CAPÍTULO IV

Planeta Shaggath

 —Estoy preocupada por mi esposo, querida Nashara —le dijo la aristócrata Linnath a su esclava que en aquel momento se encontraba cuidando a las dos niñas pequeñas de su ama, a quienes prácticamente había criado como una madre.

 —¿Por qué, mi señora?

 —Siempre he sabido que ama más a Zammara que a mí. De no ser porque Zammara es estéril sin duda ni siquiera se abría casado conmigo. Lo nuestro fue un matrimonio por conveniencia.

 —Pero mi señora, la religión Anaki prohíbe expresamente que utilicemos métodos de fertilización artificial. La capitana Zammara no tiene forma de concebir un bebé si no es natural…

 —Lo sé. El problema es que yo, aunque soy fértil, no logro tener un hijo varón que sirva de heredero para mi esposo y, dada la misma prohibición que me impide determinar el género del bebé mediante ingeniería genética, no tengo más remedio que pedirle a los dioses que me den un varón o que mi esposo no se divorcie de mí motivado por alguna mísera piedad.

 —Bueno, mi señora, hay una leyenda que dice que la Bruja Gorgoniana puede cumplir cualquier deseo.

 —¿La que?

 —Es la gobernante de las mujeres gorgonianas. Verá, los gorgonianos hombres y mujeres no se mezclan nunca para nada, salvo para procrear. Tan es así que hasta tienen lenguas diferentes. Cuando una mujer gorgoniana tiene un varón lo deja en el pantano para que, con suerte, los hombres lo encuentren antes que un depredador y lo críen. Ellas conservan a las bebés mujeres y las cuidan mucho. Incluso hay quien dice que las mujeres gorgonianas son caníbales y salen a matar hombres a quienes devoran…

 —¡Que asco! Omite esos detalles y dime lo de la bruja.

 —La leyenda dice que cumple cualquier deseo a quien sea tan valiente como para entrar a su territorio y pedírselo.

 —Debe de haber un precio…

 —Sí. Es como un pacto con un demonio ¿no cree? 

Planeta Sarconia

 La nave en que viajaba Osthar apareció súbitamente emergiendo del hiperespacio en la frontera del Sistema Sarconia, uno de los sistemas más militarizados de la Galaxia. Ninguna nave podía ingresar al sistema sin ser antes escaneada por las patrulleras Anaki, al menos en teoría, pues los enemigos Asociados encontraban la forma. En todo caso, salvo por los gigantescos cargueros que transportaban las enormes cantidades de oricalcum, valioso mineral fruto de las entrañas de Sarconia, sólo naves militares rodeaban el sistema entrando y saliendo perpetuamente, y merodeando las inmediaciones.

 Desde su órbita el planeta parecía, en efecto, una enorme roca flotando en el espacio. Aunque tenía una notoria atmósfera nebulosa y cinco satélites, no tenía mares ni océanos, en su lugar poseía filas montañosas y cordilleras interminables, acantilados abismales e intrincadas redes cavernosas.

 La nave de Osthar —que era militar— pasó por el largo y tedioso proceso de escaneo y revisión que realizaban los patrulleros, y finalmente se le permitió ingresar. Osthar pensó en lo estúpidos que eran esos escaneos que cualquier espía asociado fácilmente podía burlar.

 Su nave llegó hasta un amurallado asentamiento colonial Anaki llamado Piedras Blancas en honor al color del árido territorio en que fue enclavado. Como todas las colonias Anaki de Sarconia, fue creado cerca de un asentamiento minero con la finalidad de suplir a los funcionarios imperiales de todas las comodidades necesarias y de la infraestructura adecuada para extraer el valiosísimo recurso. Cuando la nave de Osthar se dirigía hasta el interior de la ciudadela un sorpresivo fuego de mortero fue disparado desde una de las montañas alejadas y logró penetrar el campo de fuerza de la nave dañándola de forma seria. La nave comenzó a girar caóticamente expulsando una estela de humo negro y Osthar maldijo mientras intentaba controlarla. Finalmente realizó un aterrizaje forzoso en uno de los hangares del puerto.

 La capitana Zammara, que había llegado al lugar para darle la bienvenida, corrió velozmente hasta el transporte con gran preocupación y, cuando observó la compuerta de la nave abrirse y de ella salir a su amado, suspiró aliviada.

 —¿Estás bien, Osthar? —le preguntó.

 —Estoy perfectamente, ahora que estoy contigo, amor —respondió él y ella se sonrojo. No era bien visto que una militar mostrara emociones, pero hacía tanto que no veía a Osthar que se lanzó a sus brazos y le estampó un beso, aún sabiendo que los miraban los subordinados que atendían el funcionamiento del puerto.

 —Lamentó mucho esto —le dijo ella señalando hacia el enorme boquete quemado y abollado que fue provocado en la nave por fuego enemigo. —Estas bestias asquerosas nos han estado dando pelea últimamente.

 —No te preocupes. Estas criaturas casi son simpáticas comparados con los gorgonianos de Shaggath.

 Pero en realidad Osthar y Zammara no tenían muchos deseos de hablar de la política local. Fueron a la lujosa residencia donde vivía Zammara y se devoraron mutuamente en un erótico y pasional desenfreno durante muchas horas.

Planeta Shaggath

 Osthar le había notificado a Linnath que había logrado la asignación a Sarconia y que empacara todo, pusiera la propiedad que tenían en venta —pues no pensaba regresar a Shaggath si podía evitarlo— y que viajara en el crucero más próximo hacia Sarconia. Linnath obedeció pero, antes de partir, decidió hacer algo desesperado.

 Linnath se trasladó en un viejo y derruido bote por los cenagosos parajes gorgonianos. Quien remaba era su leal esclavo Oshur, el esposo de la esclava Nashara, un tipo robusto y sencillo, que hablaba poco pero que palideció cuando ella le ordenó que la llevara. Era de noche y las lunas de Shaggath iluminaban el cielo nocturno. Una niebla verdosa flotaba por entre las pantanosas inmediaciones y se podían escuchar los chillidos espantosos de extrañas formas de vida que merodeaban entre los ramajes y que las observaban con ojos brillantes, o bien escuchaban a las criaturas submarinas de aspecto grotesco removerse bajo el agua. 

 Oshur tenía un arma láser preparada para disparar ante cualquier eventualidad pero, bien sabían ambos, que no resultaría efectiva contra un grupo numeroso de gorgonianas.

 —Hasta aquí puedo acompañarla, mi señora —le anunció el fiel esclavo entregándole la pistola— la leyenda dice que quien se presente ante la Bruja debe ir solo.

 Talvez era mentira, en todo caso no tenía opción, así que Linnath se introdujo —muy para su desdicha— en los lodosos senderos que llevaban hasta lo profundo del territorio gorgoniano. 

 Caminando entre los inhóspitos territorios, asediada por insectos y escuchando los aterradores ruidos de la sórdida fauna, llegó hasta un límite demarcado por cabezas de Anaki clavadas en picas, algunas ya reducidas a cráneos y otras aún descomponiéndose macabramente.

 Linnath tragó saliva. Se adentró en el territorio y finalmente una tribu de monstruosas gorgonianas emergió de entre la foresta apuntándola con sus lanzas. Las hembras gorgonianas eran considerablemente más grandes que los machos, por lo que los rumores sobre el canibalismo le parecieron creíbles. Ella levantó las manos y dijo:

 —Busco a la bruja… —dijo en lengua siriana que, en todo caso, se usaba como lingua franca en la Galaxia.

 De entre la multitud emergió la más grande, obesa y desagradable de las gorgonianas y le dijo:

 —Yo soy la bruja. ¿Qué quieres?

 —Quiero pedirte un deseo. Mi marido me abandonara si no le doy un hijo varón.

 La bruja la miró fijamente. Luego se introdujo al ramaje y dejó a Linnath a la expectativa por largo rato y finalmente regresó con un asqueroso brebaje en una calavera Anaki.

 —Bebe esto —dijo y se lo entregó en las manos. Linnath se estremeció de horror contemplando el asqueroso mejunje que burbujeaba y hedía repulsivamente. —Bébelo —insistió la bruja— y tendrás un hijo varón.

 Linnath contuvo el aliento y obedeció. La pócima le desgarró el esófago con su acidez y amargura, tuvo ganas de vomitar pero se contuvo y tras soltar la calavera se inclinó presa de dolores epilépticos en el estómago, arqueando y tosiendo.

 —Está bien… —dijo esperando que no la hubieran envenenado— ¿Qué debo darte a cambio?

 —Basta con que no mates al bebé. Si lo matas, una maldición caerá sobre ti. Recuérdalo —dijo enigmática y se introdujo en la selva pantanosa al lado de sus seguidoras.

 “¿Matarlo?” se preguntó Linnath intrigada “¿Por qué habría de matar a mi hijo?”.

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