Capítulo 4

- Intenta no llegar tarde, vamos a cenar en familia, no lo olvides. - Me recordó mi abuela mientras los chicos se terminaban de tomar el chocolate caliente que ella nos preparó.

- No te preocupes, abu. – Dije dándole un beso en la mejilla y dándole un golpe a Marco en el hombro para que se diera prisa. – Espabílate, hombre.

- Ya voy, ya voy. – Dice bebiéndose de golpe lo que quedaba de chocolate en su taza. Al terminárselo se levantó y metió la taza en el lavavajillas. Se acercó a mi abuela y le dio un beso – Delicioso, ¡como siempre!

Ella le respondió con una sonrisa mientras Albert lo cogía del brazo y lo empuja hacía la puerta de la entrada para salir de la casa. Los seguí y antes de salir de esta nos despedimos de todos los presentes.

- ¡Marco, saluda a Maribel de mi parte y dile que un día de estos me paso a verla! - Dice mi madre, quien estaba sentada junto a mi abuelo en el salón. Maribel es la madre de Marco. Ellas son muy amigas desde la universidad.

Marco le indica que eso hará y tras cerrar la puerta de casa, nos encaminamos hacia la de los chicos. Ambos viven solos en una casa muy cerca de la nuestra. Antes vivían cada uno con sus padres, pero como se pasaban el día juntos decidieron mudarse y tener más independencia. Aunque eso no ha permitido que la unión de la familia Ballester desaparezca, pues viven a tan solo cuatro casas de la de sus padres.

Mientras caminábamos me permití observar a mi alrededor, nuestro pueblo era pura naturaleza y eso me encantaba. Estábamos yendo a través de un camino de tierra, a nuestra izquierda había un gran descampado con diferentes terrenos con pistas improvisadas, a los que a veces vamos Albert, Marco y yo, para evitar problemas con mis padres.

A medida que íbamos caminando, pude divisar al fondo nuestro circuito. Se podía ver el terreno de tierra, en donde me imagino que estarían algunos pilotos entrenando ahora mismo, junto a un pequeño edificio que se encontraba en el lateral de este.

Justo en la entrada, que tenía un cartel enorme con el logo de nuestro club, había unos cuantos coches esperando a que el portero les dejara acceder a los aparcamientos públicos.

Sonreí al saber que en estos días podré ir y disfrutar de sus pistas.

Cuando estuvimos en frente de la casa de los chicos, nos adentramos por el jardín hacia la puerta de esta. No era una casa muy grande, era normal y perfecta para dos personas. En el lateral se encuentra el garaje en donde tienen las motos y todo lo relacionado con ellas.

Marco sacó la llave y abrió la puerta dejando pasar primero a su primo. Luego me indicó a mí que lo hiciera también, pero conmigo se agachó haciendo una reverencia como si fuera un caballero.

- Eres tonto. - Dije riéndome mientras pasaba por su lado y le daba en el hombro para que se pusiera bien. Cuando levanté la mirada y miré hacia dentro de la casa, no pude evitar abrir la boca del asombro.

- ¡SORPRESA! - Gritaron las personas que se encontraban en el salón.

- Pero, pero, ¿Qué es esto? – Dije sorprendida observando una por una a las personas que allí se encontraban. Salté de la emoción al ver a varios amigos del pueblo con los que he jugado toda mi vida y a mis primas Carlota y Amaia.

- Pues, ¿una sorpresa, será? – Dice Marco irónico mientras cerraba la puerta de la casa y pasaba por mi lado para ponerse junto a Albert. Quien estaba junto a los demás

Rodé los ojos ante la ironía de Marco y me acerco con una sonrisa a donde se encontraban todos. Fui saludándolos uno a uno hasta llegar a mis primas favoritas. Caminé hasta Carlota y le di un abrazo muy fuerte.

- ¡Hola Amaia! Te he echado de menos. - Dije abrazando a Carlota sabiendo que no le gusta nada que las "confunda" como hace todo el mundo.

Ellas dos son gemelas y son exactamente iguales. Ambas rubias con los ojos claros y el pelo liso. Odian que la gente no sepa reconocer quien es cada una. Yo sabiendo eso, siempre me encanta molestarlas. Es muy gracioso ver la cara de las gemelas regañadas. Hasta en los gestos son iguales.

- Teníamos un regalo para ti, pero por tu estupidez se lo vamos a regalar a tu hermano. - Dice Amaia haciéndose la ofendida mientras hacía amagos para alejarse de mí.

- ¡Amaia! ¿Nunca te he dicho que siempre has sido mi favorita? - Dije empujándola hacia mí mientras la abrazaba. Ambas hermanas rodaron los ojos, pero sonrieron.

Aunque las gemelas tengan dos años más que yo, nosotras vivimos nuestra infancia prácticamente juntas, por lo que más que primas, nos consideramos como hermanas. Nuestros padres siempre dicen que, en vez de gemelas, deberíamos haber sido trillizas, porque siempre estábamos juntas y no había quien nos separara.

Mientras hablábamos sobre lo sorprendida que estaba de verlas y lo inesperado que fue para mí, la voz de Albert a mis espaldas, llamó toda mi atención.

- Vans – Me llama él acercándose a donde estábamos. Las tres miramos hacia él quien venía con una chica morena detrás suyo. La había visto unas cuantas veces por el pueblo, pero no sabía cómo se llamaba.

- ¡Hola! – La saludé con una sonrisa que ella me devolvió al instante.

- Ella es Daniella. – Dice Albert señalando a aquella chica. Miré sorprendida hacia él, quien tenía una leve sonrisa en su cara. Sonreí al reconocerla.

¡Claro que conocía a aquella chica! No sabía cómo era físicamente, pero si sabía quién era. Albert me ha hablado muchas veces de ella. Me sorprende mucho que haya venido y esté ahora mismo con nosotros. Aunque se nota que le da un poco de vergüenza.

Albert conoció a Daniella el verano pasado en la escuela para pilotos, cuando entrenaba a su hermano pequeño en la Escuela para Pilotos Ballester. Desde ese entonces han estado hablando y se podría decir que hay algo más que una amistad entre ellos.

El problema que siempre se ha interpuesto es la diferencia de edad. Albert me ha contado que a ella le preocupa que se lleven seis años, aunque eso no debería ser un problema.

A ella eso le ha causado problemas de desconfianza e inseguridades, algo que Albert ha intentado eliminar desde el momento que la conoció. Me hace muy feliz que esté aquí ahora mismo y haya dado ese pequeño paso.

-Yo soy Nessa. – Dije acercándome más a ella. – Albert me ha hablado mucho de ti.

- ¿En serio? – Dice ella abriendo un poco los ojos mientras echaba una mirada hacía el moreno que estaba a nuestro lado, quien asintió sin vergüenza alguna.

- Pero todas cosas buenas, tranquila – Dije tranquilizándola. – Me alegra conocerte por fin.

Las gemelas, quien ya la habían conocido antes, y yo estuvimos hablando con ella un buen rato en donde poco a poco noté que esa timidez se iba disipando y hablaba con más soltura.

Miré a Albert, quien se había alejado de nosotras hacia el fondo del salón. Este nos miraba con una sonrisa en la cara. Me levantó el dedo pulgar y yo le respondí con lo mismo sabiendo que él estaba feliz porque Daniella estuviera cogiendo confianza con nosotras.

- ¡Y ahora! - Dice él llamando la atención de todos. – ¡Es hora de la fiesta!

Todo el mundo empezó a bailar cuando Albert puso música en el ordenador que estaba justo encima de la mesa y resonaba a través del altavoz. Amaia y Carlota cogieron a Marco y se lo llevaron a bailar justo en medio del salón, en donde ya había gente bailando.

La verdad que los chicos se la montaron, pero bien. A un lado del salón, a la derecha, había una mesa llena de refrescos y comida para picar. A la izquierda habían rodado el sofá hacia la pared, dejando suficiente espacio para que la gente se pudiera mover y bailar. Y al fondo estaba la mesa con el ordenador donde Albert puso la música.

Este último rodeó la mesa y caminó hacia donde estábamos Daniella y yo. Observando la sonrisa de mi amigo al llegar ante nosotras, le choqué la palma de la mano y les avisé que me iría a bailar con los demás, aprovechando también para dejarles solos.

Bailamos, nos reímos y disfrutamos del día en casa de los chicos, pero al llegar la noche la mayoría de las personas ya se habían ido excepto los chicos y nosotras. Yo insistí en que las gemelas y yo debíamos irnos ya que en casa nos esperaba nuestra familia para la cena. Conocía muy bien a mi madre, y si llegaba tarde me esperaba una buena bronca.

Las gemelas, sin embargo, se negaron y miraron cómplices a Marco antes de subir las escaleras hacia el piso de arriba. Miré confusa hacia Albert que estaba sentado en el sofá y se encogió de hombros. Me senté a su lado esperando a que las gemelas bajasen de una vez.  

Después de cinco minutos hablando con Albert mientras los esperábamos, los tres se dignaron a bajar las escaleras. Llevaban consigo una caja enorme que dejaron encima de la mesa que ya habíamos colocado en medio del salón cuando recogimos todo.

Miré confusa hacia los cuatro. Tenían una sonrisa en sus caras que no entendía a que se debía. Miré la caja envuelta en papel de periódico y me acerqué un poco.

- ¿Detenido un ladrón por dejar su sesión de F******k abierta en la casa que robó? – Leí un trozo de periódico que formaba parte de aquella caja. Los cuatros se miraron entre ellos y después miraron a Marco.

- ¿Qué? – Dice él mirando a las gemelas que negaban con la cabeza mientras intentaban no reírse. – ¡Era lo que había!

- Cállate, anda. – Dice Albert a su primo mientras le da una colleja. Me mira negando con la cabeza. – Venga Vans, ábrelo.

- Pero, no entiendo. – Dije confundida aun mirando hacia la caja. - ¿Qué es esto y por qué?

- ¿Quieres abrirlo de una vez y dejar de preguntar? – Dice Carlota suspirando.

- Al final se lo vamos a dar a tu hermano, acuérdate. – Le sigue Amaia cruzándose de brazos.

- Vale, vale. – Dije levantando las manos. – Tranquilidad, ya voy.

Intenté abrirlo lo más rápido posible. Las miradas de las cuatro personas que estaban ante mí me empezaban a poner nerviosa. Una vez terminé de quitar el último papel de periódico, abrí la caja dejando a la vista lo que había dentro de esta.

Abrí los ojos como platos de la sorpresa al ver el contenido. Levanté la mirada hacia mis amigos quienes tenían una sonrisa estúpida en la cara. Estaba totalmente muda.

- ¿No piensas decir nada? – Dice Marco mirándome con cara de interesante.

- ¿¡Pero ustedes tienen idea de lo caro que cuesta esto!?- Pregunto sacando el casco que estaba dentro de la caja.

- Claro, tonta. - Dice Marco rodando los ojos. - Te lo compramos nosotros ¿recuerdas?

- Está personalizado solamente para ti. - Dice Albert señalando la parte trasera de este, en donde se puede observar el número veinticinco, mi número favorito y de la suerte, y con un estampado en negro y rosa.

- No pudimos celebrar tu cumpleaños junto a ti. - Dice Carlota cuando vio que iba a preguntar el porqué de ese regalo.

- Y tampoco pudimos dártelo porque estabas a 350 kilómetros, pero aquí lo tienes, espero que te guste. - Dice Amaia siguiendo a su hermana.

- ¡Me encanta! - Dije emocionada viendo el casco que tenía en mis manos. - Pero insisto, es muy caro. No sé si puedo aceptarlo.

- Nessa, tómatelo como el primer paso para conseguir tu meta. – Dice Marco pasando su brazo por mis hombros. – Te lo mereces.

- Además, Vans – Dice Albert mirándome directamente a los ojos. - Una campeona debe tener sus propios accesorios. ¿O no?

- Es verdad. Ya no es necesario que uses el casco de ninguno de estos dos. - Dice Carlota sonriendo mientras señalaba a los chicos.

- No sé cómo voy a agradecerles esto, chicos. De verdad. – Dije sin poder creérmelo.

Estuvimos unos diez minutos más en casa de los chicos hasta que Carlota recibió un mensaje de su padre insistiendo en que fuéramos ya a casa, porque llegábamos tarde a la cena. Gracias a dios que fue mi tío y no mi madre el que mandó el mensaje.

Nos despedimos de los chicos y nos encaminamos hacia mi casa por el mismo camino por el que habíamos venido antes. El casco decidimos dejarlo en casa de los chicos, ya que no nos conviene que ni mi padre ni mi madre lo vean. Pero les prometí a los chicos que mañana iba a estrenarlo.

No había duda alguna de que eso iba a ser así.

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