tan frío que le dolió a Sila.

―No te daré el gusto ― habló orgullosa ― no me despides, yo renuncio― y en lugar de dejar la agenda y los papeles sobre la mesa, los tiró hacia el charco de café que había sobre la alfombra.

―¡Cómo te atreves! ― gritó Sara ―¡recógelos!

―Ya no tengo porque soportar tus órdenes, ya no soy tu asistente. Recógelos tú.

Sara la vió impactada―¿quién te crees que eres?

―Pensé que era tu amiga ― murmuró Sira ― pero al parecer me equivoque.

―No sería la primera vez… Gustav, ¡júntalos! ― le ordenó.

Gustav vio a Sira y después sin nada mas se acercó a la alfombra y comenzó a juntar los papales― felicidades, acabas de conseguir el trabajo de asistente de Sara Alemán, la gran actriz se Hollywood ― le dijo y Gustav inmediatamente vio a Sira y sonrío.

―Es un honor mi querida Sara ― le dijo.

―Lo sé, pero parece que Sira no entiende lo que está perdiendo. En fin, hay personas que nacen para triunfar y otras que nacen para ser nadie, ya sabemos para qué nació cada quién― habló viéndola.

Sira aún seguía en silencio viendo a Sara. Sus ojos cristalizados por las lágrimas que estaban a punto de salir sólo hicieron que Sara de burlara más de ella.

―¿Pero qué estás esperando Sira?, vete de aquí, no tengo tiempo para verte ahí de pie como una pobre idiota.

Sira pasó saliva, y después se quitó las pocas lágrimas que habían corrido por sus mejillas, se dio la vuelta y a paso firme se dirigió a la puerta.

―Por cierto Sira― escuchó la voz de Sara ― tienes dos días para desocupar el departamento, ya no eres bienvenida ahí.

Y escuchando esto, Sira salió de la habitación cerrando la puerta detrás de ella y completamente decepcionada. Hoy, su vida había cambiado porque había perdido a su mejor amiga.

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