Un Corazón Nuevo (Bilogía: Corazones Rusos)
Un Corazón Nuevo (Bilogía: Corazones Rusos)
Por: Tina Monzant
Capítulo 1

No me conoces. No sabes quién soy, pero si miras alrededor, me verás. Soy la chica que nadie nota, la que pasa por tu vida sin ser vista, sin que merezca una segunda mirada y, así me gusta. Estudié ingeniería en sistemas computarizados y software avanzados y todo cuanto te puedas imaginar acerca del tema. Lo sé, soy un ratón de computadoras. Eso soy.

A mis veinticinco años, no puedo decir que tengo todo lo que he querido, pero no me quejo. Soy dueña de un piso en Manhattan, sin deudas universitarias, ni padres o hermanos que llegan de improvisto a visitar. Trabajo en ocasiones, no necesito de horarios, ni algo fijo.

Somos, yo, el teléfono móvil y mis computadoras y así me gusta, ni tan siquiera tengo la necesidad de salir de mi apartamento. No me gusta relacionarme en directo con la gente. Desde mi adolescencia tengo problemas para hacerlo y empeoró más desde que me detectaron la maldita cardiomiopatía hipertrófica.

En la universidad no hice amigos de ningún tipo, a pesar de tener una buena apariencia, según algunos; normal, según yo. No llamaba la atención masculina, excepto por mis ojos, que son de un tono lila o violeta, dependiendo de mi estado de ánimo, nada más destacado.

No pude practicar ningún deporte y, con la constante medicación, me sentía una vieja achacosa. Los profesores y viarios alumnos me apoyaron, pero con eso y todo, no logré adaptarme, mi sarcasmo y boca inteligente no me lo permitieron, nadie le gusta tener una sabionda de amiga y, enferma, mucho menos.

El teléfono suena y cortando la línea de mis pensamientos. Hago la primera llamada a uno de mis clientes.

—Buenos días, señor, Spencer, llamo para recordarle su cita a las nueve de la mañana, en el hotel Hilton con el señor Ichoo. Enseguida tiene la revisión de la obra a las tres de la tarde, le llamaré quince minutos antes de cada cita para que tenga presente los temas y puntos a tratar.

Bueno días para ti también, McKenzie. Gracias, estaré esperando tus llamadas ¿Qué sería de mí, sin ti? —Y cuelga.

Vuelvo a mis pensamientos, soy una secretaria a distancia, las personas que me contratan y no esperan ver mi cara; solo necesitan a alguien temporal y eficiente que mantenga sus agendas al día. Allí es donde entro yo.

En su caos, les doy luz a sus asuntos. Hasta que logran conseguir a alguien que pueda sustituirme, o que los aguante, ya que mis clientes son por llamarlos de alguna manera, especiales, pagan bien, sin embargo, sus formas no son las mejores; tiranos, déspotas, obsesivos con su trabajo. Por algo están donde están.

Justo Ahora y de manera fija, llevo una agenda, la del señor Ron Spencer de Spencer ASD. Una firma de arquitectos con él a la cabeza y pocos socios. De cincuenta y cuatro años, es un hombre muy activo y algo difícil de carácter. Le gustan las cosas bien hechas y se mantiene a la vanguardia con la tecnología, por lo que prefiere que yo manejé su agenda en lugar de tener una secretaria de cuerpo presente.

Y el señor, Viktor Novikov, quien se incorpora a mi cartera de clientes hoy mismo. Es dueño de la empresa, Novikov Enterprise, Sin socios ni junta directiva, o sea a mi modo de ver es «El señor, soy dios y haces lo que quiero». No tengo problema con estos tipos, los manejo bien, pero éste en particular siento que me dará más de un dolor de cabeza. Es un presentimiento.

Subo los anteojos de pasta gruesa que se han resbalado por el tabique de mi nariz, se empeñan en deslizarse a cada segundo, sin ellos soy peor que un topo; y sigo leyendo el historial de Viktor. Suelo investigar a quién me contrata antes de aceptar el trabajo, y con él, era demasiado dinero para decir, no de inmediato.

Ahora que es mi cliente, y con la investigación, sé que es soltero, tiene treinta años, es de nacionalidad rusa, pero lleva diez años viviendo en Estados Unidos. Sin padres vivos, y con una hermana menor, Irina Novikov.

En su empresa, compra y vende de todo, desde casas, hasta barcos, pasando por aerolíneas. Todo de alta gama. Los adquiere, mejora y luego vende por un precio mucho mayor. ¡Claro está!

En las fotos que observo, siempre está solo o con algún empresario con el que mantiene relaciones laborales y, es… bastante atractivo, a decir verdad. Tiene la piel un poco bronceada, cabello negro, recortado a los lados y un poco más largo al frente, donde unos mechones rebeldes que caen en su frente.

Sus ojos tan oscuros como la noche cerrada sin luna, ni estrellas; nariz recta, sus labios están enmarcados en un rastrojo de barba, tan seductores como todo él; su mentón es cuadrado y no hay sonrisa, paso las demás fotografías y en ninguna hay un atisbo de sonrisa. Parece cargar el peso del mundo en sus hombros.

Reviso los contratos de sus empleados, y ya veo por qué tan elevado sueldo. ¡¿Veintitrés secretarias en nueve meses?! ¡Debe ser una broma! ¡Es absurdo! Por el reto, más que por la paga, espero aguantar aunque sea quince días en este trabajo. Me siento muy capaz de cumplir con el trabajo, aunque, es el horario lo que me molesta o la falta de él. «A cualquier hora, en cualquier momento», reza el contrato. Y como invocándolo, suena mi teléfono.

Cambie mi cita de la diez a las cuatro de la tarde, busque información sobre, Ángelo Marconi y sus viñedos, todo en absoluto. Necesito el informe para mañana a primera hora. Según su currículo, es buena con las espero que no haya mentido en él. Asegúrese de cambiar mis citas y reserve una mesa en Le Mere a medio día, ¿está claro? —inquiere con tono tajante.

Como si pudiera decirle que no y pedir una réplica del exabrupto que acabo de escuchar del arrogante dios, con vos de barítono y marcado acento ruso.

—Sí, señor. —La línea queda abierta, como si estuviera esperando alguna otra respuesta, no por mi parte, sé hacer mi trabajo y tratar con esta clase de personas que no dan ni los buenos días. Después de dos minutos de silencio, pregunto—; ¿Alguna otra cosa que desee, señor Novikov? Nada, solo un leve suspiro y el rose de ropas me advierte que aún está en línea.

Nada más, por ahora —Y corta, no hubo un; «hasta luego», no un; «gracias por todo», ni mucho menos «bienvenida al puesto», sin embargo, ese «por ahora», me hizo sentir un escalofrío que recorrió mi columna vertebral por completo.

Con la información que me proporcionaron de sus clientes, sus citas y tarjetas de crédito, hice lo que me pidió en veinte minutos, excepto, la investigación al italiano, esa la dejo para la noche. Lo llamo de vuelta y sujeto mis pantis antes de que descuelgue.

Novikov. —contesta, seco, directo y seguro.

Con esa voz demandante uff. Controlate Mk.

—Sus citas fueron reprogramadas sin incidentes. La mesa está lista y esperando por usted y, la investigación se encuentra en marcha. ¿Desea que haga algo más? —Mi pregunta sale con un tono más bajo por culpa de las odiosas imágenes que se presentan en mi cabeza de este dios enviándome al sacrificio desde su amplia oficina.

Al igual que yo, él se queda mudo, solo su respiración me hace saber que aún sigue al teléfono.

—¿Señor, Novikov?

Recuérdame tú nombre... —exige, sin un; «por favor», sin ser una pregunta, suena diferente en esta ocasión.

—McKenzie Karlson, señor.

Bien, te enviaré por correo una lista de pendientes, espero resultados rápidos y sin excusas.

—Por supuesto, señor… —No termino de responder cuando se corta la comunicación.

En los próximos treinta minutos, una avalancha de correos invade mis pantallas, un sin fin de órdenes y quehaceres tan locos y absurdos que me dejan descolocada por un momento, desde la compra de su despensa, hasta pagar el salario al personal de servicio. Se supone debe de tener un administrador que se dedique a estas cosas, ¿no? En fin, igual termino las tareas más urgentes y dejo para después las menos importantes.

Hice las llamadas al señor Spencer a las horas acordadas, la última era ya para cerrar el día y avisarle de sus citas mañana temprano. Él, amable conmigo, me da las buenas noches y cuelga. Suspiro al recordar que no siempre fue así, me lo gane a pulso.

En días como estos me pregunto; ¿para qué trabajas, McKenzie? En realidad, no lo necesito.  Mis padres me dejaron bien acomodada, no tengo necesidades económicas. El apartamento donde estoy es mío desde hace dos años; tampoco tengo deudas que pagar y nadie depende de mí. Entonces recuerdo, la soledad y lo que mi madre siempre me decía; «el aburrimiento es mal consejero». Hace casi seis años que no están conmigo y todavía duele como si fuera ayer.

La empresa de papá aún la lleva el tío Adam, su mejor amigo; por eso mismo, no necesito trabajar, las ganancias de las acciones que dirige en Laboratorios Karlson. Nunca se ha devaluado, al contrario, en sus manos se multiplican cada año más y más. Pero ni todo el dinero del mundo, va a hacer que ese maldito día desaparezca. El accidente y lo que pasó después, nada lo borrará.

Llevo mi mano al pecho, a la cicatriz oculta debajo de mi tatuaje de un crisantemo de pompón rojo y varias mariposas volando sobre él, quise hacer algo lindo en homenaje al último regalo de mi madre. A ella le encantaban las mariposas. Mucho dolor para seguir esa línea de pensamiento.

Decido comenzar la investigación del dios Viktor. Son pasadas las dos de la mañana cuando el teléfono suena sobresaltándome.

Señorita Karlson. —¡Es él! iba en serio lo de los horarios intempestivos, se le nota una cadencia en el tono de su voz, no sé si sea por cansancio o lleva unas copas de más.

—Sí, señor Novikov, ¿en qué puedo ayudarlo? —inquiero mitad molesta y mitad sorprendida.

—¿Tiene algún resultado sobre la investigación que le encargué esta mañana? —pregunta sin cambiar el tono.

—He avanzado, señor, sin embargo, sin concluición. A primera hora la tendrá en su correo.

—¡No! —exclama con fuerza. Quedo sorprendida ante su respuesta tajante.

—¿No? ¿Cómo qué no? ¿Ya no requiere la investigación?

Por supuesto que la quiero, pero la quiero ya, justo ahora.

¡Dios! ¿No duerme?

—Cómo desee, señor. —Contesto resignada.Escucho un suspiro profundo al otro lado del auricular, el cual hace que el vello de mi nuca se erice—. En un momento le envío lo que tengo, solo faltan las conclusiones.

Dígamelas ahora. —Siempre exigiendo, nunca un «por favor».

—Si así lo desea… No es viable la compra, hay que enviar una partida de ingenieros agrónomos para comprobar los suelos, un enólogo para que clasifique y evalúe las bodegas, la bodega lleva alrededor de cinco años perdiendo calidad en sus vinos, cada día van de mal en peor. Sería una inversión bastante cuantiosa para poder recuperar y tomaría más tiempo para poder vender.

Así que no me recomiendas el negocio. —No es una pregunta, no obstante, respondo.

—No señor, pero es su decisión. Como le digo, sería una inversión cuantiosa de dinero y tiempo; estimo por lo menos de tres a cinco años para recuperar y vender, además la mitad de los terrenos están en un fideicomiso secreto, para mantener asegurados los viñedos de una posible venta.

Y dígame, señorita Karlson, si es secreto, ¿cómo lo sabes? —pregunta en tono desconfiado y adulador que, con seguridad, le sirve para sacar los secretos a sus víctimas incautas.

—Es mi trabajo, señor. —digo sin caer en su juego.

Qué bueno que estés de mi lado.

Después de estas casi palabras de simpatía, termina la comunicación, agotada por el día y la situación me voy a la cama.

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