Capítulo 2
“Baila conmigo”. Escucho una voz profunda ronronear en mi oído. Miro hacia atrás y veo al tipo que me observaba desde la sección exclusiva. Dios mío, él es aún más hermoso de cerca, y sus ojos son tan verdes, inteligentes y curiosos, brillando como dos esmeraldas, como todos los tonos del bosque. Su brillo me recuerda al verano. Me doy la vuelta y me colocó frente a él, arqueando el cuello para mirarlo. Es alto, midiendo más de dos metros, tiene el cabello castaño claro, cortado a los lados y más largo en la parte superior, perfectamente peinado. Mis dedos tienen ganas de tocarlo y ver si es tan suave como parece. Sus rasgos son fuertes, cincelados y muy masculinos.

“¿Es una orden o una petición?”, respondo, entrecerrando los ojos hacia él.

Sus labios suaves y carnosos se curvan en una sonrisa.

Él se lame los labios lentamente: “Lo que te haga bailar conmigo”, dice con confianza. Alguien intenta pasar a su lado, así que él da un paso más cerca hacia mí.

Levanto los ojos y sonrío al apuesto desconocido cuyos fuertes brazos me rodean la cintura, atrayéndome hacia él. Nos movemos juntos al ritmo de la música. Sus movimientos coinciden con los míos y nos movemos juntos rítmicamente. Él sabe bailar. Eso me gusta. Inclina la cabeza y sus labios rozan el lóbulo de mi oreja mientras habla en voz baja, y me estremezco visiblemente ante el tono pícaro de su voz.

“¿Cómo te llamas, cariño?”.

“Shayla. ¿Y tú?”, le preguntó, y podría jurar que una mirada de sorpresa apareció en su apuesto rostro antes de sonreír de forma sensual, y dos profundos hoyuelos se formaron en sus mejillas, haciéndome derretir.

¡Tiene hoyuelos! ¡Dos de ellos!

“Cole”. Le sonrío, y su lengua pasa por el labio inferior y entrecierra un poco los ojos mientras me mira a la cara. Bailamos juntos, acaloradamente, durante un rato. Nos tocamos, las manos exploran. El calor entre nosotros es inmenso, la forma en que sus manos recorren mi cuerpo, apretando, acariciando. Todo lo demás se desvanece como si estuviéramos solos los dos. Sus ojos se fijan en los míos.

“¿Tienes hambre?”.

Me rio y asiento con la cabeza. “Me muero de hambre”. Él sonríe y aparta un mechón de cabello pegado a mi cara sudorosa y me lo coloca delicadamente detrás de la oreja.

“¿Qué tal si vamos a algún sitio a comer algo?”. Asiento sin dudarlo, y él sonríe, entrelazando mi mano con la suya, y me guía entre la multitud de personas. Consigo toparme con Jo mientras salgo y le hago un gesto de que me voy. Ella me da un pulgar arriba. La chica está más borracha que yo.

Por fin salimos a la calle y la cabeza me da vueltas cuando el aire fresco me golpea. Cole me rodea la cintura con el brazo y me estabiliza. Lo sigo mientras nos acercamos tambaleándonos a un Rolls Royce Fantasma plateado. El chofer, un caballero mayor, abre la puerta y Cole pone su mano en lo bajo de mi espalda y me guía hacia dentro. Me hundo en los lujosos asientos de cuero blanco una vez que me deslizo dentro mientras Cole se sienta junto a mí. “Vaya, este coche es más grande que mi apartamento”. Declaro con una risita de borracha mientras Cole nos sirve dos copas de champaña.

“¿Qué opinas de sushi? Conozco un sitio estupendo”. Parpadeo hacia él, y me sonríe encantadoramente.

“¿Sushi?”. Arrugo mi nariz con disgusto. “¿Quién en su sano juicio come sushi estando borracho?”. Cole se ríe a carcajadas. “Escucha, me encanta el sushi tanto como a cualquier persona, pero no soy una de esas chicas que comen porquerías pretenciosas como el caviar y beben Cristal. No se me ocurre nada peor, sobre todo ahora”. Me inclino y le toco el hombro al chofer. Él me mira por el espejo retrovisor. “Llévanos a Calle Vieja, por favor, buen hombre”. Sé ríe y asiente con la cabeza.

“Sí, señora”.

Me rio: “¿Señora? ¿Qué, tengo cincuenta años?”.

Cole me tira hacia atrás y se mueve para poder mirarme bien. “¿Qué hay en Calle Vieja?”. Le sonrió pícaramente y me termino la champaña.

“¡La mejor comida del mundo! No te ofendas, pero me pareces uno de esos niños ricos mimados que creen que una buena noche de fiesta consiste en beber Don Perignon y masticar pescados bebés. Voy a enseñarte una noche que recordarás cuando estés sentado en tu mecedora a los ochenta años, Señor Cole”.

Cole se ríe y se muerde el labio, con sus ojos verdes encendidos de alegría. “¿Oh? ¿Y te sentarás junto a mí en esa mecedora?”. Se ríe, pasando el pulgar por mi mandíbula.

“Eso depende…”, susurro, sonriendo mientras él me pasa los dedos por el cabello. “¿De qué?”, él susurra, y sus ojos se posan en mis labios antes de volver a encontrarse con los míos.

“Tendrás que casarte conmigo para averiguarlo”, lo molesto, y él se ríe antes de acercar mis labios a los suyos y besarme suavemente. Gimo cuando su lengua recorre mi labio inferior solicitando silenciosamente el acceso, que le concedo alegremente; separando mis labios, busca mi lengua expertamente y profundiza el beso. Si antes mi mente estaba confusa, después de su beso se ha convertido en una completa papilla. En cuanto a los primeros besos, éste encabeza mi lista.

Pasamos la mayor parte del viaje en coche besándonos hasta que su chofer nos avisó de que habíamos llegado a nuestro destino. “¿Qué es este lugar?”, él me pregunta mientras lo arrastro hasta la entrada de ‘El Bar del Desayuno’.

“Oh, pobre, pobre niño. No has vivido hasta que pruebas sus panqueques”, digo mientras nos sentamos y él mira el menú. Le arrebato el menú de las manos y éste me mira desconcertado. “No hace falta”, le digo, y él sonríe mientras sacude la cabeza. “Queremos la pila de panqueques para compartir, por favor, y dos cafés con leche de caramelo salado”, ordeno, y la chica sonríe antes de coger los menús y desaparecer.

Veinte minutos después, Cole lame su tenedor y se desploma en su asiento, dejando escapar un gemido satisfecho. “Dios mío, eso era el cielo en un plato”. Asiento triunfalmente, masticando mi último bocado de panqueques.

“Mm, lo sé, cierto”. Gimo, lamiendo la crema de mi dedo. “Puedes agradecerme después”, digo con un guiño y Cole sonríe, acercándose y tomando mi mano derecha con la suya, mientras me mira a los ojos durante un largo tiempo.

“Eres el polo opuesto a lo que estoy acostumbrado, pero no recuerdo haberme divertido tanto con alguien que acabo de conocer. Nunca”, él afirma, acariciando sus dedos sobre mis nudillos con suavidad. Siento que mis mejillas arden bajo su mirada y desvío los ojos hacia mi taza de café.

El resto de la noche pasó como un destello. Nos tomamos un par de cócteles más con tragos antes de acabar, de alguna manera, en una pista de aterrizaje privada. Nos bajamos de un avión privado, riéndonos a carcajadas. Habíamos estado jugando a un juego de beber durante todo el vuelo, lo que no fue una buena idea. “¡Las Vegas, bebé!”, arrastro mis palabras, levantando las manos y casi cayendo al suelo. Miro alrededor de la oscura pista de aterrizaje y hago un puchero. “Espera. ¿No hay ninguna capilla aquí?”.

Escucho reír a Cole detrás de mí, mientras me rodea el cuello con su brazo desde atrás y me besa la mejilla. “No podemos aterrizar en el centro de Las Vegas, cariño”, él murmura borracho. “Tenemos que conducir hasta allí”.

Me río: “¡Está bien! ¡Chofer! Llévanos a Elvis para casarnos”, arrastro mis palabras ebriamente. Cole y yo subimos tambaleándonos a la parte trasera de la limusina negra y nos dirigimos al centro de Las Vegas. Creo que jugamos un rato, bebimos deliciosos cócteles y lo último que recuerdo fue a Cole sacándome de una capilla, besándonos como dos adolescentes enloquecidos por la lujuria.

***

Muchas horas después, me muevo mientras duermo con la cegadora luz del sol brillando en mi cara. Gimo y me doy la vuelta, enterrando la cara en las almohadas de felpa. “Mm qué suave”, me acurruco más en las almohadas hasta que de repente recuerdo que no tengo almohadas suaves ni afelpadas. Mi almohada es dura y abultada. Abro los ojos y gimo ante el repentino dolor de cabeza.

Ay, agua… Necesito agua y posiblemente un nuevo cerebro.

Abro los ojos a la fuerza y parpadeo. Miro al techo y frunzo el ceño cuando veo un reflejo de mí misma en la cama, desnuda, envuelta en las sábanas.

Por el amor de Dios, qué...

Me siento en la cama y, cuando veo lo que me rodea, me doy cuenta finalmente. No estoy en mi habitación. Estoy desnuda en un lugar extraño y con una resaca que estoy segura de que está a punto de llevarme a la tumba. Levanto la sábana y miro mi cuerpo desnudo debajo de ella. Sí, definitivamente desnuda. Gimo y me cubro la cara con la mano, congelándome mientras siento algo frío y duro presionado contra mi nariz. Alejo mi mano lentamente y miro el enorme anillo de diamantes que tengo en el dedo.

Qué mierda… Me envuelvo en la sábana mientras salgo de la cama y observo la ropa esparcida desordenadamente por toda la habitación. La cabeza me da vueltas. “Dios mío, ¿dónde diablos estoy?”. Recojo la camiseta negra del suelo y la miro antes de dejarla caer de nuevo. Me acerco a la ventana y observo el paisaje, protegiendo mis ojos del brillo del sol saliente. “Esto no es Londres”.

“Buenos días”. Me sobresalto y me doy la vuelta cuando escucho una voz grave detrás de mí. Miro al hombre semidesnudo que está frente a mí con unos calzoncillos de Dior. Me envuelvo en la sábana y me vuelvo a apoyar en la ventana. “Por fin te has despertado”.

“Oh, Dios mío”, murmuro aturdida, y él hace una mueca de dolor, frotándose la frente con cuidado. Él se ve tan destrozado como yo, aunque es un hombre muy hermoso. En medio de mi pequeño ataque de pánico, trato desesperadamente de no pensar en lo horrible que debo parecerle en este momento. Tengo el cabello revuelto y el maquillaje de la noche anterior corrido, los ojos enrojecidos y los labios todavía teñidos de rojo por el labial que me había puesto.

“En realidad, es solo Cole”.

“Cole. ¿Dónde diablos estamos?”.

“Las Vegas, creo…”.
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