LA ESPOSA DEL MALVADO REY VAMPIRO
LA ESPOSA DEL MALVADO REY VAMPIRO
Por: Livi Ruiz
EL NACIMIENTO DE UNA REINA

Durante el esplendor de la luna roja, una mujer luchaba por intentar no pujar para que su pequeño hijo o hija no naciera en aquel momento, ella estaba desesperada, estaba tan asustada, estaba tan temerosa, pues aquello no podía ser cierto. Se suponía que su pequeño nacería en dos semanas más, pero su hijo o hija se había adelantado su nacimiento en aquel caótico momento.

El reino de Murtis había sido atacado por el rey Sebastián, quien se había encargado de declarar guerra a aquel lugar al enterarse de que los integrantes de aquel majestuoso reino habían hecho algo ilegítimo, algo que no estaba concedido para los vampiros y aquello era desposar a los humanos. Los vampiros era la nobleza, los privilegiados, solo los vampiros se casaban con los vampiros y los humanos no eran más que comida, pero allí no acaba todo, el rey Sebastián se había enterado de que aquel príncipe había dejado en embarazo a una humana, aquello lo había hecho enojar de sobre manera, ¿cómo eran tan osados en hacer aquello? Era un sacrilegio, una abominación y él acabaría con ellos de manera inmediata.

—Mi reina debe pujar, por favor puja... —la matrona hablaba llena de preocupación a aquella mujer de cabello negro y bellos ojos azules la cual se negaba hacerlo, ella no deseaba que su hijo o hija naciera en aquel momento de desdicha, ella no deseaba nada de ello, por lo que lloraba suplicando que no lo permitieran—. Si sigue reteniendo el parto su hijo morirá ¿eso es lo que desea mi reina? Por favor se lo suplico —la mujer luego de sollozar sin fin asintió, dando por entendido que eso era lo que deseaba, deseaba que su criatura muriera, para que no fuese asesinado por el rey, deseaba acabar con todo antes de que empezara, deseaba que aquella muerte que les esperaba, no fuese tan horrible para su pequeño heredero, pues acabar en manos de aquel despiadado vampiro era llegar a un castigo peor del que era el mismísimo infierno

—No deseo que... ¡Ah...! —un fuerte dolor se instaló en la parte baja de su vientre y sin desearlo, la mujer había pujado logrando así que saliera de su interior una pequeña niña de cabello rojo y piel blanca. Estaba cubierta de sangre, lo que hizo llorar aún más a la reina, al ver reflejada en aquella imagen el futuro que le acompañaba a su hija y a ella, era su fin, el fin de su hija—. Por favor huye con ella, Delaila, entrégasela a mi hermano, encárgate de que ella jamás sea alcanzada por el rey demonio… por favor...

La anciana observó a la reina y llena de temor asintió, con su corazón a mil por horas y con el gran pensamiento que le debía mucho aquella mujer quien la había querido y respetado, era lo menos que podía hacer, ella debía ayudar a que sobreviviera por lo menos aquella pequeña, esta sin más, envolvió a la pequeña en una manta de la lana, para cubrirla del atroz frío del otoño que yacía en aquellas tierras, pero entonces con un dolor significativo en su corazón, le dio mirada llena de dolor a la reina antes de lograr irse por aquel pasillo, por el que se supone que la reina escaparía antes de que el parto se adelantara, mientras el rey hacía todo lo posible por retener el mayor tiempo al rey Sebastián, para que ella lograra escapara junto a su pequeño heredero.

Al parecer las cosas no se darían como lo habían planeado, al parecer ella moriría al igual que su esposo, pero antes de salir, la reina dijo aquello que aún faltaba—Delaila… se llama luna, ese es nombre luna... en honor a la gran diosa de la luna y en honor a esta horripilante noche, la cual dejara marcado su futuro, por favor dile que se llama de esa manera—Delaila asintió con la cabeza y de inmediato salió de lugar asegurándose en no ser vista por ningún soldado tanto del bando enemigo, como del mismo reino, dejando a la reina a su suerte y rogando porque esta tuviese una muerte inmediata y no sufriera bajo la mano del rey demonio

La reina lloró la pérdida de su hija y esposo, ella dejaría a su pequeña a su suerte, no sería la madre que alguna vez rogó, no la vería crecer como había soñado alguna vez con su esposo, su pequeña no sería la gran princesa que una vez espero que fuese, solo esperaba que aquella tuviera una vida hermosa, pues sabía perfectamente que por su parte no sobreviviría, ella lo supo en el momento en el que aquel hombre de cabello azabache y ojos rojos entraba por la puerta con la cabeza de su esposo en sus manos demostrando que era su fin, demostrando que aquel gran amor estuvo maldito desde el primer momento, torturándola por no haber sido lo suficientemente fuerte para aceptar ser un vampiro antes de casarse, ella era la culpable del fin del reino de Murtis, ella era la única culpable de que aquella guerra se diera al no permitir el lazo de sangre.

El gran rey Sebastián o como era llamado por sus súbditos, el rey demonio. La escucho desde la entrada del castillo, logro escuchar su llanto, su llamado, ahora se encontraba en la habitación de aquella humana, la cual había cometido aquel injurio, que había maldito las tierras de Murtis, pero aquello no era lo que le molestaba, lo que le molestaba era que ella no estaba, ¿dónde se encontraba su pareja? En ese momento lo supo, supo que la humana había dado a luz en la luna roja a su amada, la humana que él había jurado asesinar y ser olvidada por sobre todo su mundo, la humana que había hecho el sacrilegio de quedar en embarazo de un vampiro, aquella que había tenido la osadía de dar a luz la mancha en su estirpe, ahora era la culpable de que su futura esposa hubiese nacido de ella y lo peor había tenido la osadía de esconderla.

—¿Dónde está...?—la reina sabía a lo que se refería, ella sabía que hablaba de su hija, era bien sabido que el rey había llegado a eliminar a su pequeña y aquello no lo permitiría

—Ya has acabado con todo lo que amo, no permitiré que acabes con lo único que queda del gran amor que le brinde a mi rey, aquel del cual te vanaglorias con su cabeza... así que mátame de una vez, pues jamás te lo diré...— aquello lo había hecho enojar aún más, por lo que acerco de manera furiosa a la mujer y saco su corazón con frialdad sin ningún tipo de compasión

El rey al ver el corazón de la reina en una mano, y la cabeza del antiguo rey en la otra, se maldijo por su enojo y mal carácter, había aniquilado a los padres de su amada, por todos los cielos y los dioses, ¿Por qué no podía controlar un poco aquel temperamento? Pero algo muy dentro de él, sabía muy bien que no se arrepentía de haberlos asesinado, se arrepentía que todos lo sabrían, sabrían que él se encargó de exterminar aquel lugar y a sus reyes, su amada lo sabría tarde o temprano ella lo odiaría y lo rechazaría, no, eso no lo permitiría, él la buscaría y se encargaría de que ella jamás supiese aquella acción

Derek y Dramus se adentraron en los aposentos y lograron notar los destellantes ojos rojos del rey, lo cual indicaba que estaba muy enojado, estaba tan enojado que no deseaba ser molestado, no era una novedad, pero como se observaba este, se podía notar que estaba perdido en sus más profundos pensamientos, por lo que quedaron en silencio, esperando que este se tranquilizara un poco y dijese aquello que lo tenía tan pensativo.

—Búsquenla, no sé cómo es, pero búsquela, ella debe estar por aquí, que esperan búsquenla...—los hombres se miraron entre sí, ¿a quién se referían? ¿A quién debían buscar? ¿Cómo era aquella persona que estaban buscando? Pero antes de que estos llegasen a preguntar el rey hablo de nuevo—Ella es recién nacida, tal vez este con alguna mujer, posiblemente una mujer mayor de edad, la matrona, encárguense de encontrar a mi reina, háganlo antes de que les arranque el corazón a cada uno –los hombres asintieron ante las órdenes del rey, por lo que buscaron por todo el lugar, pero no hubo rastro de la pequeña que buscaba el rey, en lo que toda mujer con un pequeño recién nacido, fue entregada al rey demonio, quien negaba de manera inmediata demostrando su renuencia y enojo al no encontrarla y así pasaron los años, años en los que no pudo ser encontrada, años en lo que no logro encontrar a su pequeña, deseando que ella donde quiera que estuviera la trataran como la reina que en verdad era, rogando que su amada no se enterara de quien había sido el causante de que ella creciera sin sus Padres, años en el que su añoranza se volvió más que una necesidad, para el gran rey Sebastián, el gran rey demonio, el gran rey de todos, la buscaba y esperaba días tras día

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