El despertar del lobo
El despertar del lobo
Por: AngeloGrayson
Cap. 1: Huida

Un pequeño niño de ocho años aprovecha los últimos rayos de sol del día para practicar su puntería con el arco, inhala el aire por la nariz y lo retiene antes de disparar para que su respiración no afecte la trayectoria de su flecha, tal y como le aconsejó su padre. Suelta la flecha que esta vez parece que por fin va a dar en la manzana que ha colocado encima de la rama de un árbol, una sonrisa comienza a dibujarse en rostro moreno del niño, sus ojos marrones claros brillan con orgullo esperando el momento de soltar su anhelado grito de triunfo. Pero al ver que la saeta pasa a dos palmas de la manzana suelta un gruñido de frustración tirando el arco al suelo, ha estado todo la tarde practicando para ser un buen cazador como su padre, Sin embargo, sigue siendo tan malo como hace diez soles cuando comenzó a practicar, so sigue así no será más que un recolector, o incluso un cuidador de animales, sería una deshonra para sus ancestros que han sido toda respetados cazadores de la tribu Fuhure.

El niño suelta un suspiro de tristeza decepcionado por su larga racha de fracasos, se lleva la mano a su cabello negro donde lleva tres plumas de Cóndor, el lema de su familia es que pueden volar tan alto como el Gran Espíritu se los permita, por más alta que parezca la lucha que deban enfrentar, ellos sobrevolaran sobre ella triunfantes. 

—¡Sí, yo me elevaré y honrará a mis ancestros! —exclama el pequeño golpeándose el pecho desnudo con determinación .

—¡Tekay, hijo mío, estás bien! —grita el padre corriendo hacia el pequeño y apretujándolo en un fuerte abrazo.

—Sí, papá. ¡Estaba practicando con el arco, no he mejorado mucho, pero me esforzaré para mejorar y dar honor a nuestra familia! —anuncia el pequeño con una sonrisa soñadora en su rostro infantil.

—Lo sé, hijo. Sé que lo harás, pero ahora debemos irnos —responde el padre con una urgencia que intenta ocultar al pequeño.

—¿En serio? ¿A una cacería o quizás una misión? —pregunta el pequeño emocionado de poder viajar con su padre de nuevo.

—Algo así, debemos salir ahora para aprovechar la luz del sol, pronto caerá la noche —pide el padre tomándolo de la mano e internándolo en el bosque Fuhure. 

—¿Por qué no traes provisiones, papá? ¿Avisaste a mamá que iría contigo? Si no lo hiciste se enojará conmigo cuando volvamos —cuestiona Tekay tratando de seguir el paso apresurado del adulto.

—He tenido que salir apresurado y no tuve tiempo de tomar algo más que mi arco y mis flechas, debemos empezar a correr hijo, no es conveniente que la noche nos alcance antes de conseguir un refugio —advierte el cazador comenzando a correr dando la espalda a su hijo.

—Regla de cazador: No pasees en la oscuridad donde las fieras cazan y lo caídos engañan, pues el rumbo perderás y  muerto te recogerán —relata el pequeño niño poniendo en movimiento sus delgadas piernas dispuesto a no ser una carga para su padre. Sólo unos cuantos pasos detrás mira la ancha espalda de su progenitor sobre la que recae una trenza de cabello negro crespo, aún ante la poca luz que se filtra dentro del bosque puede divisar las plateadas cicatrices que dan testimonio de las batallas que ha librado no sólo para conseguir alimento sino también para proteger a su tribu. 

—Las reglas del cazador son su vida, si vives por ella no perderás el camino de la luz —responde el padre en un tono al que le hace falta la convicción con la que suele decirlas.

Los plateados rayos de luz lunar comienzan a filtrarse entre las ramas de los árboles del bosque, siendo la señal  para que los animales de la noche salgan a buscar sus presas, ante los cuales esos dos humanos pueden llegar a ser una jugosa opción. Al llegar a un pequeño arroyo que corre con energía el pequeño se detiene bruscamente mirando con ojos grandes a su padre que parece estar decidido a cruzarlo.

—¿Qué sucede, hijo? Debemos apresurarnos —apremia el cazador mirando con preocupación los árboles detrás de su hijo.

—¡No podemos cruzar el arroyo, papá! Si lo hacemos estaremos en el territorio de los Nagutu, podrían matarnos si nos encuentran —advierte Tekay con el rostro pálido por el miedo.

—Lo sé, hijo. Pero debemos cruzar, no tengas miedo, tienes que confiar en mí —ruega el hombre intentando transmitir con su mirada que todo está bien.

—¡Yo, yo tengo hambre, y ya estoy muy cansado! Llevamos corriendo mucho tiempo —reclama el niño, que si bien no miente, también es una excusa porque no se atreve a pasar a la tierra regida por el espíritu de la serpiente Gineyra, ha oído historias aterradoras de cómo sus seguidores matan a los extraños.

—S-sí, hijo. Tienes razón, incluso un cazador experimentado necesitaría un descanso a esta altura —se resigna a aceptar el padre al ver el cuerpo cubierto de sudor de su hijo, estaba tan inmerso en su destino que había olvidado casi por completo que quien viene tras él es un niño.

—Creo que podría seguir un poco más, papá. Ya estoy bien —dice Tekay tratando de ignorar el rugido de su estomago, y el ardor de los cortes que las ramas le han causado al intentar seguir el paso de su padre que es uno de los mejores cazadores de la tribu. Y aunque tiene miedo de lo que podría pasarles en la tierra de los Nagutu, o incluso si se toparan con la serpiente Gineyra, confía en su progenitor, si hay alguien que podría protegerlo allí, ese es su padre.

—No, vamos a descansar. En el territorio de los Nagutu tendremos que correr más rápido, así que será mejor ir descansados y con el estómago lleno. Por aquí hay una cueva que nos servirá de escondite —anuncia el padre preguntándose por cuanto tiempo podrá seguir ocultándole a su pequeño la razón de su escape, un aguijonazo de tristeza lo hace morder el labio inferior al recordar la razón por la que está corriendo, pero se obliga a ser fuerte y no permitir que sus sentimientos le nublan el juicio, debe soportarlo por Tekay.

—Papá, tú pelearte con los Nagutu, ¿Verdad? —pregunta el niño recuperando el aire ahora que su padre ha comenzado a caminar siguiendo el arroyo.

—Hace ya muchas lunas, en una de las batallas que libramos por las tierras. Son guerreros fuertes en el combate cuerpo a cuerpo, aunque de lo que más debe preocuparse uno es de sus armas envenenadas. La serpiente Gineyra les ha enseñado sobre todos los venenos conocidos, un solo rasguño de sus armas podría significar la muerte, pero nuestros arcos nos permiten luchar a distancia por lo que pudimos prevalecer —recuerda el guerrero que ha vivido más batallas de las que debiera.

—¿Y viste a Gineyra? —pregunta el niño con emoción.

—No, los espíritus guardianes no se presentan en las batallas. De hecho, ya hace tiempo que no se dejan ver, solo aparecen en situaciones especiales para asegurar el correcto curso del destino de las tribus —relata el hombre prefiriendo no decir en voz que seguramente su alejamiento se debe a lo mucho que los decepcionaron sus protegidos.

—A mí me gustaría conocer a nuestro guardián, he escuchado que no hay un animal parecido a Colmillo blanco —comenta Tekay con ojos soñadores.

—Quizás lo hagas, quizás. ¡Ya llegamos hijo, es ahí, detrás de las ramas de ese sauce! —indica el padre con alivio al reconocer el escondite que tantas veces lo ayudó a conseguir una presa con la que alimentar a su familia o incluso a salvar su vida, y espera que esta última vez que lo ocupará también lo ayude.

—¡Wow, desde afuera nadie podría imaginar que aquí hay una cueva! —exclama Tekay recostando cuidadosamente su adolorido cuerpo en la fría pared de piedra de la cueva.

—Para un cazador es importante hallar un buen refugio, sobre todo para pasar la noche. Hay demasiados peligro en el bosque cuando reina la oscuridad —advierte el hombre tratando de esbozar una cálida sonrisa.

—¿Por qué estamos aquí, papa? —pide saber el niño sospechando que su padre no le ha dicho la verdad.

—Supongo que es inútil intentar ocultarte lo que sucede, has sacado el buen ojo de los cazadores de nuestra familia —comenta el hombre cuyo rostro parece haber envejecido de repente.

—¿Qué ha pasado, papá? —insiste Tekay esperando estar listo para la verdad.

—Una terrible desgracia, hijo mío. Demasiado dolorosa, por lo que había decidido ocultártela, al menos hasta llegar a nuestro destino. Tu madre…  ella… fue asesinada —anuncia el hombre con los ojos llorosos.

—¿Qué? ¿E-eso no es posible? ¡No puede ser verdad! —solloza el pequeño sintiendo un nudo en el estómago y los ojos ardiéndole.

—La hallé en nuestra tienda muerta, con mi cuchillo clavado en su vientre, al intentar ayudarla mis manos se marcharon con sangre. Fue cuando los vigilantes llegaron y vieron esa escena —relata el cazador como si cada palabra significará un dolor insoportable.

—Ellos creen que tú lo hiciste —determina el pequeño imaginando la escena en su mente sin poder detener las lágrimas que corren por sus mejillas.

—Sí, los vigilantes han enviado a los mejores cazadores tras nosotros, y ellos no volverán a la tribu con la vergüenza de haber fallado. Pero no nos seguirán en la tierra de los Nagutu —responde el padre tratando de no dejarse quebrar delante de su hijo por el recuerdo de la muerte de su madre.

—¿Por qué alguien pensaría que tú mataste a mamá? Tú nos amas, siempre has dado todo por nosotros —dice Tekay con la voz temblorosa refregándose los ojos.

—En este mundo hay cosas que están por encima de nosotros, una lucha mucho más grande que tú y yo. Pero de la que somos parte queramos o no —contesta el padre con seriedad sentándose en la tierra.

—¿Qué tiene que ver eso con que alguien asesinara a mi madre y te culpara a ti? —reclama el niño apretando los labios con rabia.

—La ambición de poder es la causa de esto. Sabes que siendo joven estuve a punto de morir por un puma que me acorraló en la noche, pero nuestro guardián apareció y me salvó. Mientras él aullaba a la luna abrió mi mente haciéndome consciente de la lucha que libran los espíritus, me regaló el don de sabiduría no solo para cazar e inventar, sino aún para sanar casi toda enfermedad —relata el padre no atreviéndose a mirar el rostro de su pequeño que tanto se parece a su progenitora.

—Colmillo blanco... —menciona Tekay recordando una de sus historias favoritas que tantas veces pidió a su padre que le relatará a  la luz de la fogata de su casa.

—Sí, el guardián de nuestra tribu apareció para salvarme y bendecirme, algo que el ambicioso de nuestro chamán jamás ha soportado  —reconoce el hombre recriminándose no haber visto antes cuan lejos estaba dispuesto a llegar su adversario.

—¿En serio crees que el chamán lo hizo? Pero... pero... se supone que él debe proteger a la tribu, nos tiene que cuidar... —solloza Tekay sin poder comprenderlo.

—Hijo, cuando hay malos deseos los espíritus oscuros son capaces de influenciarnos y llevarnos por caminos perversos. Y nuestro chamán en su sed de poder se ha dejado guiar por los oscuros desde hace mucho, aunque siempre tuve la esperanza de que fuese capaz de enmendar sus pasos —se lamenta el padre sintiendo un nudo en la garganta pensando que en sus manos estuvo el poder detenerlo para no llegar a donde están.

—¡Pero... pero el Gran Espíritu podría haber hecho algo, él es más poderoso que los oscuros, podría... podría haber salvado a mamá! —cuestiona Tekay sintiendo ira hacia su Dios en quien le enseñaron a confiar.

—Debemos tener fe y confiar en que el Gran Espíritu tiene un plan, aún cuando no seamos capaces de comprenderlo, por más que nos duela —responde el padre con mirada cansada, porque es más fácil decirlo que ponerlo por obra.

—¡¿Un plan en el que debe dejar a un hijo sin su madre y a un hombre sin su esposa?! ¡No puedo entender cómo podría llamarse a eso plan! —reclama el pequeño con ira cruzando los brazos sobre su pecho.

El padre abre la boca para intentar consolar a su pequeño, para decirle que todos somos parte del diseño del Gran Espíritu, pero abre los ojos con sorpresa al darse cuenta que ya los han encontrado. Poniéndose de frente a la entrada del refugio con los brazos extendidos hacia los lados para cubrir a su hijo, ve las dos flechas que atraviesan la cortina de ramas de sauce y se incrustan en su pecho haciéndole emitir un gemido gutural que se ahoga en su garganta. 

—¡Noooooo! ¡Papá, nooooo! —grita Tekay corriendo hacia su padre desplomado en el suelo.

—N-no dudes... d-del plan del G-gr-an Espíritu, él t-te cuidará, jun-t-to.... a Colmillo bla-blanco —susurra el padre antes de cerrar sus ojos para seguir el camino de su esposa.

—¡Papá! ¡Papá! —grita el pequeño apoyando su rostro en el pecho de su padre.

—Un tiro impecable, acabamos con el asesino, parece que el Gran Espíritu quería que se hiciese justicia —dice un cazador con la cara pintada de verde y rojo entrando en la cueva.

—¡Él no era un asesino! ¡Fue un gran hombre, un honorable cazador! —grita Tekay mirando con los ojos enrojecidos al hombre.

—¿Qué puede saber un simple niño? No eres capaz de entender nada pequeño, Kiuyto sácalo de aquí —ordena el cazador mirando a su compañero que con esfuerzo lo arrastra hacia el exterior.

—Tu padre es un asesino que ha deshonrado a los cazadores, y a la tribu Fuhure. Ni siquiera la muerte es suficiente castigo, incluso su descendencia debería ser borrada —comenta el líder del grupo poniendo una flecha en su arco para apuntar al niño.

—Eso debería decidirlo el Jefe de la tribu —advierte Kiuyto  temeroso manteniendo al pequeño de rodillas en la tierra.

—No es necesario cargar con él y la cabeza de su padre hasta la tribu, la sangre inocente debe ser vengada antes que el Gran Espíritu la reclame de nuestras cabezas —determina el líder tensando el arco.

El aullido de un ser desconocido resuena a lo largo de todo el lugar espantando a los cazadores que por el temblor de su cuerpo ni siquiera pueden mantener firmes sus arcos, los hombres se miran unos a otros para cerciorarse de que están pensando lo mismo.

—¡Colmillo blanco! —exclama el líder con temor.

—Parece que se ha manifestado respecto a esta ejecución, ha declarado al niño inocente —determina Kiuyto con firmeza en la mirada.

—¡Mátenme si van a hacerlo! ¡Cobardes! —grita el niño queriendo unirse a sus padres.  

—¡Ya basta! —grita Kiuyto dándole un fuerte puñetazo en el rostro a Tekay que cae en la tierra al borde de la inconsciencia.

Con la vista borrosa el pequeño ve un par de ojos azules que lo miran desde detrás de unos arbustos, no son ojos de hombre ni de ningún animal conocido, incluso el pelaje blanco no es propio de nada que haya visto antes. Quizás...quizás es Colmillo blanco, pero ha llegado tarde, ni él, ni el Gran Espíritu han hecho algo para salvar a sus padres. 

—Pero yo sí haré algo, yo voy a vengarme, lo prometo... —susurra el pequeño huérfano entre dientes antes de dejarse vencer por la inconsciencia.

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