CAPÍTULO VI

Planeta Sarconia, Imperio Anaki. 2159.

El Cuartel General de la Guardia Imperial Anaki en Sarconia estaba equipado con todo lo necesario para fungir como sede de las fuerzas militares del Imperio en un planeta en guerra.  Uno de los espacios más necesarios, al menos desde la lógica Anaki, eran los calabozos y las cámaras de tortura en donde se interrogaba a los prisioneros.

La atmósfera estaba repleta de los gritos de prisioneros siendo atormentados. En medio del morboso espectáculo, una siniestra figura se removía complacida, como alimentándose dichosamente del dolor que provocaba. Era un Anaki alto, delgado, huesudo, narigón y con la cabeza totalmente calva. Caminó en medio de las máquinas de tortura, sonriente, hasta llegar al fondo, donde de un andamiaje metálico colgaba encadenado por las muñecas un hombre de especie Viraki, fornido y musculoso, con barba de candado. Su cabello rizado negro estaba despeinado y caía caóticamente sobre su cabeza y hombros, y las heridas que le habían provocado hicieron que sangre negra y aceitosa manchara su piel roja.

—Nombre; Ta’u, grado: comandante del Ejército Confederado —le explicó una subordinada; una mujer Anaki atractiva con el cabello castaño atado en una coleta que leía la información de una carpeta— fue atrapado en una nave comercial entregando armas, explosivos, víveres y medicamentos a miembros de la Resistencia Sarc. Sobornó a varios comerciantes Anaki para que lo dejaran usar su nave. Los responsables ya fueron ejecutados por traición.

—Comandante Ta’u —dijo el hombre— ¿sabe quien soy?

Ta’u levantó la mirada. Ya había sido golpeado y torturado, por lo que su ojo derecho estaba casi cerrado, pero pudo reconocer los rasgos de su interlocutor.

—El Carnicero de Regulus —escupió— Curshok Yorgos. Buscado por la Confederación y por varios otros estados de la Galaxia por crímenes de guerra. Masacró a 200 colonos Confederados desarmados y 30 militares que se habían rendido en una de las colonias agrícolas fronterizas de la Confederación durante la Tercera Guerra de Abraxas.

—¿Tiene algo que declarar antes de que empiece mi trabajo?

—Recordarle que la tortura de prisioneros de guerra está prohibida por la Convención de Cygma  de la cual el Imperio Anaki es signatario.

—El Imperio Anaki y la Confederación no están en guerra, Comandante, así que usted no es un prisionero de guerra, sino un simple criminal que estaba dándole armas y explosivos a terroristas que los utilizarían para matar civiles Anaki inocentes. Como tal, puedo hacer lo que quiera con usted.

La mujer trajo una bandeja con diversos artefactos electrónicos y tecnológicos, así como unas jeringas. Curshok tomó una de ellas, que contenía un líquido verde fosforescente y la preparó.

—Llegará un punto en que usted me dirá todo lo que yo quiero saber y me daré cuenta que es verdad lo que me dice. Es el punto que sigue después de que suplique que lo mate —y dicho esto le inyectó el líquido en las venas. Ta’u sintió un dolor insoportable como si ácido sulfúrico estuviera recorriendo su cuerpo, como si se quemara por debajo de la piel y emitió alaridos febriles.

Los artefactos que tenía Curshok eran muchos y muy variados. Un dispositivo producía choques eléctricos de intensidad modulable y otro era como un bisturí láser que cortaba la piel finamente. Tras varias horas de tortura que a Ta’u le parecieron días, ordenó que introdujeran a su víctima a una celda.

Los guardias tomaron al Viraki y lo lanzaron en una mazmorra hecha de piedra y que solo tenía unos cuantos trapos harapientos como remedo de cama y un agujero para excretar, luego cerraron la pesada puerta de hierro y lo dejaron ahí, tirado sobre el frío piso de piedra, exánime, en la oscuridad.

—Los Confederados han incrementado la presencia en este sector —le explicaba la capitana Zammara Larg de la Guardia Imperial Anaki a su esposo y superior el general Osthar Larg y al gobernador de Sarconia (un Anaki obeso y con peinado relamido) en la sala de reuniones del Cabildo— nuestras fuerzas de patrullaje reportan un aumento de cerca del 35% en naves militares Confederadas merodeando la zona. Nuestras naves tienen órdenes de disparar a matar en cuanto se divise un transporte Confederado, pero ellos hacen lo mismo. Las escaramuzas son de todos los días y hemos perdido cerca de 15% de nuestra flota de guerra en enfrentamientos con los Confederados.

—Los Confederados perdieron la Guerra de Marte hace 7 años —intervino Osthar— y tuvieron que abandonar toda presencia militar en esa colonia humana. Quedó totalmente en nuestras manos. No tiene valor energético pero si estratégico; nos permitió colocar en un sistema confederado una buena cantidad de bases militares y una guarnición gracias a nuestra alianza con el dictador local. Es obvio que ante la pérdida de Marte estén ahora apostándole todo a Sarconia.

—Recientemente el Primer Ministro de la Confederación —adujo Zammara— acusó públicamente al Imperio Anaki de estar perpetrando un genocidio contra los Sarc, lo cual fue rápidamente rechazado por el Imperio que retiró su embajador de la Confederación. Los Confederados hicieron lo mismo y de momento las relaciones diplomáticas están congeladas.

—Palabras populistas de un líder débil como el Primer Ministro Confederado —respondió el Gobernador— para sembrar la ira y el odio de su pueblo hacia nosotros…

—Sin duda —dijo Osthar— el problema no es el hecho sino la razón que subyace tras él. La única razón por la cual el Primer Ministro de la Confederación empezaría una campaña de desprestigio sería para justificar ante sus votantes una eventual guerra abierta contra nosotros. Guerra que se libraría acá.

—Los Drosh ya están ayudando a los Confederados ¿no es así?

—Correcto, Gobernador —confirmó Osthar— los Drosh son aliados de los Confederados, al menos de momento. Todos sabemos que cambian muy fácilmente de alianzas.

—¡Malditos Drosh malagradecidos!

—El problema, Gobernador —adujo Osthar— es que sus medidas hacia la población Sarc no sólo engrosan las filas de la Resistencia sino que son precisamente la clase de acciones que los Confederados utilizan para argumentar que se está cometiendo un genocidio…

—¿Mis acciones?

—Sí, Gobernador. Ordenar jornadas de trabajo esclavo para los Sarc en las minas de oricalcum, algunos de ellos niños y ancianos, muchos de los cuales mueren de agotamiento, destruir sus lugares sagrados, prohibir so pena de muerte practicar su religión y el hablar su lengua natal y las ejecuciones extrajudiciales… ¿Cuántos fueron la última vez?

—500.000 Sarc ejecutados —contestó Zammara— entre ellos algunos niños.

—Eran terroristas… ¡combatientes! —respondió el Gobernador con desprecio.

—Sospechosos de serlo… —corrigió Osthar— y sus familias. Y su jefe de seguridad… ese…

—¿Curshok Yorgos?

—Sí, el Carnicero de Regulus. Es un monstruo…

—Su trabajo, Osthar, no es abogar por los derechos de estos animales nativos, sino proteger a los colonos Anaki de las agresiones de nuestros enemigos Confederados y del terrorismo Sarc. Mi trabajo es administrar esta colonia y extraerle todo su valioso oricalcum para bien del Imperio y una de mis prerrogativas es nombrar a quien yo quiera como mi jefe de seguridad, y decidí nombrar a Yorgos de cuya labor estoy complacido. Yo no me meto en su trabajo, y le sugiero que no se meta en el mío. Ahora, con el permiso de ambos, pero tengo cosas que hacer.

Osthar suspiró.

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