Kilian Blaze
Kilian Blaze
Por: Paola Arias
El Sensuel

KILIAN

 

Crucé por las enormes puertas negras con una expresión seria y tranquila. El Sensuel ha sido reabierto a su público después de haber estado muchos años cerrado. Mis padres no le tomaron importancia alguna cuando les comenté mi proyecto para con este club. A decir verdad, no hallaba el momento para poder tenerlo a mi disposición y hacer del lugar un sitio atrayente, cautivador, único, explosivo y exótico. La lujuria, el morbo, el sexo, la sensualidad, la sumisión y la dominación llama más de lo que nosotros mismos queremos creer. No te imaginas lo mucho que la mente puede llegar a maquinar cuando ese deseo es realmente más poderoso que tú misma fuerza. Es un tipo de deseo que necesita ser alimentado con constancia, o grandes problemas puede llegar a ocasionar.

 

Entré en mi oficina, la misma que le pertenecía a mi padre hacía muchos años atrás. La mayoría de sus cosas están aún conmigo, y otras simplemente se las ha llevado mi madre. La diseñadora que contraté para hacer la remodelación entera del lugar aún no ha llegado, por lo que puedo imaginar con exactitud cada rincón del sitio. En cuanto mi madre se enteró de que mis planes eran hacer un club nocturno exclusivo para las prácticas del sadomasoquismo, puso el grito en el cielo, diciéndome que no fuera a cometer locuras e irme por un camino como ese. Mientras mi padre no dijo mayor palabra que, "Adelante. Hazlo. Eres adulto y sabes qué decisiones tomar en tu vida, por mí no hay ningún problema".

 

Teniendo en mente las cavernas que estarán situadas en las bodegas donde hay cientos de botellas de vino, dos toques suaves y firmes en la puerta me sacaron de mis pensamientos.

 

—Adelante — ordené.

 

La puerta se abrió, dando paso a una mujer de infarto; de cuerpo divino y rostro de ángel. El vestido negro que trae puesto se acentúa a las perfectas y onduladas curvas de su cuerpo. Me levanté de mi silla y estrechamos las manos según llegó al escritorio. Sacudí esos pensamientos lujuriosos que vinieron en cadena uno detrás del otro, para centrarme en lo verdaderamente importante aquí; la remodelación del club.

 

—Buenos días, Sr. Blaze. Soy Carol, la diseñadora de interiores. Lamento llegar tarde, pero casi que no doy con este lugar — sonrió ladeado—. Me perdí —se encogió de hombros.

 

Quise reír, pero me mantuve serio. ¿Cómo se pudo haber perdido esta mujer?

 

—Descuide, ha llegado a tiempo —soltamos nuestras manos—. Tome asiento, Carol.

 

—Gracias — tomó asiento e hice lo mismo—. Cuénteme, Sr. Blaze, ¿este es el lugar del cual me habló por teléfono?

 

—Sí, Este club le perteneció a mi padre, y hace más de diez años lo cerró. Quiero darle vida, modernizarlo un poco.

 

—Es un lugar el cual va a conllevar varios meses para su apertura, pero le aseguro que el resultado será uno que lo llene de satisfacción. Mi trabajo es 100% garantizado, legal y con los mejores insumos que usted pueda encontrar en el mercado. Me gusta trabajar a la mano del cliente para que entre los dos saquemos todo el potencial de cada espacio —sacó una tableta de su bolso, mientras no paraba de hablar muy profesional y con una sonrisa en los labios—. Si gusta me puede mostrar todo el lugar, y me va diciendo cómo le gustaría dividir los espacios.

 

—Por supuesto, venga conmigo y le mostraré el club.

 

Salimos de la oficina y le mostré todo el lugar, diciéndole cada una de las ideas que he tenido en mente. Me gusta valerme por mi cuenta, por lo que mi padre decidió cederme el club según terminé la universidad. Hace un año soy un hombre totalmente independiente, y he tenido que trabajarlo muy duro para obtener el dinero que invertiré en la remodelación del club. Dejé el sótano para lo último, pues será un espacio destinado para las personas que conforman el BDSM.

 

—Es un lugar bastante grande. Me gustaría conocer la temática de este bar, ya sabe, para empaparme más del tema y crear así el mejor de los mundos para usted — rio.

 

—Será un club privado destinado a la realización de juegos sexuales — dije con simpleza.

 

Carol abrió la boca para decir algo, pero la cerró de nuevo. Sus mejillas se tornaron rojas y quise reír por su expresión de vergüenza.

 

—¿Es una broma?

 

—¿Y qué le hace creer que estoy bromeando? —enarqué una ceja—. Si le queda grande el trabajo, dígame y busco otro diseñador que sí esté a la altura, así de sencillo.

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