CAPÍTULO V

Tras hacer esto Linnath, sus hijas, su abultado equipaje y sus esclavos, embarcaron hacia Sarconia. El trayecto por el hiperespacio tomaría casi un mes y la aburrida Linnath debía encontrar cosas con que entretenerse, no siempre efectivas. Su esclava Nashara pasaba mucho tiempo con su esposo ya que dentro de la nave todo era automatizado y un esclavo tenía poco que hacer. Finalmente llegaron a Sarconia y de primera entrada el planeta le pareció harto desagradable.

 Para empezar, el mundo estaba en estado de sitio y la presencia militar era omnipresente. Además, el paisaje desolado le pareció lastimero. Dentro de las ciudades había dos grupos claramente diferenciados; los colonos Anaki y los esclavos Sarcones que eran obligados a trabajar en las minas de oricalcum y mantenidos con fuertes medidas de seguridad —como las cadenas— pero suspiró y aceptó su suerte.

 Osthar le dio una lacónica bienvenida. Con Zammara nunca se había llevado bien y cuando no tenían airadas discusiones preferían no dirigirse la palabra y evitar encontrarse en la medida de lo posible.

 —Osthar, querido —le dijo mientras éste revisaba algunos papeles en el escritorio de su estudio— ¿Crees que esta noche podrás estar conmigo?

 —Estoy un poco cansado —le respondió. Linnath era una mujer hermosa pero él no la amaba y estaba más que satisfecho por su vida sexual con Zammara.

 —Mi amor… —insistió ella— se que no soy tu preferida pero… yo también tengo necesidades.

 Osthar suspiró. Ella tenía razón y, aunque no la amara, era una persona y Osthar nunca tuvo una tendencia a la crueldad.

 —Está bien, Linnath, hoy llegaré a tu dormitorio.

 Linnath sonrió…

 —Cariño —le dijo Zammara entrando a la habitación y mirando de soslayo a Linnath— hemos atrapado a un pez gordo.

 Osthar y Zammara partieron de inmediato a los cuarteles militares donde tenían los calabozos y las cámaras de torturas. Los gritos escalofriantes de los prisioneros Sarcones siendo atormentados por suplicios indecibles llenaban el espacio. Osthar entró a una de las celdas y observó a una de ellos sentada sobre el suelo. No vestía un simple taparrabo sino una túnica lo que denotaba estatus social. La Sarcona lo miró desde el suelo con mirada contemplativa. Le extrañó que no reflejara odio.

 —¿Quién es? —le preguntó Osthar a su esposa y ella le entregó una carpeta con información, pero igual le dijo:

 —Se llama Arsala, una de las cabecillas de la Resistencia y fue miembro del gobierno Sarcón que existía antes de nuestra llegada.

 —¿Una mujer?

 —Los Sarcones son una cultura matriarcal, las mujeres dominan su sociedad y los hombres están supeditados.

 —¡Barbaros!

 —¿La envío a la cámara de interrogatorios para que la torturen? —preguntó Zammara— necesitamos los nombres de los agentes de la Asociación que les ayudan y ella debe tenerlos.

 —Aún no, déjame hablar a solas con ella.

 —Pero Osthar… —replicó ella— es peligroso. Estos seres son prácticamente bestias…

 Osthar la miró a los ojos turbiamente dándole a entender que no pensaba repetir sus órdenes y Zammara salió cerrando la puerta tras de si.

 —¿Hablas siriano? —le preguntó Osthar haciendo uso de la lengua común.

 —Hablo más de veinte idiomas —dijo la Sarcona desde el suelo —incluyendo Anaki si le es más fácil comunicarse en él.

 —Siriano bastará. Comprende que necesitamos los nombres de sus colaboradores Asociados ¿verdad?

 —¿En verdad espera que traicione a nuestros benefactores Asociados?

 —Si no me dice lo que quiero aplicaremos torturas.

 —“La tortura es el método más inefectivo de interrogar porque la víctima eventualmente dice lo que sea por mitigar el dolor por lo que la función de torturar no es nunca aplicada con la finalidad de extraer información”. Eso decía el filósofo pacifista anaki Breshak Lammar ¿no?

 —Me sorprende.

 —¿Qué le sorprende? ¿Qué una salvaje como yo haya leído filosofía Anaki? He leído filosofía de muchas especies. ¿Sabe algo? Nosotros no sabíamos que había vida inteligente en otros planetas antes de que ustedes nos invadieran hace unos diez años.

 —Como podían saberlo si eran un pueblo primitivo y animista que vivían en cuevas y adoraban el tótem de una anciana.

 —La Gran Madre, nuestra querida diosa. Sí, es verdad, somos animistas pero no primitivos. No habíamos desarrollado tecnología avanzada pero no porque no tuviéramos conocimientos científicos sino porque preferíamos vivir en armonía con el planeta. Dentro de nuestras cavernas hay todo un mundo con lagos, ríos y océanos subterráneos y con ciudades enteras holladas en la piedra. Claro, ahora casi todo está destruido por ustedes. De la noche a la mañana un especie de horribles monstruos alienígenas invadió nuestro mundo y nos esclavizó… —dijo con un dejo de nostalgia.

 —Pues para nosotros ustedes son los monstruos.

 —¿En verdad? ¿Nosotros somos los que masacraron millones de hombres, mujeres, niños y ancianos?  lo que ustedes hicieron en el Continente Sudeste… pilas de cadáveres interminables… ríos de sangre… niños, incluso lactantes, asesinados. ¿Todo por qué?

 —Por el oricalcum. Es el recurso más valioso de la Galaxia, sirve como combustible.

 —Se los hubiéramos regalado si nos lo hubiera pedido. Nosotros no lo queremos. Y definitivamente no amerita un genocidio.

 —Eso dice usted, pero sabemos que no nos lo hubieran dado por las buenas. ¿Por qué cree que sus amigos de la Asociación los ayudan? Nosotros hemos invadido decenas de mundos y la Asociación no ha movido un dedo por ellos ¿Sabe por qué los ayudan a ustedes? Porque esperan que una vez que nosotros nos hayamos ido ellos nos reemplacen. Créame.

 —Le creo.

 —¿Me dará los nombres?

 Arsala extrajo de entre sus ropajes un viejo y apergaminado cuaderno y se lo dio a Osthar.

 —¿Qué es esto? —preguntó el militar.

 —Algo más peligroso que las armas.

 Osthar lo abrió y se dio cuenta que el cuaderno estaba repleto de poemas escritos en siriano.

 Enfurecido pensó en desecharlo. Quizás hacerlo trizas con sus manos pero… por algún motivo, lo conservó.

 —¿Y bien? —preguntó Zammara refiriéndose a las torturas.

 —No tiene sentido torturarla, no va a dar información fidedigna. Intenta negociar con ella. Es posible que si le ofreces dejar que su familia escape a alguno de los campos de refugiados Sarcones en territorio asociado acepte brindar información.

 —Te estás ablandando —dijo ella y él sonrió.

 Tras esto se dirigió hasta su hogar en donde cumplió su palabra y yació con su esposa Linnath por primera vez en mucho tiempo.

 Un mes después Linnath se dio cuenta que estaba embarazada y compartió la noticia con su esclava Nashara.

 —¡Que alegría, mi señora, la felicito! —dijo ella— y quiero compartirle que yo también lo estoy. Espero un bebé de mi amado Oshur. Talvez puedan jugar juntos.

 —Claro —mintió Linnath pensando que jamás dejaría a su hijo jugar con un niño esclavo.

 Osthar tomó la noticia del embarazo alegremente aunque no mostraría nunca la misma emoción que mostraría en el caso, ya descartado, de que su amada Zammara fuera la que estuviera en gravidez pero, durante los diez meses que duraba el embarazo Anaki, le brindaría todos los cuidados pertinentes. Los ultrasonidos médicos no pudieron determinar el sexo del bebé debido que al parecer el infante estaba en una posición extraña, pero por lo demás no había de que preocuparse y no se percibía nada anómalo.

 Los Anaki podían estar muy estratificados pero las leyes establecían ciertos derechos para los esclavos, uno de ellos el que las mujeres embarazadas fueran eximidas de trabajar durante el último período de gestación. En todo caso Nashara pasó la mayor parte de su propio embarazo al lado de su ama por voluntad propia y dio a luz dos días antes que ella. Su hijo era un varón lindo, sano y fuerte.

 —¿Me honraría siendo la madrina de él, mi señora? —preguntó Nashara a su ama quien fue hasta su lecho para conocer al bebé que se amamantaba de su madre en aquel momento.

 —Por supuesto, Nashara —respondió ella aunque por dentro la carcomía la curiosidad por saber el género de su hijo. No sabría como reaccionaría si no era un varón, pero definitivamente alguien lo pagaría caro.

 Esa misma noche Linnath entró en labor de parto. El médico de cabecera fue llevado a la mansión para atenderla. Osthar se encontraba sofocando una revuelta rebelde en el nevado Continente Ártico del planeta aunque, de haber estado, la costumbre dictaba que el padre no estuviera presente durante el alumbramiento. Zammara se encontraba trabajando también pero tampoco hubiera mostrado ningún interés por el asunto.

 La noche era asolada por una torrencial tormenta eléctrica y gruesos goterones golpeaban las ventanas de la mansión. En ese planeta casi nunca llovía y Nashara pensó que era mal augurio. Se encontraba asistiendo al médico en el tratamiento a su señora y fue la primera en emitir un ensordecedor chillido y cubrirse luego la boca con asco al observar al engendro. Su alarido fue acompañado del rugido estrepitoso de los truenos.

 —¿Qué sucede? —preguntó Linnath. El médico sollozo horriblemente y dejó caer al monstruo que tenía en brazos al suelo.

 Linnath, aterrada, se levantó de la cama con la lógica dificultad que su condición implicaba y observó a la criatura que se removía en el piso y que profería un llanto espantoso como el de un batracio. La criatura no tenía piernas sino una larga cola de renacuajo, los brazos terminaban en manos palmeadas, la cabeza tenía cinco ojos, pequeños cuernos de piel y una enorme bocaza. ¡Era un bebé gorgoniano!

 —¡NO! —gritó Linnath recordando su pacto con la Bruja.

 Linnath se acercó hasta el buró. Sabía que Osthar guardaba un arma láser allí. La extrajo y la preparó. Apuntó al bebé lista para aniquilarlo.

 Luego recordó que la Bruja le ordenó que no lo matara o una maldición (¿peor?) caería sobre ella. Así que meditó por algunos segundos y luego apuntó al médico y lo mató.

 —¡Pero mi Señora! —exclamó Nashara al ver el cadáver del doctor desplomarse sobre el suelo— ¿Qué has hecho? ¿Te has vuelto loca?

 —Al menos vas a morir sabiendo que tu bebé será criado como todo un Larg, con todos los lujos y siendo el heredero de una gran casa noble, aunque nunca sabrá quienes son sus verdaderos padres.

 Y tras decir esto le disparó a Nashara. Luego tomó un comunicador que descansaba sobre la cama y que no era más grande que un reloj de pulsera y llamó a Oshur de inmediato. El esclavo subió las escaleras apresuradamente sin saber que se dirigía a su muerte y en cuanto cruzó la puerta de la habitación recibió un disparo mortal.

 Linnath se limpió el sudor del rostro. Luego fue hasta la bodega donde había un aparato que emitía un rayo antigravedad llamado cargador y con él pudo elevar los cuerpos con facilidad y bajarlos hasta el jardín. El aparato usualmente se utilizaba para mover muebles de lugar pero funcionó igual de bien con cadáveres. Luego usó el mismo artefacto para levantar la tierra del jardín y hacer tres tumbas bajo la terrible lluvia que la empapó toda y con la compañía de los fragosos truenos y relámpagos.

 Cuando Osthar regresó de las heladas tierras árticas estaba congelado y sintió un gran alivio de poder regresar a su cálido hogar. Linnath le había dado la noticia de que había tenido un hijo varón —lo cual era cierto— pero mintió sobre la identidad del mismo al enseñarle al regordete bebé hijo de dos esclavos asesinados.

 —¡Es precioso! —dijo Osthar— ¡Que hermoso! ¡Estoy tan feliz! ¡Por fin tengo un hijo varón! ¡Por fin un hombre que continúe mi legado!

 Zammara estaba feliz por Osthar y sabía que aún ese bebé no le quitaría el amor de su esposo, pero entendía también que las esperanzas de librarse de Linnath se habían disipado para siempre.

 —¿Dónde están Oshur y Nashara? —preguntó Zammara suspicazmente.

 —No lo sé —respondió Linnath— ¿Se habrán fugado? He escuchado que algunos esclavos escapan cuando tienen su primer hijo.

 —¿Qué importa eso? —comentó Osthar aún con el bebé en brazos— ¿Qué importan un par de esclavos? ¡Que se larguen! Compraré más mañana si es el caso. ¡Estoy tan feliz con mi primer hijo!

 Y mientras Osthar decía eso, Linnath recordó la cosa que había brotado de su cuerpo y se estremeció. El mismo engendro espantoso que había tirado a las cañerías donde, según supuso, sería capaz de sobrevivir. Y en las cenagosas entrañas de Shaggath una vieja bruja recordaba la profecía: 

Maldición de sangre emponzoñada. El engendro de las tinieblas tiene cerca su advenimiento. Gritos en el olvido. La condena del horror incontenible. Un recuerdo amargo que nunca cesa. Arrogancia y vanidad. De entre pestilencia resurgirá algún día.

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