Cap. 2: Futuro

—Los Nagutu somos un pueblo fuerte que no tiene nada a que temer, Jazur —reclama el Jefe de la tribu con disgusto sentando junto a sus compañeros alrededor de una fogata en el interior de una choza de barro y ramas.

—Mi resistencia no está fundada en que dude del valor de nuestro pueblo, sino a que aún nuestra gente se está recuperando de las pérdidas de padres, hijos y hermanos que sufrieron en nuestra última guerra —explica el hombre de rostro delgado pintado con cuatro rayas rojas en la frente.

—Eso es cierto, además de que debemos recordar que el sacrificio de nuestra gente fue para recibir una derrota, perdimos el bosque de la abundancia ante los Hazudos —reclama un anciano de largo cabello gris que cae sobre sus hombros.

—En la guerra se sufren pérdidas, no sólo de vidas, sino aún también de territorios. En ese entonces cometimos el error de subestimar a nuestros enemigos, nos confiamos en nuestro arte con el veneno, pero olvidamos que las otras tres tribus también tienes sus habilidades —reconoce el Jefe sobre cuyo cuello luce una piel de serpiente dorada casi transparente.

—¡Pero esta vez no se cometerá el mismo error! Quedarnos quietos, hablando de paz ya no es una opción, pues ya no es una relación entre las cuatro tribus iluminadas, otros pueblos han surgido. El imperio de las montañas sigue extendiendo su dominio, y cada vez está más  cerca de nosotros —reclama el líder de los guerreros creyendo que ni siquiera deberían estar perdiendo el tiempo con esa tonta conversación.

—El círculo de los vigilantes tiene la responsabilidad de dar consejo para el bienestar de nuestra tribu, Reutu. Y a mi parecer la guerra está lejos de ser lo mejor para nuestra tribu —replica un anciano fumando una larga pipa.

—Hay grandes imperios en el norte, y el de la gente de la montaña es solo uno de los tantos. Según nuestros informantes incluso los Hazudos están teniendo problema para contarles el paso hacia su territorio —informa el Jefe con pronunciada preocupación.

—Sí llegarán a nuestro bosque podríamos detenerlos con facilidad, conocemos cada árbol de nuestro territorio, nuestras trampas jamás han sido burladas, y gracias a nuestros venenos tenemos la posibilidad de luchar a distancia como lo hacen los Fuhure —sostiene Jazur mirando a los ancianos que asienten con la cabeza.

—¿Luchar a distancia.? ¡Los Nagutu siempre hemos luchado cuerpo a cuerpo, no necesitamos copiar a los cobardes Fuhure que se esconden entre la hierba! —reclama el líder de los guerreros como si fuera un sacrilegio siquiera proponer tal cosa.

—Esa estrategia les ha dado la victoria a los Fuhure incluso cuando el enemigo los doblaba en número, y los Hazudos no usan una estrategia muy diferente, aparecen de cuevas ocultas y atacan al enemigo antes que siquiera noten su presencia. Somos los únicos que utilizamos un combate frontal y cometemos el error de perder la ventaja que poseemos al desarrollar una lucha en el territorio que conocemos —afirma Jazur mirando el rostro encolerizado de su colega.

—¡Pues quizás puedas aplicar esas estrategia cuando seas el líder de los guerreros, pero hasta entonces yo decidiré lo que es mejor! —reclama Reutu con desprecio.

—Puede que sea tiempo de ese cambio, sobre todo considerando el resultado de nuestras últimas batallas —comenta el anciano de la pipa con una sonrisa desafiante.

—Cuestionar las decisiones que ha tomado Reutu es cuestionarme a mí que lo nombré para esa responsabilidad —reclama el Jefe con severidad, dejando en claro que no permitirá que se ponga en tela de juicio su liderazgo.

—El círculo debe ir con la verdad, aún cuando está no quiera ser oída —determina el anciano de cabellos grises sosteniendo la mirada a su líder.

—Nuestras tierras son lo suficientemente ricas para sustentarnos, y amplias para brindarnos el lugar que necesitamos. No hay razón alguna para ir a la guerra —determina Jazur esperando haber dado razones suficientes para convencer al Jefe.

—¿Acaso insinúan que debemos quedarnos encerrados en nuestras tierras, aparatos del resto del mundo como los Unpiom? —cuestiona Reutu cruzando los brazos sobre su pecho.

—Lo que insinúo es que ya se ha derramado demasiada sangre inocente, y esa me parece la causa más probable por la que los guardianes se han alejado de nosotros —afirma Jazur pensando que no es tan difícil de comprender.

—Con guardianes o sin ellos nuestra situación no cambia, no podemos permitir que la guerra nos encuentre ociosos y desprevenidos. ¡La mejor estrategia es dar el primer golpe! —determina Reutu mirando solo a su Jefe, ya que ha visto que los demás solo son unos cobardes.

—Respeto el consejo del Círculo y a cada uno de sus miembros, pero la piel de Ganeyra sobre su cuello significa que fui el elegido para construir el mejor futuro de los Nagutu. Por eso he decidido que marcharemos a la guerra, los guerreros deberán estar preparados cuanto antes para atacar a los Unpiom, al vencerlos conseguiremos más recursos y gente para ir contra los Hazudos, y finalmente contra el Imperio de la gente de la montaña —determina el Jefe paseando su mirada a través de los rostros de los presentes.

Jazur toma ese decreto como la culminación de esa reunión, tomando una piel de zorro rojo la pone sobre sus hombre y sale de la choza meneando la cabeza con desaprobación. Se había aferrado a la esperanza que esa reunión con el Círculo hiciera entrar en razón a su ambicioso Jefe, pero por lo que acaba de escuchará nada será capaz de detener su sed de poder, y por ende el sufrimiento de los Nagutu  El Gran Espíritu es testigo de que ha intentado todo lo que tuvo a su alcance para no tener que llegar a últimas instancias, pero ya no le han dejado opción. Recorriendo la tribu fija la mirada en los niños que corren inmersos en sus juegos infantiles, tan alegres y despreocupados, ignorantes de que pronto sus risas serán reemplazadas por el llanto de despedir a padres y hermanos, de pasar noches en vela ante lo incierto del regreso de esos seres queridos. 

—¡Ese hombre se vuelve cada vez más testarudo! Si Ganeyra estuviese aquí se encargaría ella misma de conducirlo a la muerte —exclama el anciano de la pipa uniéndose al paseo de Jazur.

—Pero no está, y creemos que ya hemos perdido mucho tiempo en esperar que eso suceda. Ella no va a venir, y el Gran Espíritu tampoco va a intervenir, el futuro de nuestra tribu ha sido dejado en nuestras manos —suspira el hombre prefiriendo no comentar algo respecto a la egoísta conducta de su líder.

—¿Qué es lo que planeas hacer? —interroga el anciano arqueando una abundante ceja.

—¿De qué hablas, Zanor? No hay nada que yo pueda hacer, lo único que puede separar a un Jefe de su puesto es la muerte o Ganeyra, así que no queda más que resignarse  —comenta Jazur sin querer mirar al anciano a los ojos.

—He vivido demasiados soles y lunas como para no saber reconocer a un hombre cuando miente —replica el anciano con una sonrisa divertida en los labios.

—¿Qué quieres de mí? —pregunta Jazur esperando disimular el nerviosismo que comienza a sentir.

—Sé que planeas una manera de dar un mejor porvenir a los Nagutu, y quiero saber de qué manera, quiero ser útil a mi tribu una vez más antes de ser reunido al Gran Espíritu —comenta el anciano dando una bocanada a su pipa.

Jazur siente un escalofrío recorrerle la espalda, tensando la mandíbula trata de aparentar la serenidad que no siente, piensa que no ha sido posible ser más precavido en su plan para asegurar un futuro a la tribu. Y sin embargo, Zanor parece haber descubierto algo o al menos tiene la certeza de que alguna cosa está  sucediendo a las espaldas del Jefe y el círculo. Ahora debe determinar si su colega es digno de confianza para confesárselo, aunque si trata de mentirle se arriesga a ser delatado, y no necesitará siquiera una prueba para que el Jefe y Reutu se lancen contra él.

—Quiero llevar a un grupo fuera de este lugar, gente que se ha cansado de tanta desgracia y dolor. Los conduciré a un manantial al que se llega a través de una cueva, casi parece haber sido creado por el Gran Espíritu para quienes buscan un refugio —susurra Jazur con la incertidumbre de no saber si recibirá ayuda realmente o solo ha dado una confesión que lo llevará a la muerte.

—¿De cuantos estamos hablando? —pregunta el anciano con curiosidad.

—Somos seis familias —informa el hombre decidido a no dar siquiera un nombre si le pregunta.

—Les tomará tiempo cruzar el bosque, ¿Cómo piensas conseguirlo? —interroga Zanor soltando una estela de humo al aire.

—Nos iremos durante la noche, no será difícil dejar a los guardias fuera del camino, y ese sería tiempo suficiente para al menos haber salido del territorio Nagutu —informa Jazur observando el cielo que comienza a teñirse de naranja por el sol que comienza a esconderse en el horizonte.

—No puedes confiar en algo tan incierto como el descanso de los guerreros, necesitas algo más que llame su atención  y plante la confusión necesaria para que no noten su huida hasta que sea demasiado tarde —comenta el anciano frunciendo los labios con desaprobación.

—¿Y qué me recomiendas? —pregunta el hombre tratando de descifrar si realmente su colega se está ofreciendo a ayudar.

—Ya lo verás, cuando suceda sabrás que es el momento para comenzar tu escape. Deseo que el Gran Espíritu los guíe, que la tribu Nagutu tenga un próspero futuro, sé que serás capaz de conducirlos como un buen líder debe hacerlo —desea el anciano dedicándole una sonrisa a su compañero y separándose para tomar cartas en el asunto.

Jazur cierra los ojos por un momento deteniendo su caminata, ruega al Gran Espíritu que la ayuda prometida por el anciano sea sincera, conoce a su colega desde hace años y ciertamente no tiene razones para dudar de su palabra, pero se encuentra en un punto en el que desconfía incluso de las personas a las que conoce de toda la vida. Debe seguir con su plan, se aferrará a su estrategia original sin esperar nada de nadie, su única preocupación debe ser lograr llevar a las familias a ese lugar seguro.

—¡Papá, papá, volviste! —grita una niña de seis años con los brazos abiertos.

—¡Sí mi pequeño rayo pequeña Sayo! —exclama Jazur levantando su hija en brazos, ella es la principal razón por la que se planteó la huida. Un padre siempre debe procurar construir el mejor futuro para sus hijos, y él sabe que su hija no tendrá uno si permanecen en ese lugar.

—¿Cómo te ha ido? ¿Pudiste convencerlo? —pregunta una bella mujer revolviendo un guisado cuyo aroma hace rugir el estomago del recién llegado.

—No, ha sido imposible. El Jefe ha decretado la guerra contra los Umpion —lamenta el hombre sentándose sobre una piel de yaguareté para comer junto a su familia.

—¿Entonces nos iremos? —pregunta la mujer con temor en la voz.

—Sí, partiremos está noche —determina el jefe de familia tratando de inspirar confianza a su esposa a través de su mirada.

Las estrellas comienzan a aparecer en el cielo nocturno, y la tribu Nagutu se sume en el silencio del anhelado descanso después de un arduo día de trabajo. En medio de la tribu una gran hoguera arde como cada noche para ahuyentar a las fieras y a algunos espíritus que nos soportan la luz, los únicos que rondan son los guerreros nombrados para vigilar.

No muy lejos de la tribu Nagutu unas ramas secas en el suelo se quiebran ante el peso de los pasos de un hombre resuenan entre los árboles, una estela de humo se disipa en el aire. El anciano que prometió ayudar a Jazur ha llegado hasta allí para cumplir su promesa, con una sonrisa mira las pilas de hojas y ramas secas que ha formado en una fila.

—Sí muero esta noche recibe mi alma Gran Espíritu, pues lo he hecho por el futuro de mi pueblo —susurra Zanor volcando el contenido de su pipa en uno de los montones de hojas que se enciende rápidamente formando una línea de fuego.

En la tribu los guardias se sobresaltan al ver el resplandor anaranjado del fuego en su bosque, ante la sospecha de un ataque enemigo tocan el cuerno de alarma para que los guerreros despierten para marchara  enfrentar al enemigo. El sonido de los cuernos se escucha en las cuatro esquinas de las tribus generando un caos de gritos alarmados, el cual Jazur reconoce como la señal prometida, echando sobre sus hombros los bolsos con provisiones y tomando la mano de su esposa y de su hija sale fuera de la choza desde donde divisa a las otras familias con la vista fija en él.

Jazur asiente con la cabeza y rápidamente se dirige hacia los enormes pinos que rodean a la tribu, árboles más antiguos incluso que sus abuelos. Aunque camina con prisa procura no acelerar demasiado el paso hasta ser alcanzado por el resto del grupo, una vez que todos se hayan reunido, ha determinado que lo mejor será pone la mayor distancia posible entre ellos y la tribu. Los esforzará todo posible en ese primer tramo, y luego aminorará el paso para darles un respiro, él no lo necesitará, pero debe se consciente que lleva a mujeres y niños que no están acostumbrados a recorrer de esa manera largas distancias.

—¿Qué fue eso? ¿Nos estaban atacando? —pregunta uno de los hombres con preocupación.

—No, esa fue la ayuda de uno de los mejores hombres con los que contaba nuestra tribu —informa Jazur recriminándose haberse atrevido a dudar de él. 

—¡Pues que el Gran Espíritu lo bendiga! —exclama el hombre con una sonrisa de gratitud.

—Sí, que lo haga —murmura el líder pensando que probablemente lo único que conseguirá es que sea juzgado y ejecutado por traidor.

Entre gemidos y jadeos el grupo avanza a través del bosque, las miradas temerosas de no sólo los niños observan a un rincón y otro con nerviosismo, ya que han escuchado más de una vez lo peligroso que es el bosque en la noche. Parecen estar esperando que en cualquier momento de entre las sombras surge una fiera o un monstruo que los ataque por la osadía de haber dejado el cobijo de su tribu.

Viendo que ya es seguro aminorar el paso, Jazur comienza a dejarse pasar para quedar en la retaguardia vigilando, no cree que vayan a ser perseguidos, o no ahora al menos. Pero por alguna razón hace ya un rato que siente el peso de una mirada, de alguien vigilándolo, apretando la lanza que lleva en la mano se prepara para tocar en cuanto sea necesario. Aunque cuando siente el contacto de una piel fría y escamosa deslizándose entre sus piernas queda inmóvil conteniendo el aliento. Por un momento no quiere darse vuelta por miedo a lo que se encontrará, pero finalmente sabiendo que no puede seguir deteniéndose por más tiempo decide voltearse quedando boquiabierto ante lo que ve.

Una enorme serpiente de ojos naranja y piel dorada tiene la cabeza y el pecho levantado mirando fijamente al humano que tiene delante, con su lengua bífida sisea pareciendo buscar más información de su alrededor. El extraño animal aparta por unos segundos la vista de Jazur para ver al resto de familias que se alejan sin notar la ausencia de  su líder, como si estuviera estudiando la situación.

—Dales un buen futuro a los Nagutu —sisea la serpiente dándose vuelta en dirección de la tribu y abriendo la boca exhala una espesa niebla que tapa la distancia que el grupo ha recorrido, una niebla que ni siquiera los guerreros serán capaz de sortear, y en la cual Ganeyra se desvanece. 

—Lo haré —promete Jazur con una sonrisa genuina en los labios por el confirmado futuro que ideó a para su pueblo, uno que espera que sea capaz de vivir en paz y armonía, uno que al que jamás llegue la guerra.

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