Cap. 6: Los Unpiom

Un numeroso grupo de guerreros de la tribu Mapuche se han reunido a un lado de un rocoso valle al pie del monte de fuego, atentos a la voz de su líder esperan la orden para volver a atacar a los Hazudos que se han atrevido a penetrar en sus tierras. Los nativos empuñando sus armas esperan ansiosos la próxima batalla, pues ya han logrado hacer retroceder a los invasores en sus primeras dos batallas. Sin embargo, el Jefe Mapuche mira el extraño campo de batalla que los separa del otro bando, grandes piedras han sido dispersadas por todo el terreno rocoso, un terreno que le es desconocido ya que está fuera del límite de su frontera, pero al que se atrevieron a adentrarse para terminar con la amenaza Hazudo.

—Nos han seguido hasta aquí tal y como esperabas, sinceramente no creí que decidieran pasar los límites de su territorio —comenta Kaitu con una sonrisa complacida en los labios mirando a su joven Jefe.

—Los hemos hecho creer que nos han estado haciendo retroceder desde hace dos batallas, si tuvieran que hacerlo nos seguirían hasta el fin del mundo, aunque para nuestra conveniencia su líder no parece ser muy astuto —responde Veida con el rostro inmutable como si estuviese aburrido de estar en esa batalla.

—¿Crees que sospeche algo? —interroga el guerrero entornando los ojos en un intento de distinguir el rostro del líder enemigo.

—Por supuesto que sospecha, pero al no comprender lo que tramamos hará lo único que puede hacer: ordenar que nos ataquen. Sus guerreros están ebrios del jubilo de la victoria, no aceptarán una retirada —determina el joven tan frío como las cumbres nevadas de las montañas que se erigen detrás de él. 

—En la guerra no todo sale como esperamos, muchacho. Aún creo que deberíamos haber planificado una estrategia por si está falla  —advierte Kaitu recordando que se lo ha dicho hace mucho tiempo.

—Los hombres son predecibles, no importa cual sea su pueblo ni como haya sido su vida, ante determinadas situaciones actuará de la misma manera —afirma el joven habiendo estudiado suficiente a las personas como para saber qué esperar.

—Por nuestro bien espero que así sea, pues de lo contrario estamos en bastante desventaja ante ellos, además de que es un pueblo numeroso, todo el sur está ocupado por ellos  —comenta el guerrero considerando que el enemigo los supera en número.

—Un pueblo grande, pero dividido, y este el grupo más numeroso. Vendiéndolo a ellos se infundir el temor entre los demás, y pronto los tendremos en nuestras manos, así que no te preocupes hoy se definirá esta batalla —murmura Veida tapando con la mano un gran bostezo.

Ante la excitación de los guerreros por volver a luchar y obtener una nueva victoria, el líder Mapuche apunta con su lanza hacia los enemigos para atacar. Un gran estruendo de gritos resuena en el lugar ante los hombres que corren sedientos de sangre con la vista fija en sus enemigos, como si fueran hormigas se despliegan por todo el campo evitando las grandes rocas hacia los Hazudos que permanecen inmóviles en su lugar. Los corazones Mapuches ya parecen henchirse ante el orgullo de ganar esa guerra, dan por sentado que esta será otra victoria, que podrán volver a su tribu con la frente en alto por haber sido capaces de defender sus tierras y detener el paso de una de las cuatros grandes tribus.

—¡Tiren! —ordena el Veida viendo que todo sucede tal y como previó.

Los guerreros Hazudos ordenados en varias filas toman una cuerdas que al tirar de ellas se desentierran de la tierra con la que la cubrieron y muestran estar atadas a las grandes rocas, los hombres ponen todas sus fuerzas en jalar logrando que poco a poco las piedras comiencen a moverse centímetro a centímetro, algo que pasa desapercibido por los Mapuches. De debajo de las rocas comienzan a surgir chorros de vapor y agua caliente que queman a los nativos que se tiran al piso revolcándose por el dolor de las quemaduras, pronto todo el campo de batallas se vuelve una nube blanca de vapor de la que solo surgen angustiosos gritos de sufrimiento incluso llega a hacerles sentir a algunos Hazudos cierta lastima por la dolorosa muerte que les ha proferido.

—No te equivocaste —murmura Kaitu sin ser capaz de esbozar una sonrisa a pesar de la victoria.

—Te lo dije, el hombre es predecible. Ya sabes que hacer, ve a la tribu y ofréceles las dos opciones: morir a nuestras manos o servirnos, sea cual sea su opción toma a todo varón que pueda servirnos de guerreros en no mucho tiempo —ordena el líder Hazudo sumando otra victoria a su prolífica vida militar.

—¿Vas a volver solo a la tribu? —cuestiona el guerrero viendo a su líder tomando rumbo hacia las montañas.

—Mi trabajo ya acabó aquí, puedes encargarte de lo que resta, y creo que sabes bien que puedo valerme por mi mismo —responde el muchacho sin detener su regreso recibiendo las referencias de sus compañeros que lo contemplan con verdadera devoción.

—¡A este paso con nuestro líder ganaremos la guerra contra el imperio de la gente de la montaña en muy poco tiempo! —festeja un guerrero hablando con el superior que quedó a cargo.

—A este paso me temo que la guerra nunca acabará para nosotros —responde Kaitu reconociendo que Veida está construyendo su propio imperio.

El joven Hazudo viendo que ya ha recorrido un buen trecho se sienta a la sombra de un árbol para descansar del fatigoso sol que brilla en lo alto del cielo, no puede evitar que una sonrisa se dibuja en su rostro al recordar que durante algún tiempo ni siquiera era capaz de ver el cielo completo por estar encerrado en las murallas de su tribu. Sin embargo, ahora no sólo es capaz de contemplarlo, sino también de tomar para su pueblo la tierra que está debajo de él. Ya que luego de buscar la mejor estrategia para enfrentar a su poderoso enemigo determinó que tenía dos tareas: aumentar sus fuerzas y evitar que su enemigo sea capaz de fortalecerse, conquistando a los pueblos vecino Veida no sólo logra engrosar las filas de su ejército, sino también evitar que la gente de la montaña lo haga. Hace ya tiempo que de ha dedicado a esa tarea, y está cada vez más cerca de lograr culminaría, más cerca de comenzar la guerra que ha estado esperando, imperio contra imperio, está totalmente decidido a convertir a los Hazudos en la mayor tribu que haya pisado la faz de la tierra.

—¡Que hermosa flor! —exclama la alegre voz de un niño ante una flor de pétalos blancos.

Veida observa al niño ladeando la cabeza, ¿Acaso ese pequeño será de los Mapuches? ¿Qué estará haciendo lejos de la protección de su familia, y sobre todo tan cerca de una batalla donde podría salir herido? El muchacho acaricia el cuchillo que lleva en la cintura considerando por un momento acabar con el chico, pero al acercarse hacia el pequeño que permanece arrodillado en la tierra le parece algo familiar. Por un momento se esfuerza en intentar recordar de dónde podría conocerlo, pero finalmente se da cuenta que le recuerda a él mismo.

 —¡Oye, niño. No deberías estar solo por aquí! —advierte el joven guardando su arma.

—Es que quería hallar una bella flor, ¿No te parece que son de las cosas más bellas que ha creado el Gran Espíritu? —consulta el niño mirando al desconocido con una dulce sonrisa.

—Sí, supongo. ¿Tú familia está por aquí? —pregunta Veida mirando alrededor por si aparece alguien buscando al pequeño.

—¿Y la tuya está por aquí? —interroga el pequeño poniéndose de pie mientras se sacude la hierba de su poncho plateado.

—No, mi familia está lejos, entre las montañas —responde el muchacho sin siquiera saber la razón por la que se está molestando en entablar una conversación con ese chico, aunque por alguna razón sienten que alguna especie de fuerza lo lleva a permanecer allí junto a él.

—¿Entre las montañas? ¿Eres del Imperio de la gente de la montaña? —interroga el niño con alarma en la mirada.

—¡Claro que no, yo soy un orgulloso Hazudo! —exclama Veida horrorizado que se lo confunda con esa detestable gente.

—Eso no me tranquiliza mucho, he oído que tu pueblo es igual a la gente de la montaña, matan y conquistan para hacerse poderosos, destruyen a las tribus más pequeñas solo por ambición —murmura el pequeño bajando la cabeza con pesar.

—Nosotros no somos como ellos, nuestra tribu se vio obligada a conquistar para ser capaces de enfrentar la amenaza que representa el Imperio de la gente de la montaña —sostiene el Hazudo arqueando una ceja.

—¿Y para hacerlo tuvieron que convertirse en lo que ellos son? —cuestiona el niño clavando sus ojos amarillos en el muchacho.

—Un gobernante debe tomar decisiones importantes, y a veces esa decisión puede ser incluso derramar sangre —responde Veids recordando las palabras que su padre le dijo cuando contaba con la misma edad de ese pequeño.

—Un líder que debe arrebatar la vida de otros para mantener la de su pueblo no suena a un buen gobernante —reclama el pequeño con seguridad.

—¿Qué puede saber un niño como tú sobre gobernar un pueblo? —reclama el Hazudo volteándose para seguir su camino, ya harto de esa pérdida de tiempo.

—Sé que los Unpiom sufrieron un terrible castigo por haber traído la guerra a las cuatro grandes tribus, y sin embargo, tu pueblo va por el mismo camino —menciona el niño provocando que un escalofrío recorra la espalda del joven.

—¿Qué? ¿Qué puedes saber tú sobre ellos? —interroga Veida que nunca ha logrado que alguien le diga algo sobre lo que sucedió con ellos.

—Sé mucho más de lo que tú podrías descubrir, de hecho no estamos muy lejos de la Selva silenciosa en la que ellos viven —aclara el niño con una sinceridad que el Hazudo no es capaz de cuestionar.

El joven líder Hazudo que ha estado al frente de numerosos batallas y ha comenzado a forjar un imperio, ahora se siente totalmente cautivado por ese niño que a pesar de ser un extraño parece saber más de lo que debería. Pues él ni siquiera había notado que estaban tan cerca del hogar de los misteriosos Unpiom, esa cuarta gran Tribu de la que no se ha sabido nada, e incluso nadie menciona desde el fin de la gran guerra.  ¿Pero acaso está dispuesto a seguir a ese niño? ¿Y si es una especie de trampa planeada por un astuto enemigo? ¿Está dispuesto a arriesgarse impulsado solo por la curiosidad?

—¿Sabes llegar a la Selva silenciosa? —interroga el muchacho con los labios apretados dispuesto a estudiar a detalle si el niño responderá con la verdad.

—Te llevaré hasta allí si quieres —asegura el pequeño con seguridad, esbozando una sonrisa desafiante.

—Te sigo —responde Veida comenzando a preguntarse quién es realmente ese niño.

El pequeño comienza a caminar sin siquiera asegurarse que su compañero lo sigue, con pasos seguros se adentra entre unos árboles como si conociera el camino de memoria. Veida suelta un suspiro y va tras él niño esperando conseguir las respuestas que se le han negado por tanto tiempo, no está seguro de qué le servirá conocer el fin de los Unpiom, pero algo en su interior le indica que necesita saberlo, que no sólo su futuro, sino el de su tribu podría depender de ese descubrimiento.

—¿Puedes sentir esa fría brisa que te cala los huesos? Es la señal de que nos acercamos a la Selva silenciosa —informa el niño con un tinte de alarma en la voz.

El muchacho se sacude ante el temblor que le recorre el cuerpo, ese frío parece penetrarle el cuerpo, como si le estuviese drenando toda la energía de su ser. Incluso siente que sus pasos se hacen más pesado, como si sus pies ahora fuesen un par de rocas.

—Este lugar es escalofriante —murmura el Hazudo volviendo a sentir el miedo después de muchísimo tiempo, mirando asombrado como la vegetación a su alrededor comienza a volverse marrón, como si el bosque estuviese enfermo o gobernado por la muerte misma.

—Es el efecto de la Selva silenciosa y de quienes lo habitan  —susurra el niño divisando una hilera de altos pinos secos que parecen formar una especie de muralla.

—¿Qué es esto? —murmura Veida al ver el oscuro paraje, posando la mirada especialmente en cuatro monolitos tallados en roca que tienen unos extraños símbolos grabados.

—Es el hogar de los Unpiom, desterrados a la oscuridad por ser responsables de la gran guerra, estos monumentos son los sellos que le permiten salir de allí. Los tres jefes de las grandes tribus que se unieron para derrotarlos los levantaron y usaron al guardián mismo de los vencidos para encerrar su poder en estos monumentos, y que se concretará la maldición que lanzaron —informa el pequeño asombrando a su compañero de que sepa tanto sobre el asunto.

Veida no puede negar que esos monumentos parecen emanar una energía extraña que jamás ha sentido en otro lugar, una fuerza que lo hace estremecerse reconociendo que se halla ante algo que no es natural. Saliendo de la especie de liberándose de esa especie de magnetismo que ha atrapado a su mente, procura divisar algo en la oscuridad que reina detrás de la pared de troncos secos ve una extraña sombra moverse muy rápido entre las penumbras. El muchacho movido por la curiosidad se mueve más cerca de los árboles para distinguir lo que ha visto, de pronto una mano pálida y con largas uñas sale de entre los troncos hacia él haciéndolo soltar un grito de miedo a la vez que retrocede, el dueño de la mano suelta un agudo chillido ante el dolor que le causan unas especies de quemaduras que se forman en su piel obligándolo a volver al interior de su prisión.

—¿Qué fue eso? —pregunta el Hazudo mirando al niño con el terror aún reflejado en los ojos.

—Ese es un Unpiom, la sed de sangre que demostraron en la gran guerra fue su castigo, consumidos por esa sed en su prisión de la que no pueden salir por el espíritu del guardián Sundúa que está en los monolitos —afirma el niño encogiéndose de hombros.

—¿Por qué me has mostrado esto? ¿Quién eres? —interroga Veida con un escalofrío recorriéndole la espalda.

—Tú pueblo sigue el mismo camino de ellos, la guerra nunca lleva a la paz, no importa la justificación que se busque para empezarla —determina el niño con seriedad.

—¡Lo único que quiero es ser capaz de proteger a mi pueblo! —exclama el Hazudo cuya voz resuena entre los árboles.

—No hay nada peor que mentirte a ti mismo —murmura el niño volteándose para marcharse.

—¡¿Quién eres?! —exige saber Veida con la respiración agitada.

—Soy Kazora, guardián de los Hazudos —responde el niño tomando la forma de un gran águila plateada y levantando vuelo.

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