Cap. 5: Amor-desamor

Desde detrás de las aguas de una cascada que cae con energía se asoma el bello rostro de una jovencita que mira a uno y otro lado, asegurándose de que no haya persona alguna que pueda ver la entrada al nuevo asentamiento de los Nagutu, aquellos que huyeron hace ya tiempo de su tribu, ya que no veían futuro alguno para su gente con el líder que tenían. Una vez que se ha asegurado que no hay intrusos y que nadie parece haber notado que está por salir de la protección  de la tribu, Sayo desciende con cuidado por las rocas húmedas de la pendiente rocosa, lo hace con total concentración ya que sabe que un paso en falso podría significar la caída hacia una muerte segura desde esa altura.

—Nunca podría cansarme de esta vista —murmura la joven deteniéndose por un momento y contemplando desde esa altura el frondoso bosque lleno de vida que se extiende aun más allá de donde llega su vista, por debajo el manantial formado por el agua de la cascada parece brillar bajo los rayos del sol.

Después del arduo trabajo que supone el descenso, Sayo por fin toca la tierra con sus pies, una sonrisa de alivio se dibuja en su rostro por haberlo logrado. Dándose media vuelta toma una gran bocanada de aire llenando su pecho, y lo exhala con los ojos cerrados, le gusta tanto estar en el exterior, aunque la gran caverna en la que viven les ha brindado protección desde su huida, a veces resulta casi deprimente no poder ver siquiera un rayo de sol allí dentro. De hecho se supone que nadie puede salir del refugio sin previa autorización del Líder, algo con lo que ella no cuenta, y que le costará una gran reprimenda al volver, pero que a su parecer valdrá la pena al haber podido ver las maravillas que hay allí afuera. Iluminando su rostro con una gran sonrisa comienza a correr hacia su lugar favorito en todo ese bosque, uno que descubrió con su madre cuando estaban allí afuera recolectando frutas, todo un campo de hermosas flores de todos los colores conocidos. A su parecer no hay lugar más hermoso, ese paraje parece ser el corazón mismo de ese bosque, donde incluso muchos animales se reúnen a descansar como si fuese una especie de santuario para ellos.

—¿Cómo estás, pequeñito? —pregunta Sayo a un pequeño conejo gris que ladea la cabeza contemplándola con sus grandes ojos rojos, pero que al intento de ella de extender la mano para acariciarlo sale corriendo a ocultarse entre unos arbustos.

La muchacha suelta una risa divertida por la timidez del pequeño animal, aunque entiende que lo haga, después de todo si quien lo hubiese encontrado fuese uno de los hombres de la tribu ya estaría muerto para servir de cena. Dejando atrás al huidizo animal, Sayo centra su atención en unas hermosas flores rojas que se verán hermosas en un arreglo para el cabello, incluso hasta puede imaginar a las niñas saltando de alegría ante ese regalo. Pues muchos de los niños no han salido de la caverna siquiera una vez, por lo que cualquier cosa llevada desde el exterior causa en ellos el más grande asombro y gratitud hacia el que se los ha llevado. Arrodillada en la pradera para facilitar su tarea de recolectar las flores, de repente Sayo voltea el rostro alarmada por haber creído oír un sonido, de debajo de su cinturón saca lentamente un cuchillo de pedernal esperando a lo que sea que se le acerque.

—¡Te atrapé! —grita una voz masculina detrás de la muchacha que reaccionando rápidamente tira un corte al aire que el joven logra esquivar dando un salto hacia atrás.

—¿Trejo? ¡¿Qué estás haciendo aquí?! —reclama Sayo con la respiración agitada sosteniendo con fuerza el cuchillo en la mano.

—Recuérdame no tenerte como enemiga —bromea el joven de cabello castaño corto.

—¿Qué haces aquí? ¡Pude haberte matado! —reclama la muchacha de nuevo con enojo.

—Sí no te hubieras escabullido no estaría aquí, pero tu padre parece haberse resignado a que no puede tenerte encerrada en la tribu, así que me ordenó vigilarte durante tus paseos —informa el muchacho encogiéndose de hombros.

—No necesito a nadie detrás mío, sé cuidarme sola, como te habrás dado cuenta —replica Sayo volviendo a su tarea de recolección.

—No te molestes conmigo, yo solo estoy cumpliendo ordenes —pide Trejo alzando las manos frente a él en señal de inocencia.

—Papá debería darse cuenta que ya no soy una niña, soy una mujer que es capaz de valerse por sí misma —afirma la joven con las mejillas coloradas por el enojo.

—Eres su única hija, no puedes pedirle que no se preocupe por ti —responde el joven contemplando a la muchacha con ojos brillosos y una sonrisa en los labios.

—Ya tiene suficiente para preocuparse con las cuestiones de la tribu, sé que lo hace creyendo que es para mi bien, pero una de las razones por las que salgo es para estar sola, tener un momento para mí alejada del peso de la mirada de los demás —confiesa la joven soltando un suspiro de tristeza porque ya no podrá hacerlo.

—Pues si yo fuera él me comportaría de la mima manera, eres demasiado valiosa como para correr el riesgo de perderte —dice Trego mirando con dulzura a su compañero.

—Pues pobre de la que vaya a ser tu hija, no la dejarás vivir en paz —bromea Sayo con una sonrisa divertida recogiendo algunas flores blancas.

—Para pensar en la que vaya a ser mi hija, primero debo pensar en la que vaya a ser mi mujer, ¿No lo crees? —replica el joven con nerviosismo esperando la respuesta que sea capaz de darle un poco de esperanza.

—Pretendientes no te faltan, Trego. Solo tienes que elegir una y listo —responde la muchacha encogiéndose de hombros con indiferencia.

—No es tan simple, ¿A a quién podría entregarle mi corazón sino solo a aquella que lo ha cautivado? —pregunta con cierto dolor por la indiferencia de esa muchacha de la que está enamorado desde que tiene conciencia.

—¿Entonces qué esperas para decírselo? ¿Puedes ser un guerrero Nagutu, pero no eres capaz de confesarle tu amor a una doncella? —cuestiona Sayo mirándolo divertida.

—Lo dices como si fuera algo sencillo, ¿Acaso tú ya le has confesado tu amor a alguien? —presiona Trego una vez más con nerviosismo.

—Aún no hay nadie por el que pueda decir que siento amor, el enamorarme es algo desconocido para mí aún —afirma la muchacha con un suspiro de pesar.

—Parece un problema considerando que está llegando el tiempo en el que debes unirte a un hombre —indica el joven volteando el rostro hacia unos árboles para que su amiga no note la decepción en sus ojos.

—Sí, que me quieran unir a alguien sin que haya una pizca de amor me parece el peor castigo que pudiesen darme, condenada a una vida de estar con alguien  al que soy indiferente, debiendo fingir algo que no siento —reclama Sayo parándose para ir a buscar un par de frutos antes de volver a la tribu.

—O tal vez no te has enamorado porque no le has dado una oportunidad a alguien, no pareces distinguir el amor cuando está frente a ti —objeta Trego torciendo la boca con desilusión.

Sayo lo mira por un instante tratando de encontrar las palabras para responderle, ¿A qué se refiere con que no es capaz de distinguir el amor cuando está frente a ella? Se cree completamente capaz de hacerlo, así como está segura de que cuando encuentre al hombre que debe ser su compañero de vida lo sentirá, sin duda ha de ser algo especial, el corazón latiendo a toda velocidad, la respiración agitándose, teniendo problemas para decir palabra alguna por los nervios. Algo que jamás ha sentido, y que comienza a temer que jamás lo haga.

En el momento que la joven está por responder, Trego le tapa la boca con la mano y la tare hacia sí detrás de un árbol. Sayo se sacude asustada pensando que su compañero se ha vuelto loco, pero la diferencia de fuerza física entre ambos es muy grandes, y su intento de escape termina en un estrepitoso fracaso.

—No hagas ruido, no estamos solos —susurra el muchacho esperando a que su amiga se calme para destaparle la boca.

El aviso hace que la muchacha sienta un estremecimiento recorriéndole el cuerpo, el temor que comienza a crecer dentro suyo es tal que a pesar de que Trego la suelta ella sigue apretada a él, como si su vida dependiera de estar junto a él. Algo que Trego parece disfrutar aunque con el rostro enrojecido por sentirla por primera vez tan cerca.

—¡No puedo creer que tengamos que estar recorriendo todo este maldito bloque para buscar a esos traidores! —reclama un hombre al que los jóvenes reconocen como un Nagutu.

—Sí sigues gritando no encontraremos a nadie por más que caminen a nuestro lado —reclama el compañero fornido con molestia.

—¡Pues siento mucho si a ti no te disgusta esta tarea estúpida! Ni siquiera sé por qué tiene interés en ellos después de tanto tiempo, seguramente ya estarán todos muertos, comidos por los animales salvajes —reclama el guerrero pisando el campo de flores con enojo.

—Como si el Jefe fuera a decirnos lo que piensa, el da la orden y nosotros obedecemos, ¿O acaso quieres que te sentencie a la muerte carcomida? —pregunta el compañero son severidad.

—No… prefiero recorrer dos bosques más como este —se resigna el hombre pensando en ese veneno que come el cuerpo desde adentro, la peor muerte que un hombre podría tener.

Sayo suelta un suspiro de alivio al escuchar que las voces de los intrusos comienzan a hacerse más lejanas, un alivio que sólo dura un instante al sentir que algo pesado cae sobre su abdomen, con un temblor apoderándose de todo su cuerpo baja la mirada lentamente hasta confirmar la sospecha de lo que pudo haber sido. Un pequeño gemido de terror y asco escapa de su garganta al ver una enorme araña ascendiendo con sus patas peludas hacia la parte superior de su cuerpo.

—¡Ni se te ocurra, Sayo! —advierte Trego entre dientes previendo la reacción de la muchacha.

—¿Qué fue eso? —pregunta uno de los guerreros escudriñando los árboles desde donde le pareció que provino el sonido.

—Debe de ser algún animal, hemos encontrado de todo, menos a uno de los traidores —replica el guerrero molesto con desdén.

—No me pareció el sonido de un animal, quizás por fin hemos hallado lo que estamos buscando —comenta el compañero con los ojos brillosos de por fin poder cumplir con su misión.

Los dos Nagutu comienzan a acercarse con sigilo hacia los árboles empuñando sus lanzas, con la vista fija para atacar en cuanto vean algo o a alguien moverse. La muchacha contiene el alientos con los ojos llorosos al sentir a la araña caminando sobre su pecho para ascender al cuello, tiene la certeza de que si esa cosa le toca el rostro gritará y se la quitará aunque tenga a todo el ejercito Nagutu acechándola. Trego pendiente de Sayo y empuñando un cuchillo se prepara para la inminente lucha, está en desventaja al tener que enfrentar a dos hombres y a la vez preocuparse de proteger a su amiga, pero no le queda otro remedio, quizás pueda indicarle a Sayo que corra lo más lejos posible, aunque no hacia la entrada a la tribu, pues sino sería la sentencia de muerte para todos ellos.

—Ya no aguanto —susurra la muchacha sintiendo las patas delanteras de la araña en el cuello, preocupada ahora incluso de soportar las nauseas que ese contacto le produce.

El guerrero Nagutu alza su lanza lista para lanzarla cuando un consejo gris salta frente a él mirándolo con sus grandes ojos, el hombre suelta un gruñido de decepción al ver que solo ha perdido el tiempo allí.

—Sí, tus habilidades de rastreo no tienen igual, compañero —se burla el guerrero soltando una carcajada.

—¡Ya cállate, sigamos antes que nos sorprenda la noche sin un refugio! —responde el aludido molesto.

Una vez que Sayo oye que los hombres se alejan le da un manotazo a la araña y se sacude el cuerpo sintiendo como si cientos de insectos le estuviesen caminando encima. Ante esa reacción Trego se lleva un labio a los labios indicándoles que no se atreva a proferir sonido alguno, ella lo mira como si estuviera a punto de asesinarlo, pero se contiene y asiente con la cabeza esbozando una sonrisa forzada.

—¿Dos rastreadores Nagutu buscándonos? —pregunta el Líder de la tribu por tercera vez.

—Sí, los oímos que el Jefe de su tribu les había asignado la misión de encontrarnos, pero desconocían el motivo —informa Trego a los miembros más prominentes de la tribu que se han reunido en la choza del jefe.

—No tiene sentido que haya retomado la búsqueda después de tanto tiempo —cuestiona una anciana arrugando la frente.

—Lo mismo dijeron ellos —comenta el joven sobre el que están todas las miradas.

—¿Acaso pensará enfrentarnos? —cuestiona uno de los guerreros con cierto temor.

—El Jefe Nagutu siempre se ha preocupado por aumentar sus fuerzas, no reducirlas. Si se arriesgara a enfrentarnos no sólo podría perder sus guerreros, sino los que podría conseguir aquí, por lo que solo se retrasaría su deseo de incursionar a otras tierras —determina Jazur conociendo a su líder.

—¿Entonces cual es su interés? No podremos salir al exterior con gente rondado allí —cuestiona la anciana preocupada.

—Estamos preparados para situaciones como esta, tenemos suficientes provisiones para permanecer sin salir por varios soles y lunas —asegura el Líder despreocupándose de ese asunto.

—Pero eso no nos dará a conocer la razón por las que nos están buscando —replica Trego yendo a la raíz del problema.

—Tomar de rehenes a esos rastreadores no nos servirá de nada si no están enterados de lo que trama el Jefe Nagutu —comenta el guerrero no pudiendo pensar en otra opción.

—Sé podría enviar a un espía, él podría averiguar qué traman —propone la anciana con convicción.

—Ellos nos conocen a todos, no podríamos pasar de la entrada —cuestiona Jazur desestimando la proposición.

—¡Yo puedo ir! Apenas era un niño cuando salí de la tribu, puedo hacerme pasar por un Fuhure —afirma Trego con decisión.

—¡Tú no puedes ir, es peligroso! —reclama Sayo negándose a que su amigo se exponga a tal peligro.

—Es la mejor opción que tenemos, y la puntería de Trego es lo suficientemente buena como para pasar por un Fuhure de su edad —sostiene el guerrero aceptando la propuesta.

—Está decidido entonces —determina Jazur con cierto pesar por poner una responsabilidad tan grande en los hombros del joven.

Una vez que la reunión se da por terminada el joven sale de la choza para preparar las cosas para su viaje, e incluso para inventar una historia fiable que le permita entrar a la tribu Nagutu y permanecer el suficiente tiempo para recolectar la información que necesita.

—¿Te has vuelto loco? —reclama Sayo alcanzando a su amigo.

—¿Loco por querer ayudar a mi tribu? —cuestiona él sabiendo que no es a lo que se refiere ella.

—Por arriesgarte a morir. ¿Qué sucederá si te descubren? Ya… ya no volvería a verte —lamenta la muchacha con la voz a punto de quebrarse.

—¿Por qué te preocupa tanto? —pregunta Trego deteniéndose para mirarla a los ojos.

—Porque… porque tú eres como un hermano para mí —sostiene Sayo con los ojos lagrimosos.

—Y esa es una razón por la que debo hacerlo, puede que quizás al volver seas capaz de verme como algo más que un hermano —dice el joven con una mirada triste siguiendo su camino con la desilusión apretujando su corazón.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo