CAPÍTULO III

Planeta Orión , Sistema Orión Nexus, Constelación de Orión. Capital del Imperio Lothariano

 La nave donde viajaba Osthar se materializó tras semana y media de viaje después a través del hiperespacio. Un pasadizo cósmico de brillante luz blanca se dibujó rompiendo la negrura del espacio y por ella emergió el vehículo interestelar.

 El Sistema Orión Nexus era uno de los más concurridos de toda la Galaxia. Innumerable cantidad de naves espaciales tanto civiles como militares arribaban o partían incesantemente. Orión , capital de una de las mayores potencias galácticas, era el cuarto planeta de su sistema. Un planeta rocoso con una atmósfera oxigenada, grandes extensiones continentales (el 52% de la superficie del planeta era tierra y el 48% de agua) con todos los climas imaginables.

 Rodeado por naves interestelares, millones de satélites artificiales, varias estaciones espaciales y dos lunas, el planeta había sido despojado de casi todas sus áreas verdes y desde el espacio se veía gris y urbanizado, como si fuera una enorme bola metálica. Los continentes habían sido en su mayor parte cubiertos por gigantescas ciudades que consumieron toda la naturaleza, excepto ciertas áreas especiales para el cultivo, y los océanos también habían sido recubiertos por enormes proyectos urbanísticos sobre plataformas marinas.

 Osthar salió de la nave en una cápsula de transporte unipersonal con la cual penetró en el planeta. El cielo era nublado por un tráfico multitudinario de naves y aerotransportes. La ominosa Ciudad Capital, sede del gobierno, se alzaba titánica por kilómetros y kilómetros de infraestructura urbana. Osthar finalmente se aproximó a su destino; el Palacio Imperial.

 Uno de los edificios más grandes de la Galaxia Conocida, el Palacio Imperial era una asombrosa estructura con miles de años de antigüedad, exuberantes jardines, fuentes maravillosas, un conjunto de mansiones intrincado con todos los lujos que podía querer la Familia Imperial.

 En cuanto su vehículo ingresó al área restringida de vuelo que cercaba el Palacio una voz robótica dijo:

 Identifíquese por favor.

 Al decir esto, automáticamente la pantalla de su transporte se tornaba roja con letras en alfabeto siriano que reiteraban las palabras pronunciadas por el computador. Osthar colocó sus dedos en la pantalla táctil agregando su código personal. La pantalla se tornó verde y, tanto por escrito como con sonido, anunció:

 Gracias, General Larg, bienvenido.

 Descendió de su transporte en el hangar más cercano a su destino. Vestía un uniforme de gala, de larga capa, decorado con las medallas y condecoraciones que había recibido, y con una faja gris que recorría el pecho de su traje desde la cadera derecha hasta el hombro izquierdo. Las botas eran de color negro impecable y brillante, la barba estaba perfectamente bien recortada y el largo cabello amarrado en una ajustada cola y sin una sola hebra fuera de lugar.

 Finalmente llegó hasta el Salón del Trono.

 —Su Excelentísima Majestad Imperial —dijo el chambelán— ante su presencia, el general Osthar Larg.

 Osthar se adentró ante su soberano con porte y marcha militares caminando por los pisos adoquinados en mármol y rodeados por columnas dóricas y sedosas cortinas. El Salón se encontraba engalanado con estatuas de los dioses y las fotografías enmarcadas de todos los emperadores desde el casi mítico Primer Emperador hasta el padre del actual. Una vez cerca del magnífico trono dorado donde se regodeaba el Emperador, hizo una pronunciada reverencia.

 —A sus órdenes, Su Alteza Imperial —declaró. El Emperador era un sujeto de edad madura, delgado, un poco fornido a pesar de los excesos, ataviado con un uniforme militar de gala, perfectamente bien rasurado y rodeado por los concejeros y ministros de la Corte Imperial (todos hombres), bellísimas concubinas de su harén, algunos esclavos preparados para cumplir todas sus órdenes y satisfacer todos sus requerimientos y, sobre todo, una escolta de fornidos y silenciosos guardaespaldas con uniformes militares.

 —Bienvenido, General —dijo el soberano con desdén. Uno de sus concejeros se aproximó y le recordó al oído la identidad del militar. —¡Ah, claro! —dijo y luego agregó— mis más sinceros agradecimientos por salvar a mi sobrina política.

 —Cumplía con mi deber, Su Gracia.

 —¿Está casado, Osthar?

 —Sí, Su Alteza.

 —¿Cuántas esposas tiene?

 —Dos.

 —¿Sólo dos? Son muy pocas. Oye tú —dijo a una atractiva esclava que sostenía una bandeja con alimento cercana al trono— ahora perteneces al General, haz lo que él te diga.

 La muchacha reverenció y se acercó a Osthar sumisamente.

 —Muchas gracias, Su Majestad —dijo Osthar— pero sinceramente no es eso lo que quiero.

 —Bueno pues ¿Qué quieres? Tienes derecho a pedirme lo que desees.

 Osthar lo pensó una última vez, aunque lo había repasado miles de veces en su cabeza.

 —Deseo ser asignado a Sarconia.

 —Una petición muy extraña —afirmó el Emperador— pero si es lo que quieres, así será. Espero verte en la cena que realizaré hoy en el Palacio.

 —Allí estaré, Majestad —dijo— con su permiso —y reverenciando una vez más se retiró. Al salir del Salón del Trono se le aproximó una importante figura que Osthar conocía bien. Se trataba de un hombre fornido por el entrenamiento militar, de aspecto imponente y cabello corto bien peinado. Emitía una pulcritud increíble, tanto en el porte de su uniforme detalladamente ordenado, como en su higiene personal. Corrían rumores de que aquel hombre era algo excéntrico con la limpieza. Era el Comandante General del Ejército Imperial Anaki, uno de los hombres más poderosos del Imperio. 

 —Disculpe, general Larg, ¿puedo hacerle una pregunta?

 —Por supuesto, mi Señor —respondió con sumo respeto.

 —¿Por qué Sarconia, general Larg? Si no le molesta que le pregunte. Pudo haber pedido la asignación a servir aquí mismo en la Corte Imperial de haber querido. ¿Por qué escoger un planeta sumido en un violento conflicto?

 —Talvez algún día tenga la cabeza y el estómago para soportar el ser un burócrata en las tediosas fiestas y reuniones del Palacio o que soporta las puñaladas tramperas, traiciones, manipulaciones e intrigas de la Corte Imperial, pero por ahora deseo acumular la gloria como un guerrero Anaki librando al Imperio de sus enemigos. Así, cuando tenga una posición bien ganada dentro del Gobierno será para siempre y no será un endeble y cambiante puesto administrativo.

 —Gracias por su honesta respuesta, General, puede retirarse. —Osthar realizó un saludo militar y partió. El Comandante General pensó que no era nada tonto. Dispuesto a sacrificarse a corto plazo para tener mayores réditos a lo largo… incluso talvez era un hombre… peligroso…

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